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Opinión

21 de Agosto de 2019

Columna de José Antonio Neme: Tengo todo excepto a ti

"Y ahí está ahora la izquierda chilena afilando sus colmillos, mientras el gobierno suelta el timón del barco y gasta energía en competir mediáticamente con una diputada comunista. El huracán argentino esta semana los alcanzó a todos". Escribe el periodista José Antonio Neme.

José Antonio Neme
José Antonio Neme
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Nunca he sido ferviente amante de Luis Miguel. Sin embargo, me resulta un juego divertido buscar en las letras bobas del romanticismo comercial cierta cuota de lucidez que a veces perdemos en el camino. Esa senda del análisis político y periodístico que gatilla debates y artículos salidos más desde el ego que desde el sentido común. Los periodistas terminamos escribiendo para nosotros y los políticos analizando para ellos y con suerte para el nicho del nicho de su electorado.

¿Y qué tal si el astro mexicano le cantara una canción a la política chilena?, si Luismi celebrara con serenata bajo los balcones de la izquierda ese adolescente cosquilleo electoral que corrió desde el PS al PPD ante la posibilidad que sus amigos peronistas vuelvan al poder en Argentina en octubre, y con ello le den un poco de oxígeno al foro de São Paulo y compañía.

Los cálculos de algunos no esperaron ni 24 horas. Aún el domingo por la noche el pobre Macri no terminaba de escuchar los resultados nefastos para su gobierno de las primarias abiertas simultáneas y obligatorias, -las llamadas PASO-, cuando al otro lado de la cordillera algunos dibujaban un molde que, basado en el triunfo justicialista de los Fernández, condujera a la oposición derecho a la Moneda el 2020. La ecuación era muy simple: debilidad económica, más tiempos mejores no satisfechos, más difícil escenario financiero internacional y, por último, una pizca de falta de sintonía fina con las necesidades de la clase media. Todo podría ser eventualmente posible para la ex Nueva Mayoría si no fuera por lo que nos canta Luismi en esta columna ¨Tengo todo excepto a ti¨.

Porque guardando las proporciones y las escalas comerciales, el bolsillo nacional anda alterado por estos días. Obviamente que acá la depreciación del peso jamás llegará al 30% en una semana, ni la deuda pública equivale al 100% del PIB, ni la inflación escala anualmente al 50%, ni la pobreza toca el 40% de los hogares. Esa es una realidad que solo un país como Argentina puede resistir sin derrumbarse moralmente por completo. Sin embargo, Chile vive su minicrisis. Esa pequeña, mínima y diminuta crisis, que nos gusta agrandar casi en forma automática.

Digamos que somos algo bipolares, porque somos pocos, porque nos debemos también a una existencia fatal, aunque nadie lo quiera ver, lo hacemos ver nosotros. Nos duele que nuestra divisa pase de los 700 pesos, que caiga la tasa de inversión, que se recorte en medio punto nuestra capacidad de crecer. Nos abruma que el consumo aparezca algo lento y que el Imacec nos lo recuerde mes a mes. Para nuestros vecinos es un mal chiste, para nosotros la promesa incumplida de esos tiempos mejores.

Y ahí está ahora la izquierda chilena afilando sus colmillos, mientras el gobierno suelta el timón del barco y gasta energía en competir mediáticamente con una diputada comunista. El huracán argentino esta semana los alcanzó a todos. Chile Vamos salió en masa a cazar candidatos, a buscar alternativas, a corregir públicamente la dirección del gobierno. En la ex Nueva Mayoría creen que el eventual triunfo peronista en octubre les podría regalar el testimonio en la posta electoral regional y arrogar a la playa del poder.

Uno les podría legítimamente pedir que escuchen a Luis Miguel porque pueden tener todo para volver al gobierno, un desempeño económico escuálido, una administración algo dispersa, pero les falta algo clave que sí tiene la fórmula argentina de Alberto Fernández: Cristina K. Sin Cristina Fernández de Kirchner los números de las PASO nunca habrían sido posibles y esa es una convicción en la cual el justicialismo no se pierde.

