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1 de Marzo de 2024

Francisco Ortega escribe sobre el impacto cultural de Dune: El durmiente despertó

El estreno en Chile de la esperada segunda parte de la versión fílmica de esta epopeya intergaláctica, rodada por el canadiense Denis Villeneuve, nos da la excusa para bucear en la trascendencia de la que para muchos es la más importante e influyente obra de ciencia ficción de todos los tiempos. Aquí, el escritor Francisco Ortega escribe para The Clinic sobre una saga venerada.

Por Francisco Ortega

Si uno revisa la lista de los autores de ciencia ficción más relevantes, el nombre de Frank Herbert brilla por su ausencia. En ningún listado aparece junto a Isaac Asimov, Philip K. Dick, Ursula L. K Guin, Ray Bradbury o Arthur C. Clarke. Por lo contrario, si uno rastrea su obra más famosa, Dune, la epopeya de la casa Atreides encabeza cuanto ranking de novelas fantásticas elaboran medios, publicaciones, sitios web o debates eternos de podcaster y youtubers.

Es, por lejos, uno de los ejemplos más tácitos en que una obra supera al autor hasta casi invisibilizarlo. No es casual que la carrera literaria de Herbert (y la de su familia) quedara reducida a Dune y sus secuelas y precuelas, libros que a pesar de sus multimillonarias cifras de ventas, no provocaron efecto rebote a las otras publicaciones del escritor: un one hit wonder narrativo, el más grande de todos.

En 1963 Herbert, un periodista y escritor obsesionado con la política y la ecología, realizó un reportaje sobre el avance de las dunas en el estado de Oregon. La imagen del fenómeno, más sus estudios en sociopolítica respecto del impacto del capitalismo y el imperialismo en los países del Medio Oriente, lo llevaron a tomar notas para una novela de ciencia ficción.

El manuscrito se llamó Dune y fue publicado por entregas en la revista Analog entre 1964 y 1965, consiguiendo de inmediato una legión de seguidores. Esto, sin embargo, no resultó atractivo para las grandes casas editoriales, que rechazaron llevar el volumen a formato novela. Herbert no se dio por vencido y financió la mitad de una primera edición, que salió a través de Chilton Books, una imprenta de Pennsylvannia que se dedicada a la publicación de manuales técnicos y encargos de empresas vinculadas al negocio automotriz.

Un año después, Dune arrasaba con los premios más importantes de la crítica y la ficción de anticipación, comenzando de rebote una escalada comercial que la llevaría a posicionarse como el título de ciencia ficción más vendido de todos los tiempos.

En la fría aritmética de las cifras, Dune conforma junto a Harry Potter y a El Señor de los Anillos la tríada de literatura fantástica más exitosa y rentable de todos los tiempos, un hito absoluto para la industria narrativa. Si bien hay muchas obras de ciencia ficción exitosas y con buenas ventas, la saga de Dune es la única que legítimamente puede apropiarse del logo de best seller mundial, con más de 20 millones de ejemplares vendidos.

“Dune, parte 2”, se acaba de estrenar en los cines chilenos.

El camino del antihéroe

Dune es una obra de construcción de mundo y previo a comprender la trama hay que entender el universo propuesto. Nos situamos alrededor del año 30.000 de la era cristiana, donde los humanos, originarios de la Tierra, han logrado expandirse y conquistar el cosmos. Este vasto dominio se organiza bajo un Imperio, ya que la autocracia es la única forma de gobierno capaz de mantener unido tal extenso territorio.

Esta era está marcada por una catastrófica guerra contra las Inteligencias Artificiales, que culminó con la prohibición de computadores y robots. Como resultado, la humanidad se ve obligada a expandir las capacidades de la mente y la conciencia para reemplazar la función de las máquinas. Los remanentes de estos eventos catalizan la formación de una teocracia absoluta, que establece un nuevo año cero para la civilización humana.

Al abrir las páginas de Dune, nos encontramos en el año 10.161 después de este punto de inflexión (el 30.161 según el calendario cristiano). En este distante futuro, el Imperio humano se fragmenta en casas feudales, cuya existencia gira en torno a la Especia. Esta sustancia singular, que solo se halla en un único planeta de todo el universo conocido, es crucial para el desarrollo de capacidades mentales y genéticas sobrehumanas, permitiendo incluso expandir la conciencia a través del tiempo y el espacio y así sostener la estructura imperial, siendo el eje central sobre el cual gira el destino de la humanidad.

