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Opinión

20 de Abril de 2020

Columna de Mauricio Onetto: ¿Dónde Aterrizar?

"Podría comentar sus respuestas, no obstante, en nuestro presente incierto, creo que el primer paso debe ser unirnos a través de la toma de consciencia sobre estas interrogantes. Para ello, resulta fundamental entender cómo estas preguntas se han instalado y cómo las elites -fragmentadas en sus intereses-, que dirigen las dinámicas de la esfera política, nos han llevado a este estado de no saber qué hacer o dónde aterrizar", dice Onetto en esta columna.

Mauricio Onetto
Mauricio Onetto
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La llegada del COVID-19 es la señal definitiva, la circunnavegación de nuestros tiempos, que nos recuerda que las fronteras de este mundo son discursos superfluos teñidos de identidades y héroes que no pueden salvarnos.

Una reflexión que permite entender cómo llegamos a esto, es el último libro del Bruno Latour, ¿Dónde aterrizar? Cómo orientarse en política (1). En este ensayo, el sociólogo analiza el origen de este sentirnos perdidos, de no saber cómo orientarnos en nuestro propio planeta, es decir, examina nuestra nueva universalidad: la de sentir que el suelo está cediendo delante de nuestros ojos sin poder “hacer nada”.

Su propuesta exhibe cómo la forma de hacer política de los últimos cincuenta años, basada en la negación del cambio climático, nos tiene en el escenario catastrófico actual. Con clima no solo se refiere a las condiciones atmosféricas y los impactos en la naturaleza, sino también a las condiciones materiales de la existencia humana, las cuales han sido mermadas producto de los efectos de esta negación a través de la explosión de desigualdades, la desregulación de los mercados y bienes comunes, la corrupción política, la reaparición de los nacionalismos, etc.

Lo anterior lo asocia a un problema de dimensión, de escala y de habitación. El planeta es más estrecho y limitado que el globo propuesto por la Globalización, al mismo tiempo que es demasiado grande, activo y complejo para quedar contenido en las mezquinas demarcaciones nacionales. Para el galo estamos desbordados doblemente: tanto por la inmensidad como por la pequeñez. Así nos propone dos preguntas que tienen una cara amable, pero muy difíciles de responder, sobre todo si se considera que una parte de las elites que nos gobiernan han decidido renunciar a co-habitar en comunidad: ¿Cómo orientarse? Y ¿dónde aterrizar? 

Foto referencial

Podría comentar sus respuestas, no obstante, en nuestro presente incierto, creo que el primer paso debe ser unirnos a través de la toma de consciencia sobre estas interrogantes. Para ello, resulta fundamental entender cómo estas preguntas se han instalado y cómo las elites -fragmentadas en sus intereses-, que dirigen las dinámicas de la esfera política, nos han llevado a este estado de no saber qué hacer o dónde aterrizar. 

Pensemos en el caso de Chile. Es cosa de ver cómo el arribo del COVID-19 dejó en evidencia los argumentos de Latour respecto al desconcierto de nuestra elite política-económica. Esta pandemia no solo ha evidenciado nuestra fragilidad sistémica, sino que también ha expuesto públicamente la sensación de encierro y de no saber hacia dónde ir con la que convivían desde el 18-O. En efecto, la incapacidad de cómo responder ante esta crisis social, sin renunciar a su fanatismo por el liberalismo y el “orden”, ha provocado que desde el inicio de esta contingencia hayan experimentado previamente algunos de los efectos que hoy nos impone el COVID-19. La constante tensión entre hacer “bien las cosas” y su impedimento ideológico que sitúa al Mercado como centro, no solo la tiene desorientada, y a sus conciudadanos en desamparo, sino que la tiene encerrada en el propio castillo que construyó. 

La precisión de ciertas declaraciones hechas en los últimos meses, difundidas ampliamente por medios y redes sociales, nos permiten hacer un raudo zoom a este vértigo, lo que también se ha visto reflejado en las decisiones políticas y comunicacionales del gobierno.

