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Opinión

25 de Abril de 2019

Rume Llaskün Piwke: Entre la pena y el dolor

La traducción literal de “rume llaskün piwke” sería algo así como “mucha pena y dolor en el corazón”, y se refiere al dolor psicológico o espiritual. Hay dos casos que me han conmovido este último año y me generan esa sensación de dolor: el crimen de Federico Quidel y el de Camilo Catrillanca. Los dos […]

Sergio Caniuqueo Huircapan
Sergio Caniuqueo Huircapan
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La traducción literal de “rume llaskün piwke” sería algo así como “mucha pena y dolor en el corazón”, y se refiere al dolor psicológico o espiritual. Hay dos casos que me han conmovido este último año y me generan esa sensación de dolor: el crimen de Federico Quidel y el de Camilo Catrillanca. Los dos son producto del odio, pero también son síntomas de la manera en como se abordan las diferencias y los conflictos en Chile, desde un odio estructural hacia las diferencias de clase, género, raza o pertenencia político o ideológicas y una violencia naturalizada en una cultura conservadora. En esta lógica, el asesinato y la alevosía no revisten un trauma social, sino que son parte del paisaje de aceptación del odio, y que permiten que se desborde cada cierto tiempo.
EL MAPUCHE QUE NO IMPORTA

La muerte de Federico Quidel fue producto de un ataque de connotaciones sexuales que lo mantuvo agónico casi un año. Se han hecho esbozos sobre su posible vida sexual, y se ha dicho más de una vez que esas muertes son algo que ocurre entre homosexuales, o que fue un acto de autosatisfacción en la que incurren homosexuales en busca del placer, como afirmó la fiscal. Los dos reportajes periodísticos sobre el caso, de Ivonne Toro (La Tercera) y Cristián Arcos (The Clinic), dejan entrever que hay algo más sobre el cual se ha instalado lo que casi es un pacto de silencio.

Y es que a pocos le importa lo que ocurra con este caso, pues es un mapuche pobre, no es “un weichafe de la causa mapuche”, ni una blanca paloma (tenía antecedentes por riñas y conductas desinhibidas cuando se alcoholizaba), y varios mencionan que podía tener un retardo mental… Entre todas estas voces, nos podemos preguntar, ¿es acaso Federico Quidel una persona? Es vital, pues si no la respondemos, estamos estableciendo sujetos que podrían tener acceso a la justicia, es decir, sujetos con derechos, y sujetos sin derechos, y con ello una necropolítica que determina quién puede morir sin afectar al sistema.

La apuesta a largo plazo es instalar el odio del mapuche contra el mapuche. Y no solo podrían entroncarse patriarcados conservadores donde odio a la diferencia sexual y étnica pueden llegar a crímenes atroces, como le sucedió a Federico Quidel, sino también a conflictos explosivos entre mapuche por temas de tierra, como puede a ocurrir con la nueva consulta indígena. Y cómo no, si está la posibilidad de volverse multimillonarios por vender tierras, como dicen los funcionarios de la CONADI de este gobierno.

Al parecer, como lo evidencia el comportamiento de la justicia y otras instituciones, Federico estaría en la segunda categoría. Aquí, las negligencias y despreocupaciones de profesionales no son algo anecdótico, simplemente no le dieron importancia porque su muerte normalmente no afecta a nadie. La investigación a destiempo y con interpretaciones complejas de creer, como la autosatisfacción, nos revelan el peso del prejuicio hacia al mundo homosexual. Hay casos de travestis que han sido atacados introduciéndoles objetos en el ano por parte de heterosexuales, que terminan como curiosidades de las paginas rojas y para el morbo de algunos, como también pasa con los ataques misóginos, igual de brutales, sin terminar de asumir que hay odios instalados que posibilitan este tipo de actos en los sectores populares de la sociedad.

EL WEICHAFE

La sobrexposición mediática del caso de Camilo Catrillanca tocó la sensibilidad social, pero no ha logrado impactar al sistema judicial, ni a los legisladores. La supuesta solidaridad de noviembre del año recién pasado ha ido decayendo. Camilo, para la justicia, no representa más que un grupo de carabineros que actuó más allá de su celo profesional, y con ello la causa se sanciona. Para la justicia es un hecho normal dentro de la institución que cada cierto tiempo un carabinero mate a un mapuche por “ir más allá de sus funciones”, y no busca probar el odio racial como elemento gatillante. Las versiones contradictorias, la manipulación de pruebas y otras acciones no son más que formas de ocultar el error que cometieron, y se da a entender a la sociedad de que no son mala gente, sino personas que cometieron un error, sacando el odio de la ecuación, cuando es el verdadero fondo de la cuestión.

