El ayer y hoy de tres lugares icónicos en 1973: el Hotel Carrera, la casa de Tomás Moro de Allende y la oficina de Radio Magallanes que emitió su último discurso
En los años 70 la casa colonial de Tomás Moro donde vivía Salvador Allende era el lugar de encuentro de grandes reuniones, de sus paredes colgaban cuadros de conocidos pintores, su jardín era verde y su piscina estaba llena. Hoy hay oficinas administrativas junto a una casa de reposo. El lugar donde funcionaban los estudios de la Radio Magallanes es una oficina hace años abandonada y la ventana del Hotel Carrera desde donde se hizo el histórico registro audiovisual del bombardeo de La Moneda, hoy es la ventana de la jefa de la División de América del Norte, Central y el Caribe del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Por Paula Domínguez SarnoCompartir
A las siete de la mañana del martes 11 de septiembre de 1973, Leonardo Cáceres (84), jefe de Prensa de la Radio Magallanes, recibe la llamada de un informante de la Policía de Investigaciones. “En Valparaíso, un destacamento de la Armada estaba ocupando las calles”, cuenta el periodista que presentó al aire el último discurso de Salvador Allende. “Estábamos un poco cansados con los anuncios de Golpe, pero nos pareció que eso era serio”, recuerda.
Vivía justo al frente de la casa presidencial y, al cortar el teléfono y asomarse por la ventana, ve salir cinco autos. “De esos autos azules, esos Fiat que usaba Allende. Y después un auto rojo atrás. Cinco en total”, recuerda. “Y unas tanquetas de Carabineros”, agrega.
A la misma hora recibe la misma noticia el director de servicios informativos de TVN y comenzó a preparar la pauta del día. A las ocho llegan al canal Manuel Martínez, camarógrafo, y Dagoberto Quijada (74), el asistente de cámara, a quienes envía a sacar un registro audiovisual del Palacio Presidencial. “Agarramos nuestras cosas y, ¿en qué nos vamos? No tenemos auto”, relata Quijada. “Va saliendo un locutor, Freddy Hube, tenía un vehículo blanco. Y él pregunta: ‘¿Y ustedes para dónde van?’. Para La Moneda, le dijimos. Y él respondió: “Ya perfecto, yo voy para la Radio Magallanes. Llévanos poh. Y partimos”.
Los estudios de la radio Magallanes estaban en calle Estado, a solo unas cuadras de su destino, aunque los camarógrafos terminarían haciendo su trabajo, entre disparos y escombros, desde el decimotercer piso del entonces Hotel Carrera.
El Presidente se dirigía todos los días desde Las Condes al Barrio Cívico. Los ministerios, las residencias y plazas públicas formaron parte del plan urbano de 1937 y convirtieron el antiguo edificio del Ministerio de Guerra y Marina en un estacionamiento detrás del Palacio de La Moneda. Allí, en la Plaza de la Constitución, donde en la década del 70 estaba solo el monumento de Diego Portales, ya no aparcan autos sobre el cemento. Hoy día hay un cuadrado de pasto divido por caminos diagonales al que se suman las estatuas de Jorge Alessandri, Eduardo Frei Montalva, Pedro Aguirre Cerda y la del presidente Allende a solo unos metros hace 50 años.
La casa presidencial
En Tomás Moro 200 da a la calle el mismo portón que había en 1973, y a su costado derecho está el mosaico de piedras con el escudo chileno hecho por la muralista María Martner un año antes, a pedido de Allende. Y al costado izquierdo está la portería de Conapran –Consejo Nacional de Protección a la Ancianidad–, custodiada por un hombre mayor, en cuya oficina están los marca tarjetas para los trabajadores.
En la casa –declarada Monumento Histórico en 2006– hay oficinas administrativas y en una construcción nueva, a un costado, viven más de 30 mujeres de la tercera edad. De aspecto colonial, fachada blanca, techo de tejas naranja y terrazas de azulejos blanco con azul, detrás del portón hay una rotonda donde dan vuelta los autos.
