Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Reportajes

5 de Agosto de 2022

“Considero a los universos paralelos como trampas, la típica caverna platónica”: El escritor Julio Rojas se sumerge en los metaversos

Crédito: Lorena Palavecino H. / Penguin Random House

El escritor y creador de la exitosa audioserie Caso 63, acaba de lanzar su nueva novela, que gira en torno a una humanidad futurista, inserta en múltiples metaversos. En entrevista con The Clinic, habla sobre cómo la ciencia ficción es, muchas veces, un oráculo del futuro. Un futuro que, dicho sea de paso, observa con pesimismo. “Todas estas predicciones y visualizaciones de cualquier cosa, que ahora están vigentes, fueron prediseñadas, porque finalmente la ruta del conocimiento y la creatividad siguen la misma carretera”, asegura.

Por

En un futuro ni tan lejano, las personas conectan su mente a un dispositivo y se transportan a una simulación virtual avanzada. A un metaverso donde sólo el ojo entrenado puede distinguir las discrepancias con la realidad. Ahí, los usuarios pueden elegir sus avatares, y modelar su cuerpo como si fuese una escultura de mármol. Pueden sentir placer o dolor, según lo deseen. Cometer los crímenes más atroces, vivir experiencias extremas, enamorarse, e interactuar con seres artificiales que cargan esa “chispa” que llamamos consciencia. Un campo de juegos perfecto.

Ese mundo, que con las contantes revoluciones tecnológicas está cada día más cerca, es un elemento central de la última novela de Julio Rojas, “El Final del Metaverso” (Penguin Random House, 2022).

Conocido por ser el creador de Caso 63 -la exitosa audioserie de Spotify- y guionista de múltiples películas y series -como “La Vida de los Peces”-, Julio Rojas retorna con este texto a la ciencia ficción, quizás el género que lo hace sentir más cómodo.  

Su relato es cautivante, y en cada página denota lo que pareciera ser una comprensión fundamental de su imaginario: la ciencia ficción es una pequeña ventana por la que uno puede mirar hacia el futuro.

En entrevista con The Clinic, Julio Rojas abre las puertas de su mente creativa. Habla de las virtudes de la novela a la hora de diseñar universos paralelos. De cómo las distopías futuristas bien podrían ser el panorama de los próximos siglos. Y de que, tal vez, sólo tal vez, lo que entendemos por real sea una mera ilusión. “Siddhartha Gautama frente al Árbol de Bodhi, ¿Qué descubrió realmente? ¿Qué fue la iluminación? Y se rompe el velo de la realidad. ¿Hacia dónde fue?”, se pregunta.

-Sueles trabajar en guiones de series y películas, además de audioseries. ¿Qué ventaja frente a estos otros formatos te otorga la novela, el libro, en términos creativos? Específicamente al escribir ciencia ficción.

-Primero, hay cosas en común. En cualquier formato narrativo, el tema de la instalación del punto de vista es lo fundamental. El punto de vista es tu guía, y en una audioserie es súper fácil de definir, porque uno está escuchando a alguien y no sabe qué va a seguir. En una serie o una película, la cámara está como enamorada del punto de vista, y va con el personaje y uno sigue la ruta.

-Entonces, ¿qué distingue a la novela?

-En una novela, claro, la posibilidad de seguir a alguien también es perfecta, pero también la ventaja es que uno puede expandir universos, y uno puede tener muchos más puntos de vista que en una pieza audiovisual. Pero quizás la mayor ventaja es que uno puede empezar a hacer “doble click” y profundizar, sobre todo en ciencia ficción.

-¿Tienes un formato preferido dentro de estos que mencionamos?

-La audioserie me ha volado la cabeza. No sé si es un recuerdo real, porque tengo ciertas dudas con el tema de los recuerdos cuando niño; qué cosas vienen de fotos y qué cosa me gustaría que hubiera pasado, pero tengo la sensación de haber escuchado con mi abuela “Lo que cuenta el viento”, la audioserie chilena de terror.

