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Nacional

27 de Junio de 2019

¿Rabieta millennial o sobrecarga académica?: los factores que enferman a la FAU

El pasado 22 de junio un estudiante de segundo año de Arquitectura en la Universidad de Chile tomó la decisión de suicidarse. El tema de la salud mental en la facultad ha sido abordado por los y las estudiantes en el último tiempo, pues la carga académica puede actuar como un factor desencadenante de este tipo de tragedias, sobre todo en quienes padecen trastornos mentales. El trasnoche a punta de café y Mentix se ha convertido prácticamente una rutina para este mundo universitario, que se ha vuelto cada vez más diverso y preocupado por su bienestar.

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-Cuando iba en segundo año, pasaba de largo todos los días antes de las clases de taller, los fines de semana eran exclusivos para trabajar. (…) Dejé de ver a mis familiares porque soy de región y no me daba el tiempo para viajar a verlos. Estaba súper aislada y deprimida. (…) Comencé a fumar como nunca antes y bajé mucho de peso. Estaba emocionalmente destruida.

-Luego de ocho agonizantes años, logré titularme. Estuve con desnutrición, depresión, ganas de morirme y me desmayaba en las micros por comer poco para poder pagar los materiales.

-Recuerdo pasar Navidad, Año Nuevo y cumpleaños trabajando en entregas y no poder disfrutar con la familia. Hay profesores que te exigen corregir en semanas de pruebas; si no, te bajan la nota en la entrega final. Me gusta mi carrera, pero eso no significa que nos tengan que estar destruyendo no solo mental, sino también físicamente. (…) Solo deseo poder vivir.

Estos tres relatos son parte de las 163 publicaciones de la cuenta de Instagram @el.hombrodelafau -creada el 11 de abril de este año- que reúne experiencias de los y las estudiantes de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) de la Universidad de Chile, relacionadas con su salud mental y bienestar general.

Una semana después de la creación de esta cuenta, realizaron una marcha hacia calle Portugal, en la entrada de su casa de estudios, vestidos de negro, con vendas en la boca y carteles que rezaban: “Única tarde libre = Trabajo en grupo”, “Otra vez la misma mierda”, “Tengo sueño” e incluso “No quiero quedar colgado” y “He pensado seriamente en suicidarme”.

Tras la manifestación, los estudiantes fueron criticados por algunos usuarios de redes sociales, quienes los trataron de “consentidos”, “blandengues” y “flojos”, apelando al sacrificio y al esfuerzo como una forma de “ganarse la vida”. Pero no exageraban con los mensajes de los carteles, ni siquiera con los relativos al suicidio.

La situación que gatilló aquella intervención de parte del alumnado fue justamente los intentos de suicidarse de dos de sus compañeros durante el año, hechos sobre los cuales los representantes de los centros de estudiantes de la facultad no quieren hablar, “por respeto a las personas involucradas”.

Pero el pasado sábado 22 de junio, el estudiante de segundo año de arquitectura M.B.V. concretó su decisión de quitarse la vida. “Las causas, como en todos los casos, son multifactoriales”, afirma la psicóloga clínica Valentina Bravo. Sin embargo, este hecho, sumado a las manifestaciones previas del alumnado, invitan a abordar el bienestar estudiantil en la FAU, pues un elemento como la sobrecarga académica puede actuar como un factor desencadenante de este tipo de tragedias.

SOBRECARGA, TRASNOCHE Y MENTIX

Josefa Berríos lleva cuatro años estudiando Arquitectura, pero como es común en la carrera, está atrasada un año porque reprobó el primer taller. Comienza las clases de este curso práctico a las tres de la tarde y suele extenderse hasta las siete, aunque su duración es indefinida. Se queda en la universidad haciendo correcciones y trabajando en el ramo hasta un poco antes de que cierren el Metro, para luego viajar una hora hasta su casa en Peñalolén. Llega cansada, pero intenta darse un tiempo para estar con su familia antes de sentarse en el escritorio con su tazón lleno de café a seguir trabajando.

Es casi la una de la mañana. Tiene que presentar una entrega y no ha parado. Le quedan seis horas de trabajo. Siente que es poco y rellena la taza de café. Si tiene que estudiar, se toma un Mentix (modafinilo) para mantenerse despierta y rendir. Las horas pasan volando.