A mí parecer, hay cuatro estructuras invisibilizadas que posibilitaron un crimen alevoso como este. La primera es la interiorización del odio hacia los mapuche, al punto de que un sujeto juzgue disparar a matar sin repercusiones para su conciencia. La segunda, la autonomía con que cuenta la institución frente al poder político, y que entrega la información que ella misma juzga necesaria. La tercera, el ejecutivo tratando de instalar teorías que justifican el accionar de carabineros y el suyo propio. Y la cuarta, legisladores, principalmente de derecha, que buscan culpabilizar a las víctimas. Sin duda hay más aspectos que podríamos analizar, pero estos cuatro nos revelan lo que no va a ser transformado. Mientras se haga la lectura centrada solo en el abuso de poder estatal, esto continuará manteniéndose en el tiempo.

Destacado 2: El diputado Miguel Mellado y otros personeros de la derecha hoy mismo salen en los medios deslegitimando a la familia Catrillanca por recibir dineros estatales, sin contextualizar nada. ¿Para qué? ¿Para que los que hayan incubado el racismo lo manifiesten y nos vean como una lacra? Estos sujetos, de origen chileno o mapuche, pueden ser heterosexuales y amorosos padres, pero fácilmente se vuelven capaces de ejercer y justificar la violencia más extrema y los actos más brutales.

EL ODIO COMO PROYECTO

Si hay algo que le ha resultado de la inteligencia policial chilena es mostrar a las organizaciones mapuche en su crisis de representatividad: ante el sector autonomista que poco ha involucrado a las masas y los dirigentes funcionales han tenido que sobrevivir en una limitada situación clientelar, se ha instalado en el centro un tipo de “mapuche no permitido” pero funcional a este juego de poder, como son el “werken agitador” o el “weichafe terrorista”, que retroalimentan los imaginarios de conflicto. Hoy se tergiversa y distorsiona la imagen de las organizaciones para que carezcan de apoyo popular, activando también el racismo existente en distintas capas sociales chilenas hacia el mapuche. Pero la apuesta al largo plazo es el odio del mapuche contra el mapuche. Y no solo podrían entroncarse patriarcados conservadores donde odio a la diferencia sexual y étnica pueden llegar a crímenes atroces, como le sucedió a Federico, sino también lo que pronto puede va ocurrir con la nueva consulta indígena (la especulación inmobiliaria está generando presión para que las tierras salgan al mercado y evitar así nuevas situaciones como la del subsecretario Ubilla), donde el conflicto entre mapuche por temas de tierra puede ser explosivo, porque se enfrentarán tanto las organizaciones mapuche en diversas instancias, como, internamente, las familias. Y cómo no, si está la posibilidad de volverse multimillonarios por vender tierras, como dicen los funcionarios de la CONADI de este gobierno.

La apuesta a futuro es la administración del odio. Es lo que hace el diputado Miguel Mellado y otros personeros de la derecha, que hoy mismo salen en los medios deslegitimando a la familia Catrillanca por recibir dineros estatales, sin contextualizar nada. ¿Para qué? ¿Para que los que hayan incubado el racismo lo manifiesten y nos vean como una lacra? Estos sujetos, de origen chileno o mapuche, pueden ser heterosexuales y amorosos padres, pero fácilmente se vuelven capaces de ejercer y justificar la violencia más extrema y los actos más brutales.

En el mediano y largo plazo nos veremos enfrentados a una violencia en todas direcciones, que será el caldo de cultivo para que se justifiquen los “gobiernos de mano dura”, para quienes la muerte como la de Federico y Camilo no tiene importancia. Pero tenemos una alternativa: construir fuerza política, en base a consensos, con agendas y programas que nos ayuden a extirpar ese odio instalado por siglos, porque curarnos del odio es curarnos del dolor con el que vivimos, sacarnos de la angustia y la desesperanza, crear nuestro destino y avanzar a una nueva humanidad.

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