József Pereszlényi, desplazador de materiales, se detuvo con su coche Wartburg, matrícula número CO 75–14, junto al kiosco de periódcos de la esquina. –Déme un Noticias de Budapest. –Lamentablemente se agotó. –Déme uno de ayer, entonces. –También se acabó. Pero casualmente tengo ya uno de mañana. –¿También ahí aparece la cartelera del cine? –Eso sale […]
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József Pereszlényi, desplazador de materiales, se detuvo con su coche Wartburg, matrícula número CO 75–14, junto al kiosco de periódcos de la esquina.
–Déme un Noticias de Budapest.
–Lamentablemente se agotó.
–Déme uno de ayer, entonces.
–También se acabó. Pero casualmente tengo ya uno de mañana.
–¿También ahí aparece la cartelera del cine?
–Eso sale todos los días.
–Entonces déme ese de mañana –dijo el movilizador de materiales.
Se volvió a sentar en su coche y buscó la programación de los cines. Después de un rato encontró una película checoslovaca –Los amores de una rubia– de la que había oído hablar elogiosamente. La proyectaban en el cine Cueva Azul de la calle Stácio, a partir de las cinco y media.
Justo a tiempo. Todavía faltaba un poco. Siguió hojeando el diario del día siguiente. Le llamó la atención una noticia acerca del desplazador de materiales József Pereszlényi, quien, con su coche Wartburg matrícula CO 75–14 se desplazaba con una velocidad mayor a la permitida por la calle Stácio, y no lejos del cine Cueva Azul chocó de frente con un camión. El descuidado conductor murió en el acto.
“¡Quién lo diría”, pensó Pereszlényi.
Miró su reloj. Ya pronto serían las cinco y media. Guardó el periódico en el bolsillo, se puso en marcha, a una velocidad mayor de la permitida, y chocó con un camió en la calle Stácio, no lejos del cine Cueva Azul.
Murió en el acto, con el periódico del día siguiente en el bolsillo.