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Reportajes

11 de Mayo de 2020

La cuarentena de los adultos mayores que viven solos

Berindiana Silva. Foto por Pepa Valenzuela

Nadie está a salvo, pero se sabe que los adultos mayores son el grupo de más riesgo frente al Covid 19. En Chile, casi 500 mil de ellos viven solos y así han sorteado la pandemia y el encierro. Conversamos con algunos sobre el aislamiento, sus preocupaciones, cómo pasan este tiempo de autocuidado y qué es lo más les ha costado. Seis de ellos comparten cómo ha sido esta experiencia de querer salir, extrañar a los nietos y a sus amigos y quedarse en casa. Un dato: están más tranquilos que nosotros.

Por

1.

-Hola Olguita, ¿cómo estás?, habla tu vecina. 

-Hola mijita, ¿cómo está? Estaba hablando por teléfono.

.Sí sé. Te llamaba y sonaba ocupado.

-Me llaman todo el día, mijita. Todo el día. Te juro. No tengo tiempo para aburrirme. ¡Me llaman oye! Todo el mundo me llama.

-Así veo. Olguita, voy al supermercado, ¿quieres que te traiga algo?

-Tengo de todo. Pero anota: un paquete de zanahorias, una lechuga y un queso laminado, ese de 500 gramos. 

Una hora más tarde, Olga Inostroza, (77), el pelo corto, un bastón, la boca siempre bien pintada, abre la puerta de su departamento con la mascarilla puesta. En la esquina, la estatua de una virgen y de varios santos. Lanza una bolsa de papel al pasillo. Luego estira la mano: es un plástico transparente dentro del cual hay un billete de diez mil pesos. Olga fue una de las primeras vecinas de este edificio en Santiago centro al sur de la Alameda. Llegó el 2007 cuando casi no había nadie y el barrio estaba en pleno derrumbe de antiguas casas de adobe y construcción de estos edificios nuevos con estudios, quinchos y piscinas. Era la primera vez que viviría sola. Hasta el año anterior, Olga vivía con su madre en una enorme casa de Ñuñoa. Pero durante un viaje a Antofagasta, su madre falleció de manera sorpresiva. Y Olga se quedó sola en esa casa gigante y empezó a sentirse triste. “Así es que vendí y me compré este departamento. Siempre quise vivir en el centro, no sé por qué. Y adivina qué fue lo primero que hice”.

-¿Qué?

-Averigüé, me metí en la casa del adulto mayor y paseé. Paseé y paseé, mijita. Conozco todo Chile, Dios gracias. Conozco la Isla de Pascua, Punta Arenas, la he pasado súper bien. He ido a todos los viajes del Sernatur, a tomar once con el alcalde. 

-Y ahora, ¿estás aburrida con el encierro? ¿cómo llevas la cuarentena?

-Estoy regio. No me siento aislada. Me encanta estar en mi casa. Hablo por teléfono y veo tele todo el día porque me gusta estar informada de lo que pasa en el mundo. Para pagar las cuentas me ayuda la Isabel, una amiga que viene, y a veces salgo a comprar. Otras veces tú me traes. ¿Tú sabes usar esta tarjeta de la lavandería? 

-Sí. Yo te enseño.

-Ya, mijita. Gracias. Y toma.

Por la rendija de la puerta sale una botella de espumante. Más tarde vendrá un paquete de alfajores. Luego, una bolsa de dulces chilenos. Si sigo esta amistad con la Olguita voy a terminar diabética.

2.

