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Opinión

7 de Mayo de 2020

Madre mía: Cada vez que te veo en el cine (aunque ya no estés)

Perdonen lo sentimental. Pero la cuarentena obliga. Sabrán entender. Estas palabras van para mi fallecida madre. Los muertos duelen más en días como éste, un nuevo Día de la Madre. Aunque ya no la puedo ver, por lo menos admiro su reflejo en tres películas sobre madres solteras luchando contra la adversidad, que fue su historia: “Mentes que brillan”, de Jodie Foster; “Room”, con Brie Larson; y “Madre”, la obra maestra de 2009 del ganador del Oscar Bong Joon-Ho por “Parásitos”.

Ernesto Garratt Viñes
Ernesto Garratt Viñes
Por

Cada mayo, desde que agonizaste y falleciste en un hospital público, madre mía, no puedo abrazarte ni desearte un feliz Día de la Madre.

Y cada mayo me auto convenzo de que se trata de un festejo publicitario vano y vacío, para aumentar ventas del retail y hacer funcionar Transbank, pero, vamos, a quién engaño. Es un día que siempre me ha importado. Siempre. 

Y la razón era tu sonrisa. Porque admirar tu alegre sonrisa, sin dentadura porque no había plata para dientes postizos, era una de las pocas veces en que te veías realmente dichosa. Realmente feliz con la tarjeta o la carta o el dibujo que yo te hacía para decirte cuán agradecido estuve y estoy de tu amor y dedicación. De tus cuidados y de tu cordura en el mar de locura que fue vivir 20 años de allegados, encerrados en una pieza solos los dos, cocinando, durmiendo, estudiando, en silencio para no molestar a los dueños de casa, recibiendo humillaciones, insultos, degradaciones por cometer el mayor pecado en la era del neoliberalismo de Pinochet durante la dictadura (y en “democracia”): ser pobres. 

Gentileza Ernesto Garrat Viñes

ESA PIEZA 

Donde quiera que estés, viejita mía, quiero contarte cómo ha sido para mí verte  (aunque te hayas ido) en películas acerca de madres abnegadas.

Y te voy a contar que fue tanta la impresión de verte, o sea, no a ti, sino que a un reflejo de lo que fuiste, una madre soltera luchando contra la adversidad, que me tuve que salir llorando de la sala de cine porque pocas veces una película me había atravesado así el pecho de emoción como lo hizo “Room”, de Lenny Abrahamson. 

Estaba cómodamente sentado en una de las butacas del Cineplex en el Enterteinment District durante el festival de cine de Toronto de 2015. Fui como crítico de cine, con una agenda ocupada sin espacio para quejas del pasado de carencias en Chile, entre el visionado y conferencias de prensa y entrevistas con estrellas como Matt Damon (“The Martian”), Benicio del Toro (“Sicario”), pura fantasía hecha realidad en el umbral del primer mundo: calles limpias, sin pobreza aparente, sin desigualdades, en el sueño del desarrollo ya cumplido. 

Sabes, viejita, tú nunca me viste convertido en un adulto con trabajo fijo y viajes en el cuerpo, pero Canadá, Europa, esos lugares de los que hablábamos transmitiéndonos el pensamiento mientras estábamos en silencio en la pieza de allegados, son como viajar al futuro. Están en otra. Y yo estaba justamente en esa burbuja soñada de desarrollo cuando la trama de “Room” me reventó el espejismo y me transportó a nuestro encierro constante en distintas piezas de allegados. 

“Room”. Crédito: UIP.

Durante la proyección me sentí sofocado, angustiado, siendo testigo de cómo una joven actriz, Brie Larson (que ubicaba por su papel de villana en la divertida “Scott Pilgim vs. The World”), era ahora una madre encerrada en una pieza con su pequeño hijo (el extraordinario Jacob Tremblay) y ambos, juntos, abrazados, se convertían en un solo ejército contra un sicópata que los mantenía capturados. 

Brie Larson como “Ma” me recordó al instante tu fortaleza: tratando de que el mundo de un niño no se fuera a pique en una situación de crisis en un encierro obligado. Muchas veces tuvimos que estar en ese confinamiento forzado, te acuerdas vieja, porque era tu agorafobia, el miedo clínico a los espacios abiertos, nuestro secuestrador. No es que no te gustara salir: no podías, no lo soportabas. Y yo nunca puede dejarte sola. Ahí, entonces, los dos, rodeados de esas murallas de roído papel mural, debíamos aguantar encerrados. “Room” me revivió eso. Por eso debí salir corriendo de la sala de cine en Toronto. Terminé de ver la película otro día. De nuevo, llorando como un niño. 

