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Entrevistas

26 de Abril de 2024

Lucrecia Martel, directora argentina: “El cine sobre el cine le gustará a Tarantino, pero a mí la verdad no me interesa”

Foto: Gentileza Micsur

La realizadora del celebrado filme “La Ciénaga” vino a Chile a participar en la versión 2024 del Mercado de Industrias Culturales del Sur. En esta entrevista explica por qué quiso juntarse a tomar un café con el escritor chileno Benjamín Labatut y aventura que el acomodo de un nuevo orden mundial traerá mucha violencia. Frente esa ferocidad, afirma, la ciencia ficción puede ser una herramienta. Explica también cómo es que lleva 12 años embarcada en la realización de un documental en torno al asesinato de un líder indígena argentino y dice: “No tengo ningún interés en filmar en Estados Unidos”. Agrega que su propósito es ser útil en Latinoamérica: “Tengo la sensación de que este continente no está contado y que mi participación acá es más importante que irme a otra industria”.

Por Jimena Villegas

Son casi las diez de la mañana de un domingo gris en Santiago. Afuera aprieta un poco el frío. Adentro, Lucrecia Martel baja la escalera apoyada en su bastón de madera. Va en busca de un café y algo para comer. Elegirá una mezcla de palmitos y piña. Aceptará poco después una segunda taza. Una vez sentada, la cineasta argentina más celebrada y estudiada en el mundo se preguntará, igual como hizo el día anterior ante público, si el ruido ambiental no irá perturbar la comunicación en el diálogo que está por ocurrir.

Hoy, el incordio son las actividades del desayuno en el hotel boutique del Parque Forestal donde se hospeda. Ayer era la reverberación de la gente que circulaba por el hall central del Museo de Bellas Artes, donde ella protagonizó el último conversatorio del Mercado de Industrias Culturales del Sur (Micsur), que este año se celebró en Chile. A Lucrecia Martel los sonidos le importan demasiado.

Tiene 57 años y ha hecho apenas cuatro largometrajes en 36 de carrera. Pero no habría necesitado más que una película, la primera, para ganarse los honores y la exégesis. “La Ciénaga” (2001), una historia familiar que transcurre en el calor de su Salta natal, al norte de Argentina, fue elegida en una encuesta trasandina como la mejor de todos los tiempos.

La biografía de Lucrecia Martel indica, además, que se han hecho retrospectivas suyas en Harvard, en Cambridge y en el Lincoln Center de Nueva York. El año pasado Universidad Nacional de Salta le entregó un doctorado honoris causa. De ella se ha dicho que es “una de las cineastas más prodigiosamente talentosas del cine mundial contemporáneo”. Pero a ella esas y otras alabanzas y los rankings le importan poco: “Agradezco que lo digan. Creo que es un regalo, pero un regalo que me hace la confusión en general”.

-Pero es un dato. Es una cineasta de rankings.

-Imagínate. Si el pensamiento automático es un desastre del yo. No, yo nunca participo. Cuando a mí me piden que haga el ranking de películas siempre digo que no, que muchas gracias, que no hago rankings de películas. Después me dicen “pero mira, que estás nombrada”, y digo “bueno, sáquenme del ranking si quieren”. Yo no creo en ese modelo, en ese universo perfecto. Tengo que también pensar que puede haber algo de justicia en que alguien valore lo que hago. Pero no, no me tengo tan arriba”.

***

Durante su breve paso por el encuentro de Micsur, Lucrecia Martel pudo oír el eco local de la admiración transversal que provoca. El público celebró cada una de sus salidas. Como que pitchear ideas para financiar un filme es una humillación permanente que deben vivir los cineastas. O como que no hay mejor escenario para notar la incomodidad de cualquier familia que una cena de Navidad. Entre ese público, figuraba otro autor celebrado, el escritor chileno Benjamín Labatut, con quien iba a juntarse el domingo 21.

Lucrecia Martel dice que era solo para un café y que descarta que pueda salir algo concreto de ese café. Era solo una charla. Y, además, ella tiene que terminar una película documental. Pero cuenta también que cada vez que alguien del mainstream le ofreció hacer algo, ella le pidió a su agente buscar sobre ciencia, porque ama la ciencia: “El hecho de que pensemos en encontrarnos es porque tengo fascinación con su fascinación por la ciencia”.

-Usted dijo en Micsur que quiere ser útil.