Con la pandemia, los ojos del mundo se han vuelto hacia uno de los principales grupos de riesgo: los adultos mayores. En Chile, según el Censo de 2017 hay 2 millones 800 mil personas de la tercera edad; es decir, el 16,2% de la población. De ellos, alrededor de 460 mil personas mayores de 60 años viven solas, según la encuesta Casen. Ese número ha ido en aumento: el año 90 el 8.8% de los adultos mayores vivía solo, el 2009, 11.2% y ahora, es el 13.4%. Macarena Rojas es directora del programa de Adulto Mayor UC y miembro del Centro UC de Estudios de envejecimiento. En su experiencia, dice que la vejez hoy es muy diversa, hay distintas maneras de vivirla y distintos propósitos. “Por estos cambios, ahora se replantea cómo quieres vivir la vejez. Antes era al servicio de los nietos, de la familia. Ahora un grupo importante se plantea desarrollar proyectos personales que tengan sentido para ellos. Están reivindicando su autonomía, tener un espacio personal. Quieren compartir a la familia y los nietos, pero también ir a clases, hacer gimnasia, compartir con los amigos”, dice. 

Javier López, psicólogo comunitario, hace talleres cognitivos y de inteligencia emocional para adultos mayores en distintos centros de Santiago. Ahora que no han podido tener clases, conversa con ellos por teléfono y whatsapp. Define a sus estudiantes como adultos mayores 3.0. “Son activos, empoderados, siempre están haciendo cosas, talleres. No poder hacerlo por el tema del virus, les genera frustración y angustia. Muchos de ellos tienen la opción de vivir con los hijos, pero se niegan, tiene que ver con la autonomía que ellos esperan. Necesitan su espacio”, cuenta. 

Rómulo Urrutia y su familia. Crédito: Álbum familiar.

A Rómulo Urrutia, publicista y profesor universitario jubilado de 74 años, le pasó. Apenas comenzó la cuarentena, una de sus hijas le dijo que se fuera a su casa a pasar esos días con ellos. Rómulo se negó. “¿Sabe por qué? Porque había opciones de contagio. Estando solo acá, las probabilidades son cero”. Acá es su departamento en Ñuñoa, donde Rómulo vive solo desde hace 15 años. “Me levanto, tomo mis medicamentos, tomo desayuno, hago aseo, me preparo almuerzo. En la tarde, leo o escribo. Después reviso mensajes del Whatsapp y me meto al computador. Me comunico con mis hijas y mis nietas”. También, con un grupo de cinco amigos del barrio de infancia con quienes se juntaban sagradamente a comer una vez al mes y con unas vecinas amigas del condominio que de repente le llevan empanadas o pancito amasado. “Me falta día para hacer las cosas que quiero hacer”, dice él. 

Sonia Trujillo (69). Crédito: Álbum familiar.

Desde el Quisco, a Sonia Trujillo (69) le pasa algo parecido. Hace tres años vive sola allá. Después de trabajar más de 40 años como educadora de párvulos y profesora, decidió jubilarse, cambiar de vida y se compró una casa en la playa. Ella cuenta: “En general hago cosas todo el día. Cocino, hago aseo, riego mis plantas y las de mi vecina, pego cerámicas, hago muebles, tengo todo tipo de herramientas, barnizo, pinto. A mis hijas les hago las cortinas y los cojines. También escribí mi biografía. Como no tenía computador, lo hice a mano. Y hago gimnasia todos los días. Como hago tantas cosas, duermo cansada. Me dicen palito en el poto”, cuenta. Hace un tiempo una de sus nietas le dijo que se buscara un pololo. “Yo te busco uno”, le propuso. “Para qué”, le respondió Sonia. “Si yo digo que quiero salir, salgo nomás y hago lo que quiero. Estoy bien así”. 

3.