La historia de Dune es la historia de una traición. El emperador, sintiéndose amenazado por el creciente poder político de la casa Atreides, trama su caída al asignarles el control de Arrakis, el planeta productor de la Especia. Sin embargo, este honor es fachada para una emboscada, preparada con la complicidad de los Harkonnen, archienemigos de los Atreides. Desde las primeras páginas, la novela nos revela la inminente traición, centrándose más en el cómo y el por qué de los eventos que en el qué. A pesar del aparente triunfo del Emperador y los Harkonnen, un factor inesperado sobrevive: Paul Atreides, el joven heredero de la casa Atreides.

En la ficción existe un arquetipo llamado el camino del héroe, teorizado por el antropólogo Joseph Campbell en 1949. Tras estudiar cientos de mitos, el autor trazó un patrón común: un joven de origen humilde que es llamado a la aventura por un maestro anciano y que tras triunfar descubre su origen tan noble como secreto, arco que se repite desde las leyendas griegas y artúricas hasta las películas del universo Marvel.

La saga de Herbert, sin embargo, aparece como un ultraje a este llamado monomito. Si bien Paul es un joven, este no es humilde, es heredero único de una casa aristocrática. Tampoco es llamado a la aventura, pues fue creado para esta a través de edición y manipulación genética y un entrenamiento que partió en su gestación. Tampoco hay un maestro anciano, sino una manipuladora madre con la cual tiene una relación tan tóxica como edípica. Finalmente su camino no es el de un héroe, sino el de un villano. Paul Atreides no se convertirá en el salvador del universo, sino en un tirano galáctico.

La obra no ha estado ajena a la polémica. Acuñar tempranamente en la ficción masiva términos como sororidad y proponer un orden político manejado solo por mujeres (las Bene Gesserit), adelantó a muchos en definir Dune como una obra feminista, pionera en este intertexto.

Dune, la saga literaria de ciencia ficción.

Sin embargo, con los años, se ha cuestionado el hecho de que las Bene Gesserit, por muy feministas que aparezcan en el papel, existen y se mueven para procrear un ser supremo que es y será un hombre, ya que hay lugares donde sólo puede ir un hombre. Poca simpatía ha tenido, además, que uno de los héroes (el duque Leto Atreides) secuestre y enamore a una niña de 16 años (Lady Jessica), a la que convierte en su concubina.

Sumado lo anterior a un arco narrativo que subraya la superioridad del hombre blanco sobre minorías raciales y el detalle no velado que todos los villanos de la saga son gay y travestidos (que subrayó hasta lo grotesco David Lynch en su adaptación), ha desempolvado mucha lectura contraria a Dune, incluso quema de ejemplares de parte de grupos progresistas que siguen la llamada agenda woke.

Polémicas aparte, lo más interesante del libro va por su trasfondo antropológico y teocrático, precisamente lo que apunta a la superioridad del hombre blanco sobre los pueblos originarios, conseguida mediante una manipulación religiosa y folclórica que hoy podría leerse como apropiación cultural.

Eso, en una lectura superficial, ya que lo cierto es que Herbert coge esta idea para deconstruirla. Paul no es un héroe luminoso, es un personaje que va de la luz a la sombra, levantándose como un arquetipo complejo que espejea el límite difuso entre el bien y el mal. La Especia surge, además, como un espejo a la obsesión capitalista por el petróleo. Se usa también a los Fremen, esos nómades del desierto, como una metáfora de la opresión y la justificación de la lucha armada en la que puede leerse desde la Israel del pasado perseguida por Romanos y Nazis, hasta la Palestina de 2024 perseguida por la propia Israel. No hay sutilizas en ese mensaje, porque Herbert no es sutil. Dune es sobre la espera y llegada de un mesías, con todo lo malo que arrastra ese concepto religioso.

Continuada en 1969 con Mesías de Dune, el arco de los Atreides acaba con Hijos de Dune, publicada en 1974. Sin embargo una década después, Herbert seguiría la épica con Dios emperador, Herejes y Casa Capitular, triada de libros interrumpida por la muerte del escritor en 1986. Desde entonces su hijo Brian, junto al novelista Kevin J. Anderson, han expandido la saga con precuelas y secuelas basadas en los apuntes supuestamente dejados por Frank.

El legado de esa arquitectura monumental es, tal vez, lo más valioso de la saga. Es evidente que sin Dune no hay Star wars, pero tampoco sin Dune hay Akira, Alien, Harry Potter, Matrix o Game of Thrones, cuya trama de casas nobiliarias que se traicionan entre sí, héroes con muchas sombras y relaciones incestuosas fue tomado directamente de la obra de Frank Herbert.

