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Nacional

29 de Diciembre de 2014

El sueño inconcluso de Machuca

Es la cara más oculta de la crisis de la Universidad Arcis. Álvaro Machuca Cornejo (19) cayó el pasado 18 noviembre desde una altura de siete metros, al romper un tragaluz de un galpón abandonado que los alumnos de Artes, su carrera, habían convertido en un Centro Cultural cuando la institución quedó paralizada por las huelgas y los sueldos impagos de los profesores. Hoy su apellido, Machuca, se ha multiplicado en las paredes de la universidad.

Por

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Lo primero que escuchó Teresa Naissance (19) fue un crujido, como el de un vidrio al trizarse. Observó el techo ceder y luego el estruendo de una lámina de un metro cuadrado de policarbonato estrellarse en el suelo. Luego, casi al mismo tiempo que se desmoronaba la techumbre, vio la sombra de alguien caer, agitar los brazos, como si nadara en el aire, y terminar de golpe su viaje de siete metros al rebotar en el cemento.

Teresa siguió el recorrido sin parpadear ni entender qué pasaba. Corrió a mirar y vio un cuerpo azotado contra el concreto: la pierna izquierda estaba doblada y tenía una uña arrancada de cuajo.

El juego de la escondida, que había iniciado 15 minutos antes con amigos, apenas se fue el sol, terminaba así. De golpe. El resto del grupo fue saliendo desde distintos lugares de la casona y, en silencio, rodeó el cuerpo. Las luces de los teléfonos celulares alumbraron las caras, mientras Teresa daba vuelta a esa persona, ese alguien todavía sin nombre, que estaba tendido en el suelo y que casi por instinto se llevaba las manos a su rostro para protegerse. Tenía la nariz sangrante y los ojos semi cerrados.

De pronto, alguien gritó: “¡Machuca no!”. Y el eco de aquella súplica replicó una y otra vez.

El proyecto cultural alternativo creado por estudiantes de la Universidad de Artes y Ciencias Sociales (Arcis) para sortear la debacle de la casa de estudios, se acabó ese martes 18 de noviembre, a las 21:23 horas, cuando Álvaro Machuca Cornejo (19) quedó moribundo en el suelo de un galpón abandonado en Vicuña Mackenna 8601 en La Florida.

Álvaro, un alumno de Artes tan talentoso como silente, trepador innato de árboles y techos, fanático de los rompecabezas, moreno, delgado y de pelo largo, pisó un tragaluz de la casa tomada.

Teresa buscó un teléfono en la mochila de su compañero y marcó un contacto al azar, el de un tal Raúl. Era el padre obrero de Álvaro quien con su madre Patricia, costurera de la población San Gregorio, escucharon la noticia. Su hijo había caído de un techo y estaba inconsciente.

AL CARAJO
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Poco más de un mes antes de la caída de Álvaro, el jueves 2 de octubre, él y sus compañeros, Teresa y Boris Herrera (19), habían decidido abandonar sus estudios de Artes en Arcis.

Fue el día en que Carabineros ingresó con violencia a controlar los desmanes de una toma en protesta por la incertidumbre sobre cómo iba a terminar un año académico marcado por los sueldos impagos y las huelgas en el proyecto educacional del Partido Comunista chileno.

La acción estudiantil había derivado en un incendio en el tercer piso del campus Libertad, una antigüa fundición que Arcis adquirió vía leasing en 2001. Esa jornada los alumnos Pablo Donaire y Camilo Torres recibieron perdigones a quemarropa y Álvaro Machuca y sus amigos consideraron, cuenta Boris, que “ya todo se había ido al carajo”.

Para Álvaro, la decisión de desertar fue durísima. Sus padres viven en la población San Gregorio, en el sector suroriente de Santiago. El lugar nació en 1959 como una toma de miles de personas sin hogar que poblaban la ribera del Zanjón de la Aguada y el Río Mapocho y que fueron erradicados en este fundo de la comuna de La Granja.
Según la encuesta de Caracterización Socioeconómica de 2011, el 15,9% de la población de La Granja está en situación de pobreza, 4,4% más que el nivel regional. Por años, la San Gregorio ha estado estigmatizada por la violencia y en el ideario colectivo engendra narcotraficantes como el Indio Juan y no artistas como Machuca, quien se había convertido en el primer estudiante universitario de su familia.

No fue fácil matricularlo. Patricia Cornejo (38), mamá de Álvaro, cuenta que pagar los $300 mil pesos mensuales que cuesta la carrera significó sacrificar un tercio del presupuesto con el que se mantenía toda la familia, compuesta además por su esposo, obrero de la construcción, y sus dos hijas, Carolina (12) y Camila (9).