Disculpa si me pongo “experto”. Pero debo decir que la cámara del director Lenny Abrahamson hace algo que es súper difícil en el mundo del cine: lograr que un solo lugar, una sola locación, más encima una pieza chica, enana, sin demasiadas posibilidades escénicas, se sienta del porte de un estadio. El ambiente emotivo de esa habitación crece desde que ambos protagonistas aparecen y se muestra una rutina diaria asfixiante; sus vidas enteras pasan en unos pocos metros cuadrados. 

Lenny Abrahamson además consigue que un niño actor como Jacob Tremblay transmita el horror y emoción de su encierro forzado sin nunca mostrar una costura de falsedad. La química además que logra Brie Larson con el niño es de una verosimilitud absoluta. No es que uno vea dos actores, no, madre mía, uno se queda atrapado por la relación madre e hijo que ellos establecen desde el inicio y creo que cualquier progenitora empatizaría con lo que hace esa mujer: disimularle al niño, durante los últimos siete años, la horrible realidad que viven, secuestrados, sin que nunca el niño haya visto la calle ni el mundo exterior pues, tristemente, nació en cautiverio. 

“Room”. Crédito: UIP

“Room” es una película fascinante. Intensa. Angustiante. Fuerte. Y debo contarte que Brie Larson ganó el Oscar a la Mejor Actriz. Nadie lo vio venir. Fue su primera nominación, justo en el despegue de su carrera y ahora, en 2020, es grito y plata ya que forma parte de una franquicia de superhéroes ultra famosa: Marvel y ella es una superheroína llamada Capitana Marvel, referente de tu nieta de cinco años, Rafaela, y a quien no alcanzaste a conocer.

Pero la Brie Larson de la película “Room” también tiene un “superpoder” que tú tuviste: una impresionante resiliencia. 

ESA CARA

Quiero contarte que hay una película coreana llamada “Mother”, que te puede resultar de esas cosas raritas que veías conmigo en el canal RTU, cuando Ignacio Aliaga presentaba en la TV abierta de los 80s títulos de la Nueva Ola Francesa. 

Puedo imaginarte ahora mismo levantar la ceja dudando de mis gustos cinéfilos, pero créeme, te va a gustar. 

“Mother” no es tan engrupida. No hay silencios aburridos y eternos. 

En el último Oscar, una película coreana se llevó todos los premios: “Parásitos”, la genial historia de cómo una familia pobre engaña a una familia de ricos para ocupar puestos de confianza en la casa “cuica”. La hizo un director coreano llamado Bong Joon-Ho. Este señor amable, muy gentil en las entrevistas, paciente y nada de divo, es el autor detrás de “Mother”, una película anterior, de una década atrás, que pude ver en Cannes en 2009, como parte de la muestra Midnight Screening. 

“Mother”. Crédito: Festival de Cannes

“Mother” es tan buena como “Parásitos” y ambas hablan más o menos de lo mismo: gente pobre en la desarrollada Corea del Sur y del gran tema en el cine de Bong Joon-Ho: la apabullante lucha de clases. Uno de los temas de conversación “marxista” que siempre nos gustó, ¿no, viejita?

La primera vez que vi una película de Bong Joon-Ho fue en 2006 en Cannes, en la Quincena de Realizadores. Se trató de “The Host”: un filme de monstruos, pero en verdad una película sobre pobres luchando por su dignidad y, por cierto, por sus vidas. Este filme era delirante. Sí. Pero alucinante y valiente. “The Host” era una sutil parodia a los clichés del cine de Hollywood, pero revertidos y anclados desde una realidad social tan reconocible para un chileno promedio, porque había precariedad, picardía entre iguales y solidaridad de clase media baja en el objetivo del fin: rescatar a una hija de la familia protagónica de las fauces de un monstruo gigante salido de un laboratorio y metáfora del capitalismo más salvaje.  

“Mother” es la historia de una madre ya anciana, humilde, calladita, sencilla, encorvada, con peinado corto, que sobreprotege a su único hijo, un veinteañero flaco y perdido en la vida, ¿quizás con algún grado de TEA? 

Y esa incondicionalidad materna, esa cama elástica extendida como una red de protección bajo los yerros del hijo, es parte de “Mother”: una película que se convierte en un extraordinario policial, un neo noir, como le decimos a los nuevos policiales los críticos de cine engrupidos. Y esa característica es parte del motor que mueve a una trama que pivotea, que cambia de dirección de manera sorpresiva a cada momento. Porque cuando se establecen las bases de esta relación madre-hijo, cuando percibimos que esto ocurre en los cordones de pobreza de una Corea del Sur que esconde sus miserias debajo de la alfombra, tal como el Chile “casi desarrollado” esconde sus miserias detrás de un espejismo, un asesinato acontece. Una joven es asesinada. 

