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Cultura

6 de Mayo de 2013

Juglar peregrino: el hombre de las mil voces

Desde hace nueve años Ricardo Díaz se dedica a su pasión: ponerle voces y sonidos a los cuentos chilenos. Se consigue como sea los implementos para grabar lluvias, gallinas, trotes militares y más. Todas las voces las hace él y vende su primer audiocuento, El Padre, de Olegario Lazo Baeza, en las calles de Santiago, donde ha conocido a más de 3mil personas que han corrido la voz sobre su trabajo.

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Es curioso porque Ricardo, de 38 años, tiene una voz suave, muy cordial y modula muy bien cada palabra. Uno no se imaginaría que detrás de su contextura delgada se esconden miles de personajes. Algunos anónimos y otros conocidos, como Eduardo Frei Ruiz-Tagle, Marta Larraechea y Andrés Zaldívar, interpretados con un parecido impresionante a los reales. Ricardo se hace llamar Juglar Peregrino. Así le gustaría que se llamara su editorial, que es su sueño para poder producir y vender audiocuentos de forma masiva. Hoy en día, después de nueve años de trabajo, ha logrado producir profesionalmente el cuento El padre, de Olegario Lazo Baeza. Eso ha significado desde acercarse a la hija de Lazo Baeza, Julia Lazo Jarpa, a generar un guión, grabar las voces y sonidos del cuento, masterizar, editar, diseñar la portada del disco y producirlo. Después de eso vinieron los permisos municipales para vender en la calle donde incluso se puede pagar con Redcompra. Casi todas las voces las hace él y mientras conversa y cuenta historias aparecen viejos, señoras, niños, mujeres sin ninguna tonalidad vocal en común.

Todo autodidacta y todo autogestionado: “por ahí me dicen que soy artista porque hago todo, pero no. Yo me defino como un trabajador del arte. Yo trabajo en pos del arte, porque el arte a mí me salva, no va mi vanidad por delante”, dice Ricardo. Además, por cada diez discos que vende, regala uno a personas ciegas.

El nombre de Juglar Peregrino no es casual porque lo que Ricardo busca es “ir al uno a uno, recuperar la juglería, ir al encuentro de cada uno y celebrar la palabra desde el cuento es algo que para mí, todos deberíamos hacer. Yo pondría en la Constitución que todos los chilenos escribieran su memoria, y que eso quedara en las bibliotecas, en la historia”, dice. Hasta hace unos meses Ricardo se ubicaba con un estand en Manuel Montt hasta que se rompió y se vio obligado a ubicarse cerca del metro Baquedano con nada más que su CD, un parlante para que los caminantes lo escuchen, una cámara para grabar testimonios y una tabla con hojas donde anota los datos de todos quienes se detienen a prestarle unos minutos de atención.

La idea es poder llamar a cada uno cuando su segundo audiocuento, El chiflón del diablo, esté listo. Hoy acumula siete cuadernos llenos con más de tres mil nombres. “Más allá de contártelo desde la vanidad como un gran logro, no. La verdad es que te lo cuento porque he aprendido a conocerme también yo, a conocer a las personas que habitan en la ciudad y ellos me conocen a mí y al mismo tiempo les queda algo. Y me escriben sobre lo que les pasó al escuchar el audio libro”.

La pasión de Ricardo por comunicar partió hace varios años. En el colegio Salesianos de la Alameda, incluso, donde leyó por primera vez el cuento El padre. De los salesianos salió con estudios de técnico en electrónica, pero su vocación no iba por ahí. Estudió un año en una escuela de arte dramática, pero no pudo seguir pagándolo así que se dedicó a trabajar. En eso participó en 1997 en Hágase famoso, del Mega, haciendo humor imitando voces. Pasó varias etapas hasta que quedó eliminado y al año siguiente lo llamaron de las radios para hacer móviles buena onda. Pero después de seis años de hacer voces y entrevistas para radios juveniles, Ricardo se cansó: “Me di cuenta que eso no me llenaba. Que había que sembrar algo, y qué mejor que hacerlo desde los cuentos chilenos”, dice.

