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Opinión

27 de Mayo de 2019

Columna de Julio Osses: Apología del 69

Frankie Sazo no era el único músico incipiente en Quilpué. Y es probable que Frankie ya era simplemente Pancho y quería dejar de cantar en inglés cuando se encontró con los hermanos González, y su grupo Los Masters. La entrada de este cantante y futuro profe de filosofía, que además tocaba algunos instrumentos andinos, selló un cambio de chapa para el grupo que, paradójicamente, mantendría viva una palabra que durante los años del oscurantismo cultural de Pinochet por si sólo sería una provocación y una esperanza, simultáneamente: Congreso.

Julio Osses
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Hace 50 años, Frankie Sazo aún no se dejaba crecer el nombre que lo pondría en la historia de la fusión del rock y el folklore. Pero Sicodelirium, su disco a la cabeza de Los Psicodélicos, ya daba luces de lo que ocurriría después, justo cuando los últimos vientos de los 60 se morían para dejarle la entrada a la próxima década.

Sazo no era el único músico incipiente en Quilpué. Y es probable que Frankie ya era simplemente Pancho y quería dejar de cantar en inglés cuando se encontró con los hermanos González, y su grupo Los Masters. La entrada de este cantante y futuro profe de filosofía, que además tocaba algunos instrumentos andinos, selló un cambio de chapa para el grupo que, paradójicamente, mantendría viva una palabra que durante los años del oscurantismo cultural de Pinochet por si sólo sería una provocación y una esperanza, simultáneamente: Congreso.

Mientras, cerca de allí, en Viña de Mar, Los High Bass vivían su propia metamorfosis. El Gato Alquinta se había ido. Pero su viaje por Latinoamérica sería lo más cercano a una epifanía, a un rito iniciático, aunque su decisión de abandonar el grupo justo cuando se habían lanzado a componer “Gúndara” y “Tema para una destrucción” había dejado a los hermanos Parra y el bajista Mutis en estado desconcertante. Pero el Gato volvió a tiempo, cuando el verano se arrancaba del país. Y las cosas nunca volvieron a ser las mismas. El guitarrista había visto la libertad de ser latinoamericano en su patiperreo por el continente, y no podría volver atrás después de eso. El cambio fluyó naturalmente. Lo que el Gato había encontrado no eran respuestas, sino preguntas. No había vuelto con un destino, sino con un camino que se abría. Por allí entraron Los Jaivas. Ya bautizados con su nuevo nombre, ese otoño participaron en la celebración del primer año de la reforma estudiantil, en la Universidad Católica de Valparaíso. Como el camino amarillo de Dorothy, el grupo se subió al escenario con una idea pero sin mapa, y por primera vez improvisaron en un concierto en vivo. Ese mismo año Gabriel Parra se mudó a Santiago y los contactos para ampliar los universos posibles del grupo empezaron a activarse. Era el inicio del mito.

Afuera, en el mundo, el frenesí de Woodstock no conseguiría salvar la debacle del sueño hippie. Fue el momento más alto antes de caer al abismo. Aún no se producía el efecto dominó de excesos que dejaría a Hendrix, Joplin, Morrison y otros gigantes del rock clásico en el camino. Pero estaba a la vuelta de la esquina. El verano del amor del ’67 todavía alumbraba con sol la escena sicodélica californiana y tener una banda aún no se había vuelto un asunto de estadios gigantes, largos solos de guitarra y fiestas decadentes en aviones privados.

Led Zeppelin sacó dos álbumes ese año. El primero fue en enero, grabado en menos de 30 horas y casi sin ensayo. La recepción en Inglaterra fue tibia. ¿Música céltica y blues con un baterista que parece querer masacrar los parches y un cantante que chilla como guagua hambrienta?. El escenario en casa no era muy promisorio, pero se fueron de gira y todo cambió cuando pisaron América. Estados Unidos amó el combo blusero de Jimmy Page. Tanto, que el guitarrista y cerebro de los Beatles del hard rock decidió que no podían esperar más y empezaron a registrar un segundo álbum de inmediato. Lo empezaron en América y lo terminaron en casa. Led Zeppelin II se convertiría en el cánon de lo que hoy conocemos como rock clásico, gracias a tótems como “Whole lotta love”, “Ramble on” y “Moby Dick”.

