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Entrevistas

16 de Enero de 2020

Arde el mundo, pero vale la pena vivir según Constanza Michelson

Constanza Michelson. Foto: Mónica Molina

La autora se encontraba escribiendo su último libro, compuesto por un grupo de ensayos en los que no plantea soluciones, sino que expone, compara y tensiona comportamientos sociales que nos hablan de la herida y el desangramiento del capitalismo. Todos atravesados por una cosa en común: perdimos la capacidad de desear. Pero el 18 de octubre estalló el país y la consigna “Hasta que valga la pena vivir”, una de las más populares del movimiento, apareció como una especie de ser mitológico que la encandiló. En medio de un mundo caótico, en el que es difícil imaginar el futuro entre bombas nucleares e ideologías sordas, la sociedad reacciona preguntándose, efectivamente, hasta dónde vale la pena vivir.

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Hace un par de años la psicoanalista Constanza Michelson conoció la historia de la periodista alemana Charlotte Beradt. Una mujer que tuvo un sueño previo a la II Guerra Mundial en el que unos oficiales entraban a su casa. A la alemana este sueño le pareció político y que no podía ser sólo de ella, así que decidió recopilar entre los años 1933 y 1939 más de trescientos sueños de otros ciudadanos que describieron, sin tener esa intención, el ánimo que precedía a la tragedia. Michelson se enamoró de la idea y decidió hacer lo mismo, hizo un llamado abierto en su Facebook para saber lo que estaban soñando sus amigos de la red social. “Hoy nadie se pregunta por los sueños porque suponemos que el yo sabe todo y esta cosa que agujerea esa construcción de la realidad, el pensamiento de noche, no nos dice nada supuestamente. A mí me interesa saber lo que la gente no sabe que piensa, no lo que cree que sí sabe”, dice. Ahora tiene en su poder casi 50 sueños. El más simbólico, a primera lectura, es el de una persona que se reencuentra con su abuela muerta, pero antes de mirarla de frente, se llena de pánico al darse cuenta de que la mujer no tiene sus ojos. 

Con la anécdota de Beradt y los sueños del Tercer Reich, en medio de un contexto lleno de incertidumbre, con una clase política ciega, pero una sociedad que parece más atenta en Chile y el mundo entero, aparece “Hasta que valga la pena vivir: Ensayos sobre el deseo perdido y el capitalismo del yo”, un libro que recopila escritos que generalmente parten de un hecho popular, una noticia, y en el que la autora vorazmente desmenuza tensionando no sólo las ideologías, sino también al lector. Pero efectivamente, en un mundo caótico, con la crisis de las instituciones, la falta de confianza, los movimientos sociales y la vuelta de la violencia a lo cotidiano, donde una bomba nuclear puede explotar en cualquier momento, cabe hacerse la pregunta: ¿Vale la pena vivir?

“No es cierto que la vida tenga un sentido. Pero tampoco es cierto lo contrario. Creo que la vida está fuera del registro del sentido: Sólo es. Hay condiciones que cortan, como dice Cecilia Vicuña, ese hilo de la vida y empiezan a enredarlo, a neurotizarlo y empiezan a generar que la vida deje de ser vivible. ¿Vale la pena vivir? Hay que optar. Es una opción política. No hay que inventar sentido, sino que generar las condiciones para que las vidas sean vivibles. El vitalismo, optar por la vida, no la vida porque sí, la prolongación biológica, sino que la vida digna, con otros, esa es una actitud política”, dice. 

Pero hoy en todo el mundo están brotando luchas que parten desde la sociedad y no desde la clase política, por ejemplo. ¿Nos habremos dado cuenta del estado somnoliento en el que estábamos?

-Creo que el modelo neoliberal no hay que pensarlo solamente como un modelo económico, sino que como un gobierno de las conductas. Es una civilización a estas alturas, y como tal, instaló un imaginario de unas ciertas formas de vida más o menos estandarizadas. Pareciera que uno puede elegir su forma de vida, como quien toma un producto en un supermercado. Pero en esas formas de vida, lo que va quedando afuera es precisamente lo singular, el poder hacer una experiencia en relación a las cosas. Lo que nos ha ido ocurriendo es que la materialidad del cuerpo va quedando afuera de estas formas de vida. Está esa idea de que nadie tiene tiempo. Aumenta la esperanza de vida, pero aumentan también los suicidios y la industria farmacológica de los antidepresivos. Mientras aparecen nuevos remedios de última generación, aparecen también nuevas depresiones. Hay algo en el modelo de progreso que es disonante con el deseo de vivir, con la vida vivible.

