Opinión
29 de Diciembre de 2013Devoción por el infierno
Vía Revista Replicante Frente a El karma de vivir al norte[Sexto Piso, 2013],de Carlos Velázquez,no tengo palabras. Desencanto, tal vez. Debo admitir que es el primer libro que leo de él, a pesar de la popularidad de su Biblia Vaquera. Hay tan buenas críticas de sus libros anteriores, y si no te previenes éstas terminan por morderte […]
Compartir
Frente a El karma de vivir al norte[Sexto Piso, 2013],de Carlos Velázquez,no tengo palabras. Desencanto, tal vez. Debo admitir que es el primer libro que leo de él, a pesar de la popularidad de su Biblia Vaquera. Hay tan buenas críticas de sus libros anteriores, y si no te previenes éstas terminan por morderte los tobillos y obligarte a escribir lo que quieren leer los demás. O peor aún: lo que el propio autor quiere leer en reseñas elogiosas.
¿De qué va El karma de vivir al norte? Es una compilación irregular de crónicas. Un libro cuya edición fue mal sopesada pero que ha recibido críticas favorables tanto nacionales como internacionales: “Destroyer de la literatura mexicana actual”, publicó el periódico español El País para referirse a Velázquez.
Lo leí dos veces. La primera vez completo, la segunda a salto de mata, releyendo las crónicas que antes había marcado como favoritas, aquellas que me parecían interesantes por los elementos narrativos que empleó el autor; incluso intenté con narcocorridos como música de fondo. Algunas de las crónicas de El karma de vivir al norte destacan y se sostienen por sí solas, pero en otras en otras se cumplen algunos puntos de la teoría del héroe de Vladimir Propp en Morfología del cuento: la prohibición es transgredida. Aceptación: nuestro héroe en algún momento determinado decide partir. Reacción del héroe: supera las fallas o las pruebas, vence así las adversidades. Marca: el héroe queda marcado, para luego hacer de esa marca un estandarte. Victoria: el héroe derrota al antagonista, a los malos de las crónicas. Regreso: el héroe vuelve a casa. Un autor que hace de personaje que en un momento se enfrenta a circunstancias adversas —la lucha entre dos cárteles por el control de Torreón— y que en la mayoría de las ocasiones consigue salir adelante tras enfrentar las mismas circunstancias adversas con un toque de rebeldía, además de muchos otros de mota, muchas drogas —soy redundante: el libro también lo es—, poco sexo salvo una que otra escena recatada, cumbia en lugar de rock y balazos al por mayor, como en una escena de película de Juan Orol —y es que en las crónicas de Carlos Velázquez abundan loshappy endings. “¡Uff!”, exclamamos al terminar de leer una crónica donde pasamos buenos sustos. Al parecer, los libros de caballerías ahora se escriben en el norte del país: en vez de lanzas, R-15 o Kaláshnikov; en vez de poesía (el mismo autor ha llegado a señalar que escribir poesía es de “maricones”), coca, mota y alcohol (repito: soy redundante…); en lugar de corceles, trocas Lobo; en vez del reino, Torreón, un país y un grupo de autores que explotan con beneplácito una temática que por demás es macabra, realista, pero de la cual sólo obtienen espectacularidad, porque el fenómeno del narcotráfico también lo llega a ser, de tal manera que se supera la denuncia para hacer de la violencia un atractivo casi para turistas.
Otras crónicas del libro se quedan a medias. Lees. ¡Puta, qué chingón!, y al dar la vuelta a la página llegas a una en blanco (como en aquel cuento de Cortázar, nada más que aquí sigues con vida), lo cual significa que ahí terminó la crónica. Si se trató de la edición, se lo teníamos que preguntar a Carlos Velázquez. Lo cierto es que al menos a mí en algún momento me parecieron crónicas presuntuosas de un libro que no alcanza a sostenerse. El lector tiene la última respuesta. Por lo pronto, aquí va la entrevista que sostuvimos con Carlos Velázquez en exclusiva para Replicante.
—¿Narcoescritor o escritor cuya temática trata de narcotráfico?
—Los narcoescritores no existen. Existen quienes se dedican a escribir sobre el tema. Pero no es mi caso. Creo que el libro hace enfásis de que no trata sobre el narco. Es sobre la violencia que padece un ciudadano de a pie que se encuentra atrapado en un territorio disputado por dos cárteles de la droga.
—Algunas de las crónicas de El karma de vivir al norte dan la imprensión de estar incompletas, como cortadas de tajo, ¿es a propósito o es resultado de una mala edición?
—Eres la primera persona que me hace esa observación. El libro no es perfecto, pero no es ahí donde residen sus fallas. No sé bien a qué te refieres con mala edición. Los textos obedecen a mi impulso solamente, y en algunos casos yo he querido hacerlo fragmentario, episódico. Quizá, debido a su extensión, las crónicas más largas parezcan las mejor logradas. Puede que así sea, pero las otras cuentan con mi total devoción. Si lo hubiera deseado, habría hecho un libro donde las crónicas fueran todas iguales, pero no se me antojó.
—¿Qué es lo que aferra a los hombres a continuar viviendo en sus ciudades aun cuando éstas se convierten —te cito— en un maldito infierno?
—Esa es una pregunta que nos podemos responder cualquiera de nosotros. Tú mismo vives en una ciudad que ha alcanzado ese rango por momentos. Supongo que a pesar del estado de las cosas, yo he encontrado en Torreón algo que no puede proveerme otro sitio, por eso continúo.
—En una nota de El Universal Diego Osorno destaca que así como se escribieron crónicas en torno a sucesos como el del temblor del 85, ahora se escriben para narrar lo que ocurre en el norte del país con un fenómeno tan complejo como lo es el narcotráfico, ¿estás de acuerdo en que ahora mismo no sólo se cuenta lo que sucede en el norte sino en el país en general, o, por el contrario, crees que la literatura del narco tiene los derechos reservados en el norte y que el centro y el sur quedan como meros observadores, o lectores?
—No entiendo muy bien la pregunta. Sobre el narcotráfico se ha escrito también desde el sur. Como ejemplo está La Mara, de Rafael Ramírez Heredia.
—Marihuana, piedra, coca… cervezas de a chingo, parece que además de un libro de crónicas también es un manual para acercarse a distintas drogas y sus efectos, algo que nos recuerda a Hunter S. Thompson.
—Así como el libro tiene como objetivo no tener tintes de heroísmo ni de sentimentalismo o victimización, no hay en él ninguna vocación por ser un “manual”. La mayoría de los adictos son gente pobre, económica, física y moralmente, por lo tanto creo que están muy alejados de Hunter S. Thompson.