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Opinión

26 de Agosto de 2021

Columna de Lina Meruane: Diputada en disputa

Agencia Uno

Algunos dijeron que sería “un error” bajarse. Otros creyeron que la “disciplinada” militante comunista se dejaría convencer por su partido, que no quería perderla en el Congreso habiendo ya perdido a su precandidato presidencial. Pero Vallejo, premunida de sus profesorales lentes de marco rojo, grandes como escudos (¿para aparentar más edad?, ¿para disimular su belleza y hacerse respetar entre hombres, la joven diputada?), ha confirmado que no se va a repostular.

Lina Meruane
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Camila Vallejo acaba de declarar que no continuará en el Congreso y esto, aunque parezca sorprendente, no lo es. Hacía mucho venía anunciando que sólo ejercería dos periodos como congresal: con dos le bastaría, sospecho, para hacer su aporte al país y aprender lo que hiciera falta sobre los modos de operar y de negociar en esta institución clave del Estado.

Algunos dijeron que sería “un error” bajarse. Otros creyeron que la “disciplinada” militante comunista se dejaría convencer por su partido, que no quería perderla en el Congreso habiendo ya perdido a su precandidato presidencial. Pero Vallejo, premunida de sus profesorales lentes de marco rojo, grandes como escudos (¿para aparentar más edad?, ¿para disimular su belleza y hacerse respetar entre hombres, la joven diputada?), ha confirmado que no se va a repostular. 

Lo que me convoca, a mí, no es su paso al costado sino los argumentos políticos y personales que está esgrimiendo para justificar su decisión. Porque, aunque lo personal es político, aunque lo radical es hablar de la experiencia privada como parte de una estructura pública de discriminación y desigualdad de género, la circunstancia personal que Vallejo declara resulta paradójica e incluso problemática.

Parto por señalar la lucidez de su gesto político: tras casi ocho años de gestión legislativa, la más célebre de nuestras figuras políticas habla de posibilitar el “recambio”, cuestión que ciertamente evitaría los vicios que el poder produce cuando se eterniza el privilegio de detentarlo. No ha sido ella la única, en esa generación que emergió de las manifestaciones estudiantiles, en pronunciarse por el imperativo democrático de abrirle paso a figuras frescas que aporten otros temas y otras maneras de hacer política, figuras que aseguren la sucesión en un tejido político históricamente anquilosado.

Importa apuntar asimismo que Vallejo habla de seguir trabajando políticamente desde otros lugares: no está renunciando al hacer político que la ha distinguido en áreas educativas y de género, sino que se está abriendo a otras instancias desde donde continuar incidiendo en lo social. Y ya corren rumores de que estaría por sumarse al comando presidencial y al gabinete de un eventual gobierno de su compañero del Congreso y de marchas, Gabriel Boric, a quien ya Vallejo acompañó como vicepresidenta de la Fech, años atrás.

Lo que me convoca, a mí, no es su paso al costado sino los argumentos políticos y personales que está esgrimiendo para justificar su decisión. Porque, aunque lo personal es político, aunque lo radical es hablar de la experiencia privada como parte de una estructura pública de discriminación y desigualdad de género, la circunstancia personal que Vallejo declara resulta paradójica e incluso problemática.

¿Por qué agregarle, a su impecable razonamiento político, la cuestión personal? ¿Por qué introducir la retórica del cuidado materno como motivo prioritario? Eso me dejó consternada mientras leía las noticias en el diario y en las redes donde la sigo. Vallejo dijo que entre sus consideraciones estaba la tierna y comprometida frase de su pequeña hija: “Me dice”, dijo Vallejo, “mamá, yo entiendo que hay mucha gente que te necesita por tu trabajo, pero yo también te necesito”. Vallejo dijo que debía empezar a escucharla.

Esa línea tan políticamente consciente de la hija se propone como argumento de fuerza mayor con el que nadie podría disentir -ella es la madre, ella la llamada a decidir qué es mejor para su hija-. Y sin duda este mensaje inapelable resuena en todas quienes tienen hijes y entre las madres feministas activadas en la reivindicación del afecto y del cuidado. Pero una cosa es valorar el cuidado como responsabilidad social y otra es que el cuidado siga delegándose sólo en las mujeres.

La tierna frase pone a Vallejo en una paradoja de género que ya parece anticuada, pero que sigue presente. Si la tomamos al pie de la letra, lo que ella estaría asumiendo es el regreso al espacio doméstico, al modelo ya clásico de la mujer que por su familia decide renunciar a su trabajo. Pero si ese fuera el caso -que Vallejo se viera más requerida por su hija que por la gente a la que ayuda-, ¿no sería más político trabajar porque dentro de la Cámara, así como en dentro de todos los espacios laborales, las madres y los padres o las parejas progenitoras tuvieran un horario más razonable, un tiempo para sus hijos cuando estos todavía son chicos? ¿No sería una oportunidad para que Vallejo se refiriera a la necesidad de un medio-tiempo político que pudiera conjugarse con otro medio-tiempo materno? ¿Por qué en vez de politizar lo personal recurre a la consigna de la buena-madre del patriarcado, ella, que es un modelo para la incipiente generación de mujeres públicas? Es hora de dejar esos argumentos e instalar en el discurso público la posibilidad de darle a cada trabajo de cuidado su justo tiempo y su justo valor… Para que nadie pueda acusar después a la ministra Vallejo de haber abandonado otra vez a su hija.

¿Por qué agregarle, a su impecable razonamiento político, la cuestión personal? ¿Por qué introducir la retórica del cuidado materno como motivo prioritario? Eso me dejó consternada mientras leía las noticias en el diario y en las redes donde la sigo. Vallejo dijo que entre sus consideraciones estaba la tierna y comprometida frase de su pequeña hija: “Me dice”, dijo Vallejo, “mamá, yo entiendo que hay mucha gente que te necesita por tu trabajo, pero yo también te necesito”. Vallejo dijo que debía empezar a escucharla.

*Lina Meruane es novelista, ensayista y docente. Entre sus últimos libros se cuentan la novela “Sistema nervioso” y los ensayos “Contra los hijos” y “Zona Ciega”.

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