Sin embargo, su esfuerzo no le asegura nada. “En otras carreras se tiende a pensar que la persona que trasnocha es quien dejó todo para última hora, pero en arquitectura incluso el que adelanta pega va a trasnochar, sí o sí. Y que no duermas nada no significa que te vaya a ir bien; no es proporcional el esfuerzo, porque puedes trabajar mucho en algo que finalmente estaba mal, así que da lo mismo si trasnochaste tres días”, cuenta la estudiante.

Su compañera de cuarto año y representante del Centro de Estudiantes de Arquitectura (Cearq), Camila Núñez, agrega que muchos profesores “romantizan el sufrimiento. Para ellos, si no duermes, es mejor”. Además, es común que los y las estudiantes vayan a trabajar a la universidad los fines de semana y que pasen la noche ahí: “Te quedas en el pasillo, en la cerámica, porque no hay otro espacio donde trabajar”, asegura Núñez.

La psicóloga clínica Valentina Bravo indica que “los adolescentes necesitan dormir entre siete y nueve horas diarias, pero eso no ocurre”. Si bien los universitarios ya son mayores de edad, en esta afirmación ella considera la “adolescencia” como “una etapa en que se hace una transición a la adultez, a la definición de la identidad, a la independencia emocional y económica de los padres, y se puede dilatar hasta los 27 años, aproximadamente”.

La experta indica que la alteración de necesidades básicas, como alimentación, sueño y descanso, influyen en cómo la persona va a rendir al día siguiente, en la fatiga, en la irritabilidad y en el consumo de sustancias para mantenerse despierto, lo que puede potenciar un “suelo depresivo”. En tanto, las personas que tienen trastornos mentales como depresión o bipolaridad son más vulnerables a estos cambios que las personas sin antecedentes en el tema.

La psiquiatra Maritza Bocic asegura que la alteración en el ciclo de sueño-vigilia provoca “una alteración de las funciones cognitivas, como la concentración y la memoria; puede ser desencadenante de enfermedades neurobiológicas, como la epilepsia, los trastornos depresivos y bipolares; también se pueden alterar otros ciclos como el menstrual y los hormonales”.

La sobrecarga académica, afirma Bravo, puede generar “un sentimiento de insuficiencia de lo que se hace, sobre todo en carreras como arquitectura, diseño o medicina, en las que el estudiante es visto como un número y la autoestima queda depositada en una nota”. En estos casos, dice la psicóloga, las presiones pueden actuar como un factor precipitante al suicidio en quien es más vulnerable frente al manejo del estrés, la sobrecarga o la falta de sueño, “sobre todo cuando se conjuga con un trastorno depresivo, con dificultades en la autoestima o con estudiantes que viajan de regiones a estudiar a Santiago, por ejemplo”, explica la experta.

Según afirman los estudiantes, es una práctica común el consumo de algunas drogas para mantenerse despiertos y poder rendir académicamente o para calmar la ansiedad. Una de las sustancias más comunes es el Mentix y también se consume Ravotril (clonazepam, que puede producir adicción si se consume sin receta médica). Incluso, hay quienes optan por la cocaína.

“Si gran parte de la población recurre a estos métodos, significa que hay algo desde arriba que está mal diseñado”, dice Valentina Bravo. En tanto, Bocic precisa que el Mentix estimula los centros de la atención y de la concentración, pero su uso inadecuado puede producir una alteración del ciclo sueño-vigilia, y eso puede reactivar cuadros neuropsiquiátricos, desde epilepsia hasta trastornos depresivos, de ansiedad y psicóticos.

Los y las estudiantes de Diseño corren una suerte similar a sus compañeros de Arquitectura. El alumno de tercer año y vocero de la carrera, Francisco Carrasco, dice que las relaciones con los profesores afectan el clima universitario, así como el bienestar de los estudiantes: “Hay profesores que funcionan con base de su propia experiencia y no son pedagógicos al enseñar; les sobreexigen a sus estudiantes y los hacen dormir máximo dos horas el día anterior, porque si no, les ponen mala cara, los humillan, les dicen pesadeces en la clase y más encima les ponen un uno. Hay presión por todos lados”.

A esto, Camila Núñez agrega que “hay maltrato y poca conciencia. A las siete de la tarde te piden tener una maqueta para el día siguiente, no tienes dónde comprar materiales y te dicen ‘tienes que llegar’. Se burlan de tus trabajos. Hasta hace poco era común que te rompieran las maquetas”.

