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Entrevistas

16 de Abril de 2020

Carlos Peña, académico y columnista: “La emocionalidad no nos va a llevar a ninguna parte”

Foto: Alejandro Olivares

Sabe que el temor y la incertidumbre reinan en tiempos de crisis, pero él es un militante de la racionalidad. “Nadie puede vivir –advierte- envuelto en una atmósfera de miedo”. Cree que ya volveremos a la normalidad y que no hay ninguna reconfiguración planetaria en ciernes. En sus reflexiones incluye también el desempeño del presidente Piñera: “Lo ha hecho relativamente bien. Pero en la dimensión emocional de un líder, no logra funcionar del todo”.

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Carlos Peña, el rector de la Universidad Diego Portales y polémico columnista dominical, rehúye los estados anímicos alterados. No es pura y fría racionalidad, sino que casi una fórmula de subsistencia para cruzar esta crisis sanitaria gatillada por un virus que amenaza a la humanidad. Su llamado es que hay que vivir el momento con máxima austeridad emocional.

“Si nos dejamos llevar por las emociones, esto puede ser un desastre. El miedo siempre es un mal consejero. Por cierto que todos sentimos miedo, pero el deber de cada uno es intentar contenerlo con sobriedad”, dice.

Abogado, observador agudo del pulso del poder, Peña plantea también que esta pandemia pondrá en perspectiva nuestra propia realidad económica y social. “En los meses que vienen, vamos a descubrir que buena parte de las demandas sociales no van a poder ser satisfechas, por lo menos, con la intensidad que se han reclamado. Esta es la verdad. Uno puede entristecerse, pero es la realidad”, señala en una entrevista realizada en modo on line, que es la nueva manera de verse, pero no acercarse. De eso también profundiza aquí.

“En los meses que vienen, vamos a descubrir que buena parte de las demandas sociales no van a poder ser satisfechas, por lo menos, con la intensidad que se han reclamado. Esta es la verdad. Uno puede entristecerse, pero es la realidad”

 Hay una preocupación en el aire: la amenaza de que los Estados, a través de estas medidas de confinamiento, puedan terminar limitando las libertades ciudadanas. ¿Lo ve así? ¿Será una exageración?

-Tengo la impresión de que todo lo que se ha publicado sobre el impacto político y social del coronavirus, tiene algo de exageración. Es verdad que el virus obliga a restringir la libertad. También es cierto que padecer el confinamiento provoca un agobio en las personas. Pero no hay que olvidar que los grandes atentados a la libertad han venido de la decisión humana, de las dictaduras. Los totalitarismos del siglo XX amagaron y estropearon la libertad muchísimo más que lo que, seguramente, hará este virus que estamos padeciendo. 

¿Pero podría abrirse un espacio para el autoritarismo?

-Los populismos autoritarios podrían encontrar aquí una oportunidad para proveerse de un buen pretexto y amagar la libertad. El tema es que aquí se han movilizado sensaciones complejas como el temor, la angustia… 

¿Eres de los que cree que la crisis podría reconfigurar completamente a la sociedad?

-No. Todas las culturas humanas, todas las épocas históricas han tenido momentos de pesadumbre y han experimentado la amenaza de la muerte. Piensa en las pestes en la Edad Media, en el Holocausto en la primera parte del siglo XX, o la amenaza nuclear que sobrevino en la post guerra. Todas las épocas tienen sus temores. Pero siempre las sociedades acaban siendo lo que son: espacios donde las personas intentan desenvolver sus proyectos de vida y donde se esmeran por olvidar la muerte.

Aquí se vuelve casi imposible olvidarla…

-Pero finalmente se logra. Nadie puede vivir con la amenaza permanente de que esto se va a acabar. Quizá por eso no tengo dudas de que en un tiempo más nos vamos a olvidar de todo esto y vamos a volver a vivir inmersos en el consumo, en la entretención, en los proyectos vitales de cada uno y envueltos en la fantasía que hacen posible la vida. 

“No tengo dudas de que en un tiempo más nos vamos a olvidar de todo esto y vamos a volver a vivir inmersos en el consumo y envueltos en la fantasía que hacen posible la vida”

A diferencia de otras crisis, la muerte no es algo lejano. Nos acecha a todos. 

-Claro, pero no ha sido primera vez. Recordemos el SIDA, que también fue un fenómeno similar y que acabó estigmatizando a un sector de la población. Luego el Ébola. Ahora es el coronavirus. Es cierto que en esta experiencia hay una diferencia: y es sentir que hay algo como atmosférico que nos amenaza.

¿Qué provoca vivir bajo amenaza? ¿Qué peligros se esconden?

-El gran peligro que tienen estos miedos atmosféricos es que son intolerables. Nadie puede vivir envuelto en una atmósfera de miedo. El gran peligro de esto es la aparición del espíritu tribal; de ese espíritu de grupo que se cohesiona y se galvaniza para identificar a una pequeña minoría y hacerla culpable de todos los males que padecemos. Te diría que hoy, ese es el peligro más grande para la libertad. 