Indagando en esa maraña de memorias, Julio pone de ejemplo su capítulo preferido de “Lo que cuenta el viento”, que lo dejó sin dormir por noches. Por lo mismo, ve la audioserie -antaño conocida como radioteatro- como un “formato atávico, tan de fogata”, que tristemente “se durmió” con la masificación de las pantallas.

“Pero escuchar una historia genera una carretera neural muy extraña e íntima, sobre todo para géneros que tienen que ver con ciertos miedos básicos que se activan”, dice. Recalca su origen en los campamentos, donde un buen cuentacuentos atemorizaba al resto con los relatos más macabros e imaginativos. Y para Julio, eso “funciona mil veces mejor que ‘El Conjuro’ o cualquier película que estés viendo (…). Te cagas de susto finalmente, porque está dentro de ti, el miedo”.

“Entonces, la audioserie es mi género preferido por el tema de la meta-sintagma de que estás tú generando tu propia historia”, concluye.

El autor y su libro. Crédito: Lorena Palavecino H. / Penguin Random House

Quizás ese amor por la audioserie es lo que tiene al autor trabajando dos nuevos proyectos en el mismo formato. Ambos son de ciencia ficción. El primero tiene que ver con una fallida misión colonizadora a Marte. Los colonos vuelven a la Tierra, y en ese difícil proceso de reinserción, mientras se descargan con un terapeuta, van dando luces de qué salió (tan) mal en el planeta rojo.

La otra obra en gestación es vanguardista. Y Julio Rojas no oculta sus ansias por que vea la luz. Trata de un tipo en soledad, en la Antártica, que mantiene un diálogo con una inteligencia artificial (IA) “de compañía”. El punto está en que las líneas de la IA las está generando una verdadera IA: el escritor lleva un tiempo conversando con la avanzada GPT-3 de OpenAI -empresa fundada por Elon Musk-, reconocida por producir textos que simulan la redacción humana. “Es una locura porque en el fondo estoy coescribiendo con una inteligencia artificial (…). Tiene unos arranques de creatividad increíbles, si es que uno puede comprender eso como creatividad”, admite.

“Hay una tensión que pareciera que se resuelve escapando”

-Entremos al libro. Hablas profusamente del metaverso, concepto que todavía puede sonar lejano, pero hoy tenemos a compañías como Meta -ex Facebook- que trabajan por crear y potenciar un metaverso de carácter “universal”. ¿Nos estamos acercando inevitablemente a existir en un mundo virtual como el que planteas en tu novela?

-Creo que sí. Hay una sensación de escapismo en todos, en todas las culturas y en toda la civilización actual. Hay una tensión que pareciera que se resuelve escapando y yo soy muy desconfiado con el tema de escapar a otros planetas. Creo que es súper inviable.

-¿En qué sentido?

-La ciencia ficción desde los 50 en adelante lo romantizó, pero finalmente, ¿por qué me voy a ir a vivir a Marte? A irradiarme. ¿Por qué? Mejor voy a invertir esas lucas acá. Creo que una evasión posible, y un poco terrorífica, va a ser el metaverso con gráficas buenas, donde la gente va a tener una doble vida.

Julio dice que algunos visos de esto se dieron en Second Life -literalmente, “segunda vida”-, ese mundo virtual lanzado en 2003 donde cada usuario tenía un avatar, una casa, posesiones, amigos, etc. Él mismo incursionó en el juego.

“Y es fácil empezar a diferenciar la realidad de la ficción cuando los gráficos son malos, pero cuando los gráficos son buenos… Y cuando uses trajes que van a tener particularidades tecnológicas que son… ¡Es que ni siquiera en 10 años más! Ahora vengo de un congreso donde había compresores de aire que se usaban para experimentar sensaciones táctiles en los labios (mientras jugabas). El teclear una nueva realidad sobre tu cerebro va a generar un nuevo paradigma que ya llegó, y no hay pensamiento ni filosofía -todavía- relacionada. Ni filósofos del metaverso que nos digan ‘oye, cuidado’”, explica con una chispa en sus ojos.

-En otras palabras, una nueva fase en la existencia del ser humano.