“Mother”. Crédito: Festival de Cannes

El principal sospechoso es el hijo “pavo” de esta madre abnegada. 

La policía lo toma detenido. El sistema clasista e ineficiente, burocrático y mediocre, se hace cargo de una investigación sin aparente sustento. Y ahí es cuando entra a jugar el rol de detective amateur de esta madre sobreprotectora, de esta madre cuyas propias fisuras y secretos, en paralelo a su personal indagación del caso, se irán tomando el curso de una acción que pensamos que va para acá, pero no, va hacia un rumbo inesperado. 

Hacia un camino cruel y brutal. 

Debo reconocer que cuando vi las facciones de la actriz coreana Kim Hye-ja, interpretando a una mujer con permanente miedo, humillada y abusada por un sistema injusto, vi tus facciones, viejita. Ese corte de pelo, corto, simple, el que da la falta de peluquería. Esa figura encorvada, famélica, era ver la fragilidad aparente que evoca una figura de papel recortado y que flota valiente frente a una tormenta que va a arrasar con todo. Y con todos. 

ESE ABRAZO

“Mentes que brillan”, protagonizada y dirigida por Jodie Foster, fue una película que vimos juntos. Recuerdo el momento: en nuestra primera y única casa propia. Una vivienda social en Villa Fundación, Macul, a inicios de los 90. Fue un momento feliz. Aún no enfermabas de manera terminal. Aún no había tanques de oxígenos en tu pieza. Aún no estabas condenada a tu lecho de muerte. 

“Mentes que brillan” habla de algo frecuente en hijos de familias humildes. El salto que diferencia a un hijo profesional de sus padres sin cartón. Es decir, de eso habla la película, sin hablar directamente de eso. Jodie Foster, en su primera película como directora, es la protagonista; y ella, como siempre, me convenció completamente como una madre soltera y de esfuerzo, una mujer simple y concreta que de pronto queda en desventaja respecto a la mayor educación y genialidad de su hijo superdotado. 

“Mentes que brillan”. Crédito: Columbia

El director Joe Dante había renunciado a liderar la película por diferencias creativas y el cargo le cayó de rebote a Jodie Foster, quien hizo un notable debut como cineasta. Supo acentuar correctamente la tensión nacida de esa diferencia “educacional” entre ella y su hijo. Y en ese sentido resulta tan crucial el papel de Dianne Wiest, la “villana” de la historia y directora de la escuela para superdotados donde es matriculado el pequeño genio a regañadientes de su madre. 

Entre Dianne Wiest y Jodie Foster entonces hay una rivalidad en pantalla que también se tradujo en una tensión en el set, madre mía. La Wiest habló mal de la Foster como directora en una revista gringa y quedó la grande. Se odiaron aún más. 

Sin embargo, la película y su favorable resultado entre la crítica supo callar cualquier pelambre. Seleccionada en el Festival de cine de Toronto de 1991, “Mentes que brillan” fue éxito, grito y plata; y ayudó a que la Foster fuera la moda cinéfila de 1991: además ganaría el Oscar como Mejor Actriz por “El Silencio de los Inocentes”. 

“Mentes que brillan” habla de genios, de la distancia con los demás, en especial con la madre de ese niño superdotado. Y la realizó justamente una artista que comenzó como genia precoz en el cine: empezó a los dos y gracias a su rol de una joven prostituta en “Taxi Driver” (1976) obtuvo su primera nominación al Oscar a los 14 años. 

“Mentes que brillan”. Crédito: Columbia

Recuerdas madre que viendo “Mentes que brillan” me confesaste habías llegado a segundo básico nomás. Yo ya estaba en la universidad y claro, la diferencia de educación te hizo sentido viendo la película. Me confesaste que habías dejado de ir al colegio, siendo una niña, para trabajar lavando frascos de vidrio, con agua helada en invierno, para un laboratorio en Pedro de Valdivia con Irarrázaval. 

Nunca olvidaré que me nació darte un abrazo durante los comerciales. Te secaste las lágrimas, mientras en la pantalla volvía a aparecer Jodie Foster tratando de ser la mejor madre que el dinero no podía comprar. 

Qué daría para que mi hija de cinco años pudiera abrazarte así, con esas fuerzas. Nacieron, tú y ella, casi con 90 años de diferencia. Las separa un océano de tiempo, como diría la película… 

Pero cómo se parecen. 

Feliz día de la madre, madre mía.

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