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Cultura

12 de Agosto de 2019

Crítica de teatro “La mujer de los perros”: La memoria individual lacerada de Olderock

"La mujer de los perros, dirigida y escrita por Eduardo Vega y llevada a escena por la compañía El Padre, es la visita a uno de los subterráneos de nuestra historia reciente, un espacio en el cual conviven los fragmentos de la memoria colectiva del centro de tortura de “Venda Sexy” y la memoria individual lacerada de Olderock", escribe Fernando Garrido.

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Vivimos tiempos en que la revelación o exposición de los rostros del mal, que definen nuestro presente, se ha transformado en un ejercicio cercano a lo cotidiano. A la defenestración de los santos custodios de la moral pública, Poblete y Karadima, también hemos podido ver como desfilan por nuestra ágora personajes menos estelares como Adriana Rivas y Jorgelino“el mocito” Vergara. Pero existen otros personajes, cuyo paso por la vida pública de este país, solo sobrevive en el horror de quienes padecieron bajo su poder o fueron tributarios de su adiestramiento. Es el caso de Ingrid Olderock, “la Rucia”, como era llamada por Manuel Contreras, o “la Chancha”, por sus compañeros de labores.

Sobre el suelo del escenario una mujer de mediana edad yace en medio de sus lamentos. La mujer es la oficial de Carabineros de Chile, Ingrid Olderock, figura central de La mujer de los perros de la compañía Teatro El Padre, quien en 1981 habría sufrido un atentado a manos del comando Lumi Videla (estudiante de sociología y militante del MIR arrojada a la embajada de Italia, luego de ser asesinada en una sesión de tortura)cuyo resultado la dejó postrada, con una bala en el cráneo hasta el momento de su muerte en el año 2001.

La Olderock que encarna Karla Guettner, se retuerce y maldice, amenaza y clama.Los primeros instantes de la obra nos ponen frente a un ser plagado de esquinas y dispares momentos, los cuales no comparten el mismo tiempo, ni hacen referencia a la misma vida. Son fragmentos, esquirlas de una vida que se amontonan en un mismo ser, que poco a poco van convergiendo hasta una unidad postrada y errática, evasiva y desconfiada, la cual vive un padecimiento a manos de unas de enfermeras-captoras que alimentan su paranoia, lo cual hace deslizar que su atentado está más cercano a sus compañeros de armas que a imaginarios enemigos políticos.

Sobre la pantalla, en lo alto del escenario, el ruido del noticiario nos informa del atentado que ha sufrido y de las distintas reacciones de la época; en las declaraciones a la prensa, las autoridades junto con destacar los importantes aportes de la Oficial al cuidado de la infancia, su adiestramiento en artes marciales y los logros profesionales que la sitúan en la vanguardia de la imagen femenina de la Institución, realizan encendidas declaraciones en las cuales destacan el ensañamiento y la cobardía.

Pero Olderock es mucho más que un nombre, una bala, un padecer. Es más que la suma de instantes de éxitos en su carrera como primera paracaidista, es mucho más que la cara amable de la integración de migrantes europeos a la vida pública del país. Olderock es también el instrumento eficaz y salvaje de un aparato estatal, el cual disfrazó por años, bajo un manto de normalidad, el rostro feroz de una dictadura que no escatimó en medios e instrumentos para la persecución de su enemigo.Encontrando en ésta a uno de sus chacales, en donde lo excepcional también es expresión de su actuar en la tortura, quedando adosado su nombre al de Volodia, su perro, entrenado para el tormento sexual de sus víctimas.

La pantalla sobre el escenario se transformará, a lo largo de la obra, en un instrumento de comunicación con el público que, en su sobreutilización, va perdiendo su poder expresivo. En las imágenes proyectadas desfila tanto la realidad virtual modelada por los instrumentos comunicacionales del poder como los elementos documentales que nos pondrán frente a la memoria de rostros y nombres, lugares y fechas. La dirección de Eduardo Vega, toma como decisión el hacer de ésta un espacio de comunicación con la real-realidad, la cual nos recuerda a cada momento que estamos más allá de la estilización de una forma del mal o su banalidad, la construcción de un personaje extremo y cavernoso, sino que estamos frente a los fragmentos de una memoria que nos reclama.

La utilización de la pantalla y la fragmentación dramatúrgica del relato permite que podamos navegar la crudeza del personaje, pero en ese mismo ejercicio, este se pierde, se diluye en la necesidad de ser más extenso que los rincones que definen su psiquis, en pos de enfrentarnos a las condiciones e instituciones que le hicieron posible. A esto se suma un diseño de tiempos y transiciones que no ayudan a profundizar en las atmósferas ni en los pliegues argumentales por los cuales busca conducirnos, desaprovechando la entrega interpretativa de un elenco que permanece sujeto a las necesidades documentales de la obra.

La mujer de los perros, dirigida y escrita por Eduardo Vega y llevada a escena por la compañía El Padre, es la visita a uno de los subterráneos de nuestra historia reciente, un espacio en el cual conviven los fragmentos de la memoria colectiva del centro de tortura de “Venda Sexy” y la memoria individual lacerada de Olderock. La experiencia es un viaje a las postales de una vida que entreteje sus circunstancias con los hechos de la historia reciente de nuestro país. Porque en La mujer de los perros nada es definitivo, la obra no busca enfrentarse a grandes proclamas ni intensos cuadros que expliciten o celebren la imaginería del dolor y la zoofilia. En eso, probablemente, resida la mayor fortaleza de la propuesta, no quedarse suspensa ni en los gritos ni en la morbosidad exploratoria de la tortura. Pero al mismo tiempo, en tratar de dibujar ese cuadro total de la memoria del centro de tortura, desdibuja a su personaje, lo cercena y lo entrega como la proyección de frustraciones infantiles y personales, que no logran hacernos conectar con su rostro más franco, ni con el espacio indeterminado del alma humana donde se fraguan las perversas alianzas entre el placer y el deber.

La obra que podrá ser vista durante el segundo fin de semana de agosto en el Taller Siglo XX, se presenta como la segunda parte de la “Trilogía del horror” luego de la historia de Jorgelino“el mocito” Vergara, configurando un bestiario con lo más salvaje de la violencia política ejercida por el Estado chileno.

Funciones del 8 al 10 de agosto, a las 20:30 horas en el Centro cultural boutique Taller Siglo XX Yolanda Hurtado, Ernesto Pinto Lagarrigue #191, Barrio Bellavista.

Dramaturgia: Eduardo Vega Pino

Dirección: Eduardo Vega Pino

Elenco: Karla Guettner, Cecilia Aguirre y Silvana Troncoso

Este artículo fue publicado originalmente en Culturizarte, un blog chileno especializado en cultura. Si quieres ver contenidos culturales, visita www.culturizarte.cl.
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