Opinión
22 de Octubre de 2014Columna: Marxismo Melancólico
A principios del siglo XX no pensábamos enfrentar esta situación crítica. Creíamos que estaríamos en camino del socialismo al comunismo. La realidad es otra y deben enfrentarla todos aquellos que aún creen en la necesidad de construir una nueva sociedad, contra el triunfalismo y la creencia infundada que se estaba ya en camino hacia la extinción del Estado, hacia el fin de la historia.
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El intelectual italiano Enzo Traverso, avecindado hace mucho tiempo en Francia, afirma en una entrevista del año 2007 para la publicación argentina “Políticas de la Memoria” (pp. 101): “Si hay un marxismo posible hoy, tiene que ser utópico y melancólico”. No dice más, pero con esas palabras define un programa de análisis.
En este caso, la melancolía es un sentimiento derivado de las múltiples derrotas, equivalentes a muertes de las esperanzas concedidas a las experiencias revolucionarias.
¿Cuáles son las derrotas que es necesario asumir? Las caracterizamos aquí de un modo sintético.
Una primera derrota es la burocratización del socialismo soviético, primero durante el período de Stalin, luego durante los de Kruschev –cuyo programa reformista resulta ineficaz– y Brejnev, hasta llegar, al final, a los intentos refundadores de Gorbachov. Esa es la gran derrota del siglo XX, pues se trataba de la más importante esperanza en la aparición de una forma alternativa al capitalismo, que en el futuro podría sustituirlo.
Una segunda derrota es el fracaso de la experiencia chilena de tránsito pacífico e institucional al socialismo, que termina dramáticamente con el suicidio de Allende. Se trata del único intento de este tipo y fracasa por la imposibilidad de ampliar el bloque por los cambios hacia eventuales militares progresistas –como los hubo en Perú– o hacia el centro político.
Una tercera es la desaparición del eurocomunismo, que representó una posible nueva vía, válida para las democracias occidentales. Tras la caída de Allende, Enrico Berlinguer escribe “Lecciones sobre Chile”, donde asume que el avance hacia el socialismo requiere una gran mayoría. Sin embargo, el eurocomunismo –también asumido por Santiago Carrillo del PC español y por Georges Marchais del francés–, no llega a puerto y termina por desaparecer. Uno de los factores que explican su fracaso es el surgimiento de la ultraizquierda europea, especialmente italiana.
Una cuarta derrota es la que comienza con la caída del Muro de Berlín y termina con el derrumbe de la URSS y de Europa Oriental. Los intentos de reformas de fines de los 80 no logran estabilizar a la URSS y permiten el surgimiento de sectores partidarios de su disolución.
Una quinta es la derivación de China hacia un capitalismo de Estado. Esa gran revolución oriental, la primera tras la soviética, después de un largo recorrido que pasa por la fase izquierdista de la revolución cultural deriva, tras la muerte de Mao y la disolución de su grupo, hacia el “socialismo de mercado” que ha convertido a China en una potencia económica.
Y una sexta derrota es la estabilización de Cuba en la modalidad de una dictadura de partido único. Esta tendencia se consolida después de la fracasada invasión de Playa Girón (1961), donde el ejército y las milicias derrotan a los invasores. En mayo del año siguiente se descubre que los soviéticos han instalado rampas de lanzamientos de cohetes mirando hacia Estados Unidos, siendo forzados a retirarlas con la promesa de que no habría nuevos intentos de invasión a la isla. Cuba se vincula con la URSS, debiendo enfrentar desde 1991 el llamado Período Especial, suscitado por el derrumbe de la experiencia revolucionaria.
La melancolía predomina entonces entre los marxistas del siglo XXI, ya que todas las esperanzas se han visto frustradas. El marxismo sigue siendo la teoría que mejor explica el capitalismo contemporáneo, incluso en su modalidad neoliberal. Pero las revoluciones que ha inspirado no han tenido éxito. Los socialismos que existen son dictaduras de partido único –como China o Cuba–, lo que significa que son socialismos de Estado y no lo que deberían ser: democracias participativas, la forma superior de la democracia, en convivencia con una economía orientada a satisfacer las necesidades básicas de la población. Así, el carácter utópico que debe tener el marxismo actual, radica en que el verdadero socialismo no ha tenido aún su momento. Y también debe ser utópico porque rescata, en este caso contra Marx, a los llamados socialistas utópicos, o a quienes como Martin Buber o Erich Fromm han continuado esa tradición. Ellos, a su modo, piensan en un socialismo comunitario donde los ciudadanos practicarían ciertas formas de vida en común, a la manera de los primeros kibutz israelíes, o de los falansterios inventados por Charles Fourier a comienzos del siglo XIX.
A principios del siglo XX no pensábamos enfrentar esta situación crítica. Creíamos que estaríamos en camino del socialismo al comunismo. La realidad es otra y deben enfrentarla todos aquellos que aún creen en la necesidad de construir una nueva sociedad, contra el triunfalismo y la creencia infundada que se estaba ya en camino hacia la extinción del Estado, hacia el fin de la historia.