Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Entrevista Canalla

4 de Septiembre de 2020

Horacio Saavedra: “Me estoy achicando, aunque parezca imposible”

Crédito: ECSalinas

El director de orquesta dice que en este tiempo se ha achicado tres centímetros.También habla de política –“está llena de suciedad”- y no esconde la buena relación que tuvo con Pinochet: “Él me trató siempre con cordialidad”. Es partidario de bajar la próxima edición del Festival de Viña.

Por

Horacio Saavedra, un minúsculo imponente de 157 centímetros, 74 años, director de orquesta, imperturbablemente casado, habitante de Las Condes, concejal de Maipú, leyenda musical de Viña del Mar y su Festival, acaba de dar un recital para diez mil conectados. Eso le produjo una emoción matemática puesto que, pese a que hilvanó junto a Carlos Vázquez un repertorio de tangos a solas, en un estudio sin fanáticos, calculó que por expansión esa música melancólica pudo ser escuchada por 30 mil oídos humanos. 

-Y, bueno… es… distinto- dice el señor Saavedra, a quien le cuesta hallar un adjetivo que dimensione la nueva etapa de la música, el recital on line, la performance viajando en fibra óptica. Aún así el compositor admite que es la era del sentimiento vía web y por eso ahora, junto a un grupo de músicos longevos, unos baladistas interminables apodados Los Inoxidables, respetables leyendas con arrugas vitales, es decir, el Pollo Fuentes, Wildo, Miguel Zabaleta, Antonio Zabaleta y Germán Casas, prepara otro recital destinado a batir récords en internet.

-No queda otra que ser moderno.

-¿Pero qué es ser moderno?

-Claro, claro- el llamado Maestro Saavedra, también tildado por razones anatómicas como el Chico Saavedra, emite una respuesta irreflexiva pues está en un instante de dispersión. Justo se acomodó una chaqueta Polo y miró a su gata, un felino agotado que trata de dormir en el sofá. La verdad es que estamos en un momento de reapertura: el señor Saavedra concede su primera entrevista en persona del año. Tiene una mascarilla aferrada a medias en la yugular y una sonrisa nerviosa. Y, de pronto, para especificar un punto de vista (“¡Hay que reinventarse!”, grita; o bien: “¡La tecnología tiene su qué!”), el maestro se baja completamente la mascarilla. El efecto es pornográfico: a causa de la histeria, de la urgencia por arropar la nariz, da la sensación que Horacio Saavedra ha realizado un desnudo frontal.

-Upa- le señala coquetamente el reportero.

Saavedra, osado, ya está con la cara completamente desnuda.

-Sí, sí, ya estamos en esto… hay que confiar no más- anuncia, provocador.

La respuesta del reportero, amurallado en su mascarilla negra, es igualmente audaz: se baja, inmutable, la máscara y queda facialmente desvestido. Y es así como en el living de los Saavedra, en Las Condes, hay dos atrevidos que conversan con las caras completamente en pelotas.

-¿Se encuentra emocionado?- preguntamos.

-¿Con qué?- responde el artista, sorprendido.

-¿Con la nueva era?

-¿El Nuevo Mundo?

-Sí, los nuevos conceptos…

Ambos divagamos.

Es el estrés por volver a humanizarnos. Por volver a mirar al otro, por verle respirar.

“Y, de pronto, para especificar un punto de vista (“¡Hay que reinventarse!”, grita; o bien: “¡La tecnología tiene su qué!”), el maestro se baja completamente la mascarilla. El efecto es pornográfico: a causa de la histeria, de la urgencia por arropar la nariz, da la sensación que Horacio Saavedra ha realizado un desnudo frontal”.

-Bueno- apunta Saavedra- sí, más o menos. Hay que irse acostumbrando a todo, esto será así por mucho tiempo…

-¿Echa de menos el aplauso?

-Sí, no está la interacción con la gente… Ahora, cuando uno termina una canción, se produce un silencio terrible…

El compositor baja la mirada. 

