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Opinión

1 de Abril de 2021

Columna de Natalia Valdebenito: El silencio no es opción

Natalia Valdebenito
Natalia Valdebenito
Por

“Cállate. Baja el tono. Deja de reclamar. No eres una víctima. Me cansas con tu discurso. Maraca. Guatona. Zurda. Feminazi”. Y así tantos otros insultos y sugerencias que recibo a diario por denunciar el machismo o simplemente por saludar. No exagero. Me encantaría decir que esto es parte de mi imaginación, que invento insultos en mi contra para darme la importancia que no tengo. Pero no es así. Están ahí. Acechando. Tratando de amedrentar, silenciar, desaparecer, opacar, matar. 

He reflexionado mucho sobre mi lugar en los medios, en las redes, en ser o no una voz. Porque me metí sola en esto, porque nadie me apretó (al contrario), para que hablara de feminismo en el festival más fascista de Chile, porque mi insistencia es genuina y, aunque me escape a ratos, porque me canso, claro, aquí sigo gritando. Y después de reflexionar, de leer muchas cosas a favor y en contra, de conversar con mi ego, de verme pisoteada y aplaudida, de conocer el gris y los colores de esta lucha, elijo seguir.

“Me encantaría decir que esto es parte de mi imaginación, que invento insultos en mi contra para darme la importancia que no tengo. Pero no es así. Están ahí. Acechando. Tratando de amedrentar, silenciar, desaparecer, opacar, matar”. 

No estoy dispuesta a callar ni a naturalizar la violencia que me llega directamente o la que veo a mi alrededor. No pasaré de largo los insultos así se multipliquen día a día. No dejaré de llorar a cada mujer muerta en manos de un femicida. No me permito callar ni una palabra porque no es justo, porque sé que eso quieren y dar en el gusto nunca ha sido lo mío. Desde muy pequeña entendí que mi voz molestaba, y no porque mi familia me hiciera callar, no, al contrario, sin ese respaldo no tendría fuerza para defender ni atacar. Porque sí, yo también ataco y no temo defenderme. 

El patriarcado nos enseñó a dar en el gusto, a complacer así no estuvieras cómoda, a encantar con nuestro silencio, a perder oportunidades, a cubrir nuestras necesidades con ese afán de maternar incluso el abuso.

Estoy harta. Enojada. Y creo que mi versión rabiosa es lejos mejor que la que sufre y se lamenta por existir, porque sí, también he estado ahí dudando de todo, incluso de mí y de mis buenas intenciones. Me encantaría contarles que solo hay fuerza en mi corazón, pero no, como toda mujer una se construye en ruinas, esas que dejan los malos amores, el abuso laboral, el abuso callejero vivido desde la infancia, los golpes que alguna vez alguien me dio, las palabras incorrectas que acepté por miedo. Todo eso me construye, claro que sí. Pero hoy menos que nunca puedo olvidar esa conversación que tuve con una terapeuta respecto al odio que por primera vez sentí hace algunos años por quien me hizo daño y no me pude defender a tiempo. “La rabia te salvó”, me dijo, “si no estarías muerta”. Y es cierto. La rabia me permitió salir arrancando, defenderme, creer que nunca estaría sola así me dijeran eso como un decreto incrustado en el alma. La rabia que tengo hoy es por mí y por mis compañeras. Insultos que dañan otra vez se toman mi mente, me atacan el cuerpo y me quitan el aire. Hoy amanecimos con la noticia de otra mujer muerta en manos de un hombre, y ¿yo debo quedarme tranquila?

“No estoy dispuesta a callar ni a naturalizar la violencia que me llega directamente o la que veo a mi alrededor. No pasaré de largo los insultos así se multipliquen día a día. No dejaré de llorar a cada mujer muerta en manos de un femicida”.

Como es por algunes sabido, el lunes hicimos un conversatorio con mi amiga y candidata independiente a constituyente por el D10, Andrea Gutiérrez. El motivo fue un encuentro entre la candidata y estudiantes, dando paso a una amplia conversación sobre la convención en sí misma y por supuesto dar a conocer los puntos de Andrea sobre variados temas. Debo decir que yo no lo había vivido, pero sí tenía información que ocurría. Sucedió que al empezar la jornada aparecieron imágenes de penes dibujados en la pantalla, imágenes porno, voces que nos amenazaban o nos “mandaban de vuelta a la cocina” (francamente). También una fuerte música de marchas militares, gritos de connotación sexual y fotografías del tirano Pinochet y otros militares. Al principio reconozco que no tenía idea lo que ocurría, luego se hizo evidente: habían entrado a la reunión personas que por supuesto no estaban invitadas, pero que tenían como intención provocar miedo, consternación y violencia. Lo lograron, sin duda fue muy violento. No solo yo estaba afectada, ahora éramos muchas viviendo esto. Se cerró todo y partimos de nuevo. Me tocaba moderar, subir el ánimo, sacarlas a todas, mis compañeras y el público asistente de ese mal rato tan desagradable. Lo logramos. El evento pese a todo estuvo lleno de luz, ideas, preguntas, diálogo y buena onda. Lo sacamos igual. 

Pero es siempre así. Hacemos las cosas a pesar de todo y eso cansa, enrabia y colma la paciencia.

Repito: no porque te canses de leerme me detendré de denunciar lo que vivo y viven muchas mujeres. Nos acosan en redes sociales sin descanso. Nos hacen callar cada vez que alguna levanta la voz, nos piden que seamos más comprensivas porque aún no se dan el trabajo de entender y honestamente, muchas no queremos educar ni amamantar el machismo y misoginia disfrazada de ignorancia. Porque es cosa que mires a tu alrededor sin la venda de la comodidad para que veas la violencia que nos rodea. Para que escuches a tu hermana. Para que mires a tu madre. Para que dejes de creer que estás haciendo un esfuerzo por no ser el machito asqueroso que eres cada vez que te sientes interpelado. 

Las amenazas no quedaron solo en ese mal rato. Siguieron y ahora esos mismos ociosos armaron un show en YouTube para ufanarse de lo hecho y seguir violentándonos y riéndose de nosotras. Es agobiante la sensación de pelear con enemigos que no muestran el rostro, que en el anonimato son valientes y gigantes y que yo percibo como insectos cobardes. Porque yo estoy aquí, de frente, y no me escondo en las faldas ni de mi madre cuando debo levantar la voz. No puedo amenazarte como tú lo haces, no soy como tú. Mi militancia es el feminismo, que me salvó la vida, y aunque reconozco que estoy lejos de parecerme a mis referentes, le pongo empeño y el cuerpo.

“El patriarcado nos enseñó a dar en el gusto, a complacer así no estuvieras cómoda, a encantar con nuestro silencio, a perder oportunidades, a cubrir nuestras necesidades con ese afán de maternar incluso el abuso”.

No estamos solas y eso es más cierto que nunca. Porque esta vez es por mí y por mis amigas. Porque el enemigo tiene cara de hombre y yo quiero verla de frente. Porque pese a todo tengo menos miedo que antes. Porque los años ayudan a entender esto como un sistema a derrocar con fuerza. Porque no pasaré por encima del cadáver de tantas mujeres para no molestar a quienes me quieren ver en silencio. 

El silencio dejó de ser una opción, el silencio solo robustece el abuso y la rabia que tengo me alcanza para mucho y me da la energía que a veces pierdo. 

Amigas, compañeras, mujeres que no conozco: estoy aquí y sé que somos muchas. Por todas y cada una el grito se amplifica en busca de justicia y el respeto y dignidad que merece cada una por existir.

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