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Opinión

15 de Octubre de 2014

Fragmentos contra el discurso amoroso

GOO busca el amor de distintas maneras: en largas navegaciones en Facebook con cuenta anónima, tuiteando frases e incluso definiciones sobre aquella manida palabrita, sacándose el tarot virtual, googleando fonos, direcciones, nombres de sujetos que la han amado –aunque sea por una noche–, con extensos diálogos con sus padres, con apuntes escuetos en una libreta de notas.

José Bodhi-Shavuot
José Bodhi-Shavuot
Por

gooyelamorr
La novela “GOO y el amor” (2014) de Claudia Apablaza ganó en 2012 el premio latinoamericano de novela ALBA (Alternativa Bolivariana para los Pueblos de América). Y se lo merece. Pese a que se inicia con ciertas vacilaciones, la obra va creciendo con el transcurrir de sus páginas, comenzando con un pastiche con algunos lugares comunes de los escritores jóvenes del continente que luego da pie a una prosa experimental y atrevida.

El texto se conforma de dos partes, que a su vez dan título al libro. “El amor”, la segunda de éstas, hace olvidar los desniveles de la primera, “GOO” (velado homenaje al álbum homónimo de Sonic Youth).

Como en todos los narradores y narradoras de su generación, es nítida la influencia de Roberto Bolaño en su escritura, sobre todo en la construcción de la prosa, en el guiño inevitable a la autoficción –un tema recurrente en la autora– y en el vocativo de los personajes.

La novela está atravesada por la obsesión de GOO, la protagonista, con el amor. Esto se expresa en dos postulados: encontrar el “verdadero amor” y comprender “qué es el amor”. La cuestión puede parecer extravagante en estos tiempos, pero no lo es. El amor es el concepto que más se produce y se tranza en la industria de la cultura, tan criticada por Adorno y Horkheimer. Se nos vende amor como única forma de regulación emocional, como un fin y no como un medio, como respuesta a todas las preguntas existenciales, metafísicas. En este sentido, la obra se anota un punto al mostrar que esta protagonista es inestable debido, precisamente, a esa obsesión tan contemporánea por el romance. Retrata el sentimiento amoroso como una adicción, lo que es una clara radiografía de la escena de los afectos del mundo de hoy, que ante un individualismo aberrante, actúa reactivamente intentando subsanar la soledad y el desamparo con la compulsión por los afectos de pareja, donde, además, se escucha de fondo la pulsión sexual freudiana, que mientras más la reprime la cultura más omnipotente parece.

GOO busca el amor de distintas maneras: en largas navegaciones en Facebook con cuenta anónima, tuiteando frases e incluso definiciones sobre aquella manida palabrita, sacándose el tarot virtual, googleando fonos, direcciones, nombres de sujetos que la han amado –aunque sea por una noche–, con extensos diálogos con sus padres, con apuntes escuetos en una libreta de notas. También mediante una vida nómada, una trashumancia como escape inconsciente a sus conflictos afectivos, como si fuera ella quien debiera salir en búsqueda del Príncipe azul –uno de los tópicos de la novela– y no él quien la tiene que encontrar, lo que rivaliza con la figura clásica de lo femenino como una doncella en espera de lo masculino que vendrá a redimirla.

Para GOO los hombres no son más que iniciales (A, CO, CM, TD y una infinidad de X). Aunque este recurso es frecuente en la narrativa de Apablaza –y es otro link a la obra bolañesca–, esta vez tiene un sentido profundo: los hombres instantáneamente se convierten en apenas un par de letras que se archivan con rapidez, como si el propósito fuera digerir amatoriamente todo el alfabeto.

Un eje relevante dentro de la obra es la espiritualidad, la posibilidad de purificación en un mundo tan volcado hacia los placeres sensuales y materiales. Se perciben aproximaciones cristianas y orientales al tema, tal como en “Todos piensan que soy un faquir (2013), pero el humor con que siempre juega Apablaza le hace una trampa –al igual que en el libro de cuentos recién mencionado– y nunca queda muy claro si la narradora ve lo espiritual con seriedad o lo aborda desde una crítica a la moda en que se ha convertido para Occidente.

Algunos de los pasajes más notables de la obra nos presentan a un atrabiliario Príncipe azul, en un buen intertexto con “El Quijote” y “La Bella durmiente”. Existen allí grandes dosis de ironía, caricatura, sorna hacia un personaje que el texto mismo se encarga de desmitificar, mostrándonos que no es el ser idealizado y perfecto de los cuentos infantiles (roba, miente, engaña, duda, inclusive la dejó para conocer a otras mujeres). De hecho, hacia el final, dirá que “es un hombre miserable; que ha maltratado a otras tantas”, haciendo énfasis en la dominación de la masculinidad hegemónica y la violencia de género, aspectos del feminismo que podrían haber parecido ausentes o por lo menos débiles si no le hubiese dado centralidad a este paródico personaje.

Con el paso del tiempo GOO se va aburriendo de todo cuanto la rodea. Su vida se aproxima a un límite. Los nombres, países, sentimientos que definen su historia aparecen tachados una y otra vez. Literalmente tachados. Va creciendo la angustia existencial. Y entonces comienza lo más interesante de la novela: avanza hacia la segunda parte sin temer aburrir al lector o volverse críptica al contar solo retazos de historia, para termina en un texto arriesgado, complejo, experimental. Si bien esta técnica no es original o novedosa en la literatura chilena –ni el viaje onírico de la protagonista ni la diatriba con los cuentos de hadas y el beso emancipador–, la voluntad subversiva de estos fragmentos es muy valiosa.

En este contexto GOO sufrirá diversas mutaciones, desde un recién nacido en su bautizo hasta un simple elemento en el ciclo de la vida. Es en esas páginas también donde mejor aparece retratado el mito del amor romántico, con una bruja malvada y, de nuevo, el ridículo Príncipe azul, apelando a una crítica a los finales felices que ensalzan el sentimiento amoroso y normativiza nuestras emociones, cuestiones que tanto daño le han hecho a nuestra sociedad.
Así, la novela va deconstruyendo la noción de amor que predomina en las (malas) artes y el entretenimiento. Y el círculo se cierra con el desplazamiento del amor hacia un hombre por uno que vincula a la protagonista con la trascendencia y la armonía con el cosmos. De este modo, la novela desmonta lo más sagrado del discurso patriarcal, y pone en alerta contra el precario antídoto que entrega la industria del espectáculo para todos los males: el amor.

“GOO y el amor”
Claudia Apablaza
La Calabaza del Diablo, 2014, 128 páginas

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