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Opinión

10 de Noviembre de 2014

Columna: Iglesia y dinero

¿No le debería dar vergüenza a los miembros de la Iglesia Católica tener una asociación tan evidente con el dinero? ¿No deberían ser, por eso mismo, los miembros del Opus Dei y de los Legionarios de Cristo excomulgados, en lugar de beatificados? ¿No deberían ser las personas humildes y de buena voluntad las primeras tanto en el cielo como en la tierra, y no las últimas en ambos mundos? ¿No debería dedicarse la Iglesia a dignificar la pobreza y no debería ser un valor su combate?

Modesto Gayo
Modesto Gayo
Por

EZZATI A1
*
¿No le debería dar vergüenza a los miembros de la Iglesia Católica tener una asociación tan evidente con el dinero? ¿No deberían ser, por eso mismo, los miembros del Opus Dei y de los Legionarios de Cristo excomulgados, en lugar de beatificados? ¿No deberían ser las personas humildes y de buena voluntad las primeras tanto en el cielo como en la tierra, y no las últimas en ambos mundos? ¿No debería dedicarse la Iglesia a dignificar la pobreza y no debería ser un valor su combate?

Porque los principales abusos de esta secular institución no son, ni han sido, los relativos a cuestiones sexuales, sino los que tienen que ver con su irrenunciable apoyo a los sectores más adinerados de las sociedades “cristianas”. Una Iglesia que atesora una riqueza patrimonial e histórica de valor incalculable. Una Iglesia que sigue formando a los hijos de los más acaudalados. Una Iglesia que invierte sus ganancias en bolsa de forma recurrente. Una Iglesia que hereda de forma permanente una notable cantidad de inmuebles de muchos que quieren acelerar su viaje a las puertas de San Pedro. Una Iglesia que no se saca de encima su anti-marxismo, o en otros términos su pro-capitalismo, al mismo tiempo que sostiene que la política no es su terreno de acción. Una Iglesia, por tanto, cínica, aunque no todos lo sean en su interior. Una Iglesia que ha amparado abusos de diversos órdenes, que ha justificado jerarquías injustas, enfrentando a la imagen de Cristo a un espejo invertido, donde la denuncia y el sacrificio se dirigen solo contra quienes quieren cambiar un orden que requiere ser transformado.

¿Qué podemos aprender de esta institución? ¿Qué puede enseñarnos una institución inmovilista? ¿Qué enseñanzas podemos recibir de aquéllos que viven al margen de las reglas que a la mayoría nos afectan? La conexión a través del dogma se ha mostrado históricamente un disparate y la sociedad sigue evolucionando sin recibir laudatoria alguna por parte de semejante institución arcaica.
Pero esta Iglesia, que dice estar al margen de la política, se atreve a opinar sobre dicha esfera cada vez que lo considera oportuno, intentando defender sus intereses, al lado de otros grupos elitistas que también favorecen el statu quo. Ahora, hablan contra las reformas, sin decir “contra”, pero de hecho preocupados por sus consecuencias. Nuevamente, perdiendo una oportunidad para sintonizar con las necesidades, y no necesariamente los deseos, reformistas de gran parte de los chilenos. Nuevamente, al lado del dinero, haciendo ejército con los empresarios y el conservadurismo político. Nuevamente, a favor de esperar y pensarlo mejor, dando por bueno que lo que hay es el lugar a donde se pudo llegar.

Embebidos en la creencia de que tienen razón, y que la razón es consistente con sus necesidades materiales, la Iglesia Católica se abandera con el inmovilismo, en un ejercicio que parece de impotencia y buena voluntad, indicándole al “pueblo” que sus deseos reformistas son excesos y que oculto en la quietud hay una respuesta que hace justicia.

*Académico de la Escuela de Sociología UDP.

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