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Opinión

14 de Octubre de 2019

La transmisión de la violencia ejercida por la dictadura chilena en las generaciones y su reparación psicológica por parte del Estado

Agencia Uno
Felipe Matamala
Felipe Matamala
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El daño ejercido por los crímenes durante la dictadura chilena no sólo quedó en las personas que vivieron la violencia de manera directa. Quedó en los hijos que presenciaron a sus madres y padres sufrir por el daño que le ocasionaron en sus vidas. Y, por si fuera poco, en las nietas y nietos que vieron como su familia, guardaba muchas veces silencio ante el horror de la experiencia traumática de uno o más de sus miembros.

La tortura, es una de las experiencias más horrorosas que puede atravesar un ser humano, primero por la crudeza de ser relegado a un nivel de animal o cosa, por otro ser humano. Y segundo, porque genera vergüenza, pudor y profunda pena para quien la atraviesa.

En Chile, al igual que otros países de Latinoamérica que atravesaron dictaduras, la tortura se utilizó como una forma más de aniquilar y desarticular a la población perteneciente a la izquierda. Las y los sobrevivientes del horror, tuvieron que llegar a sus casas de manera completamente distinta a la de antes de la experiencia (ya no eran más el sujeto de antes, pasaban a formar parte de otra escena en su vida, una que resultaba ser irrevocable). Esta experiencia, quedó como una marca que no se pudo borrar tanto física como psíquicamente, debiendo convivir con ella de manera permanente y muchas veces presente hasta el día de hoy.

Los efectos de la tortura como los recuerdos, la angustia, la pena y el horror, aparecen e interrumpen el cotidiano vivir de las personas que atravesaron la tortura. Se hacen presentes y afectan las relaciones con los otros. Inciden, de manera consciente e inconsciente en las relaciones con las hijas e hijos, con las nietas y nietos. Las generaciones posteriores, perciben el dolor y horror de la experiencia traumática (inclusive desde antes de nacer). Sienten la angustia, melancolía y miedos de los padres, se identifican muchas veces con ellos y los hacen propios, surgiendo el temor de reeditar una experiencia similar a la de los padres.

A las generaciones siguientes también les afecta la tortura del padre, la madre, el abuelo y/o la abuela. Los afecta en su manera de percibir el mundo, inclusive los ha llevado a desarrollar síntomas familiares, como lo es el silencio que impide la elaboración de la vivencia traumática en las generaciones. Lo anterior, es fruto muchas veces de enfermedades de salud mental, correspondientes a angustias sin una explicación a la base, aspectos fóbicos y enfermedades psicosomáticas. Esto, dan cuenta las últimas investigaciones realizadas en Chile (Díaz 2017; Faúndez, 2016; Hidalgo 2013; Matamala, 2014; Fischer 2013; Cintras 2009; entre otras). Investigaciones, que no son escuchadas por el Estado Chileno, ya que dan cuenta de que el daño realizado por la dictadura cívico militar de Pinochet tuvo mayor impacto del que se quiere reconocer.

En ese sentido, la transmisión del daño nos obliga a fortalecer la investigación en esta materia, que permita descubrir qué otros efectos transgeneracionales tuvo en la salud mental de las personas, la violencia brutal de la tortura y otro tipo de violencias durante la dictadura. Pero además a tener en cuenta que los desarrollos en el tratamiento psicológico pasan también por el Estado. Este último, ha conformado desde el año 1991 el Programa de Reparación y Atención Integral en Salud y Derechos Humanos (PRAIS), para atender a las víctimas a lo largo de Chile. Programa que se encuentra debilitado a nivel investigativo y de recursos en capacitación a las psicólogas y psicólogos del PRAIS, que les permita abordar de manera más efectiva el trabajo psicoterapéutico con las nuevas generaciones. Estos profesionales, son quienes trabajan directamente con las generaciones afectadas y se ven enfrentados a los vaivenes del gobierno de turno, complejizando aún más la reparación efectiva.

Los reales deseos de recuperar a las víctimas por parte del Estado, se coloca en cuestión al pensar que el impacto del trabajo psicoterapéutico con las generaciones, se ve influenciado por componentes de reparación, efectos sociales y negaciones de lo ocurrido en dictadura por un sector de la población chilena (que hoy es parte del gobierno de turno), que seguirá afectando en las políticas públicas, estableciendo el silencio de lo vivido.

No se puede negar que el Estado chileno ha intentado reparar por vía judicial, de memoria y de la salud, el daño causado en dictadura. Sin embargo, el abordaje parcial y antojadizo en materia de los Derechos Humanos, genera que no se escuchen las investigaciones y no se tomen medidas concretas en materia de la reparación en salud mental para la población afectada. En ese sentido, se seguirá transmitiendo a las generaciones siguientes los efectos de la tortura, la desaparición, el exilio, la exoneración y las ejecuciones de los familiares. Donde el daño psicológico de nivel individual y familiar, trascenderá a las generaciones con nuevas sintomatologías que darán cuenta que el trauma de la violencia política permanece.

Felipe Matamala, Doctorante de Psicología Universidad Diego Portales.

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