Salvador Allende se trasladó en 1971 con su esposa, la profesora socialista de Historia y Geografía, Hortensia Bussi. En el segundo piso habían, principalmente, habitaciones y entre ellas, la de la Primera Dama. En el primero se volvían confusos los límites entre la vida privada y el trabajo. Por la entrada principal daba la bienvenida un living a la izquierda y los pasillos de esa ala llevaban a la pieza y despacho del Presidente. En el ala derecha estaba la cocina y comedor. No era solo un espacio por cada uno, tenía salones de preparación de las comidas, baños y un pasillo que daba a las piezas separadas de algunos trabajadores como guardias, escoltas y personal del servicio de atención y mantención de la casa.
“Alguna vez nos encontramos en la vereda”, cuenta Leonardo Cáceres, sobre los primeros días de Allende en la casa. “Salía a caminar. Algunas veces, no siempre. Quería mirar el barrio, quería conocer, había un colegio cerca… Habían unos baños de vapor, baños lezaeta”.
En 1971, Augusto Olivares, director de TVN, entrevista en una de las terrazas al Presidente y a Fidel Castro. Sentado sobre uno de los sillones de mimbre, el mandatario cubano responde sobre el rol de los medios de comunicación y el futuro de los jóvenes. Los diálogos alertan la posibilidad de un Golpe, pero Allende asegura estar confiado de la lealtad de las FFAA. “A propósito, ahí se oyen algunos gritos que son de mis vecinas”, interrumpe el mandatario. “Al lado hay un colegio, el Sagrado Corazón, y quieren verte”, le explica a Castro.
Ahora las terrazas no se ocupan. De las paredes que antes colagaban cuadros de Miró, Siqueiros, Guayasamín, huacos de orfebrería precolombina y armaduras medievales, hoy están pegados algunos carteles con instrucciones de evacuación. En lugar de sillones de tapiz bordado y sillones de cuero sobre alfombras donadas por Volpone, habitan los espacios los muebles de melamina de las oficinas y la piscina lleva 50 años vacía.
La Radio Magallanes
A la salida de la estación de Metro Universidad de Chile, en el Barrio Nueva York, el tiempo parece detenerse. La lluvia de septiembre hizo que los ingenieros comerciales de la corredora de bolsa LarraínVial sacaran sus abrigos grises largos, paraguas negros y una que otra boina para cubrirse del agua camino a su trabajo. Y por la calle Estado los colores traen el recorrido de vuelta al futuro, salvo por los detalles ornamentales de los años 40.
A dos cuadra de la Alameda hacia el norte y a tres de la Plaza de la Constitución hacia el oriente, está el edificio Estado Nº1. Se entra por el costado izquierdo del pasillo de entrada de lo que hoy es el Mall Vivo Imperio. Suena música electrónica que proviene desde un parlante sobre la persiana metálica que cierra el centro comercial y sobre ella, un cartel dice que el acceso es solo por calle San Antonio.
Al atravesar la puerta del edificio está Iván Corderos (68), un conserje que lleva 47 años trabajando allí. Hace 50, él aún iba al colegio y entraba al edificio para ir a ver a su hermana al cuarto piso, donde trabajaba como secretaria en una oficina personal del entonces alcalde de Santiago, Mario Farías.
En 1973, tres locutorios, una sala de redacción y algunas oficinas son toda la Radio Magallanes. A diferencia de la Portales o la Corporación, esta es más pequeña, pero los estudios tienen material aislante, micrófonos colgantes y pueden ver al control a través de la pared de vidrio, como cualquier radio grande de la época. Compraron unos equipos que llegarán pronto de Alemania y cambiarán algunas mesas de control y micrófonos. Mientras tanto, chilenos y chilenas sintonizan la 138 AM y escuchan los noticiarios y canciones que van desde The Beatles hasta Víctor Jara. Este último, solo un año atrás, había estado en los estudios dando una entrevista.
En junio, Leonardo Cáceres llega por primera vez a trabajar al lugar. Sube al sexto piso y comienza su jornada de trabajo en la radio del Partido Comunista. En mayo lo había contactado Américo Zorrilla (PC), primer ministro de Hacienda de Allende, –que alcanzó a estar menos de ocho meses– y le dijo que querían a un jefe de Prensa que no fuera comunista.
“Nunca tuve ninguna observación, ni siquiera sugerencia”, afirma Cáceres sobre sus tiempos trabajando para la emisora.
Cuatro periodistas cubren el turno de día y otros cuatro el de noche, que termina a las 8 de la mañana, cuando llega Cáceres. Para partir el reporteo, Leonardo Cáceres lee los boletines de United Press y de la Agencia Orbe y envía a los periodistas a cubrir sus frentes: La Moneda, los gremios, partidos políticos, deporte e internacional, entre otros.
