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Cultura

25 de Septiembre de 2012

En el negro corazón del desierto mexicano

El mexicano Daniel Sada, muerto el año pasado a causa de una deficiencia renal, pertenece a la estirpe de los escritores que hacen de su prosa un laboratorio verbal. Como es de suponer en una empresa de tamaño riesgo, cuando las cosas salen bien, vaya que salen bien, pero cuando salen mal, son un desastre. […]

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El mexicano Daniel Sada, muerto el año pasado a causa de una deficiencia renal, pertenece a la estirpe de los escritores que hacen de su prosa un laboratorio verbal. Como es de suponer en una empresa de tamaño riesgo, cuando las cosas salen bien, vaya que salen bien, pero cuando salen mal, son un desastre.

El lenguaje del juego corretea por el bien y el mal. Hay frases que uno no sabe realmente si son cursis, geniales o, con independencia de su genialidad o cursilería, desmedidas. Leer a Sada es un poco eso: internarse por un miasma de palabras a las que a veces hay que extorsionar para que ofrezcan un poco de sentido. Esto, en sí, quizás es un logro.

Valente Montaño, padre de dos y esposo de una, luego de haber cruzado dieciocho veces la frontera entre Mágico y el mundo de los mormones, se radica definitivamente en su pueblo, San Gregorio, donde, a contrapelo de las costumbres y cocina locales, abre una pizzería. Mágico por supuesto es México, y en México, como bien entienden casi la totalidad de sus novelistas, la magia es ahora la magia de lo perverso, de lo raro, de lo criminal, pero también del sentido de la dignidad, de la valentía y el esfuerzo. Sada pone ambas versiones de la vida mexicana concentradas en la familia Montaño, en la pizzería de los Montaño y en San Gregorio. Allí, la violencia tiene la forma de rumores mortales, narcorancheros en camionetas BMW, voladas marihuanas, la presencia del ejército, y un largo etcétera. No hay rincón en México fuera de la violencia.

La novela avanza, casi sin sorpresas, hacia la confrontación entre padre e hijo. Entre un padre, hijo del rigor, que no conoce más que una vida de trabajo, y un hijo adherido casi involuntariamente al narco. “Lo cotidiano es inalterable”, se lee hacia el final de la novela: el conflicto entre padre e hijo también. De ese tipo de oposiciones (padre/hijo, rico/pobre, emprendedor/conservador, etc.) quiere hacernos creer el narrador que se construye el lenguaje del juego. La verdad, como sabemos, es otra. Y el narrador también lo sabe. Quien domina el juego es quien tiene poder, y quien tiene poder determina el lenguaje, y quien tiene el lenguaje tiene la realidad, y la verdad. La última novela de Sada es, sin ser extraordinaria, otra mirada ácida, algo deformada esta, al negro corazón del desierto mexicano.

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