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Mundo

14 de Abril de 2013

Turismo de guerra en Corea

Ni las amenazas nucleares de Kim Jong-un apartan a los turistas de la frontera del Paralelo 38, convertida en un parque bélico.

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Vía ABC.es
Un parque de atracciones no parece el lugar más probable para que estalle una guerra, pero eso es justamente en lo que se ha convertido la frontera entre las dos Coreas. Desde el final de la contienda que ambos países libraron hace seis décadas, el Paralelo 38 divide al Norte comunista del Sur capitalista. Entre medias, una franja de cuatro kilómetros de ancho y 240 de largo que, a pesar de llamarse “Zona Desmilitarizada”, congrega a ambos lados la mayor concentración de armamento, minas y tropas del mundo.

Sin las alambradas y empalizadas que recorren la frontera, en medio se ubica el ya legendario puesto de Panmunjom, un “área de seguridad conjunta” bajo el control de la ONU donde los soldados del Norte y el Sur patrullan a cara descubierta a unos pasos de distancia. Separados sólo por una raya en el suelo, que atraviesa también las casetas azules donde ambas partes se reúnen para negociar, los militares surcoreanos hacen guardia en una especie de duelo silencioso con los del Norte. Con la mirada oculta bajo unas gafas de sol y medio cuerpo protegido tras las casetas, se pasan las horas rígidos y apretando los puños y los dientes intentando intimidar a los soldados del otro lado. Y, por supuesto, también entretener a los 600 turistas que visitan Panmunjom cada día, que no han dejado de acudir en masa por las amenazas del joven dictador norcoreano, Kim Jong-un.

Por menos de 100 euros, uno puede asomarse a la última frontera de la Guerra Fría gracias a las excursiones que, incluyendo una comida tradicional en un restaurante local, ofrecen las agencias de viaje de Seúl. Para darle más emoción al asunto, los turistas deben seguir unas estrictas normas de seguridad, como no señalar con el dedo a los soldados norcoreanos para que no crean que les están apuntando, y hasta firmar una declaración eximiendo a la empresa de cualquier responsabilidad “en caso de herida o muerte como consecuencia de una acción enemiga al entrar en territorio hostil”.

Fotos con Corea del Norte al fondo
Pero, a cambio, pueden hacerse todas las fotos que quieran ante el edificio de Corea del Norte desde el que algunos militares vigilan con prismáticos. Hace siete años, cuando este corresponsal visitó Panmunjom por primera vez, estaba prohibido tomar fotografías del lado norcoreano y sólo podían hacerse desde el autobús. Ahora sorprende la facilidad con que los turistas posan con la hermética Corea del Norte a sus espaldas. “Para nosotras, venir aquí era el objetivo principal del viaje porque se trata de un lugar lleno de misterio y al que no se puede llegar fácilmente”, se congratulan dos jóvenes turistas taiwanesas tras retratarse, ya dentro de una de las casetas, junto a un fornido soldado surcoreano tan inmóvil que ni siquiera parece respirar. Como estrategia para minar la moral de las tropas del Norte, donde la estatura y el peso han decrecido por la escasez crónica de alimentos, Seúl escoge a sus reclutas más fuertes, altos y guapos para este cometido.

Escenario de enfrentamientos mortales, como el “incidente del hacha” que costó la vida a dos militares estadounidenses en 1976 o la deserción de un traductor ruso en 1984, la frontera del Paralelo 38 tiene otros muchos “encantos”. Desde el “Puente Sin Retorno” donde ambos bandos se intercambiaban espías durante la Guerra Fría hasta el estrecho y claustrofóbico tercer túnel, cuyo kilómetro y medio de longitud fue excavado por Pyongyang a 300 metros de profundidad para que su Ejército pudiera invadir al vecino del Sur. Aunque el régimen estalinista siempre ha negado esta acusación, Corea del Sur descubrió en los años 70 otras tres galerías subterráneas con las que sus militares pretendían penetrar en el país para conquistar Seúl, a 50 kilómetros de distancia.

Otro de los puntos de interés de esta ruta turística es el observatorio del Monte Dora. Con unos prismáticos, desde aquí se puede contemplar cómo los campesinos norcoreanos se esmeran en sus faenas agrícolas en el primer pueblo norcoreano al otro lado de la frontera, Kijong-dong. A pesar de las dignas viviendas construidas intencionadamente en esta localidad, denominada el “pueblo de la propaganda” al pensar los surcoreanos que nadie vive allí en realidad, su imagen dista mucho de la que ofrece el flanco meridional de la línea de demarcación. Mientras en Kijong-dong se alza una bandera de 160 metros de Corea del Norte, en Imjingak hasta se ha instalado un parque de atracciones con unos carruseles y un barco vikingo, como el de las ferias, junto a la exposición de aviones y tanques que participaron en la contienda.

Vía muerta entre las dos Coreas
A su alrededor se erigen el templo que alberga la Campana de la Paz y el Puente de la Libertad, que 12.773 prisioneros de guerra surcoreanos cruzaron en 1953 para volver a su casa tras el armisticio. Por su parte, muchos soldados norcoreanos prefirieron no regresar al opresivo país comunista, como se recuerda en alguna de las numerosas banderas y cintas conmemorativas colgadas en la valla que impide el acceso al puente.

Tras ella, pasa un tren que se dirige a la estación de Dorasan, construida en plena “Zona Desmilitarizada” gracias al “deshielo” de las relaciones entre las dos Coreas en el año 2000 debido a la reunión de sus dos presidentes. Aunque, en principio, esta línea ferroviaria iba a seguir hasta Pyongyang y a enlazar luego con el Transiberiano para llegar a Europa, en la actualidad acaba a pocos metros de la estación ubicada en el lado norcoreano. Toda una metáfora de la vía muerta en que han entrado las dos Coreas.

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