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Entrevista Canalla

17 de Septiembre de 2020

Pía Barros, mítica escritora: “¡Puta que tengo rabia!”

La cuentista repasa con sinceridad lo que ha sido su año. Está agotada de las plataformas on line porque dice que se ve fea. Profundiza en las causas de todas sus rabias. Admite que todas las noches sueña con Denzel Washington y que el erotismo, tan presente en sus textos, la acompañará toda la vida.

Por

Pía Barros es una magnífica escritora muy ronca que pasa enjaulada en su escritorio. Tiene la voz tan grave que, por momentos, parece la voz de un escritor. 

-Aló- dijo al teléfono.

-¿Podría hablar con Pía Barros?

-Con ella- dijo Pía, roncamente.

-Sí, claro…- dijo el reportero- ¿Ella está, señor?

-Con ella, huevón- dijo Pía.

Pía es, en efecto, una escritora muy ronca que, en todo caso, se ríe de su ronquera. Su ronquera, según parece, es el sonido adecuado para su temperamento. Pía Barros no puede tener la voz aguda, sería inverosímil que tuviera voz de pito. Pía Barros, la escritora con cojones metafóricos, la explosiva con relatos fogosos, la erótica y la feminista, la cuentista con premios, con publicaciones en todos los idiomas, la leyenda rubia de la Generación de los Ochenta, debe ser ronca. Y en estos momentos, rudamente, aparece en la pantalla del computador. Está adherida a un cigarro, pero nadie osaría criticarle una manía. Nadie en sus cabales quisiera enojarla. Así es que ella ahora está en mitad de una neblina de nicotina y su irrupción es de esta forma:

-¡Puta que tengo rabia!

Pía es, en efecto, una escritora muy ronca que, en todo caso, se ríe de su ronquera. Su ronquera, según parece, es el sonido adecuado para su temperamento. Pía Barros no puede tener la voz aguda, sería inverosímil que tuviera voz de pito.

-¡Hola, Pía!- el reportero se ajusta dócilmente al protocolo.

-¡Esta mierda me da rabia!

-¿A qué llama mierda, Pía?

-A esta huevada, a las videollamadas…

Pía a veces alza el puño, otras veces ha dado golpes de puño. Es una punk con crianza de campo. Es nacida y educada en Melipilla, en una burbuja rural, rodeada de campesinos alfas. Pía jamás fue afín a la ideología de Barbie, a la risa escondida de geisha, a revelar el muslo acortando un vestido de primavera. Ella fue la rubia indomable que usó pantalones, montó caballos, trepó por el bosque. Fue la versión apechugada de Tarzán. Le dedicó poemas a una yegua. Pegó puñetazos. Vivió con rasguños. Luego se casó con un barbudo irónico, el escritor Jorge Montealegre, un tranquilo hombre con sentido del humor, y tuvo dos hijas. Escribió novelas, cuentos, salió en televisión. Y ha pasado años gritando por la igualdad, defendiendo mujeres, exigiendo respeto. Hoy tiene 64 años y dos apellidos que la identifican: Barros, sí, por el lado paterno; y Bravo, por el lado materno. De manera que por el torrente sanguíneo le corren, en símbolos, el lodo y el carácter. El campo y la furia, las esencias de Pía.

-¡Encuentro que estas cosas son muy invasivas!- se enoja. 

-¿Le incomoda?

-Puta, es que más encima soy espantosamente fea.

-Por favor, Pía, no lo es…

-¡Yo tengo una cara de hachazo horrible! ¡Soy dura de jeta!

-¡No es así!

-Puta que soy fea…

-No, no insista…

-Parezco bruja, huevón, y con esta voz… No, si esta huevada es terrible.

“¡Yo tengo una cara de hachazo horrible! ¡Soy dura de jeta!”.

-¿Le desagrada tanto este sistema de teletrabajo? ¿La vida virtual?

-Para mí es una invasión a la privacidad. Y, además, creo que Zoom ha fomentado la desigualdad.

Pía es una escritora que solía vivir serenamente encerrada. Tiene un escritorio que confeccionó con una beca que le otorgó la Fundación Andes. Allí hacía sus talleres literarios míticos denominados Ergo Sum, con activaciones en tiempo real: los alumnos redactaban relatos ante sus ojos azules, en cuarenta minutos. Allí, en persona, se transmitía una mística irrepetible. Hoy sus talleres son on line y han requerido que adapte el sistema de trabajo: por ende Pía, dice, que trabaja el doble. Y más encima persiste en conjeturar que se ve fea.

-Yo me veo y me da ataque.

Pía solucionó el trauma pegando una estampilla en su imagen del monitor. Pía no se mira. Pía es la voz ronca que anhela ser invisible, un simple oráculo que fuma. 

-Pero, chucha, igual hago algo…

-¿Qué hace?

-Me pinto los labios, huevón. Para mí es un parto. Yo jamás me pinto los labios. 

-¿Por qué se los pinta?

-Para que no parecer una bruja ante los alumnos.

