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Opinión

25 de Octubre de 2016

Vicente García- Huidobro, músico: “Me gusta lo que le pasa a las personas cuando escuchan reggaetón”

El guitarrista Vicente García- Huidobro, bisnieto del extinto poeta, lidera la banda “desconocida más conocida” del país, una de las más raras e inclasificables del escenario musical chileno: Akinetón Retard que celebra por estos días sus 21 años a todo chancho. Al músico -que también es locutor estrella de la radio Rock and Pop, con dos programas diarios que lo tienen cuatro horas al aire- lo aburre a veces la música contemporánea que cae en un coitus interreptus, y encuentra increíble que le hayan dado el Nobel a Bob Dylan: “No me extrañaría que salga diciendo que es raeliano”, dice.

Macarena Gallo
Macarena Gallo
Por

Vicente García Huidobro

La banda santiaguina Akinetón Retard se debe al nombre de un remedio que bloquea los incómodos e incontrolables movimientos corporales que genera el Mal de Parkinson. Una pastilla que creció tomando un exintegrante de la banda. Un nombre que puede sonar también a un dios egipcio, pero del letargo. “Un gran nombre para una banda musical”, dice Vicente García-Huidobro. Su música vendría siendo una sobredosis del fármaco: intensa, desenfadada, loquísima, virtuosa y muy ingeniosa. O una terapia grupal, como dicen. Se pasean por todos los estilos musicales sin ningún prejuicio, como el jazz, el rock progresivo, la experimental o el afrobeat por nombrar algunos, que los hace difíciles de catalogar. Algunas veces los han presentado en festivales internacionales como la “Orchestraler jazz” o “Frank Zappa versus Godzilla styles”.

Formada en octubre de 1994, en el subterráneo del Conservatorio de Música de la Universidad de Chile en Morandé con Compañía, Akinetón Retard creó sus propio dialecto akranánico para no decir nada. Inventaron seudónimos acordes en esa búsqueda para los integrantes del grupo: Estratos Akrias (saxofón y clarinete bajo), Bolshek Tradib (batería), Edén Ocsarrak (saxo alto y tenor), Santiago Astaburuaga (bajo) y Tanderal Anfurness que asumió Vicente, en alusión a un fármaco que tomaba para la tos crónica cuando era niño.

En estos días, la banda celebra sus 21 primaveras y tirará la casa por la ventana. Se presentarán este fin de semana en Matucana 100, que también festeja sus quince años, con un show memorable y único. Los acompañarán otra banda de culto y desconocida: Las Solteronas en Escabeche, un trío de hombres, no sabemos si de verdad en soltería eterna, pero que también tienen un repertorio musical perturbadísimo.

¿Por qué al principio se ponían sobrenombres?
-Hubo una época en que toda la música era simple y tenía gancho comercial. Ponernos nombres fue un atisbo contracultural, podríamos decir, para hacerla difícil. De hecho, fueron años sin que nadie pudiera nombrar bien Akinetón Retard.

¿Cómo les decían?
-Akenatón, Kinetón, Akinerón que no estaba mal, Akinerón Silver. Una vez nos pusieron Aprinetón, esa onda. Pero ponernos nombres era una tontera. Ahora nos reímos.

¿Qué pasó con su dialecto akranánico?
-Era una talla interna, como la que tienen los equipos de fútbol o los jugadores de dardos, pero nunca quisimos decir nada. Era una cosa gutural.

¿Cómo surgía ese dialecto?
-Tirando la talla, porque nos sonaba bien. Era todo medio pantallesco, medio bluff. Era para reírnos de nosotros mismos. Fue como “ya, vamos a inventar un dialecto”, y lo hicimos.

Como lo hizo el grupo Magma.
-Claro, pero Magma quería decir algo. Y, claro, nosotros éramos como un Magma a la chilena que no decía nada. Nosotros creamos puro humo. Pero dejamos nuestro dialecto de lado. Ahora ni siquiera cantamos. Para cantar, tenís que tener algo que decir. Y, si bien tenemos mucho que decir, la música puede decir eso sin palabras.

Pero cuesta transmitir ideas a través de los instrumentos.
-Sí, no es tan directo. Pero mejor que nos hayamos ido en la instrumental. No te ata tanto. ¿Sabís qué? Lo instrumental te cierra hartas puertas en términos de masividad en festivales, pero al final nuestro show se transformaba en lo mismo en cualquier lado, en Japón, Holanda o México no había diferenciaciones.

Para ti, la música de Akinetón Retard era feísta.
-Sí, fuimos más feistas, ahora somos menos feos. Cuando surgió el grupo era importante ser feo. Había una búsqueda de la simpleza. Estaba la gran familia del pop, la gran familia del funk, y nosotros éramos la familia disfuncional. Estábamos solos. Pero nos sentimos cómodos con esa suerte de páramo y soledad. Nos gustaba ser un grupo disruptivo.