 

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Queremos agradecerles a todos por el apoyo que recibimos de ustedes cada día, por compartirnos sus experiencias súper personales. Sabemos que no es fácil la situación que estamos viviendo actualmente y visibilizarlo es un pequeño paso que estamos dando ¿Qué opinas?

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La arquitecta y directora de pregrado de la facultad, Gabriela Muñoz, asegura que “efectivamente hay hechos en los que estudiantes podrían verse afectados”, pero también se pregunta: “¿El profesor te agredió o tú te sentiste agredido? Hay una diferencia entre lo que el profesor entiende que puede ser una agresión, porque sí se hacía lo de romper las maquetas, pero, por ejemplo, te decían ‘saca este cartoncito, dóblalo así…’”, dice indicando que no era una conducta necesariamente violenta.

La psicóloga de la facultad, Claudia González, agrega que hay oportunidades en que los estudiantes no separan aquello que producen de aquello que son: “Al haber una evaluación y crítica al trabajo o proyecto que hizo, lo escuchan como una evaluación a su persona”.

De todas formas, los representantes estudiantiles de arquitectura, diseño y geografía dicen entender que los problemas de salud mental no sólo les afectan a ellos, sino que a los profesores y funcionarios, lo que -según ellos- podría repercutir en malas prácticas.

Sobre esto, el profesor de Teoría del Diseño e investigador de la facultad, Rodrigo Vera, dice que se han naturalizado situaciones “que forman parte del lastre burocrático de la Universidad de Chile”, como el retraso en el pago del sueldo, lo que podría afectar la vida y salud mental de los docentes. No obstante, ve poco probable que pudiera haber un “desquite” de su parte hacia los alumnos.

“Quienes están comprometidos con la docencia y la formación de ciudadanos y profesionales con el sello de la Universidad de Chile, deberían ser personas con un criterio que les permita separar aguas entre estas dos situaciones. Una es claramente un problema que les afecta a los docentes a honorarios y otra cosa es llevar eso al aula. No hay que ver al profesor como un enemigo”, dice Vera.

¿POR QUÉ ALEGAN AHORA?

El pluralismo y respeto por la diversidad son algunos de los valores que más enorgullecen a la Universidad de Chile. En 2012 se implementó el Sistema de Ingreso Prioritario de Equidad Educativa (Sipee) -que ha aumentado de 131 a 500 vacantes-, en busca de promover el acceso a la universidad de estudiantes de establecimientos municipales y así reducir la brecha educacional del país.

A esta medida se suman otras como las becas de Excelencia Académica, de la Universidad de Chile y de Equidad, así como la implementación de la gratuidad en 2016 -que actualmente mantiene a 12.454 estudiantes en el establecimiento-; políticas que han diversificado el perfil del alumnado de la casa de Bello.

De hecho, según datos entregados por el Consejo Universitario de esta casa de estudios, las cifras de estudiantes que representan a la primera generación universitaria en su núcleo familiar, aumentaron de 37,83% en 2011 a 46,26% en 2017. Además, por Rango IVE (Índice de Vulnerabilidad Social), un total de 19.831 estudiantes provienen de liceos con vulnerabilidad mayor al 53,3%.

En tanto, 7.704 estudiantes de la Universidad de Chile provienen de otras regiones, lo que significa el 23% de la matrícula. La cifra aumenta leventemente en la FAU: la Encuesta Calidad de Vida 2019 FAU (realizada a 322 estudiantes desde segundo año) muestra que 24,8% son de otras regiones. De estos 80 estudiantes, el 24% vive solo.

“Efectivamente, es un perfil que ha ido cambiando durante el tiempo. Antes era una élite la que entraba a la universidad; ahora no. Y está bien que así sea. A partir de la diversidad también se genera conocimiento y aprendizaje. Al abrir las puertas entra más gente, más diversa, con más carencias a veces, y se nos presenta un deber institucional de hacernos cargo de eso”, afirma la psicóloga de la facultad, Claudia González.

Los representantes de los centros de estudiantes coinciden con esta lectura, y Camila Núñez agrega: “Hay diversidad de género, de pensamiento, de sexualidad, y se expresa”.

Para la psicóloga Valentina Bravo, “en la generación actual de estudiantes hay más conciencia de la salud mental, de la diversidad, de la necesidad de inclusión. Eso los hace ser una generación que habla y alega más, pide cambios, lo que para generaciones anteriores se puede entender como flojera”.