-Y esto genera preguntas gigantes. ¡Gigantes! Desde preguntas biológicas, tipo qué pasa con nuestros ciclos hormonales, que están regulados por un tiempo en la realidad, la luz y el sol. Los ciclos de vigilia de luz y oscuridad generan ciertos cambios hormonales. El ciclo circadiano, todo nuestro cuerpo, nuestro cerebro, se modeló en relación a una realidad. Cuando tú bajas a otra realidad, cuáles son los cambios fisiológicos que eso va a generar, eso es una pregunta.

Pero Julio no se detiene sólo en lo fisiológico.

“Hay otra pregunta, de ámbito ético y también legal”, dice. “Si tú haces algo ilegal allá abajo, ¿hay una especie de justicia en el metaverso? ¿Puedes hacer lo que quieras allá abajo? ¿Esa falta te persigue acá arriba, o si generas un crimen aquí arriba te persigue allá abajo? ¿Cuál es la marcación de tu pasado legal?”.

O los aspectos emocionales. El amor con maquillaje digital.

“¿Puedes tener una relación allá abajo? ¿Una comunidad, una familia? ¿Tienes que decir aquí arriba que las tienes? Es una locura, pero no es una locura en el sentido de ‘seamos súper voluntaristas, esto va a pasar como dentro de 50 años más’. Estamos hablando del próximo año”, proyecta.

-Es interesante que hables del metaverso como algo “allá abajo”, y de la realidad como que está “acá arriba”. ¿Por qué esa distinción?

-Buenísima pregunta. Yo considero realmente los metaversos como trampas, como la típica caverna platónica. Los universos simulados están de alguna manera conectados con tu nivel de conciencia y nivel de trampa. Por alguna razón, las trampas las encuentro más subterráneas. Y salir de una trampa, que sería salir de un metaverso, implica topográficamente una figura casi literaria, que es como subir por el tragaluz, emerger. Es por eso. Quizás tiene que ver con un tema de la realidad y los inframundos.

La ciencia ficción: una pincelada del futuro

Mucho antes de que los antidepresivos existiesen en el mercado, Aldous Huxley esbozaba la idea del “Soma” en su novela “Un Mundo Feliz”, publicada en 1932. El Soma era, en resumen, la felicidad hecha pastilla. George Orwell, en tanto, presentaba en el clásico “1984”, lanzado en el año 1949, el concepto del “Gran Hermano”, ese sistema de vigilancia omnipresente que tanto se asemeja a la actual recolección de datos personales que realizan redes sociales, aplicaciones y el Estado. Julio Rojas, siguiendo esa tradición, también se aventura en sus relatos con pronósticos de años venideros.

-¿Es la ciencia ficción un oráculo del futuro?

-Definitivamente sí, porque la ciencia ficción es como el hermano Loki del conocimiento humano.

-El personaje mitológico nórdico, que en la saga de Marvel es presentado como hermano del dios del trueno, Thor. A veces, considerado un antihéroe. ¿A qué te refieres?

-Está el hermano o la hermana bien portada, que es como la ciencia y que llega a un nivel. El otro (Loki) llega más lejos, y la ciencia va a recogerlo. Cuando ya están ahí, el que se atreve, porque en el fondo no tiene qué perder, es la ciencia ficción. La ciencia ficción va generando cosas, y esa especie de dupla un poco esquizofrénica, entre ‘policía bueno y policía malo’, de la ciencia y la locura de la ciencia ficción, genera conocimiento. Entonces, uno ve que -como tú dices- todas estas predicciones y visualizaciones de cualquier cosa, que ahora están vigentes, fueron prediseñadas, porque finalmente la ruta del conocimiento y la creatividad siguen la misma carretera. Y una finalmente está restringida por ciertas cosas, pero la otra sigue de largo.

No obstante, Julio hace una distinción clave.

“Eso pasaba hasta un momento. Pero cuando empiezas a hablar de un metaverso, y empiezas a hablar de una realidad simulada… Allá abajo no hay ciencia. Tampoco hay ciencia ficción. Los límites son los que tú quieras experimentar, y esa especie de sensación de libertad absoluta que te puede dar un metaverso puede ser muy dañina”, dice.