Fue así como empezó a dedicarse a la grabación de audiolibros en la casa de sus padres en Cerrillos. Su madre pinta, borda y toca guitarra en un grupo folklórico. Su padre trabaja vendiendo condimentos en un carro y Ricardo vive en la casa familiar donde ha construido sus propios muebles y ha ido armando su estudio de grabación y edición. Para El padre, Ricardo le pidió una gallina a una vecina, hizo lluvia con la manguera y corrió arriba de tablones para simular los trotes de los soldados. Lo hizo todo desde su entorno porque estaba pasando por un momento económico difícil, pero para sus siguientes trabajos quiere grabar todo como lo pensó el autor: “si dice en el Puerto de Valparaíso, vamos a ir al Puerto de Valparaíso”. Por ahí le han dicho que su iniciativa desinsentiva la lectura, pero a él le parece todo lo contrario: “yo encuentro que la potencia, porque si alguien no está muy ligado al libro, un audiolibro potencia la imaginacion, le puede incentivar a leer”.

El padre lo eligió porque le gustó de lo que hablaba. Es un cuento breve, de un par de páginas. Cuenta la historia de un hombre de campo que llega con una gallina en un canasto a un regimiento, a visitar a su hijo que es oficial. El joven se complica y le hace la desconocida y el padre se retira resignado y triste. Ricardo, entre toda la gente con la que habla a diario, un día se encontró con un hombre que le dijo que tenía hijos grandes pero que se lo iba a llevar igual: “Yo le dije ‘llévelo con mayor razón, porque si su hijo ya se tituló regáleselo y que él entienda que no porque el éxito llega a su vida, se olvide de donde viene’. Y me dijo: ‘es verdad, puede que esto le llegue porque no lo veo hace nueve años’. Me dijo que se lo iba a enviar porque hace nueve años que no lo llamaba”, cuenta Ricardo.

Eso es lo que motivaba a Ricardo con este cuento, el “no olvidar las raíces, de dónde uno viene. Parece que con el exitismo que hay, de ir corriendo por el reconocimiento del resto, de depositar la felicidad en eso, en que si vendo me quieren, si compro me quieren, parece que estamos cayendo en el amor condicional más que en el incondicional. Hoy estamos en eso, de borrar con el codo lo que se escribe, de que los padres qué importan”, cuenta y agrega que Julia, hija del autor, le confidenció que esta era una historia real que Olegario había visto, ya que él mismo era militar.

Por eso fue especial para Ricardo que su padre, Fernando Díaz, participara del audiocuento: “cuando grabamos, nos emocionamos, fue un reencuentro entre él y yo, con una historia que no tiene que ver con nuestra historia personal. Pero cuánta gente tiene a sus padres y no los aprovechan”. Lo que también fue importante para Ricardo, fue el hacer el dibujo de la portada del disco, un carboncillo de como imagina al padre del cuento: “eso fue prácticamente mi balsa de salvación en ese minuto en que también tuve un dolor emocional con respecto a algunas situaciones que te pasan en la vida. Tú sabes que tanto el dolor como la dicha extrema dan paso a un momento creativo. Cuando lo hice me reencontré con el dibujo”.

Su iniciativa, al final, nació de algo tan básico como “querer contar algo. Hoy día hay muchos que están en los medios pero no tienen nada que decir, tienen que hacer un estruendo, un escándalo, pero después pasan”. La idea es poder volver a popularizar los cuentos chilenos, “porque hoy la línea programática del Ministerio de Educación, los libros que se sugieren ya no van tan en el ámbito de la estructura de los literatos mas potentes, sino que son mas de ficción. Y les hacen leer libros que de alguna manera potencian el entretenimiento. Y como herramienta educativa bien, pero el lado formativo parece que se está dejando más de lado”, dice Ricardo. Además agrega que la raíz más profunda de su trabajo tiene que ver con la soledad y el encuentro: “a lo mejor desde ahí comenzó esta iniciativa mía, de no sentirme yo tan desolado con la idea. Si voy al encuentro siento que me animo también”


Para obtener el audiocuento El Padre, puedes llamar a Ricardo al 09 6847 13 30

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