O sea, ¿la amenaza seríamos nosotros mismos?

-Sin ninguna duda. Más que el peligro del Estado, el peligro somos nosotros. Que poseídos por el miedo nos apresuráramos a identificar a un culpable como una manera de sacudirnos de este miedo atmosférico que no nos permite vivir. Esa es la manera cavernaria, irracional, en que intentamos hacer frente a estos problemas. 

Entonces, ¿hay que echar mano a la racionalidad para vivir este momento? 

-Exacto. Ninguna vida se construye en base a las puras emociones. Por el contario, la vida individual y la colectiva se construyen sobre la base de una racionalidad capaz de contener y conducir las emociones. Esa es la labor de los políticos, de los intelectuales, de los académicos. No atizar el fuego de las emociones. La emocionalidad no nos va a llevar a ninguna parte. Tenemos que recuperar la virtud de la racionalidad que consiste en mirar la realidad, reconocer sus límites y saber aceptarlos. 

Foto: Alejandro Olivares

Hablas como si fuésemos seres primarios. ¿No éramos sociedades modernas, que habían refinado su actuar y su pensamiento? 

-Mira, esto nos recuerda que la civilización, los buenos modales, las libertades, son una delgadísima capa que uno rasga un poco y aparece la verdadera naturaleza humana que subyace en cada uno de nosotros. 

¿Y cómo es esa naturaleza humana?

-Es pulsional, animal, profundamente egoísta. Finalmente las libertades, los derechos fundamentales, las buenas maneras son un logro civilizatorio gigantesco y ha costado siglos construir. Todo esto, claro, se puede venir abajo a la menor provocación. Tal vez si alguna lección debemos sacar ahora es el recuerdo de que la civilización, los derechos personales, son creaciones culturales muy frágiles. No son parte de nuestra naturaleza. No es que en los seres humanos va a brotar de pronto la solidaridad, el amor como lo creen algunos ingenuos. 

¿No?

-No. Esta idea de que si desaparece el Estado, si desaparece el poder, espontáneamente va a brotar en nosotros una especie de amor angelical donde nos vamos a abrazar, a tomar de la mano y nos reconoceremos como iguales. Nada de eso es cierto. Nada de eso es verdad.

“Ninguna vida se construye en base a las puras emociones. Por el contrario, la vida individual y la colectiva se construyen sobre la base de una racionalidad capaz de contener y conducir las emociones. Esa es la labor de los políticos, los intelectuales, los académicos”

¿No ha despertado la solidaridad? Se dice que de esta crisis salimos juntos o no salimos. Y uno se cuida para cuidar a los otros. 

-Es cierto que hemos recuperado una cierta conciencia –que yo creo va a ser bastante fugaz- de que dependemos unos de otros. Pero no se trata de una conciencia de la solidaridad sustantiva. A  tal extremo se da esto, que la dependencia y la solidaridad con el otro se prueba con mi lejanía y no con la cercanía.

Es verdad…

-Claro, hemos llegado a la paradoja de que yo soy más solidario con mis vecinos en la medida que menos me relaciono con ellos, ¿verdad? Es decir, mientras más me cuido, mientras más me auto refiero, mientras más me ensimismo y me preocupo solo de mí, ahí estoy siendo solidario con el otro. 

“Hemos llegado a la paradoja de que yo soy más solidario con mis vecinos en la medida que menos me relaciono con ellos”

¿Caímos en la trampa del individualismo puro?

-¿Alguien puede dudarlo? Hoy coexiste en cada uno de nosotros una conciencia abstracta de la solidaridad. Sabemos que vamos en un bote, en un mar proceloso y nadie sabe lo que va a pasar. Pero, al mismo tiempo, lo que estamos experimentando es el mandato de estar solos, de no tocarnos siquiera. 

Fuerte…

-Muy fuerte. Esto es lo terrible; esto es lo dramático de lo que estamos viviendo. Esta contradicción es tal vez la fuente de la angustia que esta peste está provocando.

LÍDERES CONTENEDORES

En momentos así, ¿se necesitan líderes cercanos o la contención es una experiencia individual también?

-No, no. Es fundamental. Los temores más profundos de los seres humanos son el miedo al hambre y a la muerte violenta. Cuando estos miedos se expanden en la sociedad, el poder adquiere una cierta necesidad. Te hablo de ese poder que está dotado de una cierta aura, que es empático, capaz de hacer sentir cercanía a las personas como lo ha hecho Angela Merkel o la Reina Isabel. Ellas han desplegado un tipo de poder que contiene, que se ejerce con sobriedad, con una racionalidad no exagerada, sin aspavientos, sin numeritos para la cámara fotográfica.

¿Y al Presidente Sebastián Piñera como lo ve en relación a la contención y la cercanía?