EL PODER DEL REGGAETÓN

¿Cuál es la receta para durar tanto tiempo como grupo?
-Casi todas las bandas terminan en dramas. Se podría, incluso, hacer una saga con las teleseries que se arman con las peleas. Yo creo que nos favoreció el hecho de no haber tenido un éxito arrollador en ninguno de los planos marketeros. No hemos tenido que repartirnos ninguna riqueza, ja, ja. En vez de sacar un disco llamado Grandes Éxitos, deberíamos sacar uno llamado Grandes Fracasos, Fracasos Cumbres, ja, ja. No, mentira, no nos sentimos fracasados. Más raro y feo habría sido tratar de hacer una música que hubiera sido exitosa. O como el músico que trata de hacer un estilo, porque sabe que ahí le puede ir bien y que en el 99% de las veces les resulta mal. Tampoco hemos tomado la música como algo complejo ni denso. Le hemos restado la importancia.

No pusieron todas sus fichas en Akinetón.
-Claro. Cachamos que era un circuito bastante pequeño y conservador para los cánones que explorábamos.

¿Conservador en qué sentido?
-O sea, estamos en un mundo conservador, discutiendo una ley de aborto en tres causales… Chile es un país patriarcal, machista, vertical, zorrón. Ante eso, Akinetón ha dado una lucha anónima, de guerrilla, para no cambiar ni un ápice de lo que busca el grupo, que es abrir por fuera los márgenes.

Akinetón siempre ha sido una banda de nicho y desconocida por muchos.
-Yo creo que somos la banda desconocida más conocida de Chile, ja, ja, ja. Es un secreto bien guardado de la música, pero por la música que tocamos también. No me imagino tocando este tipo de música en el Festival de Viña. Ahora, gracias a internet y como llevamos tantos años, tocando, nos pasa que nos escuchan los hijos de los primeros seguidores. Pero cuando partimos, no nos cachaba nadie.

Pero, en países como Japón y China, les va la raja.
-Sí. Es raro, pero llegai allá y te dai cuenta que hay un público abierto a música como la nuestra. Son bien locos los japoneses. Los otakus eran maravillosos. En China, en el 2008, tocamos en el Conservatorio de Música Contemporánea, un recinto gigante como de dos cuadras enteras de Santiago.

A China, llevaron un chin chín.
-Sí, los chinos se volvieron locos. Era primera vez que veían tocando a un chinchinero. Tocábamos temas de Akinetón versión chin chín.

¿Una tortura o no?
-Un acierto. Justo tocamos para las fiestas patrias y el chin chín fue como el momento folclórico de la banda. Fue divertido.

¿Por qué crees que prendió tanto la música de Akinetón en esos países?
-Yo creo que a un tipo de persona le gusta, más allá de la nacionalidad, porque es música intensa y psicodélica. Les gusta la rareza.

¿Qué quieren provocar con Akinetón?
-Una terapia, un estado de introspección, un viaje de sensaciones intensas. Tampoco que te cambie la vida. Pero notamos que la gente se va en un trance muy profundo junto con nosotros.

Akinetón Retard siempre se ha caracterizado por huir de la etiquetas musicales.
-Nosotros tocamos todos los estilos, pero siempre ha sido a nuestro estilo. Nos aseguramos de que fuera una música inclasificable, sin que fuera adrede, pero terminó siéndolo por un desprejuicio.

Hace un tiempo en una columna pelabas a los músicos que tenían claro de antemano el estilo que desarrollaban.
-Cuando estábamos en la escuela, los músicos eran muy clichés. Había mucha gente que decía: “yo toco tal tipo de jazz” y nadie los sacaba de ahí. Por ejemplo, la moda era el jazz de mall que no se la jugaba por nada, tocar todos los estilos de manera aséptica y que sirviera para cortar bien el sashimi. Mucha simpleza que tú le cachabas el tufillo comercial. Hay bandas que les fue muy bien, pero los músicos tienen que ser zorros para seguir vivos. En ese sentido, somos una banda con muy poco prejuicio. Eso habla de una cierta madurez.

Ustedes mezclan todos los estilos musicales.
-Sí. Al principio la música de Akinetón era súper pegada. Fuimos caminando de algo más experimental a lo psicodélico. Quizá ahora se ha ido poniendo más minimalista, porque antes le metíamos todos los aliños a la cazuela, pero sigue siendo extraña. Y pasamos por estados: puede ser una música reflexiva y por momentos bastante histérica.

Ahora, incluso, se han puesto más bailables.
-Absolutamente. Como en el 2000, tuvimos percusión latina pero la dejamos. Ahora la retomamos con un cierto trance acústico. Incluso le metemos salsa o reggaetón, que hemos tocado en momentos, no siempre.

¿Te gusta el reggaetón?
-No me gusta la violencia explícita de sus letras. Me gusta lo que le pasa a las personas cuando escuchan reggaetón, más que la música misma. Es increíble ver a la gente liberarse a través del reggaetón. Y es gente que puede ser muy conservadora en la cotidianeidad, pero algo le pasa con esa música.

