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Opinión

22 de Diciembre de 2012

La psicopatía del exterminio postindustrial

  Revista Replicante El pensamiento apocalíptico occidental contemporáneo, esa insidiosa inquietud por la destrucción omniabarcante del mundo, cobró un inusitado auge en los albores de la segunda mitad del siglo XX como un predecible efecto residual de la suma de acontecimientos atroces que sembraron la II Guerra Mundial y la exorbitante ola mortífera de las […]

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Revista Replicante

El pensamiento apocalíptico occidental contemporáneo, esa insidiosa inquietud por la destrucción omniabarcante del mundo, cobró un inusitado auge en los albores de la segunda mitad del siglo XX como un predecible efecto residual de la suma de acontecimientos atroces que sembraron la II Guerra Mundial y la exorbitante ola mortífera de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, el acre periodo de la posguerra y, sobre todo, el turbulento periodo de la crisis política mundial de finales de los sesenta: la exacerbación de la fantasmagórica amenaza del ataque nuclear de la Guerra Fría, el mediatizado magnicidio de J. F. Kennedy (captado en vivo en formato súper 8), el infierno psicótico de Vietnam y sus desaforados látigos de napalm.

Frente a este horizonte en el que la vida cotidiana estaba delineado por los pálidos rigores de la muerte, con sus esquirlas de exterminio masivo y de incesante e incisiva amenaza, la imaginación de la cultura popular (el cine, la televisión, la literatura, las artes gráficas, la música) se volcó sobre el frenesí catártico de la explotación del discurso de la catástrofe planetaria dando origen a todo un universo de creaciones artísticas cuyo telón de fondo era la paranoia, la factibilidad de extinción total de la humanidad, la expansión absolutista del reino de la muerte.

Dentro de esta gran discurso, existen varios tópicos que integran la imaginería de la destrucción masiva.

Catástrofes naturales: inundaciones devastadoras, sismos infernalmente descomunales, grandes olas marítimas de furia hiperdestructiva, huracanes de locura exponencial, tornados encrespados a máxima velocidad, volcanes que vomitan las entrañas hirvientes del planeta.

La amenaza extraterrestre: asteroides teledirigidos por un dios de lógica demente y caótica, la descarnada invasión de organismos vivos que ostentan una inteligencia ultrasofisticada enfocada en colonizar planetas como la Tierra.

La amenaza biológica: principalmente protagonizada por entidades inalcanzables para la percepción y la capacidad de destrucción natural humana: los virus.

Esta tipología muestra el exterminio masivo, a gran escala, perpetrado por las indomables fuerzas del mundo natural, por los espasmos indómitos del planeta o bien por entidades biológicas terrestres o extraterrestres, es decir, por poderosos factores externos y ajenos a la frágil voluntad humana.

Finalmente, destaca el capítulo en el que el ser humano es presentado como el factor principal de exterminio masivo a través de conflictos bélicos de alcance internacional, experimentos científicos fuera de control, genocidios, matanzas políticas en masa.

No obstante, de manera paralela comenzaron a circular también proyectos artísticos, sobre todo cinematográficos y literarios, que presentaron rasgos que abrían un nuevo campo creativo para abordar la preocupación catastrofista y que a la vez replanteaba las relaciones históricas del hombre con el mal.

En este contexto ubicamos la obra del escritor británico James Graham Ballard (1930-2009), quien luego de haber sido una figura de culto en los círculos de especialistas y fanáticos de la ficción científica durante décadas, obtuvo fama planetaria por las adaptaciones cinematográficas de dos de sus novelas: El imperio del sol (1984) llevada al cine en 1987 por S. Spielberg y Crash (1973) adaptada por D. Cronenberg en 1996.

Dentro del rubro de catástrofes naturales podríamos inscribir parte de la obra temprana de J. G. Ballard: Mundo sumergido (1962), La sequía (1965) y El mundo de cristal(1966). En este ciclo narrativo Ballard profundiza en la imaginación de la destrucción del mundo por algún factor ecológico emblemático: el agua, el fuego y la tierra, respectivamente, y logra construir un universo narrativo que responde a esa tradición donde el exterminio proviene de fuerzas externas al ser humano. Novelas que cumplían con las convenciones de la ciencia ficción que había convertido al cataclismo del planeta y a las épicas interplanetarias en elementos preponderantes del género.

Sin embargo, el proyecto novelístico de Ballard1 a finales de la década de los sesenta da un viraje estético-ideológico intempestivo, donde la piedra fundacional de su voz autoral se localiza en La exhibición de atrocidades (1970), experimento literario refractario a las etiquetas simplistas que encierra todo el universo de sus preferencias estéticas; texto organizado de manera fragmentaria; multigenérico, collage poético sobre la cultura de masas, la hiperviolencia y el espectro de perversiones humanas engendradas por efecto de la tecnología, en cuyo clímax devastador yace rutilante la muerte.

¿Qué pudo haber motivado el brusco viraje? En los inicios de su carrera como escritor, Ballard aspiraba a reivindicar el lugar del género de la ficción científica dentro del campo literario, y consideraba que las ficciones basadas en el espacio exterior ya habían agotado su potencial de ser la principal fuente de ideas del género. Ballard buscaba hacer evolucionar el género (trascender la herencia de Bradbury, Orwell y Huxley) y así consolidarlo como un factor preponderante en la interpretación del futuro mediante la imaginación, y para ello se requería encontrar nuevas ideas y rumbos creativos, de este modo propuso someter al olvido el espacio exterior, los viajes interestelares, las formas de vida extraterrestre, las guerras galácticas, y abordar la esfera psicológica del espacio interior.

 

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