Hoy sus talleres son on line y han requerido que adapte el sistema de trabajo: por ende Pía, dice, que trabaja el doble. Y más encima persiste en conjeturar que se ve fea.

Antes, dice, solía despertar con naturalidad y tal vez sólo ocuparse en lavarse los dientes. Hoy se ve forzada a usar un rouge rojo y a ponerse un maquillaje en los ojos, una línea trazada con cosmético que le hace más dulce la mirada. Una línea que la estresa por completo.

-¡Despierto y me pinto! Nunca en mi vida lo había tenido que hacer.

-¿Y se ve mejor?

-¡Sufro! Amanezco y ya tengo que parecer actriz venezolana…

El reportero intenta levantar su ánimo, pero es inútil. Pía Barros está empecinada en criticarse. Luego, su rabia se hace más profunda y critica los nuevos modos de sociabilización. 

“El Zoom es discriminatorio”, asegura. El Zoom atenta contra los que no se quieren mostrar. Contra el que no tiene conexión. Contra el que vive en una mediagua, en una casa sin lujos, el que sobrevive sin dignidad. Todos, claro, obligados a exhibirse. 

-Y todos con menos tiempo. Ya nadie tiene tiempo. Por eso yo sigo jugando sagradamente al Kino.

-¿Quiere ser millonaria?

-¡Quiero comprarme un montón de tiempo, huevón!

Afirma que todo esto es muy violento. Ella, una afortunada, ha pasado la pandemia en pijama. Se arropa, como todos, la mitad superior del cuerpo y así la sintonizan los talleristas. Se ha vestido en tres ocasiones. Por ejemplo, ha tenido que ir al dentista completamente vestida, tras lo cual se toma un café en la esquina, anotando pensamientos interesantes. También ha gestado ollas comunes. Ha prestado ayuda, ha sido feliz armando comunidades. 

-Pero este es un país que está súper disociado- comenta frustrada-. No sé, lo que ganan los ministros no tiene nada que ver con lo que pasa en el 70% de los pueblos chilenos. Los políticos se pueden gastar un sueldo mínimo yendo a un restaurante.

“El Zoom es discriminatorio”, asegura. El Zoom atenta contra los que no se quieren mostrar. Contra el que no tiene conexión. Contra el que vive en una mediagua, en una casa sin lujos, el que sobrevive sin dignidad. Todos, claro, obligados a exhibirse. 

-¿Qué sugiere?

-Hay que reinventar el tejido social. Lo del 18 de octubre fue un tema de dignidad. Ahora, con la pandemia, es un tema de dignidad y también de hambre.

Y se enoja con el sistema, con la pandemia que sobrecarga a las mujeres (“puta, yo cocino, pero ni cagando hago las camas”). Explota contra los siúticos que se lucen en los cócteles, contra los machos que trabajan abnegadamente con la camisa que les planchó la mujer. Dice que está remecida, estremecida, enrabiada. Dice que todos los días, alrededor de doce veces por jornada, le sugiere el divorcio a su marido. Pero luego ríen. Eso, la risa, afirma, ha salvado esta unión entre el divertido y la rabiosa.

-¿Te digo algo?- lanza Pía.

-Qué- el reportero teme.

-¡Puta, igual tengo rabia!- grita Pía Barros.

“Hay que reinventar el tejido social. Lo del 18 de octubre fue un tema de dignidad. Ahora, con la pandemia, es un tema de dignidad y también de hambre”.

VIVIR ENRABIADA

Pía Barros nació completamente enrabiada el 20 de enero de 1956. Según lo que expresa con franqueza, Pía, aún alojando en el útero de su mamá, ya sentía rabia. Y, al describir su primera actitud al emerger al mundo, dice esto:

-Yo nací resentida.

Maneja, en la medida de lo posible, sus accesos de ira. Eso sí, vive enfurecida, escribe enfurecida y declara, con sinceridad, lo siguiente:

-El motor de mi vida es la rabia.

-¿Por qué le pasa eso?

-La rabia es lo que me hace escribir. La rabia es lo que me hace pensar.

-¿Qué más le da rabia?- el reportero cruza una pierna y se pone el índice en la sien.

-Mis rabias son ancestrales. Yo no era rabiosa por ser mujer. Lo que me daba rabia es la invisibilidad de la mujer.

-¿Le ha generado problemas esta rabia, Pía?

-Más que la cresta.

“Mis rabias son ancestrales. Yo no era rabiosa por ser mujer. Lo que me daba rabia es la invisibilidad de la mujer”.

-¿Se arrepiente de su ira?

-¡Qué me quieres decir, huevón! 

-No, no, no lo tome a mal… es sólo una pregunta …

-Pero, bueno, claro que he tenido exabruptos verbales. Y eso me ha dado vergüenza. Fíjate que por eso no voy a cócteles. 

-¿Le dan rabia los cócteles?

-¡No, huevón!

-Disculpe…

-No voy a los cócteles porque en esos lugares yo no sé moverme con suavidad. Es que cuando me pongo nerviosa digo cosas terribles.

