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Opinión

2 de Noviembre de 2012

El único estúpido que paga los impuestos soy yo

Ya sabemos que, según reza el mito, la sociedad argentina merece piedad por la catástrofe única que le ha tocado atravesar en el siglo XX, ciertamente incomparable con las desgracias que puedan haber sufrido otros países. La completa inocencia de los argentinos puede constatarse en su visión sobre los impuestos. ¿Qué es lo que desea […]

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Ya sabemos que, según reza el mito, la sociedad argentina merece piedad por la catástrofe única que le ha tocado atravesar en el siglo XX, ciertamente incomparable con las desgracias que puedan haber sufrido otros países. La completa inocencia de los argentinos puede constatarse en su visión sobre los impuestos. ¿Qué es lo que desea cualquier buen ciudadano? Que el Estado gaste todo su presupuesto en ayudarlo a él (o a ella) y a su familia, y que los exima del pago de impuestos. Pero eso es sencillamente imposible.

Con los impuestos sucede lo mismo que con la responsabilidad en los mitos de una sociedad que siempre se ve a sí misma como inocente. De inmediato estalla el griterío de que primero deben pagar los ricos y los que más tienen, lo cual es correcto. Pero lo que no es correcto es obturar, con ese argumento, la discusión acerca de cómo los ciudadanos deben pagar sus impuestos. Y cómo “sus impuestos” dependen justamente del tipo de sociedad que se quiera construir. Porque si la democracia implica igualdad ante la ley, igualdad en el voto e igualdad en una serie de derechos, son los impuestos los que convierten a las sociedades en más igualitarias o más inequitativas.

¿Qué tienen que ver los impuestos con la desigualdad de ingresos? Retomemos aquí una pregunta bastante usual: ¿qué porción del ingreso queda en manos de los trabajadores y qué porción en manos de los empresarios? Esto remite a la llamada “distribución funcional del ingreso”, que en ciertos discursos políticos aparece como el objetivo del “fifty-fifty”. Así planteada, la igualdad consistiría en lograr que cada sector, trabajadores y empresarios, pudiera apropiarse de la mitad del ingreso. Pero ¿qué sucede dentro de cada sector? Puede haber trabajadores asalariados que se encuentren entre el 10 o el 20% de la población con mayores ingresos. Por eso, los sociólogos y economistas habitualmente dividen la sociedad en diez partes (deciles). Así, puede analizarse la relación entre la porción con mayores ingresos y la que tiene menos. Esa relación, donde cada uno se define exclusivamente por sus ingresos individuales o los ingresos de su hogar, permite observar un tipo de desigualdad.

Esa es una fotografía. Pero todavía hay dos factores que son decisivos: el sistema impositivo y el gasto público. Eso significa que puede haber tres fotografías de una sociedad: la primera, de acuerdo a cómo se distribuyen los ingresos; la segunda, en función de cómo los impuestos afectan esa distribución, y la tercera, a partir de cómo la afecta el gasto público. Cuando los impuestos disminuyen las desigualdades, se habla de sistemas progresivos. Cuando las aumentan, de sistemas regresivos. Lo mismo puede suceder con el gasto público. Si genera mayor igualdad, es progresivo; si no, regresivo.

En este país, el único gil que paga los impuestos soy yo
“En la Argentina, los que pagamos los impuestos somos unos pocos ingenuos; los vivos, los peces gordos, siempre consiguen evadirlos”.

Miles, si no millones, de argentinos creen que nadie paga los impuestos y que pagarlos puede ser una estupidez o una ingenuidad en un país tan acostumbrado al incumplimiento de las normas. En un estudio reciente que realizamos con Alexandre Roig, mostramos las percepciones sociales acerca de los impuestos e incluimos ejemplos de distintas teorías que elaboramos los argentinos. Un empresario misionero está convencido de que hay grandes empresarios que no pagan, de que existe una gran masa evasora y de que “hay un grupo de estúpidos que estamos registrados desde siempre y que pagamos siempre”.

Otro conjunto de teorías alude más bien a la “cultura nacional” y la vincula con las perspectivas de desarrollo. Así, el problema principal sería la vieja cultura de violación consensuada de las leyes, que estaría en el trasfondo de los problemas argentinos. Por ejemplo, “los países que progresan son los que se apegan al cumplimiento de las leyes”, “los países más civilizados y los más ordenados pagan los impuestos como corresponde”, “los impuestos son el símbolo máximo de la organización social”. Quizás en otros países pueda suponerse que quienes afirman esto necesariamente constituyen el sector más cumplidor de las obligaciones ciudadanas. En la Argentina, sin embargo, las cosas no funcionan necesariamente de ese modo. Un argentino puede sostener de palabra un deber cívico pero, para evitar ser “el único estúpido”, muchas veces no cumple con el propio discurso en la práctica, contribuyendo así con su granito de arena a perpetuar la distancia entre la Argentina y esos países tan civilizados.

