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Nacional

21 de Junio de 2015

Las nuevas claves de la tragedia del recital punk

Han pasado dos meses de la tocata del grupo Doom que terminó con cinco jóvenes muertos tras una avalancha humana. La investigación -a la que tuvo acceso The Clinic- arrojó nuevos antecedentes que revelan golpizas y el posible uso de dispositivos de electroshock por parte de los encargados de seguridad. Agrupados en una futura demanda civil, los familiares de las víctimas dicen que no bajarán los brazos.

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La última mañana que Paloma de Los Ríos (27) estuvo con Gastón, él preparó el desayuno, como siempre. Llevó dos platos de avena a la cama y cantó a todo pulmón mientras cebaba el mate. Tomaron desayuno los dos, junto a su pequeña hija Antu (4).

Esa era su rutina desde que habían llegado a vivir a la casa de los padres de Paloma en la comuna de Ñuñoa. Él se levantaba a las seis y media, luego la despertaba para que se quedara un rato con su hija regaloneando en la cama y después salían juntos a dejarla al jardín.

El jueves 16 de abril, comenzó igual que el resto, igual de feliz, como lo fueron los cinco años que estuvieron juntos, dice hoy, mientras toma un cortado en el café de Ñuñoa donde trabaja. Parece una quinceañera, tiene el pelo caoba, los ojos verdes y un aire infantil que se viene abajo cuando recuerda estos dos meses desde que Gastón murió.

-Duele mucho, pero la Antu no me puede ver así, porque ella ya perdió a su papá- dice y toma un sorbo de café.

Recuerda que desde que se conocieron con el argentino Gastón Angladetti -hace cinco años- mochileando en Santa Cruz de la Sierra en Bolivia, no se separaron más. Luego se enamoraron, ella quedó embarazada, y se fueron a vivir a Coronel Pringles, una ciudad al sur de la provincia de Buenos Aires -cerca de la familia de él- en una casa con huerta donde cosechaban zapallos italianos, calabazas y espinacas. Él trabajaba de camionero con su padre, mientras Paloma cuidaba a Antu, pero ambos decidieron volver a Chile este año para seguir viajando. Todo marchaba bien hasta ese día, el jueves de la avalancha humana en la tocata de Doom.

-Gastón, quiero ir contigo al concierto, no sé qué me pasa- dejó escapar Paloma la tarde previa a la tocata, después de correr tras él hasta el paradero de la micro. Tenía un presentimiento.

-Estás re loca, eh- dijo Gastón. Rieron y se abrazaron fuerte, como despidiéndose.

Lo que viene después ya es historia conocida.

El esperado concierto de la banda de Crust Punk inglesa fue programada en Club San Martín, cerca del metro Ecuador, pero finalmente se realizó en el Centro de Eventos Santa Filomena, en Alameda con Santa Rosa. El recinto estaba lleno hasta el tope, la capacidad permitida era hasta 186 personas, pero se vendieron 300 entradas. El ambiente estaba sobrecargado, espeso, la tocata llevaba una hora cuando al lugar llegaron patrullas con siete Carabineros a chequear los papeles del local subterráneo. Los grupos de punks, reunidos en la vereda, comenzaron a tirarles objetos, piedras, a gritar, a enfrentarlos.

Todo se conjugó para que ese fuera el momento perfecto en que algunas de las decenas de personas que no habían podido entrar a la tocata comenzaran a empujar. La pelea escaló a un tira y afloja entre quienes presionaban y la seguridad tras la reja del único acceso, que finalmente cedió. Ahí comenzó la avalancha. El espacio entre el segundo y tercer nivel del lugar se transformó en un agujero ciego donde todo se volvió asfixia y alaridos. Daniel Moraga (24), Fabián González (22), Ignacio Medina (17) y Gastón Angladetti (25) y Robert Rivas (23) no lograron salir a la superficie.

