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2 de Mayo de 2019

Columna deportiva de Patricio Hidalgo: El suelo es azul

“Si el campeonato terminara hoy…” El encabezado lo repiten la mayoría de los periodistas cada vez que leen la tabla de posiciones terminada una fecha del torneo. En apariencia buscan celebrar al hipotético campeón, pero en el fondo quieren generar la angustia de los hinchas del par de equipos que “perderían la categoría”. La frase […]

Patricio Hidalgo
Patricio Hidalgo
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“Si el campeonato terminara hoy…” El encabezado lo repiten la mayoría de los periodistas cada vez que leen la tabla de posiciones terminada una fecha del torneo. En apariencia buscan celebrar al hipotético campeón, pero en el fondo quieren generar la angustia de los hinchas del par de equipos que “perderían la categoría”. La frase es dolorosísima y ahorra mayores comentarios. El “farolillo rojo” va repitiéndose semana a semana, hasta transformarse en un mantra perverso gritado frente a un televisor encendido, ya sin volumen: “estamos en la B”.

Todos los años descienden cientos de equipos en todo el mundo, pero algunas pocas veces en la vida podemos asistir al descalabro un grande. Son postales del espanto que se conservan en la retina como imágenes de un terremoto: un niño llorando en una tribuna vacía, un anciano aferrado a una bandera remendada, un barrabrava tatuado sobrepasado por las lágrimas. Ávido de morbo, contemplé con detalle el desastre de River Plate de Argentina el 2011, de Juventus de Italia el 2006 y del Atlético de Madrid el 2000. Los jugadores caminando con la vista en lontananza, el entrenador juntando las manos como en un rezo pagano, los hinchas atornillados en sus asientos. Todo eso ocurrió en Chile el 15 de enero de 1989. Ese día Cobresal empató con la Universidad de Chile en el estadio Nacional y los azules abandonaron la primera división luego de 60 años. Cuenta la leyenda que Los de Abajo se quedaron cantando por largos minutos “volveremos, volveremos, volveremos otra vez, volveremos a ser grandes, grandes como fue el Ballet” y que en ese mismo camarín un joven Luis Musrri se juramentó aquello que cinco años después cumplió: gritar campeón con esa misma camiseta. Descenso y vuelta olímpica cerraron un círculo de condena y redención, la U fue animador de la mayoría de los campeonatos siguientes, ganaron una copa internacional y siguieron soñando con un estadio propio. El infierno parecía ser cosa del pasado, hasta este año.

Transcurrido un tercio del torneo, los números azules son peor que rojos. Han ganado un solo partido en 4 meses, siendo este el peor promedio de toda su historia. Son los colistas absolutos del torneo, con un puntaje (7 puntos) que, salvo excepciones escasas, los debiera conducir a los potreros sin apelación. Están a 18 puntos del primero, son el equipo más goleado y con peor diferencia de gol. Y todo esto, siendo uno de los clubes que más dinero paga en sueldos de futbolistas en Chile. Su accionista mayoritario se alejó de la administración del club denunciando amenazas de muerte, el sueño del estadio propio ha sido congelado por enésima vez, su nuevo entrenador inició su trabajo reconociendo una mentira infantil y ha recibido una cantidad de goles impropia en los últimos minutos de cada partido, en lo que se conoce como “el fantasma del descenso”. En los pocos momentos de cada partido en los que juegan bien, la mala suerte los persigue como una sombra.

La mayoría de los chilenos conocen al menos un hincha recalcitrante de la U, seres que se definen como románticos viajeros, que dicen ser de la U “aunque gane” y que por estos días caminan como almas en pena por oficinas, cafés y paseos peatonales. No es para menos. Después de 30 años, han vuelto a verle las orejas al lobo. Lo que partió como una posibilidad remota es hoy tema de insomnio. En medio del caos, los dirigentes apelan a la memoria histórica y suman al Polaco Goldberg y a Supermán Vargas, puntales de la década de los 90. El plan es que la mística de un pasado común tape al menos un lustro de desastres directivos, accionistas desalmados y funcionarios de poca monta y trajes costosos que no saben lo que tienen entre sus manos.

Si bien quedan aun sesenta puntos en disputa y es muy temprano para un pronóstico, quienes seguimos nuestro fútbol cada tanto volvemos sobre la pregunta que ningún hincha azul quiere hacer en voz alta ¿Y si no es suficiente con los referentes que vuelven? ¿Y si la calamidad se perpetua? ¿Y si la pelota sigue sin querer entrar? Pancho Mouat recuerda en “Soy de la U” que tampoco se acaba el mundo: “Jugar en el ascenso para cualquier equipo de fútbol es una experiencia necesaria. Humaniza, fortalece. El potrero, aunque no lo parezca a simple vista, es tierra fertil para sembrar y cosechar más tarde un cuadro maduro, de raíces sólidas, que vuelva a competir entre los grandes. A los hinchas de la U nos hizo bien llegar al fondo del pozo y empezar de nuevo desde cero”.

Quien no soporte tanta buena cara al mal tiempo puede contentarse en cambio con ese lienzo inmortal de Olimpo de Bahía Blanca, entrañable equipo trasandino que se encuentra en este trance cada vez que logra subir a primera: “La pasión no desciende”. Que así sea.

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