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25 de Junio de 2020

René Jara, pescador: “Se me llenaban los ojos de lágrimas al ver tanta gente”

No lo dudó. Cuando supo que una parroquia en Molina organizaba almuerzos para personas que tenían complicaciones económicas y pasaban hambre debido a la pandemia, donó 500 reinetas. Las frió él mismo, con la ayuda de dos cocineras.

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El fin de semana el rostro de René Jara fue viralizado rápidamente en Facebook. Corazones, likes y comentarios felicitaban a este joven de 29 años que había donado y freído 500 pescados, como parte de una iniciativa que la parroquia Nuestra Señora del Tránsito de Molina, en la región del Maule, está realizando desde junio ante la crisis económica provocada por el Covid-19. “Me ha escrito mucha gente desde Suecia, Australia o Iquique y me dan las gracias, dicen que fue un bonito gesto”, comenta él.

El Pato -como conocen a René en su caleta natal La Pesca- dice que la solidaridad la heredó de sus abuelas: “Ellas eran muy pobres, pero así criaron hijos, cuidaron a otras personas, ayudaban a quiens pudieran y eso nos inculcaron a toda la familia”. Él es la tercera generación de pescadores artesanales de esta villa en la costa curicana y donde la solidaridad sigue siendo parte de las costumbres de sus 200 habitantes.

“Hace un mes en el WhatsApp de los primos, mi hermana contó acerca de una pareja de un colombiano y una argentina con una guagüita que estaba viviendo en una mediagua en Iloca. Vinieron a trabajar la temporada de verano y se quedaron sin poder volver. Juntamos unas cajas con comida y los fuimos a ayudar. Después una prima de Curicó contó de un campamento y que se veía fea la cosa. Hicimos una vaquita para comprar comidas y pañales. Todos ayudamos”, cuenta al teléfono desde La Pesca, en la comuna de Licantén. 

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Tiene dos hijas de 12 y 9 años. Tras egresar de la educación media se fue a Curicó para continuar sus estudios en Informática. Pero su mamá, al segundo año, le tuvo que decir que “no habían más lucas para el instituto”. Pato la tranquilizó, le dijo que él volvería al mar a trabajar. Era finalmente lo que más le gusta.

El joven hace un año comenzó un emprendimiento de procesado pesquero. “Arrendé una casa, hice una sala para filetear pescados y guardarlos en congeladores”. Cuando no pesca toma, toma sus productos y en auto se va a Curicó -distante a dos horas- y otros pueblos del interior de la región para vender los pescados sellados al vacío. Fue en una de esas ventas que supo del problema del hambre en Molina: “Un cliente amigo estaba conversando por teléfono con el cura de la parroquia de Molina. Le pregunté qué pasaba y me contó que estaba coordinando ayuda para la parroquia porque estaban dando almuerzos”.

“De una le dije: yo quiero dar pescados. ‘¿De verdad?’, me preguntó. Y dijo que estábamos hablando entre 450 a 480 almuerzos. Ya, dije. Yo doy 500”. Pato, en un segundo, se había lanzado al agua. Llamaron al cura Mauricio Jacques Sánchez por teléfono, quién se alegró y preguntó por un plazo para la entrega. Se dieron como tope tres semanas.

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Pato confiaba que en ese plazo sacaría y filetearía las merluzas que necesitaba. Pero al día siguiente la sombra del Covid-19 aparecía en el pueblo: “El guardia de la caleta, el mismo que les tomaba la temperatura a todos los pescadores, dio con PCR positivo. Había tenido contacto con todos, aunque usaba mascarilla”, explica Pato.

“De una le dije: yo quiero dar pescados. ‘¿De verdad?’, me preguntó. Y dijo que estábamos hablando entre 450 a 480 almuerzos. Ya, dije. Yo doy 500”.

Durante 14 días La Pesca entró en cuarentena, prohibiendo todo tipo de actividades. Pato pensó que no iba a poder capturar las merluzas que había comprometido. “Hay que dar hasta que duela, me dije; y agarré unas reinetas que había comprado en Lebu para vender en mi negocio y ésas les llevé”.

Eran 300 kilos de reineta -algo así como $400 mil pesos- que donaría a los almuerzos de Molina. “Yo no gano mucho, tengo meses buenos y otros malos. Y había tenido un mes de pesca súper bueno, nada qué decir. En toda la pandemia me había ido bien, así que me dije le doy no más, después se recuperará”, reflexiona.

Tres días antes que llegara el plazo, Pato estaba listo para cumplir con su palabra.  El aceite lo entregó el amigo con que contactó al padre Mauricio; las pailas se las prestó un tío; los fogones, un amigo; y la camioneta para llevar todo, su padre. 

El día acordado, salió a las 6 mañana sin compañía rumbo a Molina.

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Desde junio la parroquia Nuestra Señora del Tránsito de Molina abrió un “comedor fraterno” para paliar la severa crisis económica provocada por las restricciones derivadas de la pandemia. Comenzaron atendiendo a 200 personas y el número de asistencias solicitadas ha ido en aumento.

“Cuando llegué a las 9 de la mañana, ya había personas paradas afuera. Yo le pregunté al padre si daban desayunos también, y él me contestó que sólo almuerzos”, recuerda Pato. Dos mujeres le ayudaron con el trabajo de freír las 500 reinetas que fueron acompañadas con enormes fondos de arroz. Trabajaron desde la 9.30 de la mañana hasta las 2 de la tarde, bajo una lluvia que mojaba a los cocineros. 

Todo el mundo que comió, quedó contento; pero la necesidad era mucho mayor a lo que se pensaba. A Pato le contaron que quedó gente sin recibir pescado frito. ¿Qué se siente alimentar a tanta gente? Él responde: “Fue gratificante. A ratos me emocionaba. Se me llenaban los ojos de lágrimas al ver tanta gente… me imaginaba que era gente en situación de calle, pero nada que ver. Son personas que realmente le afecta esto, que viven del trabajo del día a día”. Cuenta que cuando pudo volver a revisar su teléfono se alegró de ver mensajes de sus amigos de La Pesca felicitándolo, ofreciendo más ayuda y pidiendo contactos para volver con más pescados. 

 “Hay que dar hasta que duela, me dije; y agarré unas reinetas que había comprado en Lebu para vender en mi negocio y ésas les llevé”.

“En La Pesca es distinta la mentalidad. Acá tiene problemas uno; y todos ayudamos. Si una persona se accidenta y no puede trabajar, entre todos hacemos un bono, juntamos unas lucas y se la llevamos a la casa. Entre los pescadores lo mismo, si a alguno le pasa algo que no puede salir, le donamos cosas, se la dejamos en su casa y se asegura a su familia. Acá todos somos así”.

Este texto es parte de la serie “Invisibles, pero fundamentales”. Puedes revisar el resto de los capítulos AQUÍ.

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