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Reportajes

9 de Junio de 2020

Daniela, camillera: “El trabajo se ha transformado en una locura”

En un hospital de la zona poniente de Santiago, ella es una de las encargadas de transportar a los pacientes entre sus camas y la sala de operaciones. “Hay días que llego a llorar… son sentimientos encontrados”, dice.

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“Mi esperanza es que esto se vaya luego. Nosotras somos seis y ahora mismo quedamos tres”, cuenta Daniela, quien prefiere no dar su apellido ni el nombre del hospital de la zona poniente de Santiago donde se desempeña  como auxiliar de pabellón. Su trabajo, conocido popularmente como camillera, se ha visto impactado por la llegada del coronavirus. 

“Una de mis compañeras está con Covid-19, la otra es enferma crónica y está descansando, y la tercera se hizo el examen, pero está esperando el resultado. Yo quería hacer cuarentena, pero me llamaron. Mi jefa me hizo el test rápido y salió negativo. La próxima semana me tomo uno nuevamente. No me hacen el PCR porque sin síntomas no es posible”, cuenta esta mujer de 37 años y que volvió a Chile hace cinco.

“Una de mis compañeras está con Covid-19, la otra es enferma crónica y está descansando, y la tercera se hizo el examen, pero está esperando el resultado. Yo quería hacer cuarentena, pero me llamaron. Mi jefa me hizo el test rápido y salió negativo” 

Durante 15 años vivió junto a su pareja en España, en las Islas Canarias, en búsqueda de nuevas posibilidades. Tuvieron un hijo. Y los tres decidieron hace un lustro volver desde Europa porque su suegro había enfermado. El regreso fue duro: “Yo anhelaba volver a mi país, donde nací, y a mi gente, pero es decepcionante ver todo lo que ocurre aquí y cómo es ahora la gente… es otro sistema de vida”. Chile había cambiado mucho.

“Yo entré hace un año al hospital. Mi hijo es futbolista cadete y yo necesitaba tener un contrato como un requisito para que él pudiera entrar a un club. Salí a buscar trabajo y me contaron que en limpieza del hospital siempre había cupos. Quedé ese mismo día. Lo necesitaba y apareció. Era para mí”, cuenta Daniela. El hospital queda cercano a su hogar, a sólo diez minutos de distancia. Para ella, eso es práctico: podría auxiliar rápido a su pareja quien, en Chile, sufrió un accidente cardiovascular lo dejó sin hablar.

“Un trabajo lindo”

“Estuve cuatro meses en limpieza antes de entrar a pabellón”, cuenta. Para ella, limpiar siempre fue un trabajo como cualquier otro, al menos eso sentía en España, pero acá se dio cuenta que era mal mirado. “Pero a mí me gustaba lo que hacía y la gente de pabellón me veía siempre trabajando, hasta que un día les dije que si había un puesto se lo agradecería y me lo ofrecieron”.

Gracias al apoyo de su jefa, tomó confianza y se convirtió en auxiliar de pabellón. Actualmente es una de las encargadas de transportar a los pacientes entre sus camas y la sala de operaciones. Su voz tranquiliza a las personas: “Es un trabajo lindo porque la gente te necesita en esos momentos. Somos personas, los ves y pueden ser tu hermano o tu madre. Intentamos tranquilizarlos y decirles cosas bonitas”.

“Es un trabajo lindo porque la gente te necesita en esos momentos. Somos personas, los ves y pueden ser tu hermano o tu madre. Intentamos tranquilizarlos y decirles cosas bonitas” 

Desde marzo, el hospital fue separando pisos y quirófanos sólo para pacientes contagiados por la pandemia.  Dice que el “trabajo se ha transformado en una locura. Desde que llego hasta que salgo me da nervios. Hay que tener más cuidado, no nos podemos abrazar ni comer juntos. Tenemos que respetar las distancias, ha sido más agobiante. Esta última semana me dio miedo porque empezaron a caer muchos compañeros, no estamos libres de nada y vas con ese miedo, pero hay que trabajar”.

Sentimientos encontrados

“Nosotros nos arriesgamos y dejamos a nuestras familias. No puedo ver a mi madre que tiene 82 años. Si tengo algún tiempo paso por fuera de su casa, de lejos la saludo”. Confiesa que su familia siente miedo por ella; y ella siente temor de contagiarlos. “Somos todos conscientes de esto. En las últimas semanas ya no los saludo más que de lejos, me ducho y me voy directo a la habitación”, reflexiona Daniela que vive junto con su pareja, su hijo y los suegros. 

“Nosotros nos arriesgamos y dejamos a nuestras familias. No puedo ver a mi madre que tiene 82 años. Si tengo algún tiempo paso por fuera de su casa, de lejos la saludo”

El trabajo es de lunes a viernes, de 8 AM a 5 PM, y sólo le ha tocado llevar en camilla a un paciente Covid-19 que tenía que ser operado de un brazo. Fue su primera vez cara a cara con un contagiado, ya que otros auxiliares han estado destinados a las salas exclusivas para estos enfermos. “Tenía miedo, me puse muy nerviosa, pero luego entendí que no debía hacerlo, que si me protegía no me pasaría nada. Era un hombre de unos 60 años, fue una cirugía de 40 minutos. Fue rápido, pero estar con el traje es agotador, sudas mucho, no es cómodo”, cuenta. 

El centro asistencial los ha provisto de todos los implementos de protección, pero aun así algunos de sus compañeros se han ido enfermando. “Entre menos somos, más nos queremos y necesitamos”, revela. “Hay días que llego a llorar… son sentimientos encontrados. A varias compañeras nos pasa. No sé qué pensar de lo que viene para adelante. No lo quiero ni pensar, prefiero ir día a día. Está feo todo”.

Para leer más historias de la serie “Invisibles, pero fundamentales”, haga click AQUÍ.


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