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Opinión

27 de Mayo de 2012

Piñera gay

"Una porción de las rentas generales (obtenidas gracias a los impuestos) serán destinadas a los transexuales, a quienes, como Santa Wilfrida o Juana de Arco, padecen disforia de género: una contradicción entre su identidad de género y el sexo biológico que muestra su anatomía. Así, los impuestos serán destinados a corregir no sólo las desigualdades de la cuna, también las que introduce la lotería natural", señala el académico de la UDP.

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Uno de los aspectos más sorprendentes del gobierno de Sebastián Piñera es su actitud frente a la diversidad sexual y de género. The Economist -en la edición de este viernes- lo aplaudió.
Y la revista -igual que cuando lo llamó político inepto- acertó.
Las razones están a la vista.

El ministro de Salud dio a conocer una buena noticia: el presupuesto público correspondiente al año 2013 incluirá una partida destinada a financiar las operaciones de cambio de sexo y los tratamientos hormonales que les siguen. En otras palabras: una porción de las rentas generales (obtenidas gracias a los impuestos) serán destinadas a los transexuales, a quienes, como Santa Wilfrida o Juana de Arco, padecen disforia de género: una contradicción entre su identidad de género y el sexo biológico que muestra su anatomía. Así, los impuestos serán destinados a corregir no sólo las desigualdades de la cuna, también las que introduce la lotería natural.

A lo anterior se suma la ley antidiscriminación que el Gobierno acabó impulsando. Con todos sus defectos (algunos de los cuales se deben a la tenacidad de los grupos religiosos), la importancia de esa ley es difícil de exagerar. Gracias a ella los gays que no por pudor, sino que por miedo se mantenían en el clóset y ocultaban su condición, ahora podrán, si lo prefieren, mostrarla o declararla. Y no serán ellos, sino quienes les tienen tirria o fobia, los que deberán callar e inhibirse de maltratarlos.

En fin -y a la hora del censo-, los gays que viven en pareja podrán declararlo. Parece poco; pero es muy importante para las minorías. Los seres humanos aspiran a que el valor que ellos asignan a su vida sea reconocido por los demás. En las sociedades abiertas, no sólo la privacidad importa. El derecho de cada uno a hacer público aquel aspecto de su vida que considera valioso o estimable, también forma parte de la dignidad.
Si alguien hubiera dicho, hace cosa de dos o tres años, que un gobierno de derecha emprendería -con mayor ímpetu que el que ni siquiera se atrevieron a declarar los gobiernos de centroizquierda- una verdadera revolución a favor de gays, lesbianas y transexuales, nadie lo habría creído. Pero ahí está. Las minorías sexuales más protegidas que nunca antes, reconocidas en los censos y con programas de financiamiento público.

Aplausos. Sin duda.

Los países no sólo se hacen mejores cuando incrementan su riqueza, su agilidad para producir o cuando elevan su capital humano. También se hacen mejores cuando brindan a todas las personas, con prescindencia de su género, su preferencia sexual o su anatomía, igual respeto y consideración. La disforia de género (saberse hombre, pero tener un cuerpo de mujer o viceversa) es una condición que hace sufrir a quienes la padecen, que ni se adquiere ni se arregla a voluntad. Que todos contribuyan, mediante impuestos, a corregirla, es una muestra de justicia. La orientación sexual, por su parte, pertenece a la autonomía. Que se impida discriminar en razón de ella, protege la dignidad.

Las anteriores medidas hacen más por las libertades y por el respeto a la diversidad, que cualquier ofensiva ideológica o cualquier asalto utópico. Ni el puente de Chacao, ni el presupuesto de educación, ni los bonos familiares se les equiparan a la hora de favorecer una cultura de la libertad.

El único misterio -que se ha analizado poco- es cómo pudo ocurrir que en un gobierno de derecha, donde el temor de Dios abunda y cuyos partidarios miraban con recelo hasta la ley de divorcio, pueda haber llevado a cabo lo que, sin exagerar, puede ser llamada una verdadera revolución del arcoíris.

La única explicación, que todos conocen, pero nadie dice en voz alta, es obvia: este no es un gobierno de la derecha. Es el gobierno de Piñera. Por eso, como lo prueba su actitud hacia los gays, lesbianas y transexuales, su política no refleja las líneas de un proyecto ideológico, sino los meandros y los intersticios de una de las personalidades más complejas de la vida pública chilena.

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