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Opinión

31 de Mayo de 2018

Epístolas sobre feminismo: cartas de Javiera Arce y Rafael Gumucio

La bullada entrevista a Rafael Gumucio donde trató a las mujeres movilizadas en las tomas feministas como “solteras, sin hijos, ni demasiados problemas económicos”, generó una batahola de dimes y diretes en las redes sociales. Javiera Arce, editora del libro “El Estado y las Mujeres, el complejo camino hacia la transformación de las instituciones”, señala en una carta abierta al escritor que “resulta fundamental incluir a los hombres en el debate y avanzar hacia un nuevo pacto entre los sexos”. Gumucio, en tanto, responde que se equivocó porque la toma en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile “fue solo el comienzo de una ola gigante de mujeres de todas las edades y condiciones que está logrando cambios urgentes en la manera en que hombres y mujeres tendremos que tratarnos”. El debate recién comienza y promete nuevas misivas.

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Estimado Rafael,
Me he tomado la libertad de enviarte esta carta para invitarte a discutir respecto de las demandas del movimiento feminista chileno, ya que tanto interés te ha provocado declarar tus puntos de vista a través de la prensa, en particular en lo referido a tus afirmaciones en aquella desafortunada entrevista publicada en La Tercera, en que se plasmó con un maniqueo titular una visión, desde mi punto de vista, desacertada del movimiento al referirse a las mujeres que lo componen “son solteras, sin hijos, ni demasiados problemas económicos”.

Si nos quedamos con el titular, evidentemente tendrías una avalancha de críticas- y así ocurrió-, puesto que si bien las mujeres que componen el movimiento feminista actual puede sean solteras, hay muchas de ellas que tienen hijos y bastantes problemas económicos debido al neoliberalismo educativo, que pone la competencia como eje central del sistema, en que los precios de los aranceles universitarios, hasta un par de años atrás, resultaban casi privativos, debido a que el ingreso promedio mensual en Chile no supera los $520.000 pesos, obligando a la mayoría de las y los estudiantes a buscar instrumentos de endeudamiento, ya sea créditos como el Fondo Solidario, o el CAE, que han terminado por hipotecar el futuro de muchos alumnos.

Sin embargo, al leer en detalle tu entrevista, pude encontrar ciertos puntos en que sintonizo. El movimiento feminista histórico, sin lugar a duda, nos ha brindado avances impensados hace un siglo y poco más atrás. Las mujeres pudimos educarnos, entrar a la universidad y acceder a un título universitario, alcanzamos derechos de ciudadanía civil y política, y tuvimos acceso a los anticonceptivos. Sin embargo, aún nuestra representación descriptiva, no alcanza el número efectivo de la población femenina en los cargos de representación política, que incluso con Ley de Cuotas, se pudo obtener sólo el 21% promedio de representantes mujeres en el Congreso Nacional. Para qué hablar de la empresa privada, en que las mujeres no alcanzan el 10% de los directorios, y ni si quiera mencionar la presencia de mujeres en cargos académicos, ya que en la actualidad sólo hay una mujer rectora – la que además fue designada-, en el grupo de universidades que componen el CRUCH.

En efecto, la demanda por educación no sexista todavía parece estar tomando forma y no ser tan clara, debido al propio ciclo de los movimientos sociales, y a cómo nuestras estudiantes han tomado la dirigencia. En general se habla de estructuras más planas, casi inorgánicas, que desconocen la conformación jerárquica patriarcal de la dirigencia universitaria, construyendo espacios alternativos, también llamados “seguros”, para realizar sus propias discusiones políticas. Otro factor que no se puede soslayar, es la dimensión emotiva del conflicto, en que miles de estudiantes, académicas y funcionarias de las propias universidades, han comenzado a conversar sobre sus percepciones y experiencias personales respecto del acoso, abusos, y atenciones sexuales indeseadas, por lo que la cólera se ha incrementado. Hemos pensado con un grupo de amigas, que tenemos suerte de que la demanda se ha traducido en procurar una situación de igualdad sustantiva para las mujeres y no venganza, porque habría varios que verían su vida en riesgo después de tantos años de un sistema de relaciones de género basado en la opresión y en la subyugación de las mujeres a los hombres.