Antes de la pandemia: lunes, miércoles y viernes a gimnasia en la Caja de Compensación Los Andes. Martes y jueves para ir a pagar cuentas, comprar y hacer trámites. Sábados, hacer aseo profundo, sacar todas las chucherías de los estantes, limpiar la alfombra, lavar todo. Domingos: preparar un ponche, ponerse guapa y partir donde la Nena, su amiga de juventud, a almorzar. Ahora Marcela Pizarro (78), con el departamento impecable, deja descansar una mascarilla al sol. “Yo las lavo con cloro y después las dejo secar al sol porque el sol mata el bicho. Eso lo vi en la tele”, dice. Como es tan buena para hacer actividad física, todos los días hace media hora de ejercicios en su departamento. “Ahí me pongo en el suelo y me estiro, echo los pies para atrás. No me siento sola, pero echo de menos caminar. Eso me ha traído mucha lata porque estoy acostumbrada a salir. Estoy un poco aburrida en el encierro. ¿Quieres que te diga algo? Nunca me he sentido vieja y tampoco le tengo miedo a este bicho. Me cuido, claro, pero no tengo miedo”.

“Yo miro todos los días el calendario porque no sé ni en qué día estoy. Y adivina: ésa es la primera pregunta que un neurólogo nos hace a los viejos. ¿Sabe qué día es? ¿A cómo estamos?”, dice Beridiana Silva (73), con el televisor encendido de fondo. Dice que todos los días cuando se despierta y se acuerda que hay cuarentena, se deprime. “Ya me tiene aburrida el encierro. No puedo caminar más que de una pieza a otra. Lo que más echo de menos son mis clases y ver a mis compañeros. Hablamos por teléfono, pero no es lo mismo”.

Desde Cauquenes, el abogado Humberto Cuevas (82) coincide en que lo que más le ha costado de esta pandemia son las restricciones, no poder salir, no ir a un restaurante, a un teatro. “Y no poder saludar de beso o de la mano, sobre todo en el caso de las damas buenas mozas”, dice. De todas maneras, reconoce que este tiempo ha sido ventajoso para leer más. Ahora está terminando un libro de Platón y siempre está estudiando. “Si uno se detiene, decae mentalmente, se anquilosa. Siempre hay que tratar de estar leyendo, tomando apuntes y pensamientos. Tengo varios cuadernos”. Mientras, Rómulo y Sonia dicen que lo que más extrañan de esta cuarentena es ver a sus nietos. “Sobre todo a la más chica que es muy regalona. Me dice que soy su tata preferido porque le llevo alfajores, dulces, la invito a comer churritos en invierno”, dice Rómulo. 

Macarena Rojas del Observatorio del Envejecimiento de la UC explica: “El contacto físico no es reemplazable por el contacto telefónico. La mayoría de los adultos mayores hablan mucho de extrañar a los nietos y a los amigos. Muchos de los que van a talleres, extrañan esas actividades. Diría que su principal inquietud no es la salud, sino de cómo se va a ir dando todo, en especial en el tema económico. Se preocupan de la pérdida de empleos, de sus hijos, de apoyar a quienes lo necesiten”. Le pregunto a Olguita qué es lo que más la preocupa de lo que está pasando. “Obvio que no quiero contagiarme. Pero lo que más me pienso y me da mucha pena es que la gente pierda su trabajo, hay gente que está pasando hambre y eso me mata. Eso le pido a Dios: que cuando esto pase, me deje ayudar, juntarles plata, cositas a la gente que lo necesite”.

4.

“Una nunca piensa que va a depender de los hijos. Pero sé que los hijos se han portado bien con todos mis compañeros. No los dejan salir y les llevan cosas. Eso ha sido bonito. Pero una tampoco quiere ser una carga”, dice Beridiana. Ese ha sido otro fenómeno de estos días de cuarentena, según Macarena Rojas: la revitalización de los lazos con los hijos, pero a la vez, la preocupación por la pérdida de autonomía. “Les preocupa esto de pedir tanta ayuda para comprar, cobrar la pensión. Tiene la cara amable de que se sienten queridos, pero a la vez no quieren molestar. La pérdida de autonomía es un fantasma bien grande para los adultos mayores”. 

Sonia Trujillo e hija. Crédito: Álbum familiar.