MÚSICA JUNTO AL MAR

A esta reunión de artistas le han llamado Los Inolvidables de Siempre y la emitirán por streaming el 13 de septiembre. Pretende batir el record de público, plagarse de clicks, de comments, alcanzar la modernidad, el nuevo estatus del pop sencillo, la nueva era de la Nueva Ola. Y, además, en lo que respecta a esta etapa pandémica, es probable que alcancen un imbatible récord impulsado por las cédulas de identidad: entre todos los artistas del show se acumulan 426 años. 

-Chuuu…- se sonroja el músico.

Dice que habrá una orquesta acotada, y estarán todos, a solas, cantándole a la virtualidad: “A gente que no vemos, nadie nos va a corear, nadie gritará Otra Otra”, aclara atónito. 

-Le cantarán a entes…- le enfatiza tétricamente el reportero.

-Sí…- y el señor Saavedra se adentra en sí mismo- pero hay que hacerlo…

Desde hace casi un año que Horacio Saavedra no ha podido ofrecer recitales de música. El estallido, murmura; el virus, rezonga. Todo conspiró en sus ingresos. Por ende, el señor Saavedra es un artista que, con el tiempo, se ha reducido en estatura -“Me estoy achicando, aunque parezca imposible”, dice- y el presupuesto -“está complejo”, afirma-. Su flujo fijo, según parece, son los 721 mil pesos que obtiene por ser concejal. Hoy es un artista con los bolsillos llenos de preocupación.  

-Chile es un país de festivales- comenta- y, este año, todos se suspendieron…

Y ríe, nerviosamente. La misma risa que mostraba cuando se volteaba y miraba la cámara, mientras aleteaba y magnificaba una partitura.

-Es que Raúl Matas me enseñó a reír- especifica.

-¿Cómo hay que reír, maestro?

-Como sea. Lo importante es reír. Raúl me dijo que en la televisión nadie debía parecer triste. 

Horacio Saavedra, en su momento, lucía un currículum lleno de estabilidad. Dirigió la orquesta del Festival de Viña del Mar por treinta y ocho años. Estuvo veinticinco años dirigiendo orquestas en TVN. Estuvo quince años dirigiendo orquestas en Canal 13. Toda una vida al costado, felizmente televisado. 

“El señor Saavedra es un artista que, con el tiempo, se ha reducido en estatura -“Me estoy achicando, aunque parezca imposible”, dice- y el presupuesto -“está complejo”, afirma-. Su flujo fijo, según parece, son los 721 mil pesos que obtiene por ser concejal. Hoy es un artista con los bolsillos llenos de preocupación”.

-¿Quién fue el mejor animador?

-Santis.

-¿Por qué?

-Se adaptaba a cualquier escenario.

-¿Y Antonio Vodánovic?

Suspira, parcialmente incomodado. 

-Era difícil trabajar con Antonio. Era muy perfeccionista. Las cosas se tenían que hacer como él decía.

-¿Era neurótico?

-Creo que sí…

-¿Antonio le gritó fuertemente alguna vez?

-Me gritó- y recuerda, a retazos, una puteada, el alarido del animador estelar porque el director de orquesta demoró una cortina musical en pleno festival: en el flashback brotan los ojos salidos de Antonio, el ímpetu croata- …él era así…

-¿Él le pidió que le tocara la nalga alguna vez, como era el rito habitual?

-Mire, la verdad es que yo lo metí en eso…- admite con hombría Horacio Saavedra.

-¿De qué habla, maestro?

-Es que, mire, entre los músicos nos solemos tocar la nalga, como chiste, para matar el tiempo.

-Entiendo. Deduzco, maestro, que usted entonces le tocó la nalga a Antonio…

-Así es… sin mayor intención…

-Tranquilo…

-Se la toqué…- insiste.

-Tranquilo.

