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Opinión

24 de Diciembre de 2019

José Andrés Murillo: Renato Poblete y los dos mundos de Chile

AGENCIA UNO
José Andrés Murillo
José Andrés Murillo
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De Renato Poblete se decía que vivía entre dos mundos, el de la pobreza extrema y el de la riqueza. El libro con su biografía, publicado el 2005 por Blanca Etcheberry se llamó justamente, Un puente entre dos mundos.

Poblete era un ejemplo a seguir en los tiempos del Chile de los 80 y 90. Navegaba por los mundos del poder y el de los que carecían del todo de él.

Poblete no integraba ambos mundos, sino que sacaba provecho de cada uno gracias a su ambigüedad. Y durante esos años esa ambigüedad era vista como una virtud, una manera de estar por sobre el bien y el mal. Crecía su poder paseándose por esos mundos, pero en realidad habitaba otro, habitaba un mundo perverso. Este año 2019 se conoció su verdadero rostro. Gracias a la valiente denuncia de una mujer, a la que siguieron cerca de otras 30, se supo que, en realidad, Renato Poblete Barth, era un abusador sexual. Las denuncias incluían violaciones, abortos forzados, manipulación, violencia física. Nadie vio nada, nadie sospechó nada, solo que era mujeriego. Algunos lo llamaban mafioso, el padrino, polvete. Todo era visto con indiferencia cuando no con secreta simpatía. Poblete simbolizaba el peor Chile, uno que hoy está emergiendo y plasmándose en todas las paredes. Ese mundo oscuro, oculto, silenciado por el poder durante vidas, hoy está en los muros con su estética atonal, poesía vomitada en un “no más abusos”. El abuso consiste justamente en sacar provecho de la asimetría de poder que puede dar la posición social, espiritual, física, etaria, laboral, política, económica, sexual, dañando a quienes tienen menos poder. Es provecho y daño, apariencia y, sobre todo, confusión.

El abuso es fundamentalmente confusión porque mezcla y pervierte los ámbitos, los mundos simbólicos. En el caso de Poblete mezcló y confundió los ámbitos espirituales con el poder y la dominación, el acompañamiento en la fragilidad y el abuso sexual.

Lo que muchos sentimos cuando nos enteramos no solo de la noticia de Poblete sino de tantos otros casos de abuso sexual y encubrimiento en la Iglesia, era el dolor de la traición. Traición es lo que se siente ante el abuso, porque casi siempre comienza como abuso de confianza. Cuando uno se da cuenta de que alguien decía vivir un mundo pero habitaba otro; se mostraba empático y comprometido, pero era un narcisista y abusador. Hacía como que escuchaba, pero era todo estrategia para instalar sus dinámicas abusivas. Eso es traición.

Poblete es símbolo de lo que se vivió en nuestro país durante mucho tiempo. Dos mundos en confusión, donde uno se aprovechaba del otro simuladamente. Apariencia y corrupción, crecimiento económico y exclusión, dinero y política.

Confusión y abusos que cultivaron la subterránea sensación de hastío que terminó brotando por todas las rendijas, y estallando en una movilización sin precedentes. Así está terminando la década.

Pocos años atrás habríamos tenido un obispo, cardenal o sacerdote bonachón dictando cátedras de unidad y diálogo para detener el proceso que se ha desencadenado. Pero esas instancias, como la Iglesia, que un día tuvieron capital reputacional suficiente para sentarse de manera transversal y lograr acuerdos lo perdió todo cuando demostró que también había sido parte del abuso.

Esta década comenzó con un terremoto y con las denuncias contra Karadima, en 2010. Continuaron denuncias cientos de miles de abuso sexual, colusión, abusos en el Sename, corrupción en el financiamiento de la política. Nada nuevo, pero la década nos mostró que lo que antes solo aceptábamos, ahora nos indignaba.

El 2019 comenzó con el desfonde de Poblete y sus dos mundos. No era solo Poblete, era la confusión de esos dos mundos que se unían en un abuso inaceptable.

Y termina la década con el estallido del hastío. Se rompió el elástico con el que jugaron sacando provecho de la pasividad. Y ahora se vive entre la sensación de traición, miedo y esperanza. Es evidente que nos encontramos delante de un abismo vertiginoso de cambios sin retorno.

Hay otros dos mundos que habitamos hoy. Uno que dejamos y otro al que avanzamos. El que dejamos lo conocemos, era estable y abusivo. El que viene es desconocido. Está lleno de riesgos y amenazas, pero también de esperanza e innovación. Tendremos que construirlo desde las cenizas. ¿Tendremos realmente la capacidad resiliente para reconstruir confianzas, puentes de integración política y no de abuso? Estamos ante un momento histórico incierto, frágil y necesario. No podemos dejarnos llevar por las fuerzas de pura desconfianza, ni de deseos de venganza, sino de reconstrucción. Nuestro país, nuestro mundo, solo tendrá sentido y valor si es un mundo común, donde todos caben y todos son necesarios. 

El abuso, en todas sus formas, representado de manera especial en los abusos eclesiásticos, fragmentó vidas, biografías, familias y a la sociedad. Ahora somos desafiados a reconstruir un mundo que vaya desde la fragmentación hacia la integración. Y nada está garantizado. Podemos fracasar en cada paso. Sabiendo eso, necesitaremos lucidez, razón, empatía, justicia, reconocimiento mutuo. Exactamente lo contrario de lo que nos enseñó el abuso.  

*Director de la Fundación Para la Confianza, organización sin fines de lucro, creada el año 2010, que busca luchar contra el abuso infantil y acompañar y orientar a quienes han sido víctimas de estos delitos.

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