-Hay mucha gente que se enferma cuando digo eso. Digo útil en mis términos, que es que lo que yo hago, que este paso por este planeta sirva para algo. Es que me sirva a mí, no para que me pongan en el ranking, sino para hacer un servicio mejor. Yo quisiera algo que me conecte con mis contemporáneos y quizás con las generaciones futuras.

Lucrecia Martel, en su charla en Micsur, la semana pasada en Santiago.

-¿Por eso hace películas?

-Hay gente que tiene claridad de niño de que quiere hacer la cosa y todo lo que esa cosa significa, en cuanto al trabajo y a los detalles del trabajo. Por ejemplo, gente que quiere agarrar una cámara. Yo no tuve eso hasta los 15 años. Lo que me interesó fue aprender a usar los aparatos, porque mi papá había comprado una cámara de video. Después empecé a filmar a mi familia. Tengo seis hermanos, entonces había mucha gente ahí en la casa. Eran cámaras pesadas y con cable. Me veía obligada a poner la cámara en un trípode y a enganchar lo que enganchaba. Todo eso me fue como avivando, pero no para hacer cine, sino sobre cómo funcionaba el mundo. Es como si fuera un microscopio.

-Es decir, hace películas para ver cómo funciona el mundo.

-Es una buena manera de resumirlo, pero no tanto, porque lo que a mí me interesa es la gente y que la gente esté mejor. A veces, ahí solos, no nos damos cuenta de lo que nos pasa. Me parece a mí que lo interesante del cine, la narrativa o la literatura es que hay personas que te cuentan cosas que te pueden permitir observar algo sobre vos mismo. Entonces, cuanta mayor cantidad de producción, de gente observando y circulando eso, más entendemos de qué se trata esto donde estamos, y eso me interesa muchísimo. Pero no me interesa el cine.

-¿No?

-No. No soy cinéfila. No voy a ir a marchar para que no cierren el cine no sé cuánto. O sea, iría por mis amigos, pero no es un tema que me preocupe.

-Es decir que el gremio cinematográfico no le interesa.

-No me interesa para nada. No es porque no haya querido tener amigos o que diga: “la gente del cine no es amiga mía”, pero tengo pocos amigos del cine. Me parece que el cine es para el mundo y es sobre el mundo y no es sobre el cine. El cine sobre el cine le gustará a Tarantino, pero a mí la verdad que no me interesa.

-En el living de Micsur también dijo que la ciencia ficción es una salida para contar el mundo hoy.

-Sí. No sé si vos tenés esa sensación, pero para mí se viene un momento muy violento en el mundo, pero muy violento. Hasta que se terminen de acomodar estos y entienda cada quien qué lugar ocupa en el poder.

-¿A quién se refiere con estos?

-Bueno, a los países, las potencias, los que están en condiciones de competir por el liderazgo mundial, que serán China, la India, Estados Unidos y algún país europeo. Pero es evidente que el orden mundial, que se había establecido en la guerra fría y que después se sacudió un poco cuando cae el muro de Berlín, ahora otra vez requiere de una organización. Y como se ve que no somos muy inteligentes, la única forma de imaginar el mundo es ver quién se impone sobre el otro. Estamos en eso. Encima, Occidente ha sido tan efectivo y torpe en imponerse filosóficamente en el mundo, tecnológicamente en el mundo, que hay toda una parte del mundo está harta de Occidente y cualquier crueldad les parece poco para lo que ha hecho Occidente. Entonces, creo que ese momento de reacomodamiento se viene ahora.

-Y traerá violencia.

-Yo veo que sí. Nunca escuché en Latinoamérica tanta preocupación por la defensa, por armarse, por comprar esto, por comprar lo otro. Es verdad, tenemos el problema con el narco acá. Pero el otro día, no sé cómo, llegué a TikTok y veo en el Parlamento paraguayo que estaban discutiendo si había que o no declararle la guerra a Argentina, porque un presidente había puesto un impuesto sobre la hidrovía Paraná-Paraguay. Y pensé: “Dios mío, hace casi cinco años era una demencia escuchar esto”, y de repente te parece posible. Y así todo. Israel destrozando Gaza. Irán atacando a Israel. Israel respondiendo ese ataque. ¿Cómo termina esto?

-Pareciera que hay una narrativa de agresión en desarrollo. En ese sentido, un gobierno como el de Javier Milei en Argentina es muy consistente con esa narrativa.