Desde enero varios influencers radicales de derecha expresaron este mareo. Por ejemplo, el fanático @Jou_Kaiser posteó en Twitter: “Téngase presente: si Chile cae en abismo populista de izquierda, la inmensa mayoría no tiene para donde arrancar. En Perú no nos reciben, Argentina se está yendo a la cresta, EEUU puso su muro y Europa o Australia ya no son tan generosas como antes”. Resulta interesante el grado de contradicción: por una parte, el deseo de escapar del país, que rompe con el monopolio del patriotismo de la tierra que se ha adjudicado la derecha (lo local), y por otro, ver al mundo como un espacio en el que no caben (global). 

Las tensiones entre abrirse/escaparse al mundo o de replegarse continuaron. El 9 de febrero, José Ramón Valente abogaba en La Tercera por “más competencia, menos barreras de entrada”, mientras otro grupo de esta elite comprendió que no podrían escapar, por lo que decidió aferrarse a su dehesa. Una semana después la “patria” nuevamente apareció y frases como “los chilenos bien nacidos” se multiplicaron en los medios (véase los videos del Comandante en jefe de la Armada, la diputada Flores o la carta del 1 de marzo de José Yuraszeck a El Mercurio).

Ahora bien, no nos sorprendamos con este movimiento de expansión y atrincheramiento que opera simultáneamente. Los negocios por el mundo siempre fueron en paralelo a un reforzamiento de su aislamiento, a la construcción de sus casas y colegios entre montañas, entre cercos eléctricos. Todo ello, ha contribuido al distanciamiento con el 95% de la población y a que piensen que su modelo, hecho a medida por la Constitución del 80’, deba ser perpetuado In saecula saeculorum para el resto. 

Este deseo de distanciarse hace que no comprendan cómo orientarse ni menos orientar respecto al COVID-19. Es esa distancia la que explica su deseo de escape a cualquier precio –helicópteros- durante la Semana Santa o que, al principio de esta crisis, siguieran celebrando altisonantes matrimonios –con figuras políticas entre los invitados-. Es esa distancia la que ha hecho que dibujen mapas de cuarentenas sin sentido, o que se permitiesen, siendo autoridades, a seguir posando para la cámara cuando eran portadores del virus, como sucedió en la Araucanía. 

Podríamos nombrar innumerables ejemplos, no obstante, esto no nos acerca a dar respuesta sobre ¿dónde aterrizar? en un momento en que el COVID-19 nos tiene atrapadas(os), sin distinción. Como diría Latour, solo la toma de consciencia de que somos parte de un mismo suelo que está cambiando de naturaleza nos puede acercar. ¿Cómo lograr esto? acortando la distancia/deseo de escape de las elites, por medio de un fortalecimiento de la sociedad civil que pueda retenerlas y hacerles sentir que somos parte de un mismo proyecto. Para Chile, la indispensable nueva Constitución puede ayudar a que esta brecha disminuya y que se esboce una política acorde a los desafíos climáticos que hoy tiene la Geo y el país.

Probablemente, esto se logre cuando los afectos políticos que nos unen dejen de estar mediados únicamente por una situación de catástrofe, como ya es costumbre. El horizonte compartido no puede ser una desgracia ni una historia infeliz de guerras y falsas solidaridades. El nuevo horizonte debe estar construido en el derecho de acceso por igual a los beneficios de nuestro planeta, como a las responsabilidades con él. Siguiendo a Latour, hoy nada sería más innovador y revolucionario que pensar y negociar sobre ello… con las elites. Eso sí, luego de haber establecido un nuevo pacto social, una nueva Constitución, que asegure legalmente que esas distancias irán desapareciendo en el tiempo.

*(1) Bruno Latour, Où atterrir? Comment s’orienter en politique, París, La Découverte, 2018.

*Mauricio Onetto Pavez, Doctor en Histoire et Civilisations, Écoles des Hautes Études de (EHESS), París. Docente Investigador IDESH, Universidad Autónoma de Chile.

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