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Opinión

23 de Septiembre de 2019

Columna de Óscar Landerretche: Gretanomics

"La verdad es que en este momento el problema parece ser de una gravedad y urgencia que amerita 'todas las formas de lucha'. No es el momento para una competencia ideológica ni técnica" asegura el académico de la Universidad de Chile sobre la emergencia climática.

Oscar Landerretche
Oscar Landerretche
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*Académico de la Universidad de Chile

No solamente no caen las emisiones, más bien crecen a su mayor velocidad histórica. La temperatura global y niveles del mar suben a velocidades sorprendentes. Los daños ambientales son mayores a los esperados y la masificación de efectos de gran escala sobre comunidades humanas con su cola de efectos sociales, migratorios, distributivos y políticos, es ya una realidad. 

La evidencia indica que ambas estrategias de reducción de emisiones de carbono (C-Tax y C-Pricing) se han quedado cortas y deben ser apretadas harto. Deben ser complementadas, además, con compensaciones de este esfuerzo (desde los ricos contaminadores de ayer a los pobres contaminadores de hoy). Además, se necesita una política fuerte de subsidios, por un lado, y protección de rentas de innovación, por otro, para una cartera amplia de soluciones tecnológicas que se están desarrollando alrededor del mundo, pero cuyos beneficios potenciales sobrepasan las fronteras nacionales.

Hay dos tipos de externalidades, esto es, efectos económicos sobre quienes no están involucrados en la toma de decisiones, presentes en este problema: negativas causadas por las emisiones mismas y positivas causadas por las innovaciones dirigidas a reducirlas o mitigarlas. 

En economía sabemos hace mucho tiempo que hay dos tipos de soluciones a las externalidades: una la debemos al economista inglés Arthur Pigou, usa impuestos (como el C-Tax) y subsidios (como a la innovación) para corregir comportamientos. La otra, del abogado y economista norteamericano Ronald Coase, “privatiza” la externalidad, asignando el derecho de propiedad involucrado a una parte y luego operando un mercado para transar ese derecho (como con los permisos de emisión transables o las patentes tecnológicas).

Al estar una solución basada en impuestos y subsidios mientras la otra está basada en mercados y derechos de propiedad no es sorprendente que tiendan a ser preferidas en forma diferente por izquierdas y derechas. Hay cierta rivalidad política aquí.

Sin embargo, los estudiantes de economía de pregrado saben que ambas soluciones tienen virtudes y defectos. Ambas tienen supuestos que son difíciles de cumplir y requieren esfuerzos técnicos, institucionales, políticos y estatales. No hay soluciones mágicas.

La verdad es que en este momento el problema parece ser de una gravedad y urgencia que amerita “todas las formas de lucha”. No es el momento para una competencia ideológica ni técnica. 

Además de ser más agresivos con ambos instrumentos hay que solucionar la compleja economía política de que sean los países ricos de hoy los culpables de la mayor parte del carbono en la atmósfera y los países en desarrollo quienes deben asumir las restricciones. Esto requiere acuerdos globales de compensación muy complejos de urdir, más con el clima político global imperante. 

Más aún, se necesitan acciones de cooperación coordinada dinámica entre países, entre Estados y empresas y entre comunidades que son difíciles de sostener, como saben los estudiosos de teoría de juegos. El problema se conoce como dilema del prisionero: las partes saben que hay un óptimo cooperativo socialmente mejor, pero no llegan a él porque desconfían entre ellos. 

Para lograr la escala de esfuerzos globales requeridos se necesita, como vemos, enormes esfuerzos institucionales y cooperativos globales. Cosa difícil en una época de auge del nacionalismo económico que rechaza las instituciones y acuerdos globales (cómo se expresa tristemente en Chile con el rechazo del gobierno al Acuerdo de Escazú y su respaldo a Bolsonaro). Es por eso que es necesario el activismo político y mediático global para instalar este problema en las prioridades públicas y políticas globales.

La campaña de Greta Thurnberg es benigna porque sirve ese propósito.

No es razonable exigir a ella las soluciones institucionales y políticas requeridas. Del mismo modo tampoco tiene porque hacérsele caso a todas las soluciones que plantea. Pero debe reconocerse que este tipo de campañas sí ayudan a dotar de legitimidad y sentido de urgencia al diseño e implementación de soluciones que si son técnicamente correctas.  

Me preocupa que algunos usen los excesos emocionales y comunicacionales de quien es, finalmente, una niña activista como excusa para minimizar este problema y plegarse a la posición de quienes no creen, se han auto-convencido o, peor, simplemente defienden por conveniencia, que no hay ningún problema y que no hay que aplicar ni Coase, ni Pigou, ni nada.

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