Pensando en el sentido industrial de la sociedad, hoy el mundo es de los innovadores, de los que crean la inteligencia artificial y están en Silicon Valley.

-Hay una fantasía. Y como toda fantasía, es fálica, y es la moral del transhumanismo. Buscar el mejoramiento humano, que solo responde a la base del modelo neoliberal: traspasar todos los límites. Esta idea del humano técnico, cyborg, que sí puede saltar más alto, vivir más años, todo en más. A diferencia de la imaginación, la fantasía no mide consecuencias, se va como un cohete hacia arriba, no toca los cuerpos, no es con un otro. La imaginación es distinta, se mueve a ras de suelo. En la última encuesta ciudadana, tras el estallido, la mayoría de las comunas jugaron a imaginar. A pensar en su futuro. Desde ciclovías, hasta salud mental o agua. Así de básico y necesario. Pero las comunas más ricas pedían seguridad. Uno se pregunta si los ricos acaso pueden soñar. Ahí hay un problema: El querer ser más rico, maximizar lo que se tiene, carece de imaginación.

¿Es una amenaza el matrimonio entre el capitalismo y las ciencias?

-Hay que preguntarse ¿A luz de qué? ¿Para qué lo vamos a usar? Aparecen las startups que irrumpen en el mundo, pero si eso va ligado a la precarización del trabajo, a una organización social donde cada uno se va a rascar por su cuenta, se acelera la tragedia. Pero también las mismas herramientas técnicas pueden ser usadas para otros fines. Vimos cómo las redes sociales son usadas como canales de movilización en términos revolucionarios. Pero con el transhumanismo nace una discusión: ¿Qué va a pasar cuando haya gente que viva mucho más que otros? Los ricos, por ejemplo. Cuando vivan décadas más que el resto porque pueden pagarlo. Hay otras filosofías que sí reconocen la fragilidad humana y hacen política desde ahí, se crea desde ahí, no es lo mismo taparla con ortopedias técnicas para mejorar me a mí sin pensar en el resto, que se destruya todo, versus lo que plantea el posthumanismo: ¿Qué pasa si hacemos políticas desde nuestra fragilidad? Tenemos que cuidarnos, no poner a la naturaleza a nuestra disposición, sino que convivir con ella y sus cambios. Ahí hay dos formas de mirar el futuro.

Constanza Michelson. Foto: Mónica Molina

¿Cómo se vincula este libro con el estallido social?

-Este libro empecé a escribirlo por lo menos hace un año y medio atrás, tenía que ver con cosas que venía pensando hace rato, estamos en un cambio de época, por lo tanto existe la sensación de que hay algo cambiando, que no entendemos. Hay una serie de preguntas sobre la relación con la autoridad, sobre la política y su crisis, las democracias representativas, el feminismo y todo lo que se liga a eso, la relación entre los sexos, la construcción de género, el movimiento de qué es lo deseable o no. Todo eso me convocaba para escribir ese libro y si había algo transversal en estos ocho ensayos tenía que ver con la categoría del deseo. ¿Qué es el deseo en psicoanálisis? No tiene que ver con la lógica de la propiedad, decir ´yo deseo´, esa es una frase imposible, porque el deseo está cuando no está el yo decidiendo cosas. Ese yo que se trata a sí mismo como si fuera una empresa. Y hay una especie de fuga del deseo de vivir. En un principio, tenía que entregar este libro el 15 de noviembre y de repente, ¡pum! nos explota esta revolución en la cara. Poco antes de esto, y con esta consigna que aparece desde el principio: “Hasta que valga la pena vivir”. A mi juicio, la más impresionante, con esa frase me cuajó todo. La imagen de que efectivamente había una idea de progreso disonante con la cabida de lo humano dentro de eso. Una revolución con esa consigna arma el puzzle.

¿Qué te pasa con las personas que critican a los autores que están publicando obras tan pronto pasó el estallido social?