-Capto un dejo de pesimismo…

-No soy optimista con respecto al tema de los metaversos. Creo que pueden ser un “Soma” donde la gente puede en un momento decir “saben qué, chiquillos, aquí tengo todo tipo de problemas, todo tipo de desigualdades, todo tipo de abusos, allá abajo soy feliz. Alimentación parenteral, un par de pañales, alguien que me cambie la cuestión y que me alimente y chao, me voy para abajo”.

-En tu novela, hablas de un “cóctel feroz”, ocurrido a finales de “los años veinte”, o nuestro tiempo contemporáneo. Ahí describes una mixtura de “cambio climático, crush económico, estallido social, gran pandemia, y un metaverso sin regulación moral”. Todo conforma un “cóctel cargado de rabia”, que derivó en que la población mundial se redujera a un tercio, tras guerras y otros cataclismos. ¿Es ése tu vaticinio?

-Hace 30, 40 ó 50 años, si uno ve las noticias, la cantidad de cosas amenazantes que decían con respecto a nuestro futuro eran mucho menores a las que pasan ahora. Por ejemplo, tercera guerra mundial, China se mete o no se mete (a Taiwán)…  Estamos caminando por el filo de un cuchillo, donde cualquier cosa puede salir mal. Pero eso puede -en este “cóctel feroz”- desequilibrar completamente el sistema, y lo puede fracturar. Basta con que se rompa un cinturón de vientos en el Ártico, unido a algo que pasó en Ucrania, unido a que cayó el Bitcoin y que un millonario tuiteo una hueá… Esas cosas impredecibles nos pueden destruir completamente, ideológicamente, o algún país. Puedes hacer colapsar una civilización. Eso nunca había pasado antes, que una civilización colapsara por multi variables tan posibles.

Julio continúa el silogismo, convencido: “Entonces sí, creo que el ‘cóctel feroz’ es real. No soy muy optimista, porque las películas siempre nos enseñaron que teníamos que cuidar el medio ambiente, de alguna manera establecer ciertas responsabilidades. Y nunca pasó nada. Después, con la pandemia… Yo pensé y creo que todos pensábamos antes de la pandemia que íbamos en un auto a alta velocidad”.

-¿Cómo así?

-Es como cuando uno va en la parte de atrás del auto y dice “chucha, este hueón va muy rápido, ¿Sabrá manejar bien?”. Y de repente nos dimos vuelta, y vimos un accidente automovilístico como civilización, y uno piensa después de los accidentes que no te vas a volver a subir a un auto a alta velocidad porque, en el fondo, hay una especie de estrés postraumático, y te quedas un poco piola. Y nada hueón. Nada.

-¿”Nada”?

-Los malls llenos de gente, todo el mundo como si nada hubiera sucedido. Seguimos predando. Entonces ya no hay posibilidades de una situación de “tomémonos de las manos, racionalicemos todo esto y finalmente disminuyamos la emisión de carbono”… Como que no va a suceder de verdad. Esta es una situación causal. Cagamos.

Las cuatro sombras

En su libro, Julio Rojas identifica “cuatro sombras” propias del comportamiento humano, que fueron prohibidas y eliminadas del metaverso. Su ausencia deriva, finalmente, en la anhelada paz social. Estas son “el cuerpo” -entendido como la discriminación en base a rasgos físicos-, “la asimetría de poder”, “la ideología excluyente”, y “el miedo”.

-¿Ves en estos cuatro conceptos los mayores males que afectan hoy a nuestra sociedad?

-Creo que son las semillas. Bueno, sí, definitivamente el tema del odio hacia el cuerpo y hacia el otro por su cuerpo es ridículo. Somos un conglomerado de células. ¿Por qué deberíamos odiar un conglomerado de células con ciertas tensiones, ciertos órganos reproductivos, con o sin ciertos genomas? Es muy loco que alguien se sienta amenazado por eso. En el metaverso esa variable se va al tiro (por la existencia de avatares). Creo que al principio el metaverso sí va a hacer una replicación de las relaciones. Todas las preconfiguraciones de odio se van a traspasar al comienzo. Pero después, ¿por qué vamos a tener diez dedos? ¿Por qué vamos a tener brazos y los ojos arriba? Ahí se va la primera sombra: el cuerpo. Igual ésa es una buena noticia.