Javier López dice que una cosa es la imagen que tenemos de ellos y otra muy distinta es su realidad. En clases, sus alumnos muchas veces se quejan de que los hijos o los más jóvenes son mandones con ellos. “Dicen que algunos hijos se ponen directivos y eso no les gusta”, cuenta. En medio de la pandemia, las hijas de Sonia le dijeron: “Mamá, no veas más noticias. Dicen la mitad de la verdad”. “Me lo prohibieron, pero yo las sigo viendo porque tengo que saber”, dice Sonia. También cuenta que todos los días se despierta con los mensajes de sus dos hijas desde Santiago. “Hola, buen día, mamá”. “Si no contesto, me alegan”, dice ella. 

Las hijas de Rómulo también lo llaman todos los días para saber cómo está. La hija de Beridiana también. Algunos están más conectados que otros: Rómulo y Sonia manejan internet y whatsapp. Los demás no. Según el estudio “Brecha en el uso del Internet” realizado por Fundación País Digital, solo el 9.8% de quienes tienen más de 80 años usan plataformas web. “Reconozco que sería útil saber. No soy muy amigo de la tecnología, pero ahora, para ver a la gente por videos sería bueno”, dice Humberto. Hace unos días Beridiana marcó por error a su hija vía videollamada de whatsapp, algo que tiene, pero aún no sabe usar bien. “¡Por qué te veo! ¡Por qué te veo!”, gritó al mirar la pantalla y ver a su hija del otro lado.

Rómulo Urrutia. Crédito: Álbum familiar.

5.

El terremoto del 60. El golpe de Estado el 73. Militares con metralletas en los techos de los edificios cercanos al Estadio Nacional. Temblores. Quiebres de la historia de Chile importantes. Rómulo recuerda todos esos momentos para explicar por qué, dentro de todo, está tranquilo. “Uno ya vivió procesos y la vida nos dio algo importante: sabiduría. Cuando tienes 20 años eres revolucionario. A los 40 eres liberal, pero no revolucionario. A los 60 te pones conservador. El joven tiene mucha expectativa de lo que quiere y como es rebelde, quiere salir. Como se siente Superman, cree que no le va a dar el virus. Entonces salen y hacen todo lo que no se debe hacer. No se dan cuenta de que al hacer esto son irresponsables con sus familias. Me preocupa el tema del virus, si no fuera así sería como un joven sin sabiduría. Por eso salgo cada 15 días y tomo todas las providencias necesarias para que no haya contagio. Pero hasta allí llega el límite de la preocupación”, explica.

Berindiana Silva. Crédito: Pepa Valenzuela.

“Están en una etapa de la vida donde miran las dificultades desde otro lugar. Sí hay preocupación y están alertas de cómo se va a seguir llevando esto, pero tienen otras herramientas que los más jóvenes para enfrentarlo. Además, es una generación que se cuida, tienen educación cívica, otro compromiso con los demás”, dice Macarena Rojas. 

En el Quisco, Sonia cree que esto va a terminar paso a paso, no de golpe. Está tranquila, pero a la vez le preocupa la falta de conciencia de los demás. “Imagínese esta gente en Maipú que hizo una fiesta y hay un montón de personas contagiadas. Ninguno de los chilenos ha tomado conciencia y el gobierno tampoco. La gente no entiende”.

La puerta se entreabre en el departamento de Olguita otra vez. En la entrada tiene unos sacos de aserrín. Hace unos días, se rompió una cañería en su edificio y el agua alcanzó a entrar en su casa. “Pero estoy bien, mijita no te preocupes. Los vecinos me dieron almuerzo, me ayudaron a secar aquí”.

-¿Segura, Olguita? 

-Segura.

-Olguita, te inundaron en una pandemia y estás muy tranquila. Hay gente que anda con depresión, ansiedad, de todo. ¿Cómo lo haces?

-Ah, mijita. Yo no tengo depresión ni ansiedad y duermo como un tronco. ¿Sabes por qué? Nosotros ya vivimos la vida. Ya pasamos la locura de andar saliendo y pololeando. Hemos pasado por varias cosas y sabemos que esto también pasará. 

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