En el imaginario igualitarista argentino, de un igualitarismo con peculiaridades en las que no podremos ahondar aquí, la sensación de ser “el único” que paga puede ser suficiente para percibirse “por fuera” de la sociedad. En ese sentido, es plausible que haya sectores dispuestos a pagar, siempre y cuando no sean los únicos. De ahí que se escuche: “Hay que pagar los impuestos, pero evadirlos no puede seguir siendo el deporte nacional”, “hay que acabar con la cultura del más vivo”.

Ahora bien, en un país donde la recaudación se apoya en el IVA y donde la presión del impuesto a las ganancias y a los bienes personales es notablemente baja para el grupo más rico del país –aunque haya aumentado–, dos cosas saltan a la vista: primero, todos los habitantes pagan algún tipo de impuesto, porque para hacerlo alcanza con comprar cualquier producto con IVA; segundo, eso es lo que se llama un sistema tributario regresivo, es decir que después de pagar los impuestos hay más desigualdad que antes.

El aumento de los impuestos a las ganancias o a los bienes personales, sumado a las retenciones y otras medidas, plantea un escenario fiscal que, para algunos economistas, no sería ni marcadamente regresivo ni marcadamente progresivo. Sin embargo, la cultura de la evasión y la elusión es muy profunda, y eso se constata en el alto nivel de evasión del impuesto a las ganancias, calculado en un 50% (como precisa José Nun).

Lo que pagamos de impuestos se lo lleva la corrupción
“Sólo si se vieran los resultados valdría la pena pagar impuestos. Pero con los impuestos que pagamos los ciudadanos de a pie, se llenan los bolsillos los políticos”.

Los argentinos tenemos una sensación de injusticia en relación con los tributos pagados que involucra diferentes consideraciones: que pagamos mucho más que lo que deberíamos, que nuestros impuestos no son usados de la manera más eficiente, que los recursos públicos engrosan los bolsillos privados y que no se sabe en qué se invierten los recursos fiscales puesto que sus beneficios no se perciben.

Algunos de nuestros entrevistados (en el estudio en colaboración con Roig) señalaron la autonomía entre obligaciones morales y obligaciones impositivas que mencionábamos antes. Un religioso salteño señaló que “como dice la moral cristiana, la ley injusta no te obliga”. Con esto no quería decir que no hubiera que pagar ningún impuesto, sino que hacía depender esa obligación de la justicia y no de la ley. Un religioso cordobés afirmó que “cuando las leyes entran en contradicción con la ética, la opción siempre es por la ética”. Decía que “en un mundo estructuralmente injusto ciertas obligaciones sociales, como pagar los impuestos, se ponen en cuestión; ahora, si es un millonario, si es un hombre rico, pudiente, y además no paga los impuestos, es un caradura”. También un religioso de Mendoza se explayaba así frente a la pregunta sobre los impuestos: “Yo opino que hoy no hay ni blanco ni negro. Vivimos en una gran gama de grises y hay que buscar el gris más claro… Yo también estoy entrando en el juego. Entonces, frente a una injusticia, dibujo las cosas. Pago impuestos, pero no todos los que me dicen”.

Un empresario de La Plata planteaba un tema recurrente: el que paga se funde. Esa realidad, continuaba diciendo, lleva a preguntarse “¿cómo hacer para evadir los impuestos? En un país donde pagar los impuestos implica tener superávit para ‘afanar más’, hay que pensar cómo hacer para no pagarlos. Desgraciadamente, en este país, al que paga los impuestos se lo castiga”.

Así, la inmoralidad queda situada del lado del Estado y la recaudación. No sólo por la corrupción, sino porque se castiga a los que pagan. Otros agregan que sólo se les cobra impuestos a los pobres a través del consumo, pero que a la vez se sostiene la evasión de los grandes contribuyentes y no hay un sistema progresivo. Este tema es constante y alude a la injusticia e inmoralidad del propio sistema que reclama su cumplimiento apelando precisamente a la moral y la justicia.

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