ABAJO NOS ESTÁN MATANDO
Gastón, junto a Ignacio Medina, fue una de las últimas víctimas en entrar al recital de Doom. Ambos se conocieron en la puerta, él, como otros jóvenes, llegó hasta el local de San Martín y recién allí se enteró que el evento había cambiado de lugar, por eso llegó atrasado, cuenta hoy Paloma.

Estaba en el tercer nivel cuando comenzó todo.

Estos días, su novia junto a las familias de Daniel, Fabián, Ignacio y Robert, piden justicia, tras conocerse nuevos antecedentes que revelan la violencia desproporcionada con que la organización intentó contener la estampida, una agresividad inusitada que habla de puños, fierros y el posible uso de dispositivos de electroshock. Estos antecedentes son el punto de inflexión en el caso, el antes y después respecto a la primera tesis donde se aseguró que la única causa de las muertes habría sido la avalancha humana.

Los familiares quieren reivindicar y despejar el prejuicio de la historia de sus víctimas. Desde hace un mes comenzaron las velatones para que nadie olvide la tragedia y están organizados para entablar una demanda civil cuando termine la investigación.

-Ellos no eran una masa violenta, eran papás, hermanos e hijos a quienes les gustaba la música punk- aclara Paloma.

El sábado 18 de abril, a las cuatro de la tarde, fue la audiencia de formalización de los responsables de la organización del evento: Fernando Sánchez, Sidney Yates, Ramón Paredes y Gonzalo Mix.

Esta semana, The Clinic tuvo acceso a la carpeta de investigación donde, a través de algunas declaraciones y peritajes, se dejan entrever nuevos antecedentes: Nunca se pudo encontrar la mencionada convocatoria de la avalancha en Facebook, uno de los guardias reconoce en su declaración que manipulaba un una linterna electroshock y el testimonio coincidente de cinco testigos que confirman que fueron golpeados por las personas encargadas de la seguridad de local.

“Abajo nos están matando”, es la frase que le quedó grabada a uno de los testigos que luego se comunicó con los familiares de las víctimas.

Una de las declaraciones de F.C., amigo de Daniel Moraga, confirma la sobrerreacción de los guardias que lejos de asistir a los heridos, golpearon al grupo de personas que estaba adelante. “Empezaron a pegarle a gente que estaba primero en la masa, quienes se comenzaron a apilar unas encima de otras. En ese momento, veo a un guardia de contextura gruesa, de estatura media, de pelo negro, tez blanca, ropa negra, quien mantenía en su mano un dispositivo electroshock, el cual se lo aplicó a las personas que iban a principio de la masa cayendo al suelo más de una persona. Yo estaba aplastado, al lograr zafarme, caí al lado de los guardias, miré al suelo y vi gente aplastada, vi a unos amigos que estaban en el suelo, sangrando…”.

En las páginas del documento también se puede leer la declaración de J. M.S., quien estuvo a cargo de la seguridad del evento y confirma la tesis del uso de un dispositivo del electroshock. “Yo era el único de los que se encontraban cooperando en el evento, que portaba una linterna de electroshock, con la finalidad de ocuparla para alumbrar el recinto, señalando, además, que en ningún momento la ocupé para lesionar a alguna persona…”.

Además, cinco testigos (J.C., F.T., R.M., F.C. y C.V.) coinciden en que los guardias al verse sobrepasados por la estampida de personas en la escalera de acceso, comenzaron a contener al grupo mediante el uso de “objetos contundentes”, (dos bates, un bastón retráctil de 50 centímetros y otro bastón de madera con empuñadura de cinta azul de 80 cm), golpes de corriente y puñetazos.
Otro de los testigos, amigo de Robert Rivas, declaró que escuchó a uno de los guardias la orden de “tirarles agua”, lo que habrían hecho posteriormente surtido de una manguera y que además varios guardias tenían en las manos “aparatos similares” a dispositivos de electroshock.