-Sí, sí, por supuesto, eso es evidente. Aparte, Milei comprometió al país con la posición del sionismo de Israel y el país no está todo alineado ahí. Es decir, cómo puede ser que se arrogue esta voluntad de apoyar a un país y no a otro. Sí, indudablemente, para mí él representa el espíritu de los tiempos en nuestro país.

-Y, entonces, la ciencia ficción es una herramienta para poder contar sin morir. ¿Es eso?

-Pienso que se viene una guerra donde los contendientes van a estar muy lejos entre sí, y eso significa que no sabemos qué armas van a usar y qué tipo de daño van a hacer. O sea, sí sabemos que aviones, drones y las viejas armas. Es bastante aterrador. La sensación es que va a ser escalofriante, porque además es en un mundo donde ya vimos lo rápido que puede circular algo microscópico como un virus. Puede ser terrible y, como siempre, los que van a la guerra primero es la gente joven. Yo deseo profundamente que no vuelvan más esas convocatorias masivas de jóvenes para ir a pelear, porque es una idiotez. Pienso que hay que usar herramientas que te permitan no ponerte en riesgo, y me parece que la ciencia ficción es un modo muy inteligente, donde podés decir mucho acerca del futuro y del pasado.

“La ciénaga” (2001), la elogiada opera primera de Lucrecia Martel.

***

No es fácil encontrar el trabajo de Lucrecia Martel. Dos de sus largos -“La Ciénaga” y “La niña santa”- están en la plataforma MUBI. Hay, además, un par de sus 15 cortos en YouTube. Uno de ellos es “Muta” (2011), una pieza que realizó para la serie “The Woman’s Tales” de la casa de modas Miu Miu, propiedad de la empresaria italiana Miuccia Prada.

En Micsur, Lucrecia Martel contó que Prada la trató muy bien y que hacer “Muta” le permitió cumplir un sueño: rodar a bordo de un barco que navega por el impresionante río Paraguay. En esta conversación añade que la navegación precolombina es un tema sobre el que quizá quisiera explorar: “Siento que por ahí algo me voy a dar cuenta y que puede ser útil”.

Si lo intenta con ese asunto, será una vez que termine el trabajo en el que está embarcada desde hace 12 años, un documental llamado “Chocobar” y basado en el asesinato del dirigente diaguita Javier Chocobar, en 2009, en Tucumán. Martel afirma: “Yo hubiera deseado terminarlo mucho antes. Pasa que es muy difícil para mí, y el problema fue mío, entender cómo tenía que hacer esa película. Escribí muchísimas versiones. Creo que nunca escribí tantas versiones de un guión”, reconoce Lucrecia Martel.

-¿Por qué le pasó eso?

-Porque nosotros estamos totalmente infectados con la historia oficial del continente y el lenguaje con el que la vamos a contar no es ni siquiera el lenguaje del continente. No estoy diciendo que deberíamos hablar en quechua, pero sí digo que es parte del dispositivo político y económico del poder con el que se ordenó el continente. Entonces, tienes que luchar mucho con el idioma, con el orden y la forma en que se ordenan las ideas. En cualquier oración simple en español, ya ahí en ese orden, hay una imposibilidad de comprender lo que pasó. La idea de la propiedad privada, como se entiende, ya está en el lenguaje. Me costó mucho pensar. Me la pasé armando y desarmando frases, tratando de ver si en un simple párrafo lograba superar eso.

-¿Y se puede?

-No se puede. Es algo que no podemos superar con las palabras. Pero creo que el lenguaje audiovisual tiene esa posibilidad. Este esfuerzo que estoy haciendo es imposible sostenerlo, porque estamos tan impregnados de esa edición. Pero decidí que prefiero pagar el precio histórico de equivocarme a no hacer esto.

-¿Por qué eligió esta historia? ¿Por esta idea suya de retratarnos?

-No, no, no. A mí no me interesa nada retratar a nadie. Yo siento que el cine es un dispositivo para pensar. Por eso, el cine argumental duro norteamericano me parece inútil. No inútil para el público, sino para mí. En todo lo que he hecho, la gente se puede distraer mientras está viendo y pensar en sus propias cosas, recordar cosas. Eso me parece muy importante. Te digo que no quisiera que todo el mundo piense igual que yo, porque me aburriría soberanamente y empezaría a hacer películas del tipo “Duro de matar”. Lo sí que creo es que un espectáculo, donde estamos todos bajo el influjo del sonido de una película, tiene que permitirte que sigas teniendo tu memoria personal activada.

