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Actualidad

5 de Marzo de 2020

La Primera Línea y la Última Fila

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*Por Luis Roblero sj, capellán de cárceles.

Las cárceles son habitadas mayoritariamente por hombres (aproximadamente 45.500 de 50.000) pero son las mujeres las que suelen asistirlos y acompañarlos en su tiempo de cautiverio. Mujeres admirables que bajo el sol implacable del verano o el frío polar de invierno, hacen interminables filas para llevarles lo que necesitan para sobrevivir a las inclemencias de la cárcel.

Con el tiempo me fui dando cuenta que muchas de ellas están ahí porque no les queda otra. El temor a la represalia por “abandonar al ser querido” es mucho más fuerte que el calor abrasador. Es la violencia machista que se expresa con brutalidad cuando no existe un estado de derecho que las proteja, incluso en los camarotes de las cárceles donde tienen sus encuentros íntimos.

Muchas de ellas padecieron la violencia desde la cuna y esta se reproduce con brutalidad cada vez que el estado se ausenta de esos espacios donde los derechos humanos y sociales están en peligro. El Estado, la política y la discusión parlamentaria se ausenta de la vida de la gente cada vez que antepone sus intereses a los de la ciudadanía, cada vez que hablan desde la soberbia del que no conoce la vida de la gente.

La vida de las que hacen fila a las afueras de la cárcel, en el consultorio, en el hospital público, la hora médica postergada por otros seis meses por el paro de los funcionarios y así, tantos y tantos otros ejemplos que violentan y precarizan la vida de todos/as. Desde este abandono se entiende la aprobación de menos del 5% que tiene el mundo político.

No comparto ni justifico la violencia callejera que hoy vivimos; tampoco la sacralización de la “primera línea” que hacen algunos políticos y curas. Pero por sobre todo no comparto esa otra violencia extendida, naturalizada y silenciada que padecen los/as humillados/as de nuestra historia. Si la playa privada fuera de todos/as, si en lugar de acumular y acumular repartiéramos con mayor justicia y equidad, si los colegios de excelencia no sólo estuvieran arriba, las clínicas del barrio alto fueran el estándar para todos los hospitales públicos del país, si los paros de los funcionarios públicos no se parapetaran detrás de la vida de los que necesitan del estado para vivir… si fuéramos capaces de estas y de otras tantas, seríamos un país en paz. 

No existirían esas mujeres que esperan por más de 4 horas y bajo 35 grados de calor para dejar su encomienda; no existiría esa “última fila”, la fila de las víctimas silenciosas que va dejando la precariedad de la política chilena. Condenar por lo tanto a los violentos que queman y saquean sin condenar esa otra violencia silenciada es una hipocresía que no nos llevará a ninguna parte sino sólo a más y más violencia.

Quizás me equivoque, pero para comprender a la “primera línea” hay que conocer esa otra última fila. Si el Festival de Viña se hizo cargo de la crisis social hablando el idioma de la gente, cuanto más esperamos de los partidos y de cada uno/ de los/as que hacen política en nuestro país.

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