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Opinión

27 de Noviembre de 2013

Indigencia cultural

La crítica de artes visuales a nivel periodístico ocupa en Chile un lugar subalterno. No hay dudas al respecto: basta con cotejarla con la producida por la crítica literaria, cinematográfica, incluso culinaria. ¿Las razones de esta pobre presencia? Las mismas de siempre: la paupérrima tradición de las artes visuales en el país, lo que incide […]

Guillermo Machuca
Guillermo Machuca
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La crítica de artes visuales a nivel periodístico ocupa en Chile un lugar subalterno. No hay dudas al respecto: basta con cotejarla con la producida por la crítica literaria, cinematográfica, incluso culinaria.

¿Las razones de esta pobre presencia? Las mismas de siempre: la paupérrima tradición de las artes visuales en el país, lo que incide en la endémica precariedad de su entramado institucional que debiera componerse idealmente por una musealidad, un galerismo y un coleccionismo fuerte y consolidado, pero sobre todo por un público informado, interesado y ávido (en lo posible representado por aquellos que ostentan los poderes políticos y económicos).

El carácter subalterno de esta crítica, se ve reforzado además por el siguiente fenómeno: la presencia inamovible de una cierta clase de crítica (y de críticos) de larga data, expresada en medios conservadores y que otrora le llamaban “impresionista”.

¿Crítica impresionista? Algo muy simple y básico: las impresiones subjetivas (a veces afiebradas, a veces candorosas) del crítico de turno. No es nada nuevo: se trata de una cuestión advertida hasta el cansancio a nivel local (sobre todo desde los años 60 hasta hoy, coincidiendo con el arribo al país de textos e informaciones visuales de las vanguardias internacionales).

Los críticos impresionistas escriben textos como si estuviesen secuestrados o poseídos por seres superiores (absolutamente cuestionables cuando se trata de aquellos que promueven ideologías perversas, zurdas y demoníacas). Las abducciones más socorridas por estos críticos son “nuestro novel y genuino artista”, “su obra, como siempre, sorprende, cautiva, emociona”, “observamos aquí una pintura de intenso colorido y trazo viril”, “el señero maestro del paisajismo criollo”, etcétera.


Las expresiones anteriores no reproducen una caricatura vulgar presente en cierta crítica local. Más allá del sarcasmo, esta clase de concepción del arte incluye también una peligrosa tentación a la “moralina”, la cual se encuentra fuertemente arraigada en la psiquis cultural de la nación.

Un ejemplo reciente (dentro de muchos): la iracunda y cariacontecida (con puchero incluido) reacción de parte de la UDI frente a la película del sobrino de Jaime Guzmán, bautizada como “El Tío”. Ni los herederos de Da Vinci se enojaron tanto cuando Freud insinuó la homosexualidad del genio renacentista en un conocido ensayo; en todo caso, el género de la biografía guarda su rendimiento estético en la especulación y en mostrar la supuesta realidad desde ángulos adversos.

Siempre lo mismo: se confunde la representación con la realidad, la ficción con los hechos supuestamente objetivos, lo estético con lo moral. Sólo los indigentes en términos culturales creen que producir una ficción sobre algún personaje relevante es lo mismo que realizar una investigación histórica o un reportaje periodístico con todo el rigor de la ley (cuestión que no garantiza necesariamente ni la objetividad ni la verdad).

Pero una cosa es segura: al indigente cultural le satisface hasta la saciedad la posibilidad de que la ficción coincida totalmente con la realidad (a la larga, es un fetichista contumaz). De este modo se garantiza de manera eficiente la censura. Para el indigente cultural, la imagen o representación de Cristo es Cristo, la del Che Guevara es la del Che Guevara y la de Guzmán es la de Guzmán. Así de concreto y simple.

Sin embargo, hay diferencias morales entre una coincidencia y otra. El Che no es Guzmán. Uno fue capturado y ejecutado en Bolivia de manera para nada abominable; el otro, en cambio, fue vilmente asesinado a las afueras del Campus Oriente de la UC en Ñuñoa. Moral e ideológicamente, uno estaba equivocado y el otro no.

Para el crítico impresionista y el indigente cultural, ciertas obras de arte representan opciones o valores morales irrestrictos. En particular, cuando se trata de la representación estética de alguna figura conocida, sobre todo si esta encarna determinados valores políticos del gusto del impresionista o indigente. Sintomático ha resultado al respecto la reacción de la derecha frente a la avalancha de informaciones visuales y audiovisuales reproducidas en los medios relativos a los 40 años del Golpe este año.

Otro ejemplo: en este instante, se presenta una exposición en el MAVI del artista local Mario Navarro, titulada “Laboratorio Rojo”. La muestra en cuestión alude a aspectos biográficos del cantante popular Dean Reed, conocido activista antiestadounidense, que falleció en 1986 en extrañas circunstancias en Berlín Oriental.

Al margen de si la biografía política del cantante aludido pueda ser abordada con plenitud por las artes visuales, lo relevante para esta columna tiene que ver con la crítica aparecida en Artes y Letras de El Mercurio, el día domingo, y firmada por el eminente crítico Waldemar Sommer. Al definir la muestra de Navarro, la edición del suplemento dice lo siguiente: “Homenaje de Mario Navarro a un héroe fallido del siglo pasado”.

Se podría pensar que todo héroe es por lo general fallido (de ahí su grandeza); de esa manera miraron los pensadores a Napoleón durante el siglo XIX.

Pero el crítico de El Mercurio nos dice otra cosa del supuesto heroísmo de Reed. Destaca su carácter patético, sirviéndose de la obra como un simple medio. Señalemos –para concluir- un ejemplo con el que Sommer finiquita su “análisis” (verdadero recetario de las más elevadas abducciones): “frágiles construcciones como castillos de naipes, también magnificados en grandes fotos suyas con líderes marxistas, o en madera y metal igualmente precario. Acaso los objetos mostrados –botas, a la vez polvorientas y caras; pistolas, inofensivas y burlonas- sintetizan mejor el anhelo frustrado de un soñador de ilusiones equivocadas”.

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