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Opinión

7 de Enero de 2015

Columna: Pentotal

El escándalo del financiamiento irregular y probablemente ilegal por parte del grupo económico Penta, a las campañas electorales de una serie de políticos, especialmente de la UDI, viene no sólo a agudizar la desafección de la ciudadanía por la actividad, sino sobre todo, a evidenciar una vez más, el grotesco maridaje entre negocios y política, […]

Tito Flores
Tito Flores
Por

ernesto silva A1

El escándalo del financiamiento irregular y probablemente ilegal por parte del grupo económico Penta, a las campañas electorales de una serie de políticos, especialmente de la UDI, viene no sólo a agudizar la desafección de la ciudadanía por la actividad, sino sobre todo, a evidenciar una vez más, el grotesco maridaje entre negocios y política, que en Chile se ha naturalizado hasta el punto de volverse transparente.

El nacimiento del grupo Financiero Penta y el rápido enriquecimiento de sus dueños, debe buscarse en la larga noche dictatorial y en lo que Maria Olivia Monckeberg ha denominado como el saqueo de los grupos económicos al Estado Chileno, a través de privatizaciones, poco transparentes por decir lo menos, llevadas a cabo durante los ochentas.

Este origen espurio explica en buena medida los ribetes grotescos de este escándalo, que la opinión pública ha ido conociendo a través de los medios. Flamantes Senadores hoy en ejercicio, expuestos al borde de la humillación, para obtener las prebendas empresariales. Y es que alguien que eufemísticamente pide un “cupón de bencina” o el “raspado de la olla” para referirse al financiamiento de su campaña, no solo se denigra a si mismo, sino también denigra a sus electores y al sistema democrático en su conjunto.

Porque probablemente eso es lo más riesgoso de este escándalo. El temple, la ponderación, la coherencia y una cierta solidez moral, que deberían ser atributos de los hombres y mujeres de todos los sectores, que han decidido dedicarse a la política, se transforman en rasgos ilusorios y de fantasía. Es más, seguramente usted, que lee estas líneas, no ha podido evitar esbozar una sonrisa ante la peregrina ingenuidad del columnista al enumerar tales atributos. 

Y es que a riesgo de sonar antediluviano, me permito citar a Aristóteles,  quien hace más de dos mi años señalaba que “el Estado más perfecto es evidentemente aquel en que cada ciudadano, sea el que sea, puede, merced a las leyes, practicar lo mejor posible la virtud y asegurar mejor su felicidad”. 

Pero ¿qué practica de la virtud puede ejercer quien hipoteca su propia libertad de acción y de conciencia como diputado o senador, a cambio de obtener los recursos que requiere su campaña electoral?

El caso Penta amenaza con pasar de ser “PentaGate” a “Pentotal”. Porque la tentación de la UDI de huir hacia adelante, con dientes y uñas y sin miramientos institucionales, arriesga enlodar sin fundamento concreto, a todo el sistema político chileno, a través de un nocivo intento de “empatar” los males con otros, por sobre el asumir los errores que sean propios.

Finalmente el camino está claro. El caso Penta se suma a otras situaciones en que la impropia relación entre negocios y política ha puesto en tela de juicio la probidad y ha cuestionado el actuar ético de los servidores públicos. La solución está en regular de manera más eficaz y transparentar absolutamente, el financiamiento de los partidos y de las candidaturas, y probablemente además, como proponía un amigo hace algunos años y a quien hoy debo una disculpa pública porque él tenía razón, con poner un límite razonable al gasto electoral, que ponga fin a la danza de millones que provoca que la actividad electoral se parezca más a una venta de yogur, que a un informado debate de ideas y propuestas centradas en el interés general.

*Doctor en Gobierno y Adm. Pública. Académico UTEM

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