-Pensando solo en “La Ciénaga”, que es su película más famosa, ¿es esa la razón de que parece que nada termina? Usted va cortando todo el tiempo.

-Eso y muchas otras cosas. Pero ese es, definitivamente, un procedimiento que igual usé en todas las películas, con variantes. Es no concluir, no concluir, no concluir, porque las conclusiones de los humanos son palabras. Y lo que trato en las películas, te juro que hago un gran esfuerzo, es que se impongan muy pocas palabras.

-¿Cómo es su relación con las plataformas de streaming?

-No muy buena, porque no tengo ninguna. Y no muy buena, porque pienso que la concentración de distribución de material es tan tremenda. Ese orden mundial se ordenó sin ninguna violencia o con una violencia que solamente vivimos la gente que producimos cine fuera de los grandes circuitos.

-Y aquellos que se quedaron casi sin salas de cine. Para ellos, la salida son las plataformas.

-Sí, por supuesto. Y si lo comparas con la televisión de cuando nosotros éramos chicos, la gente ahora tiene mayor cantidad de opciones. Pero lo que pasa es que como es esa la gente que produce, hay muy pocas empresas produciendo toda la narrativa audiovisual del mundo y eso es preocupante. Y no es necesario que ellos se pongan demasiado bravos a exigirte cosas. Es simplemente que hay cosas que no van a elegir y entonces los que se presentan en esos lugares ya lo saben y se adecúan. No te dicen corta este pedazo, pero sí hay una disposición a adecuarse a lo que la plataforma necesita.

-Es como una autocensura.

-Por ejemplo, MUBI es una plataforma de material viejo, que fue hecho con otro modelo. No sé si no está produciendo, pero si llega a producir no sé si va a producir con ese modelo de aceptación de lo diverso. Hay asignado el nivel de interés que tenés en una gente o en un territorio, y lo ves en el presupuesto. Los presupuestos que te que dan para Latinoamérica y los intereses que hay sobre Latinoamérica son un poco para que nos cuenten los grandes hechos que ellos pueden identificar, tipo el narco. Todo esto tiene grietas. Por suerte nada es monolítico, pero es llamativo. Cuando yo empecé a hacer cine, nos quejábamos porque había como 20 empresas que producían cine en el mundo. Ahora hay cuatro o cinco. La concentración fue brutal.

-Pero pasó.

-Pasó, y nosotros tenemos una responsabilidad grande. También somos pocos, y uno en la dificultad de hacer cine se va acomodando a lo que te van permitiendo. Y a veces haces un pequeño esfuerzo para que se abra algún canal, pero pocas veces.

“Zama” (2017), el último filme estrenado de Lucrecia Martel.

***

Mientras filmaba su más reciente película estrenada, “Zama” (2017), sobre un funcionario americano de la Corona española, llamado Diego de Zama, Lucrecia Martel enfrentó un cáncer. Sus secuelas dejaron un músculo del pie izquierdo inutilizado. Por eso usa bastón para caminar. Cuenta que le han dicho que quizá algún día ese músculo va a mejorar. Pero puede también que jamás mejore. Parece no importarle demasiado.

Hacer “Zama” fue un gran esfuerzo, le tomó unos cuatro años. Pero ella cree que en este continente debemos empezar a poner atención en los aconteceres de fines del siglo XVIII, cuando España empezó a poner presión impositiva sobre estos territorios y se fue definiendo el concepto de propiedad de la tierra como lo conocemos hoy. “Zama”, que está basada en la novela homónima del escritor mendocino Antonio Di Benedetto, cuenta una historia de esos tiempos.

-¿Ha tenido que acomodarse mucho económicamente para hacer su carrera?

-Estos años he estado muy dedicada al documental. Lo que he estado haciendo es gastar el presupuesto que teníamos en una tarea en que somos muy pocos, en investigación, en edición y que sé yo. Es muy poco en comparación con una película normal o en comparación quizás con otros documentales. Entonces, gastamos en cosas de oficina. Ya no podemos pedir comida afuera, nos cocinamos nosotros. Son pequeñas cosas. La austeridad se va imponiendo, lo cual agradezco, porque a mí el derroche me enferma. O sea, las casas están más frías, te tenés que abrigar adentro, como cuando éramos chicos, y no eso de que es invierno y hay 24 grados dentro de tu casa. Eso es una locura. Toda esa locura de consumo en la que Argentina había despegado locamente.

