Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

17 de Febrero de 2020

Columna de Rodrigo Pérez de Arce: Vivir prestado

Foto: Pixabay

"La creciente industria del crédito de consumo del retail es probablemente uno de los nudos críticos del sistema crediticio chileno".

Rodrigo Pérez de Arce
Rodrigo Pérez de Arce
Por

Por su importancia, el debate constitucional absorbe todos los temas, dejando poco espacio para otras reflexiones. De ahí que, a pesar de su relevancia, eventualmente puede convertirse en un obstáculo para analizar las características de la profunda crisis social que atraviesa Chile

Uno de los temas desplazados, y que fomenta la sensación de abuso generalizado que confirman distintas encuestas es el endeudamiento de las familias chilenas. Hay 4,6 millones de chilenos morosos (la mitad de la población que trabaja), y la deuda de los hogares alcanza el 75% del ingreso familiar según el Banco Central. Dicho en simple: de cada 4 pesos ganados, 3 se van en pagar créditos. Y la cifra sigue subiendo en cada nueva medición. A pesar de que muchos no vean en esto un problema (basta leer la entrevista a José Ramón Valente, aduciendo que el crédito es un privilegio y que “las clases medias viven estresadas en todas partes del mundo”), se trata de una dificultad de primer orden.

Obviamente, en principio, nadie está obligado a solicitar un crédito, aunque una porción importante lo haga por necesidad. También es cierto que puede ser una herramienta útil si se recurre a ella con moderación y en condiciones justas. Sin embargo, abrir una tarjeta comercial está demasiado al alcance de la mano. Basta caminar por alguna avenida relativamente transitada para ser interceptado por un captador, que, bajo la promesa de dinero fácil, encalilla al incauto transeúnte; el mismo que necesita no solo para comprar ropa o un plasma, sino que para pagar el supermercado o los gastos de una enfermedad. Junto con las altas comisiones, aparecen las ventas atadas de distintos seguros –de cesantía, de desgravamen, oncológico, contra robos y clonaciones–, algunos de los cuales son letra muerta, como han mostrado diversas investigaciones. La creciente industria del crédito de consumo del retail es probablemente uno de los nudos críticos del sistema crediticio chileno, pues muchas veces termina generando situaciones de abuso, como las infracciones y malas prácticas en contratación de seguros detectadas por el Sernac.  

El crédito fácil no solo tiene efectos económicos. También supone problemas para la vida social, pues crea tensiones difíciles de resolver. Una sociedad que vive prestado trabaja para pagar deudas, lo que redunda en un agobio generalizado y en una relación social precaria. La vida, en algún sentido, termina girando en torno a las condiciones que imponen los que prestan, y por el precario contexto de quienes lo solicitan. Con ello, cambia la relación con los bienes, o la manera de entender el propio trabajo. 

Junto con este agobio, se produce una disonancia entre la imagen de sociedad que construimos y aquella que efectivamente existe. Las expectativas de tener cada vez más –con crédito, casi todo está al alcance de más o menos cuotas– contrastan con un Chile que, a pesar de las aspiraciones, sigue siendo el vagón de cola de la OCDE. La escasa educación financiera y la irresponsabilidad de los propios clientes, sumadas a una regulación defectuosa y al abuso de quienes prestan al que no tiene cómo pagar, constituyen un cóctel perfecto para el malestar. 

Esto pone de manifiesto que no hemos sabido o no hemos podido poner límites a la esfera de influencia del mercado. Se trata de delimitar de modo certero qué espacios puede ocupar legítimamente y cuáles no, y en qué condiciones puede hacerlo. Es evidente que no se puede arrancar de cuajo, que el mercado es necesario para coordinar la vida económica de sociedades complejas como la nuestra, y que los préstamos son una alternativa potencialmente beneficiosa. Pero hay límites, cosas con las que no se puede transar, beneficios excesivos que no se pueden tolerar y márgenes que repensar, pues dificultan la existencia de algo común. Llevado al extremo, la omnipotencia del mercado puede volverse un peligro para la sociedad civil que lo posibilita.

El problema está instalado, y requiere una cuota no menor de valentía, pues implica atender un asunto que aparece como lateral, y que, al mismo tiempo, se enfrenta con una industria poderosa. Sin embargo, es urgente. Tarde o temprano, alguien tendrá que pagar esta cuenta.

Notas relacionadas