Hay músicos que dicen que el reggaetón no es música.
-Quizás esos músicos se han emparentado más con el reggaetón en su vida. Yo no podría afirmar que no es música, porque lo es: son dos cucharadas y a la papa. Nosotros teníamos un proyecto llamado Chongo Mongo de humor, psicodelia y música. Tocábamos con calefonts y salíamos al escenario como disfrazados de calefonts. Hacíamos la historia de un loco que se le apaga el cálefon en la mañana y le empieza a salir agua fría, una estupidez de gag, pero era una performance musical. Entonces, si eso era música, ¿no lo va a ser el reggaetón?

A ti no te gusta mucho la música contemporánea.
-Hay un poco de conservadurismo en la música contemporánea que me aburre. Por ejemplo, en las piezas más operáticas. A menos que tenga mucha intensidad no me atraen tanto. La música contemporánea estilo coitus interruptus me aburre. Pero es una cuestión de gustos.

¿Qué te parece que le hayan dado el Nobel a Bob Dylan?
-Increíble. No sé si es un cambio de paradigma, porque si pescai un libro de letras de Bob Dylan se sostiene totalmente por sí solo. Es un tipo súper prolífico. Puede pasar rápidamente de una profundidad, a la anécdota, a la ironía, al humor, al sarcasmo. No me parece tan revolucionario el hecho de darle el premio literario a alguien que ha hecho canciones. Lo divertido sería que le dieran ahora el Grammy a Murakami, eso sería buenísimo, ja, ja, ja.

¿Y, musicalmente hablando, no lo encuentras fomeque?
-No soy tan fanático. Me gusta más su punto de vista. No quiero decir que me leo las letras sin escuchar la música, pero obviamente en algún momento todos nos hemos visto intrigados de porqué Bob Dylan es Bob Dylan. Y me gusta esa contradicción religiosa que tiene y que se hace cargo de sus búsquedas. Un tipo que parte siendo judío, después se transforma al cristianismo, luego se va… como que da la sensación que ya no cree en nada. O tal vez no me extrañaría que salga diciendo que es raeliano o cientólogo.

AKINETÓN PARA NIÑOS

No contentos con Akinetón, llevaron su estilo musical a niños con el proyecto Akinetín.
-Sí. Los niños son mucho más abiertos a escuchar nuestra música que los adultos. Para ellos no existen los estilos. Pero Akinetín duró un tiempo. Luego, con gente de otros lados, armamos Kinéticos para niños y niñas de cero a siete años, la idea era que fuera como su primera psicodelia infantil.

¿Y cómo llegaste a la música para niños?
-Cuando salí de la universidad, no tenía trabajo y mi hermana, como tenía un jardín infantil, me dio pega como profesor de música. Trabajé muchos años en eso, antes que la música infantil se convirtiera en un boom. Caché toda la onda de los niños. Entré sabiéndome cinco canciones y súper nervioso, porque los niños son un público súper sincero y crítico, y terminé experto en canciones sobre todo tipo de efemérides: el día del papá, de la mamá, de los colores. Ahí empecé con el rollo de un rock para niños que encontraba que faltaba. En ese minuto, era común tratar como estúpidos a los niños desde el punto de vista musical.

¿Te gustaba Mazapán?
-Lo escuché en mi niñez. Si bien no es lo que desarrollé como músico, veo a mis hijos chicos que les gusta, porque son capaces de pasar del barroco a una chacarera, o de una música folclórica a algo más popero. No sé si soy fanático de Mazapán y no sé si los tocaría siempre, pero tengo un respeto irrestricto hacia el grupo.

¿Solo a niños le haces clases?
-A adultos también, pero ya no les hago. Ser profesor de aula no es lo mío.

Así como has sido profe, también te has dedicado a la radio.
-Sí, pero no soy periodista, soy un autodidacta. Tampoco me acerco como un periodista que tenga algo que perder. Puedo darme ciertas libertades y me da lo mismo ser políticamente incorrecto.

¿Cómo te interesaste en la radio?
-Fue cuando hicimos “Catatonios y Akrananios” con los integrantes de la banda y estábamos en la U. Era un programa loco donde metíamos personajes y bandas raras. Lo bonito de la radio es que no tenís esa dictadura del bello, del no envejecer, del no flaquear. La radio es más sincera y genuina.

Eres bisnieto de Vicente Huidobro. ¿Cómo ha sido crecer bajo su figura?
-Divertido. Por ejemplo, en internet soy invisible: aparece por error la información suya y no la mía. Quizás mi bisabuelo fue una buena influencia, de manera silenciosa, en cuanto a la experimentación. Si bien me tocó vivir más con mi familia materna, es bien loco.

¿Por qué?
-No los critico, pero la gente puede pensar que tengo mejor situación económica de la que tengo, solo por el hecho de llevar este nombre y apellido. Hay una suerte de discriminación positiva, por así decirlo. Pero no me molesta ser bisnieto de Huidobro. Tampoco soy un conocedor de su obra, porque de repente se te acerca gente y poco menos que tenís que ser un erudito de tu bisabuelo. Pero, por otro lado, en mi familia más cercana había tanta locura y creatividad, y digresiones sociales fuertes, que tampoco Vicente Huidobro es lo único en mi vida.

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