-Y ahora acaba de aterrizar o está aterrizando.

-Está aterrizando a golpes, porque encima como población no logramos pensar en conjunto que una casa en invierno a 24 grados es un delirio. Jamás pasó y solamente es posible consumiendo una cantidad estúpida de energía.

-¿Usted puede vivir de su trabajo como cineasta?

-Si no viniera a cosas como Micsur, donde me pagan, no podría. Vivo austeramente. Si yo quisiera tener una vida grandilocuente, tendría que hacer publicidad o películas que no me interesan. Cuando tuve este problema de salud pensé que había sido un poco irresponsable con mis elecciones en la vida, pero ya me hice una malcriada. Prefiero mil veces dejar cosas, abandonar lujos, que verme obligada a trabajar en algo que no me interesa. Y te digo que cada vez más lo que me interesa es más caprichoso. No tengo ningún interés en filmar en Estados Unidos.

-¿Por qué?

-Porque que ellos están sobre contados. Y aunque las personas que te lo ofrecen son geniales, y aunque el libro sea una obra increíble, y aunque te den toda la libertad, yo tengo la sensación de que este continente no está contado y que mi participación acá es más importante que irme a otra industria. Ahora, uno empieza a dudar y a decir “para la próxima película de dónde voy a sacar la plata en este país”. Ahí tendré que ver si tengo que revisar esta idea.

-Cate Blanchett dijo que quiere trabajar usted. ¿A usted le interesa trabajar con ella?

-¡A quién no le interesaría! Pero el problema es lo que implica eso, porque implica cosas. Imagínate, en la decisión entre lo que yo quiero hacer y lo que le interesa hacer a Cate Blanchett, vale más lo que a ella le interese, obviamente.

Foto: Gentileza Micsur.

-Quizá no.

-Igual, ella fue súper amable. Y aparte es una persona evidentemente con una cabeza un poco distinta, muy distinta a la industria del cine. Pero pasa que me obliga a tener que pensar qué quiero filmar yo en inglés. Sinceramente, no siento que haya nada que me interese más que los problemas nuestros. O por lo menos es donde yo me siento útil. Distinto es cuando nunca pudiste filmar nada y de repente te aparece esa posibilidad. Pero tengo mucha conciencia de pertenecer a un continente que no está contado, donde hay una cantidad terrible de cosas que hay que decir, que hay que observar y que hay que tratar de entender.

Entonces, me cuesta mucho pensar que voy a estar tres años pensando en un problema de una persona que vive en Estados Unidos o en Europa. Si se me ocurriese una idea genial, en donde viene una embajadora del FMI y es Cate Blanchett y pasa algo acá, capaz que lo haría. No sé si a ella le interesaría.

-¿Es la razón por la que ha rechazado las propuestas de Hollywood?

-Sí, por eso. Tampoco siquiera las estudio demasiado. Me llegan, las agradezco. Nunca me leí entero un guión de los que me mandan. Ya me aburren a la cuarta o quinta página. Todavía creo que puedo conseguir plata para filmar acá. No sé qué pasará, en qué puede terminar, yo renga y en mi país que es un desastre. Pero se pudo hasta ahora.

-Fue presidenta en el Festival de Venecia. Decidió no asistir a la proyección de la película de Roman Polanski. ¿No se puede separar al realizador de su obra?

-Para mí es imposible, con lo cual aparece un pensamiento muy interesante. Hay muchas películas de Polanski que para mí han sido reveladoras. Las volvés a ver y son insoportablemente machistas. Entonces, para mí lo interesante es ver la complejidad humana, con lo cual cancelar es una idea medio estúpida. Nunca en Venecia intenté cancelar nada. Al contrario, dije: “Muestren todas las películas de Polanski”.

Lo más útil del mundo sería que este hombre esté acá y que converse con el público. Pero él no podía estar en Venecia, porque se lo iban a llevar preso. Tal es el grado de imputación que tiene. A mí me llegaban cartas por mail de minas que estaban haciéndole el proceso. Era atroz. Me mandaban las declaraciones ante el juez. Era para decir: “Este es un hijo de puta”. ¿Pero eso me hace odiarlo como director? No. Eso me hace pensar qué complejo es un humano que es capaz de infligir esa violencia, de haber sido víctima de violencia y, a la vez, de poder hacer esta reflexión en una película sobre otra cosa. Yo jamás cancelaría nada y creo que lo peor que se puede hacer es cancelar.

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