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Opinión

12 de Marzo de 2014

La herencia ambivalente

La pluma de Gabriel García Márquez retrató magistralmente el viaje final de Simón Bolívar por el río Magdalena. “¡Cómo voy a salir de este laberinto!” es la frase del Libertador que traduce los últimos días de un hombre atormentado por la enfermedad, por la contingencia y por una insaciable sed de poder. Mientras que su […]

Carmen Mc Evoy
Carmen Mc Evoy
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La pluma de Gabriel García Márquez retrató magistralmente el viaje final de Simón Bolívar por el río Magdalena. “¡Cómo voy a salir de este laberinto!” es la frase del Libertador que traduce los últimos días de un hombre atormentado por la enfermedad, por la contingencia y por una insaciable sed de poder. Mientras que su antiguo tutor, Andrés Bello, cruzaba el Atlántico para sentar en Chile las bases culturales de la república imaginada, Bolívar caía preso del pesimismo y la desilusión. Compleja, ambivalente y porqué no decirlo, peligrosa para la gobernabilidad republicana, es la herencia histórica del referente más importante de la revolución bolivariana, que hoy enfrenta su crisis más importante.

La crisis del regimen fundado por Hugo Chávez es de gobernabilidad, pero también tiene que ver con un modelo de redistribución costoso y corrupto, que no satisface las justas aspiraciones de una golpeada clase media. Sin embargo, la crisis venezolana puede, asimismo, asociarse a las contradicciones internas de un paradigma cultural, el bolivarianismo, asumido sin la menor crítica por sus promotores. Porque es difícil comprender que el hombre que lo inspirara dijera, alguna vez, que un Estado dependiente de un individuo “no merecía existir”, agregando años después que el “hábil despotismo” era lo que Hispanoamérica verdaderamente requería. La carta enviada a Francisco de Paula Santander en la cual un Simón Bolívar, aposentado en Lima, señala que la existencia del Perú era un imposible sin su presencia es una prueba contundente de un personalismo desbordado.

Estudios recientes han señalado que, como buen seguidor de Machiavello, Bolívar entendía la naturaleza del poder y es por ello que para preservarlo no ahorró ningún tipo de escrúpulo. En esa clave interpretativa no debiera sorprendernos, entonces, la entrega de Francisco Miranda a los españoles; la guerra a muerte contra sus enemigos a los que ejecutó sin piedad; las renuncias fingidas y simuladas para retornar al poder supremo; su responsabilidad directa en el fusilamiento de Piar, ya por venganza o ya por temor a la «pardocracia» o temor a la insurrección de los pardos y mestizos. A estos Bolívar no solamente despreciaba sino que temía. Lo que no debe olvidarse, y eso es un tema trabajado por Clement Thibaud, es que las contradicciones y el comportamiento ambivalente de Bolívar sólo se entienden en el contexto de la guerra incesante en la que transcurrió su corto pero intenso paso por la vida.

“Con las uñas vamos a defender la patria de Bolívar”, declaró ante las cámaras de televisión una de las miles de mujeres que participaron este fin de semana en la movilización pacífica convocada por el gobierno de Nicolás Maduro. Sorprende que la paz deba defenderse con las uñas así como, también, impresiona ver a una muchedumbre compacta acompañando a un descendiente de Bolívar, Leopoldo López, camino a su detención. Su delito, de acuerdo al oficialismo, es promover un “golpe de Estado” contra un régimen democrático. A pesar que unas elecciones muy cuestionadas legitiman el gobierno del heredero de Chávez, existe un importante número de venezolanos, entre ellos miles de estudiantes universitarios, que defienden la política de la calle. Esta pareciera ser la única “salida” para enfrentar un gobierno que no escucha a la oposición. “Los venezolanos que piensan diferente no son fascistas”, afirmó hace unos días Henrique Capriles, refiriéndose a una serie de acusaciones que buscaban desmerecer los esfuerzos de una clase media cansada de la demagogia, la corrupción, la falta de oportunidades, la delincuencia y el abuso verbal y físico del gobierno.

La polarización que se vive en Venezuela no es un fenómeno meramente social. La confrontación violenta entre barrios y clases sociales, pero también entre modos de ver el futuro de la república, nos remite al paradigma político y cultural impuesto por Bolívar en los años de la guerra a muerte. Para el impulsor de la dictadura vitalicia en el Perú, la preservación del poder pasaba inevitablemente por el despotismo y por la desaparición del enemigo. Resulta obvio que esta metodología, que no es tan solo privilegio de Venezuela, no favorece el diálogo y mucho menos la tolerancia, el respeto por el otro y la gobernabilidad democrática. Más bien fomenta lo opuesto: una guerra soterrada que hoy ha estallado, ensangrentando la patria de Andrés Bello.

Cuenta Enrique Krauze que nada lo entristeció más en sus visitas a Caracas que el odio inducido desde el micrófono del poder contra el amplio sector de la población que disentía de ese poder. El odio cerrado a la razón, el rechazo a la tolerancia y el diálogo era, de acuerdo a Krauze, la llaga histórica que dejaba el chavismo a su heredero Nicolás Maduro. Aquí habría que añadir que el mundo de los buenos y los malos no fue un invento de Chávez. Este paradigma, poco estudiado en su relación con el quehacer politico latinoamericano, hunde sus raíces en el iluminismo del siglo XIX. Mientras Venezuela no rompa con ese legado, del cual Simón Bolívar bebió con fruición, será sumamente difícil construir una república benevolente y generosa que incluya a todos sus ciudadanos y ciudadanas.

*Historiadora.

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