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15 de Junio de 2020

Iván Pérez, asistente de carroza fúnebre: “Ha sido demasiado, uno queda destrozado”

Su trabajo es llevar la urna al lugar del deceso e instalar al fallecido en el féretro. También el traslado al cementerio. Dice que es muy duro, que él y sus colegas han llorado en las mismas carrozas. “Trabajamos las 24 horas. Me termino quedando en la funeraria antes que volver a mi casa y exponer a mi familia”.

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 “En estos momentos hay que tener el corazón duro porque la cantidad de fallecidos que se ve en una morgue es impresionante”, dice Iván Pérez, de 32 años, proveniente desde Medellín, Colombia, y con cinco años de residencia en Chile. Sabe de lo que habla, es un experto en materias mortuorias.

“Todo viene de familia, tengo varios tíos que trabajan como médicos forenses. Empecé como aseador de una morgue a los 10 años, donde limpiaba los pasillos. Con el paso del tiempo ya empecé a trabajar sacando a los muertos de los congeladores para las autopsias. Tomaba las huellas de los difuntos”, cuenta.

El trabajo que hacía desde niño se transformó en un salario más que aportaba a su familia, en tiempos en que la violencia en Colombia estaba en un punto alto por los asesinatos y el narcotráfico. “A mí me ha tocado muy duro. Estudiaba en la noche y trabajaba en el día, hasta que saqué el título de tanatólogo”, revela al teléfono, mientras espera una nueva partida de ataúdes. 

Iván Pérez, asistente de carroza fúnebre.

A Chile se vino solo. A los dos años llegó su hermana; y ahora, con pareja venezolana y una hija chilena de 14 meses, su vida se ha enraizado en el país. Un amigo que trabaja en funerarias lo ayudó a integrarse a la vida laboral de Santiago: ya lleva tres años y medio trabajando con la Funeraria Sagrado Corazón, en la comuna de Independencia. 

A pesar de su experiencia en un oficio tan difícil, lo que pasa ahora con el virus, lo excede: “Uno lo veía por la televisión y en otros países, que la pandemia, que la cantidad de muertos. Uno no podía llegarse a imaginar que va a pasar por lo mismo. Es impresionante”.

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El trabajo de Iván en la funeraria es de de asistente de carroza, oficio concido también como “instalador” o “carrocero”. Su tarea es llevar la urna al lugar del deceso e instalar al fallecido en el féretro. La labor incluye también el velorio y el traslado al cementerio, aunque en los días pandémicos los velorios ya no existen. 

El primer caso que atendió de Covid fue hace dos meses. Desde ese tiempo, el alza de los decesos es evidente: “Ha sido demasiado. Uno queda destrozado cuando entra a una morgue y ve la cantidad de fallecidos que hay. Es el triple de una temporada normal”.

 “Uno lo veía por la televisión y en otros países, que la pandemia, que la cantidad de muertos. Uno no podía llegarse a imaginar que va a pasar por lo mismo. Es impresionante”.

La llegada del coronavirus ha aumentado todas las precauciones sanitarias que deben tomar en el trabajo. Cada jornada se viste con un traje especial blanco, doble mascarilla N-95, doble guantes y lentes de protección. “Más que miedo, le tengo respeto”, dice Iván y agrega que hay varios colegas de otras funerarias que se han contagiado. A Iván le preocupa más don Carlos, su dupla laboral, que es 17 años más que él. “Trabajamos las 24 horas. No he descansado mucho y me termino quedando en la funeraria antes que volver a mi casa y exponer a mi familia”, dice.

 “Uno queda destrozado cuando entra a una morgue y ve la cantidad de fallecidos que hay. Es el triple de una temporada normal”.

De hecho, a su familia no la ha visto. Con su hija ha estado en una sola ocasión en casi tres meses: “A veces a uno se le viene la lágrima porque no es fácil”.

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Como parte del protocolo de la defunción por Covid-19, el cuerpo desde los hospitales viene totalmente cubierto y sellado. Iván cuenta que los parientes, que no pudieron acompañar en sus últimos días a la persona fallecida, les piden si pueden fotografiar el cuerpo, aunque sea envuelto. O les han ofrecido dinero para que abran la bolsa para saber si la persona es o no . 

Ellos, dice Iván, se han negado por seguridad: “Las bolsas van selladas y pegadas con silicona. Ayudamos en lo que podemos con los nombres y los números de rut de estas personas. Después soldamos el cofre y lo sellamos con una cinta de metálica”. 

En estas últimas semanas están trabajando de 10 a 12 cuerpos por día. Su entrega desde los centros asistenciales está demorada porque son sometidos a un largo proceso de papeleos de defunción previo al traslado a un cementerio. Iván siente que el corazón se le parte cuando, accediendo a la petición de los deudos, la carroza pasa por la calle en la que vivía el finado, como último adiós. Eso es todo el velorio, si lo hay. El coronavirus se ha robado ese tiempo de la última despedida.

“Eso me parte el alma también. A mí me gusta tener a la persona bien presentada cuando fallece. Me gusta arreglarlos, maquillarlos, hacerle reconstrucción de rostro, todo. Y ahora no se puede hacer absolutamente nada por la pandemia”, revela. La situación es tan terrible, que los instaladores han llorado en las mismas carrozas. Iván cuenta que se apoyan unos a otros y se dan palabras de aliento. “Ya pasará”, se dicen.

“A mí me gusta tener a la persona bien presentada cuando fallece. Me gusta arreglarlos, maquillarlos, hacerle reconstrucción de rostro, todo. Y ahora no se puede hacer absolutamente nada por la pandemia”.

El 4 de junio, Iván cuenta que fue el más doloroso que le ha tocado vivir en su trabajo. Tuvo que ir al hospital El Carmen de Maipú a buscar un fallecido. En el en el interior de la morgue, terminó contando a más de 42 cuerpos. Las historias, como cicatrices, se van acumulando: “Que dios nos ayude y nos ampare, pero creo que cada uno tiene que velar por su seguridad. Hace unas horitas recogimos a cinco personas de una misma familia, que se contagiaron porque una de ellas no quiso hacer caso. La mayor tenía 75 y el más joven 23 ó 24. Las llevamos directamente al cementerio”. 

Hace unas horitas recogimos a cinco personas de una misma familia, que se contagiaron porque una de ellas no quiso hacer caso. La mayor tenía 75 y el más joven 23 ó 24.

Iván cree que la gente no tiene consciencia de lo que está pasando: “Si supieran… recogemos a las personas en una bolsa como si fueran animales”.

Este texto es parte de la serie “Invisibles, pero fundamentales”. Puedes revisar el resto de los capítulos AQUÍ.

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