-El estallido estaba de fondo mientras yo estaba terminando un libro sobre el deseo de vivir. El estallido es la guinda de la torta sobre ciertas cosas que yo estaba pensando. Pero es algo inevitable, en ningún caso quiero presentarlo como un libro que va a explicar algo sobre este proceso social. No tengo nada qué explicar, estoy aquí atenta observando, igual que la mayoría.

Haciendo clínica: ¿Pudiste olfatear el malestar social en tus pacientes?

-Lo que empecé a escuchar yo y muchas otras personas que trabajan con personas, es que los sujetos parecían estar vacíos por dentro. Yo me reía de los que se tratan a sí mismos como electrodomésticos, llegan a la consulta y dicen que están enchufados, desenchufados, fundidos. ‘¿Hay alguien allá adentro o es usted un electrodoméstico?’, les preguntaba. Hay personas que se habitan como si fueran objetos, y por supuesto sin deseo, porque si no hay sujeto, tampoco deseo. Menos política. Entonces la impresión es que ha habido una especie de tragedia del deseo, una estrechez psíquica muy grave. ¿Qué discurso de esta época está generando que las personas se auto exploten o hablen de sí mismas en esa forma? Eso es impresionante y por supuesto, choca con todo lo que liga el amor, la solidaridad, el lazo con el otro, la confianza. Esa es una frase que se repite en los millennials: ‘Yo no confío en nadie’, dicen. ¿Cómo pueden vivir sin confiar en nadie? Es como si fueran puros 1 + 1, donde no hay dos. Ni siquiera en el amor, porque no se piensa en un nosotros. Hay un filósofo que me gusta mucho que dice que uno puede dividir el mundo en madres y solteros, son figuras simbólicas, no tienen que ver con el estado civil, ni el género. Las madres son una posición subjetiva que da algo por otro, que corre de sí, en cambio el mundo de los solteros es un mundo muy aburrido, porque el soltero es una especie de onanista, como esta figura que dicen muchos cuando conocen a alguien: ‘Bueno, sí, conocí a alguien que me gustó mucho pero inmediatamente le dije las reglas: que no se enamorara, que esto era un rato no más’, y yo me pregunto ¿Cómo lo sabe? No hay una posibilidad para arriesgarse, para la aventura, lo abierto ¿Qué amor puede surgir ahí?.

En el programa que condujiste todo el año pasado en radio Universo tenías un consultorio del amor en el que te llegaban cartas anónimas y las analizabas al aire, ¿Qué decía la gente? 

-Hoy pasa que hay una imposibilidad para poder elegir quedarse en una relación. Las últimas películas comerciales en relación al amor La la land, Nace una estrella e Historia de un matrimonio tienen el mismo conflicto: Tú o yo. No hay un nosotros. Es tanto así que en Nace una estrella (*alerta de spoiler*) el tipo se muere, no puede soportar el éxito del otro. Todo se trata del éxito personal. ¿De esto va el amor del siglo XXI? Es muy terrible. Hay una exaltación de que el proyecto más importante del mundo fuera el yo. Psíquicamente la envidia es más primitiva que los celos. Es arcaica, más destructiva. En estas películas el guión es sobre eso, tú o yo, no tú y yo. Es binario y la envidia responde a esa lógica. Una lógica violenta.

Estamos en la época de biografías de Instagram. Hay que etiquetarse y categorizarse para todo.

-El mercado salvaje arrasó con los pactos sociales. Imagínate cuando estás en un lugar cómodo, que lo habitas, con amigos cercanos, allí no tienes que demostrar nada, finalmente cuando algo de eso cae, cuando no hay relatos comunes de los cuales tomarse, queda el relato del yo. ‘Yo tengo que ser algo’. Me transformo en mi propio Estado. Al final más que leerlo como un narcisismo, es el efecto del arrasamiento de los pactos. Todas las identidades en las que muchas personas se encierran hoy es de lo que se pueden agarrar. Es una forma de flotar. No hay imagen de futuro, ¡de qué referencias te agarras! Existe esta idea del “Nosotros somos”. Y vuelve a aparecer esa obsesión por la identidad, en tiempos donde se suponía que se trataba de lo contrario. Es paradójico, hemos estado en un discurso contra lo binario, pero hemos defendido cosas que al mismo tiempo son muy binarias, en la lógica, otra vez, del tú o yo, no del tú y yo.

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