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Mundo

28 de Noviembre de 2017

El placer de robar: Testimonios de cleptómanos

Este texto fue publicado originalmente por Vice en Español.

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Recuerdo que de pequeño siempre llegaba a casa con algún bolígrafo u objetos de mis compañeros de la escuela. Algunas veces los pedía prestados y no los devolvía, sin tener idea de lo que estaba haciendo, solo sabía que tener ese bolígrafo que no me compraron mis padres hacía que lo viera más brillante y bonito de lo que era. Se convertía en mi bolígrafo preferido.

Luego los bolígrafos pasaron a ser chocolatinas, y cada vez que salía del país no perdía la oportunidad de entrar en cualquier Target o Walmart y pasarme por la sección de dulces para comerme algunos y después tirar a la basura los envoltorios —esto es, sin pagarlos—. Tenía nueve años, era muy emocionante ver el letrero de Walmart o Target porque sabía que iba a comer chocolates gratis. Mi cerebro lo asociaba con el placer.

Nunca sentí que lo que estaba haciendo era robar; a veces, cuando lo hacía, mi cerebro disparaba excusas como “ellos tienen dinero para asumir estas pérdidas” o “por una chocolatina no me van a meter preso”.

Ya de mayor, leyendo sobre esto llegué a la conclusión de que quizás lo que me pasaba de niño eran síntomas de cleptomanía.

La cleptomanía es un trastorno de control de los impulsos que lleva al robo compulsivo de cosas. La diferencia entre un ladrón y un cleptómano es la manera en la que se produce el robo.

Los enfermos no planifican robar ni toman medidas preventivas para evitar que los pillen en el acto. El robo lo cometen solos, no buscan ayuda o asistencia. Sienten algo como una excitación creciente antes de robar el objeto, seguida de bienestar o liberación cuando lo llevan a cabo. La diferencia más grande es que el cleptómano roba por necesidad de satisfacer un impulso; el ladrón, por diversión o necesidad material.

Un buen ejemplo es Lindsay Lohan, todos leímos que a veces se pasaba con la bebida o la droga y robaba un montón de cosas. Que si un abrigo, que si unas joyas…

Hace unos días pasé con el coche a buscar a la amiga de una amiga, y en la parte de atrás tenía una chaqueta que había comprado hacía poco. Cuando llegué a mi casa después de dejarlos a todos, me di cuenta de que la chaqueta ya no estaba.

Di con el teléfono de ella y le pregunté; me dijo que sí, que la había metido en el bolso sin querer. Como por mala suerte no pudimos contactar con Lindsay Lohan, nos conformamos con Michelle y otros más como ella. Charlamos con algunos cleptómanos sobre el placer que les produce robar sus objetos favoritos:

Michelle, 21 años, estudiante de Comunicación social

No sé por qué lo hago. Me lo he preguntado millones de veces, creo que soy una persona normal y estable.

La primera vez que robé en una tienda fue a los siete años y recuerdo que fue en un Blockbuster que acaban de inaugurar. Mi padre se dio cuenta de que me había llevado una golosina de la tienda y volvimos para devolverlo. No me regañó, pero sí me dio un sermón de camino a la casa.

En el instituto empecé a desarrollar una ansiedad o tensión rara, hasta picazón en el cuerpo llegué a sentir. Me metía en tiendas y cogía alguna revista, me tomaba algún zumo y salía bastante aliviada. Cada vez se repetían más estas situaciones hasta que una vez me pilló la policía y me llevé un gran susto.

Avisaron a mis padres y se montó un drama en mi casa. Creo que mi método ha mejorado con los años, la semana pasada, por ejemplo, fui a una farmacia cercana y compré varios productos para disimular los que realmente me quería llevar, uno de ellos era muy bonito y se lo regalé a mi madre.

Daniel M., 21, estudiante de letras

Sé que me llevo cosas y mis amigos me molestan con eso. Yo no le doy tanta importancia porque siempre las devuelvo. Las pocas cosas que me he quedado son porque siento que son como ítems de lugares nuevos que conozco. Si entras en mi habitación, te podría enseñar varias cosas cogidas de las casas de mis amigos.

De una amiga tengo un disco de Korn, de un compañero de tesis tengo unos altavoces Samsung para oír música mientras estudio, y de un tutor tengo un libro que estaba en su sala de estar, La metamorfosis de Kafka.

Miguel M., 26 años, desempleado

Cada vez que entro en un supermercado siento una emoción como si entrara a Disneyland. Al verlo todo ordenadito y en abundancia, me entran ganas de recorrer todo el local para ver qué me puedo llevar a casa hoy. No me llevo cosas valiosas, sino tonterías para comer mientras veo la tele.

Nunca robaría algo que me metiera en problemas, que tampoco soy tan tonto. Creo que lo más valioso que llegué a robar fue un chocolate Milka importado que metí en una bolsa de cosas que ya había pagado en otra tienda. Casi nunca se dan cuenta si haces esto, están muy pendientes de otras cosas. También funciona abrir un refresco mientras vas con tu carrito de compras.

Me gusta tomar refrescos para entretenerme mientras veo lo que voy a comprar y quizás llevarme. Obviamente, el refresco nunca lo pago, siempre lo tiro a la basura.

Juan C., 23 años, comunicador social

En la escuela, antes del recreo, pedía permiso para ir al baño, y en ese entonces los niños llevaban juguetes de sus casas. Recuerdo que uno de ellos tenía una figura de acción que era como una especie de Optimus Prime pero naranja y azul que tenía como unos discos que le salían de la espalda. Me obsesioné y me quedé en el baño para esperar que todos salieran. Cuando se fueron todos, lo cogí y me lo metí en la mochila sin que nadie se diera cuenta. Supongo que el dueño del juguete sí lo notó. También iba a casa de mis primos y no podía evitar el impulso de llevarme juegos de N64 como el Diddy Kong Racing.

Ronald R., 26 años, ingeniero industrial

En un viaje a Estados Unidos, caí en cuenta de que tenía un problema, ya que no fui yo el que salió perjudicado, sino mi primo. Estaba de visita en su casa, porque estaba de vacaciones por Orlando y él vive ahí. Recuerdo que estábamos en Urban Outfitters y metí una camisa de la talla M que no tenía el sensor de seguridad en una bolsa que teníamos de otra tienda.

Mi primo se estaba probando la misma camisa pero de la talla L, y como él la iba a pagar, me pareció un plan perfecto.

Para mi sorpresa, la camisa que metí en la bolsa sí tenía sensor, pero estaba en la etiqueta. Al salir de la tienda, éste se activó y la policía y el personal de la tienda nos sacaron las cosas de las bolsas y se dieron cuenta. Mi primo estaba confundido porque pensó que había sido error suyo, que al coger la camisa de los estantes una se le había colado en la bolsa.

Nos mostraron las cámaras y ahí se veía todo claro. A mí no me pasó nada ya que yo iba de turista y mi responsabilidad la asumía él, que estaba esperando su visado de residente… Todavía me arrepiento.

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