Tanto el cambio del perfil universitario como la diferencia generacional pueden ser motivo de conflicto con los profesores. Gabriela Muñoz cree que estudiantes más vulnerables pueden interpretar de manera negativa prácticas históricas de la carrera porque provienen de un contexto distinto al que estaban acostumbrados los académicos, lo que podría influir en su salud mental.

“Eso demanda muchísimas acciones de parte de la institución, el de recibir gente con vulnerabilidad no solo económica, sino social, de falta de redes de apoyo. Gente de región siempre hemos recibido, pero viene obviamente con más carencias, porque está aquí solo, no tiene familia, no tiene apoyo en un proceso que es complejo, sobre todo los primeros años que son cambios fuertes desde el colegio”, analiza la directora de pregrado.

CARTAS EN EL ASUNTO

Entre dos de los típicos bloques amarillos que caracterizan a la FAU, unos 20 estudiantes están repartidos alrededor de las urnas de votación. Algunos hacen cola para aprobar o rechazar una semana más de paro; otros, les solicitan la tarjeta universitaria al otro lado, haciendo de Tricel, mientras suena una música de zumba por los parlantes. “Tenemos que motivar a la gente para que venga a votar”, se justifica el vocero de diseño Francisco Carrasco.

A ratos, la música es interrumpida el sonido de una sierra eléctrica de corte en seco. Son estudiantes de diseño trabajando. “Aprovechan esta semana porque saben que si dejan de trabajar, los profesores no les van a perdonar que participen de las actividades de paralización”, explica el vocero de carrera.

El paro de los y las estudiantes de la FAU se extendió desde el 3 hasta 17 de junio, cuando se firmó un acuerdo del petitorio de 19 páginas que les presentaron a las autoridades. El documento estaba conformado principalmente por medidas relativas al ámbito académico, como la presentación de programas de los cursos para la toma de ramos, la implementación de rúbricas obligatorias para la evaluación de taller y la disminución del porcentaje de asistencia. También exigían la contratación de trabajadores a honorarios que ya cuenten con los requisitos.

La directora de pregrado, Gabriela Muñoz, coincide con los y las estudiantes en que este tipo de acuerdos “son avances y aportes a los procesos de la facultad”. De todas formas, también destaca que ya estaban trabajando el tema de la salud mental como institución, antes del paro, y menciona algunas medidas que se han implementado a nivel universitario para abordar el cambio en el perfil de estudiantes: la prioridad de madres y padres para tomar ramos, y la implementación de los programas de apoyo en el aprendizaje estudiantil como las Tutorías Integral Par (TIP) y el de lectoescritura académica, LEA.

Además, la arquitecta asegura que su misión es conversar sobre la diversificación del perfil del estudiantado con los docentes para generar mayor conciencia al respecto: “Contarles permanentemente que ésta es la realidad, éstos son los chicos que tenemos, que llegan a la Universidad de Chile. Siguen siendo los mejores, no porque tengan carencias son peores, por algo están aquí”.

Sin embargo, agrega que “como en todo grupo humano, hay gente muy consciente que aplica rápidamente los cambios, y otros que no. Hay un tema asociado a cómo les enseñaron, a cómo aprendieron, que siguen repitiendo”, cuestión con la que coinciden los representantes de los centros de estudiantes. “Se han visto los cambios, pero hay profes a los que les cuesta más. Al menos se puso el tema sobre la mesa y las autoridades están abiertas al diálogo”, dice Francisco Carrasco.

Las condiciones laborales de arquitectura, comenta Muñoz, son similares a las de la escuela. “Los profesionales también se sacan la mugre, trabajan los fines de semana, no tienen horarios, pero ¿queremos que siga siendo así? Cambiemos la vida laboral, estamos todos estresados. Ese cambio tenemos que generarlo de antes y es la discusión que se está dando ahora”, afirma.

En ese sentido, la vicepresidenta del Centro de Estudiantes de Geografía, Marianela Catalán, dice “Si somos una generación que se está cuestionando esto, vamos a ser una generación que lo va a hacer en el mundo laboral”, a lo que se suma su compañero Francisco Carrasco: “La salud mental y los derechos laborales son cosas que uno va trabajando de a poco, y esta generación tiene la suerte de tener mucha gente que vela por esos derechos mínimos”.

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