-¿Tiene ejemplos?

-¡No sé, huevón! O sea, acostumbro a meter las patas…

-¿Se siente ajena en los eventos sociales?

-Yo siempre sobro en todos lados.

-¿No será muy drástica?

-Yo no sé bailar. Yo no sé hacer un montón de cosas. Entonces te vas sintiendo incómoda en todas partes. 

“No voy a los cócteles porque en esos lugares yo no sé moverme con suavidad. Es que cuando me pongo nerviosa digo cosas terribles”.

-¿Ha tenido que pedir perdón muchas veces? 

-Soy pésima para pedir perdón.

-¿Y qué hace si se siente culpable?

-Mando una torta.

Pía Barros, entonces, es una escritora ronca que nació enojada. Es una señora que se pinta los labios enfurecida. Y se alarga las pestañas fuera de sí. Es una rabiosa que sale poco, que tiene lengua viperina, que dispara veneno a la yugular si la provocan y que, gracias a Dios, hoy convive a solas con el alegre de Montealegre. Y, a la hora de focalizar su ira en personajes de la actualidad, ella evita la obviedad: “Piñera no me da tanta rabia”, asegura. Y luego alza la voz: “¡Cristían Larroulet sí me da mucha más rabia!” Le dan rabia los que se esconden, los que le susurran conspiraciones a los líderes, los menos visibles, los número dos. “Me cargan esos que siempre sobreviven a todas las tormentas”, opina. Admira la elegante rabia de Oscar Wilde. La simpática rabia de Bernard Shaw. La magnética rabia de Churchill. 

-Me da menos rabia Pinochet que Jaime Guzmán. Me dan rabia los ideólogos.

-¿Quién le da más rabia hoy?

-José Antonio Kast. Es totalmente siniestro.

-¿Y en términos culturales qué le da rabia?

-La mendicidad cultural. Habrá diez escritores, de todos nosotros, que pueden vivir con dignidad de lo que hacen. Aquí no nos tratan como agentes culturales, nos tratan como mendigos. 

-¿Y qué le da gusto? ¿Qué la hace feliz?

-Lo que me ha hecho feliz estos días ha sido el debate que se ha producido entre mujeres intelectuales de este país.

Se refiere a un debate que generó la crítica literaria Lorena Amaro al escribir un texto en torno a las escritoras mujeres y sus vínculos con el mercado. Hubo, a raíz de ello, un apasionante intercambio de puntos de vista.

Y Pía Barros lo sentencia así:

-Luego de ese debate, me siento orgullosa de ser mina.

Y, a la hora de focalizar su ira en personajes de la actualidad, ella evita la obviedad: “Piñera no me da tanta rabia”, asegura. Y luego alza la voz: “¡Cristían Larroulet sí me da mucha más rabia!” Le dan rabia los que se esconden, los que le susurran conspiraciones a los líderes, los menos visibles, los número dos.

DENZEL Y YO

-Pía- le dice el reportero-, dado que usted se siente poco agraciada, quiero decirle que muchas personas que conozco la consideran muy sensual.

Pía abre los ojos.

-Quiero un certificado escrito de eso.

-¿No se gusta de ningún modo?

-Me demoré muchos años en caerme bien. Me demoré cincuenta años, para ser exactos. 

-¿Ahora está más cómoda consigo misma?

-No, bueno, puede que ahora no me doy tanta vergüenza.

-¿Y no cree que la puedan considerar sexy?

-Mira, lo bueno de ser viejo es que no estás sometido a tensiones sexuales. Y una puede mirar sin reparos. 

-¿En qué sentido?

-¡Una puede mirar los cuerpos que quiera porque quién va a pensar mal de una viejita!

Pía cuenta que a veces va por la calle caminando y, debido a que usa el pelo muy largo y a que conserva curvas pronunciadas, hay hombres jóvenes que la cortejan por detrás. Pero, al momento en que Pía se voltea, ellos dan un salto:

-¡Chucha… la vieja!

Y dejan de seguirla.

Y ella suelta una carcajada.

“¡Una puede mirar los cuerpos que quiera porque quién va a pensar mal de una viejita!”.

-¿Y usted sigue siendo erótica? ¿Sigue sintiendo el llamado deseo?

-El deseo no desaparece nunca, mijo.

-¿Cómo lo vive usted?

-Yo sueño todas las noches con Denzel Washington. 

-¿Y su marido?

-Él sueña todas las noches con Sharon Stone. 

-¿Y entre su marido y usted hay pasión?

-Ni te explico. Uf, cuando la Sharon Stone se junta con Denzel Washington… puta que es entretenido… 

-La felicito. Está muy activa entonces…

-Mira, yo en la dictadura luché contra los momios. Y hoy, aunque sea desde otra forma, yo no quiero ser una momia.

Entonces esta femenina feminista, la enrabiada con humor, Pía Barros, suelta otra risa, tira el humo del cigarro, lo apaga. Y, para su alivio, su rostro en ese momento desaparece.

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