-Él sabía todo lo que nos esforzábamos. Él mismo trabajaba desde hace cuatro años todos los fines de semana en la feria, y en las vacaciones lo hacía con su papá en la construcción para comprar sus materiales de arte. Empezó cuando ingresó al Colegio Artístico El Salvador, y eso que ahí se pagaban $60 mil al mes nomás. Quizás por eso, creo yo, le dio pavor decirnos que se iba a salir de la universidad- cuenta Patricia.

Arcis costaba cinco veces más que el colegio y estaba inmersa en una crisis financiera que, según un informe de la consultora Entrepuertos elaborado en 2013, cuando el secretario general del PC, Juan Andrés Lagos, presidía el directorio, implicaba un déficit operacional anual de $1.790 millones, una deuda bancaria de $6.780 millones y $5.000 millones en deudas incobrables.

Cuando Álvaro Machuca empezó a estudiar, en marzo de 2014, el PC había dejado la administración tras diez años y la organización tenía dos meses impagos de imposiciones a 300 funcionarios. La ruina económica era tal, que en abril siete directivos abandonaron sus funciones denunciando irregularidades financieras.

Machuca y sus amigos llevaban menos de 60 días en clases cuando 336 funcionarios de Arcis no recibieron el pago de sus sueldos y el Sindicato Nº1 de Trabajadores y Académicos inició una huelga que se extendió por un mes, la que involucró a alumnos y académicos de 10 carreras y que denunció el eventual lucro a través de la inmobiliaria Libertad.

-Artes siguió funcionando porque los profesores no querían dejar botados a los chicos, pero el ambiente era terrible, nadie estaba indiferente a que el proyecto estaba muriendo. Por eso siento que cuando Machuca y sus amigos se fueron, lo hicieron por culpa de la mala administración de la Universidad, que somos responsables-, afirma Romina Riquelme, delegada estudiantil.

Boris es más tajante.
-Nadie nos dijo que estaba la media cagá, nadie. Nosotros no creemos en este sistema donde hay que pagar más de un sueldo mínimo por educarse, pero filo, seguimos las reglas y pagamos. La U era caleta de pega sin fruto. Invertíamos cualquier plata y a los profes los tenían sin sueldo. A veces no llegaban y qué íbamos a reclamar si los viejos estaban haciéndonos clases gratis. ¿Por qué nadie nos advirtió?

Boris dice que el colmo “fue cuando los pacos balearon a Donaire y a otro loco en la universidad. Ahí dijimos ‘chau nomás’”.

-El primer semestre había funcionado relativamente bien, en el segundo llevábamos los trabajos que nos pedían y los profes mandaban un mensaje diciendo que no iban a clases o no revisaban. Todo era decepcionante.

Los muchachos tomaron en ese minuto una decisión drástica. Abandonar la Universidad y construir un espacio propio.

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Teresa Naissance lo recuerda así:

-Meses atrás, Boris había encontrado una casona en Vicuña (Mackenna), casi en la esquina con Rojas Magallanes, porque habían pedido en un trabajo “descubrir” un lugar que nos llamara la atención. Esa vez él cachó que estaba abandonada y cuando decidimos dejar Arcis porque estábamos chatos de la crisis, se metió una noche con Machuca, rompieron los candados, pusieron unos propios y al día siguiente nos fuimos a instalar.

Boris agrega que impusieron de inmediato reglas: Prohibido tomar, fumar, carretear y comer carne en el recinto. El espacio -cerca de 400 metros cuadrados divididos en una casa de dos pisos y un galpón- iba a ser sólo para pintar, hacer esculturas, recibir músicos. Y jugar.

-Cuando entramos al galpón, lo primero que dijimos fue “oh, la weá grande”. Estaba sucio, pero lo dejamos impecable. Sacamos las palomas muertas, los vidrios rotos. No era la típica okupa hecha mierda, pa’ nosotros era un centro cultural. Teníamos pista de entrenamiento y pintábamos en bastidores, en las paredes, teníamos un lugar para las esculturas. Queríamos hacer eventos. Tener espacio para trabajar. Íbamos todos los días. Cinco teníamos llaves nomás, el resto tenía que tocar. Instalamos una cocinilla y un colchón, aunque casi nunca nadie se quedaba a dormir. Cuando oscurecía, jugábamos a la escondida.