-Le trajo suerte…

-Sin duda, maestro… ¿y desde entonces empezó a exigir la palmada como un rito?

-Así es. Después empezó a pedir que le palmotearan la nalga al entrar al escenario…

En este momento el maestro Horacio Saavedra ríe, a cara lavada. Luego queda en silencio y entonces escucha, seriamente, la siguiente pregunta:

“Es que, mire, entre los músicos nos solemos tocar la nalga, como chiste, para matar el tiempo”.

-Maestro Saavedra, ¿debe hacerse el Festival de Viña del Mar el 2021?

Él duda.

-Sería raro que se hiciera el Festival- responde secamente.

-¿Por qué?

-No están las condiciones.

-¿A qué se refiere?

-No es el momento. He escuchado que cabe la posibilidad de hacerlo con una orquesta mínima. O que sean menos artistas. No sé. Todo eso no tiene mucho sentido. Aunque, en realidad, el Festival hace rato que ya no es lo mismo.

-¿A qué apunta?

-Al nivel de los artistas. A la entrega de los premios. A muchos elementos.

-¿Y si el Festival fuera por streaming?

-No, no.

-¿Y si fuera con artistas locales?

-No, no.

Y, por un instante, recuerda a los artistas del Festival, a los inmensos, a sus colegas. Recuerda que Luis Miguel lo solía abrazar, hasta que un día su papá contrató guardias que impedían que Luis Miguel pudiera dar abrazos. Que Julio Iglesias le cantaba a él, a Horacio, para que notara sus progresos. Que Ricky Martin le decía Padrino Horacio. Recuerda que el Puma Rodríguez lo respetaba tanto que le ofreció un contrato de trabajo en Miami que Horacio rechazó porque le enredaba la vida familiar. Que Miguel Bosé parecía un niño. Que Sting tenía talento. Que Sheena Easton tenía más talento, tal vez la mejor voz que escuchó.  

Y un día, en los ochenta, recuerda, estaba dirigiendo animadamente la orquesta del Festival y escuchó por un parlante: 

-¡Horacio, Horacio, hombre, para, para! ¡Está entrando Su Excelencia, el General!. 

“No es el momento. He escuchado que cabe la posibilidad de hacerlo con una orquesta mínima. O que sean menos artistas. No sé. Todo eso no tiene mucho sentido. Aunque, en realidad, el Festival hace rato que ya no es lo mismo”.

Y Horacio, sudado, hizo un gesto terminante y la música acabó. De golpe. Y sonó el Himno Nacional. Y Pinochet ingresó a la platea, adusto, alzó un brazo uniformado y le clavó un ojo azulino al maestro. Desde entonces, según parece, se estableció un nexo de cortesía entre ambos.  

MI AMIGO AUGUSTO

-Maestro, ¿usted es pinochetista?

-Creo que sí.

-¿Lo han molestado mucho por ser pinochetista?

-¡Muchísimo! Pero es que yo lo conocí y nunca tuve un problema con él.

-¿Lo conoció bien?

-Bastante. Él me trató siempre con cordialidad. Y yo, por muchos años, fui convocado para dirigir la orquesta de las fiestas de Año Nuevo del Castillo Hidalgo, a la que acudían autoridades militares. Entre ellas Pinochet.

-¿Se sentía intimidado rodeado de militares enfiestados?

-No, no. Pero a los militares no les gustaba la música envasada. De manera que nosotros debíamos tocar en vivo toda la noche. Cerca de ocho horas seguidas.

“Y Horacio, sudado, hizo un gesto terminante y la música acabó. De golpe. Y sonó el Himno Nacional. Y Pinochet ingresó a la platea, adusto, alzó un brazo uniformado y le clavó un ojo azulino al maestro. Desde entonces, según parece, se estableció un nexo de cortesía entre ambos”.

-¿Pero los músicos podían aguantar?

-Era mejor hacerlo. Lo hacíamos igual. 