Respecto a tu afirmación sobre la “poca seriedad del movimiento”, en una primera etapa, la rabia era necesaria, para visibilizar un problema silenciado por años, pero – y en esto coincido contigo-, en que es necesario racionalizarla y buscar medidas efectivas para comenzar el camino hacia la transformación de la sociedad chilena. Si bien el gobierno está haciendo intentos por entregar respuestas, me parece que medidas como las salas cunas para trabajadoras, excluye de inmediato a nuestras estudiantes movilizadas del derecho de acceso al cuidado. Por otro lado, el propio movimiento, al reducir la demanda sólo a aspectos punitivos, como la existencia de un protocolo para prevenir y sancionar el acoso sexual en las universidades, es coincidente con la agenda represora de la derecha. De hecho, de acuerdo a los anuncios entregados por el Presidente Piñera el día 23 de mayo, se encontraba la de realizar un modelo de protocolo y apoyar en la confección de los mismos a las unidades educativas, en vez de generar la redacción de una ley que ayude a erradicar la violencia, el acoso y hostigamiento de todos los espacios formativos, NO solo de las Universidades del Estado, ya que la oferta privada de CFT, IP y universidades privadas, supera por mucho en cantidad de estudiantes a las universidades estatales.

Por ende, estamos ante una oportunidad valiosa, en que debemos ser capaces de diseñar una demanda concreta al gobierno, en que se exija una política de igualdad para las universidades, que no sólo se quede en el discurso de otro de los anuncios del presidente Piñera, en que se promovería la incorporación de más mujeres en la academia, así como también en áreas STEM. Se necesita un compromiso político, legal y financiero con dicha idea, y esto se logrará sólo, a través de una ley que plasme la política pública, y obligue a todas las universidades a instalar oficinas de igualdad en que no sólo se traten asuntos como las denuncias sobre acoso sexual. Y en este punto tienes mucha razón en afirmar, que las brechas de género son mucho más profundas – yo hablaría de acantilados,- que ello, por lo que es un error reducir la demanda sólo a los protocolos. El acoso sexual es la punta del iceberg de un problema histórico- filosófico, que tiene que ver con que la Universidad, es una institución concebida conceptualmente con una visión androcéntrica, y que las mujeres ni si quiera pudimos participar en ella, porque recién a fines de 1800 pudimos ingresar a la educación terciaria. Por lo que también resulta importante reconocer la brecha en materia de creación de conocimiento, ya que a pesar de llevar poco más de un siglo adentro, aún nuestro conocimiento y nuestra creación es constantemente invisibilizada, incluso por nuestros propios colegas. En que nos hemos visto en la necesidad de presionar en los congresos disciplinarios por la existencia de espacios dedicados a hablar de género, y nosotras mismas, hemos tenido que hacer un bypass en nuestras disciplinas para incluir la perspectiva de género, pero los hombres poco y nada han ayudado en ello, por el contrario, nos hemos transformado en la “cuota de género” que debe ingresar a sus paneles, para que además hablemos sobre desigualdades de género, porque no podemos hablar de nuestras líneas centrales de investigación, en vez de ellos también abordar este importante tema desde sus propios puntos de vista.

Y así, podría seguir enumerando hechos, sin embargo espero tu respuesta, aclarando los otros dichos de la entrevista, y ver si podemos seguir intercambiando correos, pues me interesa interpelarte y poder llegar a puntos de encuentro en este importante tema, que desde mi posición, resulta fundamental incluir a los hombres en el debate y avanzar hacia un nuevo pacto entre los sexos, y de una vez por todas construir una sociedad libre de violencia, entendida esta, en un sentido más amplio que la violencia física.
Recibe un cordial saludo,
Javiera Arce Riffo

*Cientista Política. Editora del libro El Estado y las Mujeres, el complejo camino hacia la transformación de las instituciones (RIL).

Estimada Javiera:
En la vida de un intelectual hay un momento crucial casi siempre: el instante preciso y precioso en que uno se alegra de equivocarse. Cuando se es más bien pesimista, como es mi caso, eso sucede con bastante frecuencia. Cuando di esa desafortunada entrevista a la que aludes en tu carta, el movimiento consistía en la toma de cinco facultades de distintas universidades. La primera noticia de las tomas que tuve fue un extraño documento en que las estudiantes de la Facultad de Derecho prohibían la entrada a la toma a amigos, conocidos, testigos, o cualquiera que no haya denunciado o sabido de ningún caso de abuso sexual en la universidad. Lo segundo que supe de la facultad, fueron las declaraciones de una vocera de la toma que descubría que el debido proceso y la presunción de inocencia eran una invención machista que no corría en casos de abuso sexual. Solo después me enteré de las complejidades sórdidas del caso de Carlos Carmona y de las triquiñuelas de la dirección de la Facultad para tratar el caso. Eso no quita que cuando hablé con La Tercera, el movimiento estaba compuesto efectivamente por mujeres mayoritariamente sin hijos, mayoritariamente jóvenes y mayoritariamente sin problemas económicos, si se las compara con sus madres o hermanas mayores que deben mantener un hogar donde con demasiada frecuencia son el único sueldo.