Convertida en un animal político desde que dejó el poder, CFK se dedicó a construir su estrategia de regreso al gobierno. No se escapó a ningún país, ni se refugió en ninguna institución, ni menos creó centros de estudios que ante el agresivo juego político valen cero, sino que Cristina decidió jugar la carta del parlamento. Con esa opción conseguía dos cosas: primero defender personalmente su legado donde es concretamente defensible en el espacio parlamentario, y segundo conseguir el paraguas de la inmunidad porque ella sabía que el caso de los cuadernos de las coimas en OO.PP. se le venía encima más temprano que tarde.

Desde el congreso puso a prueba en cada votación compleja la muñeca política y el poder del equipo de Macri. Dinamitó y terminó destruyendo la gestión de la vicepresidenta y cabeza del Senado Marta Gabriela Michetti. Además, bajo su condición de senadora se vistió de perseguida política ante los requerimientos del juez Bonadío, trece causas en su contra, nueve solicitudes de prisión preventiva, fuero operando y CFK zafaba perfecto acusando al Magistrado de querer aniquilarla por ser una figura políticamente activa y con un capital electoral potente ante el ciernes de la administración Macrista.

Mientras miles de ciudadanos salían a las calles de Buenos Aires para protestar por el tarifazo e impedir que el gobierno ordenara las cuentas fiscales desmontando la estructura de subsidios diseñada por los K en el pasado, Cristina hablaba fuerte y extendido como parlamentaria acusando al gobierno de pasar la cuenta a los más pobres. ¨Macri ni los quiere, con Macri no estamos bien, Macri es en el fondo un empresario acomodado que de justicia social no sabe nada ni sabrá jamás¨, decía la senadora.

Movió los hilos K y logró torcer a la CGT, el movimiento sindical más grande del país, en contra del presidente. Distanció al oficialismo del agro, de los camioneros, de los trabajadores de la industria energética, de los profesores y de los funcionarios de la salud.

Mientras el gobierno macrista se caía a pedazos negociando un préstamo con el FMI por 57 mil millones de dólares bajo condiciones que no podría pagar, CFK comenzaba un sondeo interno en el peronismo buscando la mejor estrategia posible para darle un golpe de gracia al gobierno.

La primera lección fue dejar de lado el narcisismo político y dar un paso atrás en la presidencial. Nadie se lo pidió, fue un astuto cálculo que solamente la agudeza de Cristina lograba sacar, como asimismo cambiarle el juego al oficialismo a último minuto y poner a dedo un candidato salido de la nada, su amigo-enemigo-amigo Alberto. Ese parece haber sido el primer plazo de un plan mucho más amplio del cual Mauricio Macri no sabe cómo salir y del cual sus amigos empresarios tampoco lo han querido salvar. Ni siquiera su titular de hacienda Nicolás Dujovne le tiró un salvavidas. Este fin de semana renunció al gobierno.

Ni arrepentida de sus decisiones, ni disminuida por la justicia. Terca, obsesiva, calculadora. Jamás avergonzada, siempre perseguida, siempre superior, firme, avasalladora, detallista y estratega. Franca y al mismo tiempo perfecta mentirosa. El plan de Cristina ha sido culpar a tantos a objeto de finalmente diluir su propia responsabilidad. Excelente para confundir a su adversario, leal con los de ella, implacable con los de enfrente que amigos no han sido jamás. Eso es Cristina K y aquello es lo que el justicialismo le debe agradecer.

Esa astucia que se aleja de lo bobo y hace de la trinchera política un verdadero campo de batalla donde hay que moverse rápido. Todo puede tener la izquierda chilena menos una señora K recargada que no tercerice la defensa del legado ni se escape a Europa a descolgar el teléfono de la línea de lo que fue su gobierno. La ex Presidenta no dejó solo al peronismo ni el peronismo a ella, pero para muchos hoy en Argentina lo más importante es que como compañera de fórmula parece resistirse a abandonar el lugar que ocupa en historia de su país, aunque el riesgo sea altísimo, riesgos que a escala microbiana la izquierda chilena jamás estará dispuesta a correr.

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