“Ya teníamos grabadoras”, dice Cáceres. “Estábamos en una etapa superior, ¿qué tú crees?”, se ríe. “Pero no eran como las de ahora”.
Los periodistas llegan con la información reporteada en terreno a los estudios de Estado 235 a todas horas del día a escribir sus guiones. Las grabadoras son pesadas y, muchas veces, las cintas magnéticas se atoran y no logran grabar con buena calidad, por lo que se hace poco. Una vez listo el documento, se lo pasan al locutor al aire y este informa a los auditores.
Hace 50 años, jóvenes entraban y salían a todas horas del día y de la noche de la Radio Magallanes. Hoy, el sexto piso del edificio lleva años cerrado. Pertenece a CORCIN, una corporación cerrada temporalmente. Adentro, no hay luz y guardan polvo una recepción, oficinas y salas de conferencia. Nada es antiguo y hay ventanas de termo panel en una muralla interna, manteniendo por fuera, la fachada del edificio.
El Hotel Carrera
Al bajar caminando por Agustinas desde la Radio Magallanes, en menos de 10 minutos aparece la esquina con Teatinos. Frente a la Plaza de la Constitución, el edificio de 17 pisos de la esquina está ocupado por el Ministerio de Relaciones Exteriores y trabajan 1.480 personas.
La fachada, al igual que todo el Barrio Cívico, está inspirada en la elegancia norteamericana de los años 40. Tiene tres grandes puertas giratorias de bordes dorados en entrada principal, pero estas no giran, sino que se abren con un sensor infrarrojo y solo la del extremo izquierdo está operativa. Una vez adentro, un pasillo no guía hacia las escaleras alfombradas de más de cuatro metros de ancho del centro, sino al costado derecho, donde reciben a las visitas un guardia y un túnel detector de metales.
A comienzos de los años 70, el lugar era el icónico Hotel Carrera. Entonces, las puertas giratorias si giraban y quienes entraban, lo podían hacer por la puerta central y subir las anchas escaleras de alfombra roja. Incluso, sin subir un peldaño, desde el primer piso se podían ver las pinturas sobre las placas de marbete negro de hitos históricos de Chile y América hechos por el artista chileno Luis Meléndez en 1952. Allí, las paredes tienen ocho metros de alto y un piso intermedio, espacio que está igual, salvo por algunos de los muros pintados que se han descascarado con el tiempo.
En el verano de 1973, lo que se ve desde la azotea, hacia el suelo, es el antiguo aspecto de la plaza: un estacionamiento. Y al mirar el horizonte, se dibujan las siluetas de los edificios más altos de la ciudad y, detrás, el Cerro San Cristóbal. Las mujeres con bikinis de calzón de tiro alto y los hombres con trajes de baño cortos, se refrescan con esa vista en la piscina del hotel.
Adentro, funcionan seis ascensores: tres de cada lado en un rectángulo central frente a las escaleras que se dividen en dos y pasan a la pared poniente desde el segundo piso. Las barandas metálicas doradas, iluminadas por las ventanas del pasillo, hacen juego con los bordes de puertas, ascensores y las lámparas colgantes al estilo de moda: el Art Decó.
El lugar recibe a connotados personajes políticos. En 1968, luego del incendio en el Palacio Cousiño, la Reina Isabel II se quedó en el hotel. El evento era tal, que el presidente Frei Montalva pasó a buscarla al aeropuerto de Santiago en su Ford Galaxie 500 XL para llevarla a la Moneda. A unos pasos, el hotel improvisó un piso con muebles prestados por aristócratas familias chilenas.
Las que antes eran habitaciones son hoy oficinas. El segundo piso llena sus espacios a la altura de las barandas, con mesas plegables cubiertas con manteles blancos y catering servido por mozos para eventos internos de distintos ministerios.
Un portón, un teléfono y una ventana
Unos 10 minutos pasadas las 7 de la mañana de ese martes 11 de septiembre, Leonardo Cáceres ve, a través de su ventana, abrirse el portón de la casa del presidente y salir cuatro Fiat azules. Salvador Allende va en uno de ellos.
El periodista radial sale unos minutos después.