Hablé no sólo porque me cuesta mucho no callarme cuando debería, o porque sea especialista en género, sino porque me preocupa hace años la obsesión por vigilar y castigar desde una supuesta inocencia que es el leitmotiv de distintos movimientos contemporáneos, desde el animalismo y el ecologismo radical, desde el yidahismo, al evangelismo renacido, pasando por el anarco veganismo y cierta ramas del feminismo radical. En cada caso puedo estar de acuerdo con mucho de lo que estos movimientos piden o quieren, pero me da la impresión, que lo que importa en ellos no es el feminismo, el ecologismo, el islamismo, sino el radicalismo, un radicalismo que tiene más que ver con la sensación cierta de que viven en un mundo frágil y transparente, controlado por un mercado omnipotente contra el que se rebelan de la manera más rentable justamente para ese mercado.

Me equivoqué, te decía Javiera, porque esa toma de Derecho en que sus líderes demostraron despreciar la esencia misma del derecho, fue solo el comienzo de una ola gigantes de mujeres de todas las edades y condiciones que está logrando cambios urgentes en la manera en que hombres y mujeres tendremos que tratarnos. Como no soy un buen perdedor te diré que es algo que esa desafortunada entrevista predecía confusamente: no somos Suecia, no estamos en Hollywood ni en Nueva York, las mujeres viven en Chile en una sociedad que las desprecia sistemáticamente desde hace siglos. Aquí el acoso no tiene que ver con una ensalada de más o de menos, o un productor que hace casting en su cama, aquí el problema no es el piropo o los chistes de buen gusto o mal gusto, aquí es el hambre, es el frío, es la castración también que las madres les infligen a sus hijos y la esclavitud que esas mismas madres les imponen a sus hijas. En Chile, no en Nueva York, no en Oslo, no en Madrid, el nuevo feminismo va a conseguir algo más que convertir el mundo en un reality show en que los hombres viven aterrados de caer en capilla. Aquí y sólo aquí en nuestra condición de país del tercer mundo más teologizado del mundo, el feminismo va a conseguir algo parecido a una revolución. Quizás porque sólo en Chile el “Segundo sexo” no es un libro anticuado de una intuición genial rellena de voluntarismo y chapucería seudo científica. Quizás porque en Chile vivimos en muchos aspectos aún en 1948, el año en que Beauvoir reinventó lo que era ser y no ser una mujer.

Ahora tengo la impresión que esta semana quedará cada vez más claro lo que dije mal en esa entrevista: Este movimiento no es uno, sino dos. Siempre es importante distinguir entre los fanáticos y los heréticos. Las que pintan en la pared “Macho muerto no viola”, son fanáticas, dicen algo que no creen sólo para empujar el movimiento. Los que piden que un profesor sea expulsado por sus opiniones o por su vida privada, los que quieren que esas vidas privadas sean vigiladas por comités ideológicos que reeduquen a los machos o las mujeres machistas, son heréticos que dicen cosas que sí creen para desviar el movimiento no hacia la igualdad sino hacia otra ética y otra moral, la posmoderna. No son feministas, son lo que yo llamo gnósticos, o cátaros, creen que el mundo fue creado por el diablo y que hay que restarse de él y prohibir toda violencia, toda disidencia, toda impureza. Son personas amenazadas por un mercado en que las jerarquías ya no importan pero que sin saber luchan para acelerar el advenimiento todo poderoso de ese mercado. Son, desde lo que creen ser disidencias sexuales, sólo creadores de App cada vez más específicos, que necesitan cada vez menos interacción entre los clientes. Son, como seguramente terminara alguna Nancy Fraser de la tercera ola descubriendo, el Uber taxis de la revolución, explotados que creen ser dueño de su auto, o de su rebelión y que se encapuchan igual y desnudan igual como lo que son, soldados de elite, comandos guerrilleros de facebook, Instagram y Google. Por desgracia no son las fanáticas las que escriben la mayor parte de los petitorios (idénticos entre sí) sino las heréticas. Te dejo esta provocación final para que sigamos la discusión en otras cartas. Espero seguir equivocándome contigo.

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