Sigue el relato y dice que las primeras personas de la avalancha comenzaron a caer al suelo, inconscientes, quienes fueron quedando debajo de las demás y así sucesivamente quienes les seguían, hasta que el mismo testigo cae y no logra pararse, porque tenía las piernas adormecidas. “Logré divisar que sacaron a uno de mis amigos de nombre Robert, el que estaba inconsciente, con su rostro morado, todo mojado, mientras unos de los guardias le aplicaba masaje cardíaco para luego devolverse al local, donde otras personas tomaron a Robert subiéndolo a un taxi”, relata el testimonio que confirma la crudeza de las escenas.

Finalmente, dentro de los peritajes de la Sección de Inteligencia Criminal del OS9 de Carabineros, determinó que al revisar el supuesto llamado a provocar una avalancha en Facebook, no se encontró indicio de esa convocatoria en las redes sociales, como se dijo inicialmente.

Un profesional cercano a la investigación, comentó a The Clinic que hay dispositivos de corriente que se encuentran en peritaje para calibrar su intensidad y que además se está esperando el resultado final de las autopsias complementarias de algunas de las víctimas, ya que las primeras causas de muerte se encontraban “indeterminadas y en estudio”.

NO BAJAREMOS LOS BRAZOS
El padre de Daniel Moraga cuenta que pudo ver las fotografías del cuerpo de uno de los jóvenes, quien tenía marcas circulares grabadas en la piel como huellas de una posible agresión con corriente. “Hice llegar esas fotografías a la fiscal para que las examinara”, dice y agrega que ya están reuniendo la información para la demanda civil, dependiendo de lo que arroje la investigación en los cuatro meses que restan. A esos cabos sueltos, anuda la información que le entregaron los padres de Ignacio Medina, quienes comentaron que su hijo tenía la ropa empapada.

-Hemos podido conversar con otros jóvenes, la mayoría asegura que vio el destello o escuchó el ruido de los dispositivos de electroshock y eso lo podemos asegurar de manera fehaciente-, afirma Moraga.
Su hijo es una de las víctimas a quienes se les realizó una autopsia complementaria para comprobar o descartar el posible paso de corriente.

A él le gustaría que la gente entendiera que los jóvenes fallecidos fueron más que una turba de cuerpos pisoteándose, aplastándose, peleando por esa bocanada de aire que no alcanzaron.

El 16 de junio, los familiares, se reunieron en una velatón para conmemorar los dos meses de esa tragedia, en Alameda 776, ese subterráneo con una reja que hoy es un paisaje desértico de posguerra.
-Cuando vimos el cuerpo de Daniel, pudimos comprobar que además tenía un golpe en la zona occipital de su cabeza- afirma con un estoicismo que sorprende.

Confiesa que todavía tiene en su memoria los cuerpos semidesnudos o descalzos echados sobre el asfalto. “Pasaron las imágenes en la televisión, sin un mosaico en el rostro de nuestros hijos, no hubo respeto por ellos”, explica y por lo mismo, presentarán una denuncia ante el Consejo Nacional de Televisión por la cobertura de la tragedia.

Agrega que le gustaría que la gente supiera que su hijo era un diseñador gráfico, un músico y un joven cariñoso, el alma de la casa. “Queremos honrar su memoria, que se sepa quién era, cómo vivía, cómo lo veían sus amigos y familiares, y junto a ello ayudar a una sociedad más tolerante, con más amor al prójimo, sin importar si se viste diferente, si se peina diferente. Todos somos seres humanos”, concluye.

En la velatón del martes en la noche, uno de los carteles asegura, “No bajaremos los brazos”, y eso es algo que Paloma se propuso. Llama por teléfono, habla con abogados y se reúne con las familias de las otras víctimas. Buscar que se haga justicia para su pareja, se convirtió en su segundo trabajo.

Paloma dice que el cuerpo de su novio fue repatriado el 24 de abril y fue enterrado en el Cementerio de Coronel Pringles, y ella siente esa distancia.

-Ese vuelo a Argentina, fue lo más triste que me ha pasado en la vida-confiesa y luego se acuerda que el 12 de junio Gastón iba a cumplir 26 años.

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