Llega cerca de las 8 de la mañana a la radio Magallanes, donde estaban los periodistas del turno de noche y el director, Guillermo Ravest, quien había llegado unos minutos antes. Ninguno de los periodistas del turno que deben irse se va, todos deciden quedarse, cuenta Cáceres. “Mandé a un periodista, Rubén Valenzuela, a la Democracia Cristiana”, cuenta. “La verdad es que salió con una grabadora, iba por la Alameda, le llegó el rebote de una bala y terminó en la Posta”. Los demás siguen saliendo de los estudios a reportear.
Fredy Hube intenta llegar sin éxito al mismo lugar. De su auto, se bajan Manuel Martínez y Dagoberto Quijada y siguen caminando por la calle Agustinas hacia La Moneda. Llegan a tocar las puertas del lado norte del palacio, alegando que el director de TVN, Augusto Olivares, estaba adentro. No los dejaron entrar.
“Siempre tengo la interrogante de, si a nosotros nos hubieran dejado entrar. ¿Qué pasa si hubiésemos entrado?”, reflexiona Quijada.
Filmar era complejo: las cámaras pesaban cerca de 4 kilos y los negativos vírgenes no podían ver la luz. Las cintas eran el registro de 24 fotografías por segundo, por lo que los rollos eran caros y utilizaban espacio, no se podía grabar por grabar.
Se ubican en la Plaza de la Constitución, ese día no hay autos estacionados, salvo por algunos vehículos policiales parados. Se comienza a acercar un tanque a la altura de la calle Bandera y otro se ubica en Morandé, a un costado del Banco Central.
“Era raro, pero era, no sé… yo sé que la adrenalina nos fluía, yo tenía la boca muy seca”, recuerda Dagoberto Quijada. “Pero lo que estaba viendo yo no sabía si era real. Nunca había visto algo parecido, si a los 24 años también sería muy distinto”, sigue. En ese momento, un carabinero con un megáfono insta a la gente a alejarse de La Moneda, porque “procederían a atacarla”.
Comienzan a filmar.
“¡Pa! Alguien disparó”, cuenta. “Alguien disparó. No sé si de arriba, de abajo, del medio, no sé, nunca supe. Fue ta ta ta ta ta ta… por todos lados”. Manuel Martínez filma con la cámara y Quijada toma sus hombros desde la espalda para que camine hacia atrás, mientras captura las imágenes. Ante la cantidad de disparos y el miedo de que les llegara una bala, se esconden cerca del monumento de Diego Portales y, desde la calle Teatinos, un camarógrafo uruguayo les grita que tiene una habitación en el Hotel Carrera –justo detrás de él– donde tiene una buena vista a La Moneda. “1321”, exclama Quijada. “Nunca me voy a olvidar el número de la habitación: 1321”.
Entre las balas y civiles corriendo en distintas direcciones, se fueron al costado del hotel y entraron por la puerta de servicio de la calle Bombero Salar. Mientras los ascensores bajaban llenos con huéspedes queriendo evacuar, los camarógrafos suben por las escaleras hasta el piso 13, habitación 1321.
Allí, el uruguayo, los camarógrafos chilenos y el periodista Javier Vargas presenciaron y tomaron registro de las imágenes del bombardeo de La Moneda que el país no vería sino hasta diciembre de ese año.
50 años después, quien tiene la vista de esa ventana es Beatriz de la Fuente. En aquel lugar donde se tomó el histórico registro, funciona la oficina de la División de América del Norte, Central y el Caribe.
A la hora del comienzo del bombardeo, en Radio Magallanes, los periodistas sabían que habían callado a la Radio Corporación y Radio Portales. Cáceres envía a cinco periodistas a las antenas de la emisora en Renca, pensando en seguir transmitiendo si allanaban los estudios.
Allende, quien tenía un teléfono a magneto con línea directa a la radio, hace la llamada. Atiende Guillermo Revest, mientras Leonardo Cáceres intenta descifrar qué ocurre en los controles a través del vidrio del locutorio, le avisan que el Presidente quiere hablar. Es urgente. Cáceres lo presenta, pone cuatro segundos del himno nacional y la Radio Magallanes se convierte en la única sobreviviente que puede hacer sonar el último discurso del Presidente antes de morir.
“Esta será, seguramente, la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron (…).
Seguramente Radio Magallanes será callada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, lo seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos, mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a la lealtad de los trabajadores…”.