El día del accidente, Boris se ocultó en una habitación con Lisbeth Toledo (20). Estaban debajo de un cartel de la Teletón que habían reciclado cuando sintieron los pasos de Micki, a quien le tocó contar y salir a encontrar a los demás. Se rieron un instante. Después vino el estrépito.

EL VUELO

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Lisbeth es vegana, menuda y se dedica a ilustrar. Tiene ojos pardos y dos elefantes tatuados, uno en cada pierna. No cree en “pagar para educarse” y tras estudiar, al igual que Álvaro, en el Colegio Artístico El Salvador, optó por no ingresar a ninguna universidad.

La noche de la caída, Lisbeth fue la única que no lloró. A las 21 horas, cuando iniciaron el juego en el galpón, que antiguamente fue una fábrica de parabrisas, había ocho personas: Álvaro, que vestía un buzo negro, una polera estampada con una chica encapuchada y una camisa; Teresa; Boris, Lisbeth y su hermano Félix Mora, de 14 años; Matías Sánchez (16), excompañero de colegio de Machuca y Micki, un joven que pintaba grafitis y que el grupo conocía desde hacía poco tiempo y que había llegado con una amiga, de quien nadie tiene antecedente alguno.

A las 21.23 horas, cuando Álvaro cayó, Lisbeth acudió lo más rápido que pudo con Boris a ver qué había pasado. Cuando Teresa dio vuelta el cuerpo, Lisbeth se hincó y puso la cabeza de su amigo en sus piernas. Primero lo tuvo de espaldas, con el cráneo de Álvaro afirmado en sus muslos. Luego lo vio regurgitar y ubicó su cabeza de lado para que pudiera botar la sangre que se acumulaba en su boca. Los demás llamaron a carabineros y ambulancias. Boris salió en bicicleta a pedir ayuda. Volvió cerca de las 21.40 horas.

En ese minuto, Lisbeth puso su dedo en la nariz de Álvaro y posteriormente su mano en el pecho. No sintió latir su corazón.

-No está respirando- dijo.

Boris comenzó a aspirar con su boca la sangre que ahogaba a Álvaro; después lo hizo Matías. El pulso, leve, casi imperceptible, volvió. Alguien interceptó una ambulancia que pasaba por Vicuña Mackenna. Comenzaron las maniobras de reanimación.

Lisbeth recordó la conversación que había tenido con Álvaro esa tarde.

-Este verano no voy a trabajar, voy a dedicarme a arreglar la casa. Después voy a irme a Argentina, voy a estudiar allá- le había contado el joven.
Lisbeth dedujo que Álvaro había cambiado, que su talento haciendo figuras de alambre y esculturas ya era algo que se tomaba en serio, que se había asumido como artista y que ya no le avergonzaba no querer ser obrero como su padre y la mayoría de sus vecinos de la población San Gregorio.

-También pensé que Machuca era distinto, que no cualquiera se levanta por años todos los fines de semana a las 8 de la mañana para ir a vender a una feria perfumes y cosas para el aseo para costearse los materiales; que era callado, pero amaba en grande y que ese diálogo corto, porque él no hablaba mucho, era el primero en que él decía algo de sí mismo y lo que quería.

Luego Lisbteh levantó la vista y vio el forado por donde entraba la luz de la luna y dudó que alguien pudiera sobrevivir a una caída desde tan alto.

Teresa entonces le dijo al oído:

-Lis, sólo quiero que Álvaro no pierda sus brazos y que pueda seguir pintando.

EL SUEÑO

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Raúl Machuca Montenegro (56), papá de Álvaro, cuenta que no hay reglas al caer. La física dice que todos los cuerpos, independiente de su masa, caen con una aceleración promedio de 9.81 metros por segundo, pero la velocidad que se alcanza en la caída, afirma Raúl, es lo de menos.

-Lo que importa es cómo se cae y dónde se cae.

Él lo sabe bien. En el otoño de 2013, en Marbella -uno de los balnearios más exclusivos del país-, Raúl estaba ayudando a construir una casa. Se subió a un andamio de dos metros y sobre éste puso una escalera de tres para clavar un tablón.

-El andamio se resbaló en la arena. Tuve suerte de que la escala no se enganchó en ninguna cosa porque si se hubiese quedado ‘trancá’, me habría quebrado las piernas. Sólo me rajé el brazo y me jodí las rodillas. Por eso siempre que trabajábamos le decía a mi negro: “Álvaro, cuidado: pisas mal una tabla y se acaba todo”.

Raúl no quería que Álvaro fuera artista. Desde que nació, creyó que iba a ser obrero.