Mientras eso sucedía, Los Beatles estaban conectados a un respirador artificial. Las cosas estaban tan deterioradas, que durante enero dejaron un álbum listo (Get Back, más tarde rebautizado como Let it be), pero nadie tenía el ánimo suficiente para sacarlo porque el proceso había sido devastador. El 30 de enero de 1969, la banda cerró las sesiones de grabación con un concierto en la terraza de los estudios Abbey Road. Tras agregar algunos detalles más, los cuatro de Liverpool no volvieron a juntarse en seis semanas. Nadie quería mezclar las nuevas canciones. Una mezcla y edición rápida del single “Get Back”, supervisada sólo por Paul, con “Don’t let me down” en la cara B sirvieron casi de saludo a la bandera. El horno no estaba para bollos.

Pero una esperanzadora llamada de McCartney sacó al productor George Martin de la tristeza profunda que le provocaba la sensación de que sus muchachos ya eran historia. Le pedía volver a producir un disco “como en los viejos tiempos”. El disciplinado Martin, que no estaba dispuesto a pasar por el feo desprecio que le habían hecho para las sesiones de Get back, puso límites: “Si el álbum va a hacerse como antes, entonces todos tendrán que trabajar como lo hacían antes”.

Casi al final de abril, Los Beatles volvieron al estudio de grabación. John se ausentó la primera semana por un accidente de auto, pero su regreso fue tan inspirado que lo primero que registró fue la excéntrica “I Want You (She’s So Heavy”). Paul decidió comenzar su aporte por la magnífica “You Never Give Me Your Money”. Todos coincidirían más tarde que la magia había vuelto. Sin embargo, cuando George llegó con una versión clara de “Something”, la canción que venía trabajando desde los días del White Album, todas las alarmas se encendieron y la vieja competencia por quién componía algo más genial se condimentó. El álbum Abbey Road fue editado en septiembre, se convertiría en uno de los más aclamados del grupo, y también en un parámetro de calidad de sonido y composición en la industria de la música.

Sin embargo, el rock del 69 tenía hambre de posteridad. King Crimson lanzó In the Court of the Crimson King en octubre y llegó el futuro. Robert Fripp era experto en música europea y no estaba dispuesto a hacer un disco de blues. Menos uno de pop. Nacía el rock progresivo, casi al mismo tiempo que el disco debut de The Stooges presagiaba el sonido garage y el punk rock. Por su parte, Lou Reed se consagraba como padre del rock alternativo con el primer disco de The Velvet Underground sin John Cale, el de la foto en la tapa negra, una joya hipnótica de alucinaciones místicas, belleza oscura y guitarras adormecidas.

De vuelta al otro lado del Atlántico, ni Kafka hubiera podido imaginar lo que le pasó al pelilargo David Jones. Se había convertido en Bowie. Era apenas su segundo disco, y aunque su compañía insistió en que saliera bautizado por su nuevo nombre, la historia se encargaría de que la canción “Space Oddity” fuera tan potente, que desde 1972 el disco se comenzó a editar bajo ese título. Al mismo tiempo, Bob Dylan estaba experimentando su propia epifanía con un noveno álbum, Nashville Skyline. No contento con horrorizar a los puristas folk al enchufar su guitarra y pasarse a lo eléctrico, ahora más encima había cambiado su forma de cantar. De la voz nasal que fue sello de fábrica en sus años de ícono de la canción de protesta, ahora el single “Lay Lady Lay” lo mostraba en un tono de crooner, profundo y reflexivo.

Pero no todo era madurez y templanza. Directo desde Detroit, MC5, la banda desconocida más influyente de la historia del rock, quería ruido y revolución política. El álbum debut del grupo, Kick Out The Jams, fue grabado en vivo durante dos shows en octubre de 1968 y editado en enero de 1969. Nadie quería tocarlo en la radio, pocos se atrevieron a ponerlos en TV, pero medio siglo después, desde Tom Morello hasta miembros de Soundgarden, Faith No More y Public Enemy lo nombran como el disco que les despertó el interés por la música. Mientras, Credence Clearwater Revival lanzaba Born in the Bayou, su segundo álbum, y nunca más se pudo hablar de rock sureño sin pensar en “Proud Mary”. Para rematar, Jagger y Richards tenían el cierre perfecto para un año intenso. Let it bleed fue editado en diciembre de 1969, con Mick Taylor tomando el rol de guitarrista en reemplazo del difunto Brian Jones y los Rolling Stones pasaron de ser una banda con fama de chicos malos, a convertirse en el paradigma del rock & roll frenético. Los años 60 agotaban su energía explosiva, y Mick parecía tener, en la obertura con “Gimme Shelter”, la frase perfecta para introducir el bajón inminente: “La guerra, niños, está a sólo un disparo de distancia. Sólo un disparo de distancia”.

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