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Entrevistas

14 de Febrero de 2019

Carta abierta a Ricardo Palma Salamanca, criminal prófugo de la justicia chilena

Que la libertad con la cual puedes caminar hoy por las calles de París gracias a la protección momentánea de la justicia francesa te haga meditar sobre la importancia de ponerle fin a esta odiosa reivindicación de tu prontuario criminal, haciéndote cargo de tu responsabilidad en los hechos. Como familia seguiremos ansiando justicia y reparación. Mientras dicha justicia no llegue, tu condena será el peso de tu conciencia y tus manos manchadas con sangre.

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Las víctimas no suelen escribir a sus victimarios. Es tan profundo el dolor acumulado a lo largo de los años por nuestra familia que redactar algunas líneas a quien apretó el gatillo aquella tarde de abril de 1991 asesinando a Jaime Guzmán requiere de una entereza particular que afortunadamente brota casi espontáneamente luego de habernos enterado de la injusta y violenta decisión de la justicia francesa de negar tu extradición a Chile.

Han pasado 28 años de que tomaste la cobarde decisión de acribillar a un hombre a quemarropa. Decidiste asesinarlo a balazos. Decidiste a tus 22 años que tenías que “ajusticiarlo” ya sea por una convicción revolucionaria panfletaria o por orden de tus superiores en la segura búsqueda de un reconocimiento dentro de tu milicia irregular que nunca llegó. ¿Por qué lo hiciste? De seguro que sentiste que tu realización personal pasaba por sentirte con el suficiente poder de asesinar a otros que ni siquiera conocías. Hiciste lo mismo con tres personas entre 1989 y 1990. Asesinados por tus manos a quemarropa. Ya me imagino cómo habrás disfrutado el haberte convertido en uno de los captores de Cristián Edwards en su secuestro de cinco meses.

No conozco tu historia personal ni familiar. Solo puedo dar fe de tu compromiso con la impunidad y con la violencia política, la más irracional y absurda de todas las violencias. Intuyo que tu pecho se inflaba ante el abultamiento de tu prontuario delictual hasta que te detuvieron en 1992 y con ello tus ansias por ser alguien relevante y carismático dentro del Frente Manuel Rodríguez se vieron truncadas. Transformaste tu escape de la Cárcel de Alta Seguridad en una novela ininteligible con la convicción de que esa fuga te daría gloria. Al poco tiempo, el mismo Mauricio Hernández Norambuena – uno de los autores intelectuales del crimen de Guzmán – te delataba desde la cárcel de alta seguridad en la que continúa recluido en Brasil. Tus ansias por ser el nuevo Raúl Pellegrín del Frente Manuel Rodríguez chocaban con la dura realidad de tus propias limitaciones: el ser un delincuente común que hasta hace pocos meses participaba de una red de secuestros en México junto a tu compañero del crimen de aquel 1º de abril.

¿Qué habrás aprendido en esos 22 años que llevabas prófugo de la justicia chilena? ¿Cuántas veces te habrás vuelto a escuchar los gritos de tus víctimas antes de asesinarlas a quemarropa? ¿El escritor recién aceptado por la Sociedad de Escritores de Chile habrá tenido un segundo de humanidad para comprender el dolor provocado al menos mientras escribía alguna de sus dos novelas? Lo dudo. Es que luego de intentar hacernos creer que tu declaración judicial reconociendo tu autoría en el asesinato de Guzmán fue bajo “apremios ilegítimos” – y haber encontrado a una diputada que hiciera eco de una versión nunca antes mencionada e inverosímil para los tiempos que se vivían en Chile – las esperanzas de un mínimo acto de contrición o de perdón se desvanecen rápidamente.

Mi abuela – a quien le arrebataste a un hijo – expresaba algunos días después del asesinato: “Que nuestras primeras palabras sean de perdón, y no de odio”. Con el corazón hecho añicos era capaz de dirigir sus palabras a los asesinos a quienes nos instaba a perdonar como familia, distanciándose de toda humana y plausible sed de venganza. Ese perdón nunca se ha contrapuesto con el derecho de encontrar justicia y reparación luego de casi tres décadas de ser víctimas de una red de protección internacional que ha operado a todo nivel tanto para ti como para tus colegas de armas Galvarino Apablaza, Juan Gutiérrez Fischmann, Marie Emmanuelle Verhoeven y Raúl Escobar Poblete.

Como familia esperamos que algún día manifiestes el necesario arrepentimiento que nos ayude en algo a curar las heridas provocadas. Y es que los victimarios luego de años de reclusión o de estar escapando de la justicia inician un profundo proceso de introspección personal que los conduce a un estado de liberación de conciencia al que solo es posible llegar una vez que existe sincero y profundo arrepentimiento por el irreparable e infinito daño ocasionado con su acción asesina.

Que la libertad con la cual puedes caminar hoy por las calles de París gracias a la protección momentánea de la justicia francesa te haga meditar sobre la importancia de ponerle fin a esta odiosa reivindicación de tu prontuario criminal, haciéndote cargo de tu responsabilidad en los hechos. Como familia seguiremos ansiando justicia y reparación. Mientras dicha justicia no llegue, tu condena será el peso de tu conciencia y tus manos manchadas con sangre.

Francisco Moreno Guzmán

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