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26 de Junio de 2020

David Ruiz, aseador de residencia sanitaria: “Tengo claro que me estoy arriesgando ante el virus”

Llegó de Ecuador hace tres años a buscar una mejor vida. Hace diez días trabaja haciendo aseo en un hotel de Providencia convertido en residencia sanitaria por el Covid-19. “Me equipo bien; parezco un hombre todo de plástico”, explica.

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David Ruiz (29) llegó a Chile en la noche de un 31 de diciembre de hace tres años. Los abrazos de Año Nuevo los dio a bordo de un bus que cruzaba desde Tacna a Arica junto con decenas de otros extranjeros. Atrás había dejado a Guayaquil, a su familia y a su hijo que entonces tenía de seis años. 

A pesar de que este último tiempo en Chile ha sido el más duro que le ha tocado vivir, David enfatiza que no volvería a Ecuador: “Me vine para poder trabajar en busca de una nueva vida y de un futuro. Gracias a Dios estamos cómodos ahora. Porque antes lo pasamos mal… tuvimos que dormir en la calle algunos días”. 

Dormir a la intemperie fue una de las desventuras que tuvo que experimentar tras el estallido social de octubre. La estabilidad laboral que había conseguido desde enero del 2018 en Paine, como encargado de una bodega de celulosa, se desvaneció como efecto de la caída de la economía de ese tiempo en crisis. 

Por esos días se encontró con su hermano menor que había llegado desde Ecuador. “Anduve rebotando de trabajo en trabajo. Yo soy constructor, estudié en la universidad. Acá he estado limpiando piscinas, descargando containers, muchas cosas… me las he aprendido a ver así”.

Los hermanos Ruiz arriendan una casa Independencia y David, desde hace 10 días, encontró un nuevo trabajo que lo hace soñar con consolidarse.

“Anduve rebotando de trabajo en trabajo. Yo soy constructor, estudié en la universidad. Acá he estado limpiando piscinas, descargando containers, muchas cosas…”.

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David trabaja hoy en una empresa que da servicio de aseo a varios hoteles que han sido reconvertidos en residencias sanitarias para albergar a personas con Covid-19. Los dueños la compañía también son ecuatorianos y le han dado empleo a ocho compatriotas en un hotel 5 estrellas ubicado en Nueva de Lyon.

“Yo ando con un carrito por todos los pisos. Golpeo la puerta de los cuartos de las personas que están en cuarentena. Voy equipado con un overol que me tapa hasta el cuello. En la recepción del hotel me dan una bata plástica. Me pongo dos de ésas, además de guantes y bolsas en los pies. La cara me la protejo con doble mascarilla y visera. Me equipo bien. Parezco un hombre todo de plástico”, cuenta David. 

Con sus colegas se turnan en la limpieza y desinfección de los doce pisos que tiene este hotel convertido en residencia sanitaria. Los turnos son largos: de nueve de la mañana a cinco de la tarde. David confiesa que termina completamente sudado bajo las capas de plástico.

“Después de tocar la puerta de las habitaciones, les pido a las personas que me ayuden con sacar la basura del cuarto y colocarla en un cesto. Luego les solicito que por favor se metan en el baño y cierren la puerta. Ahí recién entro, abro las ventanas y procedo a colocarle cloro a las superficies que la gente más utiliza, incluyendo vidrios y espejos”.

Los pacientes en cuarentena entienden las instrucciones y lo tratan bien, dice. Aunque siempre hay algunos mañosos. “Los entiendo porque están enfermos”, reflexiona. Él trata de ser lo más amable y caritativo posible. Especialmente con las personas mayores, porque le recuerdan a su abuelo: “El año pasado murió en Ecuador y no pude ni ir a verlo”.

 “Luego les solicito que por favor se metan en el baño y cierren la puerta. Ahí recién entro, abro las ventanas y procedo a colocarle cloro a las superficies que la gente más utiliza, incluyendo vidrios y espejos”.

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Guayaquil y el Covid-19 hacen eco en sus temores. En su ciudad natal la pandemia ha sido especialmente violenta. David confiesa que le ha tocado vivir a la distancia el duelo por gente querida: “A mí se me murieron amigas y amigos allá. Y me da miedo, pero dime ¿qué puedo hacer? Porque si no trabajo, ¿cómo sobrevivo acá?”.

Con el alza de la cesantía, para David tener un trabajo fue una bendición del cielo: “Mi familia en Guayaquil dice que tome las precauciones necesarias y que ayude en lo que más pueda, pero que no me enferme. Siento que estoy ayudando y también manteniéndome económicamente. Pero tengo claro que me estoy arriesgando ante el virus”.

“A mí se me murieron amigas y amigos allá. Y me da miedo, pero dime ¿qué puedo hacer? Porque si no trabajo, ¿cómo sobrevivo acá?”.

Se concientiza a sí mismo en minimizar esa posibilidad. En las mañanas sale desde su casa con doble mascarilla y en el trabajo fue previamente capacitado por un supervisor. David cuenta que las medidas de protección en los 12 pisos del hotel son severas. Si se les rompe alguna parte del traje plástico, se repone inmediatamente. Previo a la salida de la jornada laboral, los empleados pasan por un cuarto de desinfección en que se sacan todos los trajes y se duchan. 

“Nos secamos, nos vestimos y nos limpiamos con alcohol gel”, dice. Agrega que se vuelve a bañar luego del viaje en micro de regreso al hogar junto a su hermano. El futuro es incierto. Sus jefes le han indicado que el trabajo durará hasta que se acabe la cuarentena, pero a David le gustaría quedarse de manera fija: “Deseo que esta situación mejore para todas las personas… si no, no sé dónde vamos a llegar”.

Este texto es parte de la serie “Invisibles, pero fundamentales”. Puedes revisar el resto de los capítulos AQUÍ.

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