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Mundo

29 de Agosto de 2012

Las dudas para la paz en Colombia

Cada vez que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia anuncian su disposición al diálogo, surge la duda razonable sobre su intención real, basada en episodios del pasado que han dejado en ridículo a los gobiernos de turno y han servido al grupo subversivo para tomar aire de una guerra que hoy más que nunca parecen […]

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Cada vez que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia anuncian su disposición al diálogo, surge la duda razonable sobre su intención real, basada en episodios del pasado que han dejado en ridículo a los gobiernos de turno y han servido al grupo subversivo para tomar aire de una guerra que hoy más que nunca parecen tener perdida.

La última vez que esto sucedió, el entonces presidente colombiano Andrés Pastrana desmilitarizó un territorio del tamaño de Suiza en el que el grupo guerrillero instaló una suerte de república independiente con juzgados y alcaldías con capital en el municipio de San Vicente del Caguán. El proceso no llegó a nada y sólo sirvió para fortalecer militar y económicamente a las Farc.

Esta vez, los primeros rumores de acercamientos entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc, lideradas hoy por Timoleón Jiménez, vinieron del expresidente Alvaro Uribe, quizás el mayor enemigo vivo del grupo guerrillero. En su disputa personal con el gobierno actual -al que acusa de haber arruinado su legado en materia de defensa y en traicionarlo al hacer las paces con Hugo Chávez-, Uribe trató de boicotear las conversaciones entre Santos y las Farc en La Habana auspiciadas por los gobiernos de Castro y Chávez, revelando antes de tiempo los contactos y conminando al presidente -y ex ministro de Defensa de su gobierno- a reconocer ante el país los contactos con el grupo.

El gobierno de Santos negó la versión del ex presidente -que ha encontrado en la red del pajarito su fusil favorito- y dijo que ante cualquier contacto, los colombianos serían los primeros en saberlo. Esta mentira “piadosa”, han excusado indirectamente mandos medios del Palacio de Nariño, se debió a que existía el temor de que la intermediación de Chávez pudiera generar anticuerpos en la sociedad colombiana y un eventual diálogo naciera muerto.

De cualquier modo, la mañana del lunes el canal Telesur -brazo comunicacional del ALBA y en última instancia del chavismo- sorprendió con el anuncio de que sí, efectivamente, el gobierno y las Farc habían firmado un acuerdo macro que sentaba las bases de un diálogo para la paz.

La noticia fue una bomba en Colombia y las primeras versiones periodísticas eran manejadas con pinzas debido a los nexos políticos de Telesur, el canal de todas las exclusivas relacionadas con la guerrilla. Sin embargo, al poco andar se confirmó y el propio presidente Juan Manuel Santos tuvo que salir a reconocer que la versión de Uribe era cierta y que había decidido acompañar la vía armada con el diálogo para poner fin a un conflicto que lleva más de 50 años desangrando a Colombia. A diferencia del pasado, esta vez, cualquier diálogo se haría en Oslo o La Habana.

La noticia fue recibida con esceptisismo. Además de su poder de fuego, las Farc han perdido toda credibilidad entre la sociedad colombiaba y a pesar de sus intentos por lavar su imagen -como la liberación unilateral de secuestrados- sus prácticas de guerra siguen traicionando cualquier bandera de igualdad o de “ejército del pueblo” que traten de levantar. La más reciente prueba de esto fue el secuestro del periodista francés Romeo Langlois a menos de dos meses de haber anunciado con bombos y platillos el final del secuestro como acto “político”.

Sin embargo, hay una luz de esperanza para la paz basada en un hecho irrefutable: las Farc de hoy no son las mismas de San Vicente del Caguán: al menos cinco de sus figuras más importantes fueron abatidas por el ejército y según estimaciones extraoficiales sus filas se han reducido desde los 40.000 de fines de los noventas a los 10.000 insurgentes. Además, la presión del ejército los ha relegado a zonas despobladas del país y las fronteras.

Por otra parte, las Farc también tienen motivos para desconfiar de un proceso de paz. Durante la década de los ochenta, el grupo guerrillero formó parte de una iniciativa política que exploraron varios grupos armados como vía civil: la Unión Patriótica. Desde su fundación en 1984 hasta su disolución en 1990, grupos de ultraderecha -incluyendo facciones del ejército- asesinaron a más de 3.000 de sus militantes en un caso que llegó hasta la Corte Interamericana y por el que se condenó a Colombia por genocidio.

De cualquier forma, todo indica que las Farc como el gobierno de Santos están dispuestos a explorar este camino dando la espalda a la vía armada, bandera de lucha de Uribe, quien buscará volver al poder en el 2014 -o al menos a encumbrar a uno de los suyos- bajo la consigna de acabar con la guerra con más guerra.

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