-En el Presidente coexisten una virtud y un defecto. No cabe duda que tiene la virtud de la inteligencia, de captar rápido los problemas y  de tomar medidas relativamente eficientes. Pero al mismo tiempo, él está poseído por un cierto anhelo de reconocimiento que lo hace perder total empatía con  los demás. Tiene una personalidad muy auto referida. Entonces, esa mezcla lo lleva a hacer cosas tan tontas como la que hizo en la Plaza Baquedano. No tenía ninguna justificación, salvo registrar un momento para repasarlo con su familia en su casa. 

Foto: Alejandro Olivares

O quizás era reparar una herida narcisista: ir a ese lugar donde no te quisieron.

-Exactamente. Es restregar la propia voluntad en contra del deseo del otro. Pero eso que es comprensible como un mecanismo compensatorio de la frustraciones que todos tenemos alguna vez en la vida, no es aceptable en un Presidente de la República. Todos quienes ejercen cargos públicos de importancia, tienen el deber de sobreponerse a sus emociones, a sus pulsiones más básicas y estar a la altura de su deber.

El estallido le restó apoyo. El Presidente llegó a un 6%. ¿Este virus lo podría reubicar en su aprobación?

-Las sociedades humanas, en momentos de miedo, incertidumbre o cuando se asoma la posibilidad de la catástrofe, anhelan que alguien le muestre un horizonte, tome decisiones firmes sin  vacilaciones. Eso ayuda a aminorar el sufrimiento. Eso muy humano y es uno de los combustibles del poder y de la política. Pero hay que estar a la altura de ese desafío.

¿Y el Presidente lo está?

-Me parece que en el manejo de esta crisis lo ha demostrado sin ninguna duda. Sería mezquino negarlo. Y sería absurdo decir que lo ha hecho mal  o que ha improvisado. Nada de eso es cierto. Piñera lo ha hecho relativamente bien. Pero en la dimensión emocional de un líder, no logra funcionar del todo bien.

Su aliado en esa crisis es el ministro Jaime Mañalich. ¿Los ve parecidos? Ambos tienen capacidad de gestión, pero no tanta habilidad emocional…

-Sí, pero Mañalich tiene una gran virtud: no espera que lo reconozcan. Es de esas personalidades que tienen tanta seguridad en sí mismos, que la opinión ajena les importa poco y no esperan aprobación. Le basta consigo mismo. 

“Mañalich tiene una gran virtud: no espera que lo reconozcan. Es de esas personalidades que tienen tanta seguridad en sí mismos, que la opinión ajena les importa poco. Le basta consigo mismo” 

LA OTRA CRISIS

Venimos de una crisis social y ahora se suma este virus. ¿Cómo se toleran tantos meses de incertidumbre? 

-De lo que no cabe duda es de que se tolera. Sabemos sobrellevar bastante bien las desgracias. Es probable que tengamos que experimentar una crisis económica de grandes proporciones y eso va a tener efectos políticos inesperados. No sabemos qué va a pasar. Pero grandes grupos medios que habían disfrutado del bienestar, ahora tienen la amenaza de que pueden venirse abajo como un castillo de naipes.

Bueno, ese ha sido el gran temor de la clase media: caer en la pobreza…

-Exacto. El gran temor que padecieron los grupos medios durante mucho tiempo, ahora está a punto de verificarse. La cesantía, la baja en las remuneraciones, van a detener la velocidad del bienestar. Y esos grupos medios que accedieron al consumo, van a padecer ahora una experiencia dolorosa, de carencias. ¿Cambiará eso la cultura del consumo? 

¿Qué dices tú?

-Yo creo que no del todo. Las culturas no suelen ser tan dóciles a este tipo de fenómenos. Son más resilientes. La modernización chilena, con todo el éxito que ha tenido, siempre ha estado acompañada de una sombra que consiste en que esos grupos que han disfrutado del bienestar  y que ha reconstruido su trayectoria vital, han vivido acechados por un el temor a que todo se derrumbe. Bueno, ese es el temor que asoma en medio de esta crisis.

En ese sentido,  retirado el virus, una crisis económica en ciernes, ¿podría traer de vuelta el estallido social? 

-Puede ser, pero nadie lo sabe. Sí me parece que lo va a ocurrir -después de esta crisis sanitaria- es que vamos a descubrir que Chile va a ser pobre en comparación a lo que éramos hace algunos meses atrás. Vamos a adquirir una conciencia de carencia, una relativa indigencia, respecto a lo que creíamos ser. Es tarea de la clase política contener y conducir esa situación.

Si conduce bien la crisis, ¿Piñera podría cerrar su mandato con un broche de oro?

-Piñera tiene la posibilidad de hacer gala de su innegable inteligencia y de la capacidad de gestión que ha mostrado otras veces. Si logra contener la crisis económica y el probable desastre que todo esto podría causar, no tengo dudas de que va a terminar su mandato con menos insultos y menos agravios que lo que ha recibido en estos meses.


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