William Gibson, el celebrado autor de Neuromancer, ha sido categórico en señalar que Dune es la base conceptual de toda la ficción épica de los últimos 50 años, siendo -en su opinión- aún más influyente que El Señor de los anillos, “porque Herbert no olvidó la base de todo juego de poder: el sexo, que está ausente en Tolkien”.

Curiosa es también la presencia de Dune en la música popular. Bandas y solistas como Iron Maiden, The Flaming Lips, Magma, Level 42, Beth Gibbons, Muse, Thirty Seconds to Mars o Tool han dedicado temas a esta epopeya, al igual que cultores del tecno y la electrónica, entre los que destacan The Chemical Brothers, Fatboy Slim, Grimes, Klaus Schulze y Tangerine Dream.

“Dune” de 1984, en la versión de David Lynch con Kyle MacLachlan.

El durmiente debe despertar

Cuando en 1983 el productor Dino de Laurentiis contrató a David Lynch para llevar Dune a la pantalla blanca, su idea era competir contra Star wars con una saga que resultara aún más grande, lo que ya había intentado en 1981 con su fallido Flash Gordon.

De Laurentiis le pidió a Lynch pensar en una trilogía y remarcar la épica con una frase tan reconocible como “que la Fuerza te acompañe”. Lynch escogió una línea que se repite tres veces en el libro, “el durmiente debe despertar”, la cual fue reproducida en trailers y afiches y que a la larga, junto a la música de Toto y Brian Eno y la barroca dirección de arte, terminó siendo lo más recordable de esta fallida cinta que casi hunde tanto a la casa productora como la carrera de Lynch.

Ya en 1965 el éxito del libro llamó la atención de Hollywood. El primero que intentó traducir a pantalla la saga de Paul Atreides fue Franklin Schaffner, el realizador de El planeta de los simios y que en 1968 era el gran nombre vinculado a la ciencia ficción. Pero Herbert no gustaba de su trabajo y propuso a David Lean, argumentando que Lawrence de Arabia había sido una de las influencias claves para escribir la novela. Lean se interesó, pero problemas de agenda lo bajaron, y es ahí donde entra Stanley Kubrick, quien sin embargo entregó una propuesta demasiado alejada de la trama del texto, alegando que de otra manera era infilmable.

En 1972 aparece el nombre del chileno Alejandro Jodorowsky, quien levantó un megalómano proyecto de cuatro horas que involucraba a nombres como Salvador Dalí, Mick Jagger, Orson Welles y Pink Floyd, en lo que hasta hoy se considera la mayor y más cara película jamás filmada. El coloso zozobró a los dos años, aunque ideas de esta adaptación acabaron en filmes como Alien, Star Wars, Akira y Blade Runner, además de los cómics El Incal y La Casta de los Metabarones, del propio Jodorowsky.

El británico Ridley Scott cogió la posta en 1982, pero tras el fracaso comercial de Blade Runner no consiguió financiamiento y es aquí donde entra de Laurentiis y David Lynch y todo se fue aún más al carajo. Tras el agujero crítico y económico que dejó el filme, Dune pasó a la estantería de proyectos pendientes y deseados, en los cuales aparecieron nombres como Peter Berg, las hermanas Washowski y Darren Aranofsky. En el entreacto, John Harrison adaptó los tres primeros libros en un par de miniseries emitidas en 2000 y 2003 por el Sci-Fi Channel, muy valoradas por su fidelidad a la fuente original y por ser el debut del actor inglés James McAvoy en una producción estadounidense. 

Tras el éxito de Game of Thrones, la productora Legendary presentó a HBO una idea de serie de TV que adaptara todos los libros de la saga, pero finalmente se inclinaron por un proyecto para la pantalla grande a cargo de Denis Villeneuve, el premiado director responsable de La llegada y Blade Runner 2046.

Reconocido fanático de la saga literaria, el realizador canadiense se refirió desde un inicio a esto como el proyecto de su vida, invitando a la empresa a otro nerd de Dune, el músico Hans Zimmer. En una apuesta arriesgada, Villeneuve optó por dividir el primer libro en dos películas, la última de las cuales se acaba de estrenar con elogios unánimes. Por supuesto ha dejado abierta su intención (y la trama) de proseguir con Mesías y tal vez con Hijos de Dune.

Curioso: en la nueva adaptación, Villeneuve no usa ni repite aquello de “el durmiente debe despertar”. Sin embargo, en un bonito homenaje a Lynch, la frase se desliza entre diálogos.

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