-¿Se pueden jerarquizar estas cuatro sombras? En el sentido de si hay una que consideras más “urgente” de resolver.

-Creo que las cuatro sombras generan un núcleo, una especie de estrella de la muerte indivisible. La asimetría del poder, de dónde viene. Del miedo. Viene del cuerpo. Esto es una especie de entidad, de orbe oscuro, una especie de “Egregore” (o mente colectiva). Es muy loco eso. Cuando tú tomas distancia, todo el mundo está de acuerdo con que eso está mal (…). Pero realmente, la comprensión de que algo malo se incrustó en la civilización, y nos está autodestruyendo, tiene que ver precisamente con que está todo enraizado, una cosa con la otra, y no podemos separarlo.

“Una ilusión que hay que romper”

-Me llamó la atención que en la novela usas palabras que provienen del hinduismo, como “Maya”, para referirte a uno de los metaversos. “Maya” aquí significa “ilusión”. También hablas de la meditación profunda como un mecanismo para traspasar la frontera entre el mundo virtual y la realidad. ¿Cuál es tu relación personal con estas muestras culturales de Oriente?

-Yo medito. Medito todos los días desde hace años en la mañana temprano, y tengo más afinidad por el budismo. Pero claro, “Maya” es “la ilusión”, y me pareció súper coherente que, si vas a hablar de un metaverso, estamos hablando de una ilusión que hay que romper. Y bueno, uno se puede preguntar… Siddhartha Gautama frente al Árbol de Bodhi, ¿Qué descubrió realmente? ¿Qué fue la iluminación? Y se rompe el velo de la realidad. ¿Hacia dónde fue?

-¿Superó la “simulación”?

-Claro, eso tiene mucho que ver con el tema de romper una especie de simulación. Lo que podría pasar -no digo que pase- es que si estamos en una simulación real alguien, algún programador, dejó alguna pista o dejó algo para generar un mecanismo de salida. Ese mecanismo de salida se perdió en el tiempo, pero sabemos que hay mecanismos de salida…

“No lo he experimentado, pero tengo la sensación de que esa preconfiguración que hacen los grandes místicos, cuando establecen que dejar la mente afuera e intentar percibir la realidad y la respiración genera una especie de nueva percepción de la realidad, no tiene que ver con que estés construyendo una nueva trampa, sino que estás quizás saliendo de una trampa”, reflexiona Julio en tono contemplativo.

-Esto se hila con mi última pregunta. Como los personajes de tu libro y con tanto glitch y suceso inverosímil dando vuelta, ¿te cuestionas a veces si esto que vivimos es la verdadera realidad? 

-Completamente. Bostrom, un filósofo, dice que la posibilidad de que vivamos en una simulación es más del 50%, y en el fondo tampoco podemos comprobarlo, porque estaríamos usando las herramientas de la simulación para intentar comprender que estamos ahí.

Julio dice que ha leído sobre al menos tres elementos del universo que podrían ser señal de esto. “Uno es que pareciera que el universo redondea las cifras y eso es muy loco. Lo otro es que pareciera que es todo demasiado perfecto a veces, y que hay anomalías de sincronías que son inexplicables”.

Eso sí, lo más importante, asegura, es la comprensión de que como especie podemos configurar un universo simulado complejo. “Y esta sensación de poder explicarse con simulaciones los eventos de la realidad nos va a llevar naturalmente -siguiendo una línea lógica- a una gran simulación de la realidad. Y si eso es así, uno se podría preguntar: ¿si eso va a suceder en el futuro, no podría haber sucedido ya?”, se cuestiona.

-Perdón pero, ante esa noción, ¿cómo no se cae en el nihilismo absoluto? En el perder el sentido de todo lo que nos rodea.

-Creo que la respuesta es que, sea que estemos en un videojuego, o sea que esta es la dura y terrible realidad, uno tiene que seguir preparándose un café, y seguir en el día a día. Un día a la vez porque, si no, nos volvemos locos.

Notas relacionadas

Deja tu comentario