-Porque uno piensa que cualquier día a uno le puede pasar algo y yo quería que él fuera el hombre de la casa. Soñaba con que iba a crecer y a trabajar conmigo, y mi niño me cumplió, trabajó conmigo. Pero yo quería más, que aprendiera lo que yo hago porque se gana, que hiciera un curso de jefe de obra, que es el cargo en que yo estoy recién ahora, pero a él eso nunca le gustó.

Patricia, la mamá de Machuca, narra que su hijo, silencioso y “algo bruto” para expresar el cariño, era feliz con el arte.

-Cuando se graduó de cuarto medio, todos los familiares opinaban “estudia esto, estudia lo otro”. Él se quedaba callado hasta que un dìa lo agarré y le dije: “¿por qué no eres honesto y me dices que quieres estudiar arte?”. Me respondió: “quiero, pero no sé si es lo mejor pa’ todos”. Le dije “dale nomás, hijo, ¡qué se tienen que meter los demás!”.

Machuca entonces eligió el Arcis, aunque en rigor fue Mario Soro, vicerrector de Extensión Publicaciones y Comunicaciones de Arcis, quien lo eligió a él.

Soro lo recuerda a la perfección.

-Recibí en 2013 una invitación de la escuela artística El Salvador para una exposición de la asociación de pintores y escultores. Cuando iba rumbo al colegio, al bajarme de la micro me encontré con unos sillones botados y un perro muerto. Pedí que los alumnos me acompañaran a buscar estos elementos y fueron Boris y Machuca a ayudarme. Yo representé la muerte de Allende con este cuerpo y su descomposición. Conversamos sobre estas cosas, fue un diálogo directo y se creó un lazo. Entonces, cuando ellos dijeron que querían estudiar artes, yo les dije: “vengan al Arcis, prohibido irse a otro lado que no sea el Arcis”.

Soro no les habló de que la universidad estaba al borde de la quiebra. Afirma que él no lo sabía.

-Obviamente, si hubiera sabido que venía una crisis de la naturaleza y de la violencia con la que se desencadenó, les hubiese dicho “piénsenlo mejor”. Sin embargo, aún hoy yo a todo el mundo le recomiendo el Arcis, les digo que vengan a ayudar, a ser parte de esta historia que es maravillosa.

El padre de Álvaro discrepa de Soro. Cree que “debería estar prohibido que una universidad con tantos problemas siguiera recibiendo alumnos, porque uno se esfuerza en pagar las lucas y prende la tele, ve las noticias y se entera de que la universidad está mal, que la podrían cerrar como esa Universidad del Mar y se pregunta: “¿para qué me saco la cresta si puede que el título de mi hijo mañana no valga nada?”.

LA CAÍDA

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La noche del 18 de noviembre, en el minuto 27 del primer tiempo de un partido que se inició a las 21.00 horas, Alexis Sánchez anotó en el arco de Uruguay un gol para Chile.

Raúl estaba celebrando cuando sonó su teléfono, contestó y escuchó a Teresa decir que su hijo cayó de un techo.

-Seis meses atrás, al frente de una obra en que estoy trabajando en Chicureo, vi a un colega morir. Se sentó a la hora de colación en una viga. Otro obrero le pasó un jugo, él se acercó a tomarlo y se fue hacia atrás. Cayó desde un segundo piso, al lado de una jardinera, se enterró un fierro, se fue de inmediato. En una caída, señorita, lo que importa es cómo se cae y dónde se cae.

La imagen de aquel accidente rondó en la mente de Raúl cuando le dijo a su esposa que debían partir de inmediato a la casona que días antes Álvaro les había llevado a conocer y les había presentado como su nuevo taller. Raúl le pidió a un vecino que los llevara en auto.

Se bajaron en un semáforo, a metros del galpón y, explica Patricia, comenzaron a correr.

-Raúl corría y yo iba atrás, llorando. La gente me paraba y preguntaba: “¿qué le pasa, señora?”. Pero yo seguía corriendo. Cuando llegué vi la ambulancia y que lo estaban tratando de reanimar. ¿Sabe cómo lo vi? Como que él estaba durmiendo y no quería despertar, no había pena en él. Estaban todos tratando de reanimarlo y él estaba con un gesto de tranquilidad.

Álvaro no sobrevivió a la caída. La autopsia del hospital de La Florida dice que sufrió una traumatismo encéfalocraneano y torácico y que murió a las 22.45 horas del martes 18 de noviembre de 2014. Su cuerpo, que quedó casi intacto por fuera, se reventó por dentro.

Desde que no está, varias paredes del campus Libertad de la Universidad Arcis tienen el mismo rayado: Machuca.

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