La orquesta fatigada, debilitada hasta el amanecer, tocaba y tocaba ante los militares. El maestro terminaba exhausto. Una vez, incluso, Horacio Saavedra dormitó mientras tocaba al teclado el pop melódico de José Luis Perales. Y, en fin, en esas fiestas, Pinochet y Saavedra estrecharon lazos. Pinochet conoció a su familia. A sus hijos, a su señora. 

-Una vez me iban a despedir de TVN- relata el maestro Saavedra- y yo dije: Entonces me voy a Miami a trabajar con el Puma Rodríguez y junto a él recorreré los grandes teatros.

-¿Qué pasó?

-Me dicen que… bueno… esto llegó a oídos del General. Y se indignó. Llamó a alguien, lo subió y lo bajó, que como despiden al Chico Saavedra, y… bueno… seguí en TVN.

El maestro Saavedra, como se podría inferir, es de derecha. Votó por el SÍ en 1988. Y hoy es un concejal adscrito a ese bando, aunque, según acota, él es apolítico. “La política está llena de suciedad”, opina. “La política es bien turbia, prima el matonaje, las encerronas”, declara. 

-¿Cómo es su alcaldesa Kathy Barriga?

-Lo ha hecho estupendo en la comuna de Maipú. La quieren mucho. Pero es una persona muy visible que tiene varios adversarios.

-¿Le gusta su estilo?

-Hay cosas que yo preferiría que no hiciera. Pero es cosa de cada cual.

Y el señor Saavedra dice que si a Kathy le gusta invertir en peluches, generar una avalancha de peluches, es asunto de ella. Y dice que la izquierda se organiza en los Concejos y, como son mayoría, frenan las iniciativas de la alcaldesa. Pero al maestro Saavedra le fascina la música, no la política. Le gustan los acuerdos, la armonía, no esos shows estresantes que, según desliza, coordina el comunismo.

“Me dicen que… bueno… esto llegó a oídos del General. Y se indignó. Llamó a alguien, lo subió y lo bajó, que como despiden al Chico Saavedra, y… bueno… seguí en TVN”.

-¿Qué votará en el plebiscito de octubre?

-No sé aún si vote. Estoy viendo porque parece que la opción que gane tendrá poca representatividad.

-¿Usted cree que si gana el Apruebo, la izquierda fanática, tal vez el comunismo radical, se apoderará del país?

-Creo que eso es posible- responde convencido.

-¿Proyecta que Chile sería una nueva Venezuela en caso que gane la opción Apruebo?

-Es que, fíjate…

-¿Qué?

-Se le entregaría una hoja en blanco a la izquierda.  

-¿Tiene miedo?

-No. No hay que tener miedo. Hay que acostumbrarse. Al virus, a los enemigos, a todo.

-Perdone, ¿cuánto se ha achicado el último tiempo?

-Tres centímetros. Pero, mire, yo dejé de medirme cuando estaba en 1.60 centímetros.

“No sé aún si vote. Estoy viendo porque parece que la opción que gane tendrá poca representatividad”.

-¿Le gusta ser chico?

-Estoy acostumbrado- responde.

Ocurre que como es un ser humano sintético desde que nació, con los huesos muy justos de tamaño, el maestro no puede soñar con la altura. Pero admite algo:

-Si yo hubiese sido el medio pescado no me habría ido tan bien.

-¿El chico tiene suerte?

-Te quieren mucho. Al chico lo apoyan. Se imaginan que son buenos.

Y Horacio Saavedra se pone de pie y vemos que, en efecto, el paso del tiempo le quitó centímetros. Pero le da igual. Choca el codo con el reportero. Anuncia otra vez su vuelta a los escenarios el 13 de septiembre. Y, antes de salir, se sube la mascarilla como si, tras la charla, se viera en la obligación de volverse a vestir.

“Si yo hubiese sido el medio pescado no me habría ido tan bien”.

Notas relacionadas

Deja tu comentario