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LA CALLE

20 de Marzo de 2012

Viejos

Hay cosas que están fuera de cuadro en el relato hegemónico, en un mundo en donde lo que no está filmado parece no existir. A veces retornamos a esos lugares para templar el oído y abrirlo, para respirar esos ritmos, esas actividades mínimas, esas personas. Lo que en los 80 llamaban marginalidad. Una vez le […]

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Hay cosas que están fuera de cuadro en el relato hegemónico, en un mundo en donde lo que no está filmado parece no existir. A veces retornamos a esos lugares para templar el oído y abrirlo, para respirar esos ritmos, esas actividades mínimas, esas personas. Lo que en los 80 llamaban marginalidad. Una vez le dije a mi hermana que a cierta gente le faltaba ir cada tanto a la profundidad de la provincia y comer comida humeante servida por un garzón amable, guapo, moreno, ese mood teilleriano que el alma agradece cada tanto.

El día preciso de un parto siempre ha sido un misterio para la ciencia. Se calcula una fecha, pero no es posible saber exactamente cuándo se iniciará el proceso de alumbramiento. A pesar de todos los avances científicos, eso no se puede predecir, al igual que un terremoto. Se trata de energías liberadas que buscan un cauce, como un río que inunda la ciudad al buscar su antiguo curso convertido en calle. Bebés y ancianos. Gente y actividades mínimas que están fuera del bullicioso merequetengue mediático.

Fuimos a un asilo de ancianos en provincia. Ahí había una anciana que no tenía a nadie y se paseaba con sus bolsas, como el Dr. Chapatín. Los ancianos se dejan afeitar por una auxiliar alegre que bromea mientras trabaja y un enfermero gay que les da las gracias por dejarlo trabajar en esos rostros que embadurna de crema con sus guantes de goma. ¿Qué hizo esta gente antes de estar así? ¿Están en realidad serenos? ¿Dónde está el consejo de ancianos que todo lo sabe de la vida y que vivió terremotos y golpes de Estado, cambios de paradigmas históricos y algún intento de reforma? Silencio. Pero -le pregunto a mi partner de proyecto- ¿no te dan ganas a veces de renunciar, de esperar a la muerte pasivamente, como ellos? Me contesta que también le dan ganas de tener 80 años y recorrer el mundo con fascinación y empuje, como una pareja de viejos maravillosos que acabamos de conocer en Europa. Él se llama Roy MacLaren y fue ministro de Estado varias veces, estuvo en Vietnam, sabe latín, conoce a Shakespeare al dedillo. Con ella, una diplomática que fue modelo y que tiene el pelo blanco, conocen todo el mundo.

Tienen sentido del humor y nos preguntan cosas sobre Chile. Son más activos y progresistas que algunas personas de 20 años. Con mi compañera de proyecto trabajamos en una reflexión sobre el terremoto. En Europa, almorzamos todos los días con la ex presidenta de Irlanda, Mary Robinson, quien nos habla de The Elders, un verdadero consejo de ancianos fundado por Mandela. Gente con experiencia que recorre el mundo y con la que compartimos en Como, norte de Italia. Esos son viejos ultra-activos. Pero personalmente, hoy voy a soñar con la renuncia y el final, creo que hay que permitirse eso: soñar que la natura barre con todo, manguerea la vereda. Soñar con el final, a pesar de todos los vitalismos y el afán de construcción, a pesar de lo hermoso que es ver a una sociedad organizada, o ver el registro cinematográfico de hombres que trabajan en equipo y canalizan el río para que el agua no se desborde tras el terremoto de Valdivia en 1960.

Se dice que en la tercera edad hay que esperar una aventura nueva de cada día, que eso mantiene a los viejos vivos. Sin embargo, a veces experimentamos un deseo de abandonarnos, un ánimo residenciario. Vivir es fácil con los ojos cerrados, decía Lennon. Pero que no te sienten enfrente a la infernal TV como vi que hacían en un asilo en una provincia chilena. Un viejo del asilo cierra los ojos y escucha los pájaros, nos dijo que en la mañana había hecho cuentas: conversiones de euros a dólares y a pesos mirando los precios de las propiedades en el periódico, nos dice que eso le gusta, que es su única entretención.
Visitar a los dos tipos de viejos: a los que renunciaron y a los otros, activos, del Consejo de Ancianos. Paciente y cabizbajo oficio de sacar las legumbres de sus vainas. Retornamos al kínder, a recortar papelitos para afinar la motricidad y aprender a considerar la presencia del otro. Aprender de nuevo. Partir de cero.
Siempre tuve admiración por los trabajos de cabeza baja que requieren paciencia. Recortar papelitos con forma, cuidar a los ancianos. Paciente recolección de palabras en otra lengua en el diccionario o el ordenador. Estas labores terapéuticas o sagradas se ejecutan como un mantra sin la violencia e histeria de la competencia o la conquista de territorios, mercados o almas, sin la histeria por lo nuevo. Las bordadoras de Ningüe cuentan en sus tapices las historias de la ordeña de vaquitas o el trabajo con los cerdos, paciente y sin prominencias ni imposturas ni alharacas, de la misma manera en que una madre le cuenta a su hijo un cuento infantil Wolf Elbruch para explicarle el concepto de muerte. Una muerte súper tierna en forma de niñita, la muerte-niña de la que habla la Mistral. El niño tras el final del cuento de Elbruch duerme plácidamente con el efecto residual de la voz materna, sueña como los obreros durante la colación luego de trabajar en el Costanera Center.

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